Relieve del Arco de Tito, donde se ven legionarios portando un Menorah, o candelabro de siete brazos.
Tito, el sucesor de su padre, Vespasiano, fue acaso el más afortunado de los gobernantes porque no tuvo tiempo de cometer errores, como sin duda le hubiese ocurrido no por mor de sus defectos, sino a causa de sus numerosas virtudes: la bondad, el candor y la generosidad.
Antes de asumir la púrpura fue nombrado tribuno en Britannia y Germania, dónde destacó fundamentalmente por aumentar la ración de zanahoria a costa de la de palo, de manera que estos dos territorios, tradicionalmente difíciles, vivieron una época de relativa tranquilidad. Sus éxitos administrativos le catapultaron hacia mayores empresas, y en el año 70 D.C. recibió el mando supremo de las operaciones contra Jerusalén. Aquí Tito vio mermado su margen de actuación, porque tuvo que enfrentarse a la mayor sublevación judía desde que Roma paseaba sus reales por allí. Su tradicional política de “mano izquierda” no dio resultado, y se vio obligado a sostener el asedio de Jerusalén durante seis meses, durante los cuales murió la tercera parte de los habitantes de la ciudad. El mayor tesoro hebreo, su Templo, fue saqueado y destruido, como podemos ver en los relieves del arco que su padre mandó construir para conmemorar su victoria. De los supervivientes, algunos huyeron y otros fueron vendidos como esclavos, y así como en la mochila de muchos de los soldados de Napoleón estaban Los Derechos del Hombre, en el saco de algunos de esos emigrantes forzosos estaba en Verbo de Cristo.
Su padre, henchido de orgullo, esperaba en Roma la venida de su hijo para tributarle un triunfo, quizás algo desproporcionado si atendemos al valor militar de aquella empresa, pero con gran espanto tuvo que verle desfilar por las calles de la mano de una preciosa princesa hebrea, Berenice, que empezó el viaje como botín y lo terminó como prometida. Vespasiano se escandalizó, no porque Tito tuviera una concubina, lo cual se consideraba lógico y normal, sino porque quisiera casarse con ella, y le exhortó a que la abandonara de inmediato. El novio alegó que se había comprometido y comenzó a madurar la idea de renunciar a suceder a su padre, pero éste, que era un hombre de pueblo y por tanto, inteligente, se dio cuenta del pastel y procuró que a Berenice no la volviera a ver nadie por Roma; prefiero no imaginar lo que pasó con ella.
Con Vespasiano ya muerto, Tito asumió la púrpura en el 79 D.C. y pronto demostró que tenía un carácter totalmente inadecuado para la política. Todavía con el cuerpo de su padre caliente, su hermano Domiciano, que debía de ser una auténtica joyita, presentó su pretensión a la mitad del poder. Tito, ya emperador, se la ofreció sin problemas, pero Domiciano tomó por menosprecio lo que era un acto sincero y se puso inmediatamente a conspirar.
Mientras tanto, Tito seguía regalando "talante". Durante su reinado, no firmó ninguna sentencia de muerte. Cuando se enteró de que a sus espaldas se forjaba un complot, mandó inmediatamente una carta de admonición a los cabecillas y otra tranquilizadora a sus madres. En sus dos años de reinado, Roma sufrió un terrible incendio, Pompeya y Herculano fueron sepultadas por el Vesubio e Italia fue devastada por una terrible epidemia. Tito no tenía medida, y agotó el tesoro en poco tiempo tratando de reparar los daños. Cuando no quedó dinero, acompañó personalmente a los enfermos en su sufrimiento y a causa de ello, perdió la vida en el 81 D.C. Tácito sostiene que Domiciano le aceleró la muerte, cubriéndolo de nieve...
Hay una anécdota, supongo que verdadera, que ilustra hasta que punto nuestro protagonista flirteaba con la raya que marca el límite entre la bondad y la ingenuidad. Al poco de empezar su regencia, los pretorianos empezaron a ponerse “moscas” esperando el habitual donativo que recibían con la llegada de un nuevo emperador. Como quiera que aquel no llegaba, y al ver que las arcas del Estado se vaciaban, se amotinaron en su campamento exigiendo que se cumpliese la tradición. A Tito no se le ocurrió otra cosa que presentarse desarmado ante las puertas del Castra Pretoria, para intentar reconducir las cosas. Cuando su amigo y consejero Afresio se enteró de los planes de Tito, se puso líbido de miedo. Cogió el primer caballo disponible, y literalmente lo reventó para intentar alcanzar a su "jefe" y evitar su linchamiento. Cuando alcanzó al incosciente, no sólo no consiguió hacerle desistir, sino que se vio obligado a acompañarlo, ya que Tito le comentó que se sentiría mucho más seguro con un amigo a su lado. Mientras cruzaban la puerta de entrada, el Emperador le susurró...
Non timat Afresius, veritas omnia vincit (No temas Afresio, la verdad lo puede todo)
Afortunadamente, no pasó nada.
3 comentarios:
No estoy segura de que Tito fuera tan ingenuo. Arrasó Jerusalen, que no es poco y creo que le llovieron críticas por su vida un tanto disoluta, aunque se hizo "más formal" al alcanzar el trono. En cuanto a Berenice, con ella se pusieron en marcha los seculares prejuicios romanos hacia las reinas extranjeras. Ellas no lo tuvieron nunca fácil...
Hola Isabel. En esta vida todo es relativo y alguien siempre es él mismo, la diferencia es cómo va siendo y con quién se le compare. Tito tuvo la suerte de ser hermano de un ser ignominioso y amoral y, por mor de lo evidente de la comparación, fue declaraco vencedor. Cierto, arrasó Jerusalén, pero no de la forma tan implacable como lo hizo Adriano, curiosamente emperador con fama de "blando"
Estoy de acuerdo con lo de Berenice. Si hacemos caso a las crónicas, Tito estaba enamorado.
Saludos
Tienes razón en lo de las comparaciones.Tito sale mucho mejor parado que otros y , de haber vivido más tiempo, probablemente se habría hecho merecedor de un buen juicio histórico.Lástima que muriera tan pronto.
Su amor por Berenice era correspondido. Sólo que él no se atrevió a desafiar al "stablishmen" romano. Una lástima para la reina judía.El poder tira mucho.
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