martes, 18 de octubre de 2005

Una reconciliación imposible


Juramento de Santa Gadea

Alfonso frunció el ceño, apretó los puños y sonrió para sus adentros, buscando inmediatamente entre la concurrencia la inconfundible figura de su hermana Urraca. Una vez la hubo encontrado, la dedicó un guiño cómplice y una taimada sonrisa, sin duda recordando los años de penurias, de guerras y de miedos, de huidas a la carrera, de encuentros furtivos a la luz de una vela, de reproches de padre, y de ultrajes encadenados que uno y otro tuvieron que padecer. Quizás por eso, forjaron una fortísima y sincera amistad, hasta el punto de asegurarse de que, un día, Castilla entera sería testigo del indiscutible triunfo de ambos… hermano y hermana... el uno como Rey y la otra como su principal apoyo político y afectivo… prácticamente, como una Reina.

Ahora ya no importaban los cuchicheos que invadían los pasillos de palacio, en los que se aseguraba que había tenido parte en el asesinato de su hermano Sancho ante los muros de Zamora, o que Urraca se entregaba a él, algo más que como una hermana; ya no importaba que su padre, Fernando, hubiera fragmentado el reino contra todo consejo, repartiéndolo en cinco partes, y castigando a ambos con las migajas del reparto; y en cuanto a los nobles, de los que se decía que más de un tercio contemplaban con desagrado la coronación del nuevo rey… ya tendría tiempo de ocuparse de ellos: serían tan duramente castigados, que quedarían anulados como partido opositor y, los supervivientes, servirían además para ilustrar hasta que punto podía ser de duro un Rey castellano con los que le incomodaban.

… y es que, ya no había vuelta atrás. Alfonso había comparecido ante todos los notables del reino, había aceptado privilegios y prebendas, y había jurado leyes y fueros… ¡Ya era Rey!... por eso, cuando se giró hacía la multitud, altivo, dispuesto a recibir el juramento de lealtad y el gesto de sumisión de todos ellos, y vio que un caballero seguía erguido en lugar de arrodillarse, su rostro se contrajo de ira. El nuevo y joven Rey, descendió del estrado en que se encontraba y avanzando a grandes zancadas, recorrió la mitad del camino que le separaba del traidor. Cuando, en ese momento, le reconoció, se le helo la sangre. Aquel que se atrevía a desafiarle era Rodrigo Díaz de Vivar, el alférez real...

Los dos hombres permanecieron observándose en la distancia, sin que ninguno avanzase, durante un tiempo, en medio del estupor de los congregados que permanecían inmóviles, sin atreverse a incorporar, ni mucho menos, intervenir en la disputa. Finalmente fue el Cid el que se acercó a pocos pasos de su Rey y, buscando atraer la atención de los allí presentes, alzó la voz:

- Señor… no hay aquí ni un caballero, que no crea, sospeche o le hayan llegado bulos que os relacionen a usted, señor, con la muerte de vuestro hermano Don Sancho; Todos lo creen… aunque tienen miedo de decirlo. Señor…si queréis que estas gentes os tengan como justo soberano, debéis hacer lo necesario para disipar rumores.

- No sois quien…- dijo Alfonso

- Me asiste la ley Señor... todavía soy el alférez real y príncipe de vuestros ejércitos el Cid hizo una pausa, y continuó - y encargado además de velar por la legitimidad de este Reino y de su soberano… y ni lo uno ni lo otro quedarán limpios hasta que vos…

- ¡Os digo que no sois quien! – repitió Alfonso

... y el Rey se giró y empezó a deshacer el camino hacía el estrado, lentamente, asegurándose de que todos lo entendieran como una muestra de desprecio hacía el Campeador, aunque en el fondo, le empezaba a preocupar la sequedad que invadía su boca, y comenzaba a notar que se asentaba en él una preocupante sensación de inseguridad. Entretanto, el Cid, siguió a su soberano con la mirada, cerró los ojos, se santiguó y avanzó a su vez.

- Señor – dijo Rodrigo – no tenéis porque complicarlo aun más…Os lo pido por última vez… Jurad sobre las sagradas escrituras que no tuvisteis nada que ver en la muerte de vuestro hermano, y vuestros caballeros, yo el primero, os tendremos siempre por nuestro justo y legitimo Rey…

- ¡No tengo por que!

- ¡jurarlo…ahora! – le contradijo el Cid.

El grito del campeador retumbó en toda la iglesia y sobresaltó a los presentes, algunos de los cuales se habían levantado ya. Otros permanecían agachados, sin atreverse a levantarse y sin comprender como podía un caballero, por importante que fuese, obligar a jurar a todo un Rey. Entretanto, los dos hombres se hallaban ya encima del estrado, Alfonso con la cara completamente congestionada y sin acertar a explicarse lo que sucedía y, el Cid, visiblemente irritado y alzando el índice de forma amenazante en dirección a la faz de su soberano.

- ¡Jurad! – bramó, mientras agarraba la diestra del monarca y la colocaba, de un golpe, encima de la gigantesca Biblia que la Catedral de Burgos había cedido para la ocasión - ¡ahora!

Alfonso, presa del pánico, apenas acertaba a balbucear mientras buscaba como un desesperado la imagen tranquilizadora de su hermana Urraca entre los congregados… pero era imposible encontrarla; alrededor de la escena se habían arremolinado numerosos caballeros que rodeaban a los dos hombres por completo. En medio de ese agobiante ambiente, el rey volvió la mirada solo para encontrar los inquisidores ojos de Rodrigo. Ambos cruzaron entonces sus miradas. El Cid volvió a la carga…

- ¿Juráis señor, que no tuvisteis nada que ver en la muerte de vuestro hermano Don Sancho, que no conocíais que alguien tuviera intención de dañarle y que os enterasteis del fallecimiento cuando yo mismo os la comuniqué? – gritó - ¡Vamos! ¡juradlo ante Dios!

- ¡Lo juroooo! – farfulló Alfonso.

- ¡Decid “ante Dios”! – gritó el Cid, fuera de sí, mientras apretaba su mano contra las escrituras - ¡tenéis que decir “ante Dios”!

- ¡Ante Dioooos!

Rodrigo soltó el brazo de su Rey, esperó unos segundos, retrocedió unos pasos y, una vez calmado, se arrodilló ante Alfonso, y le cogió el brial con su mano derecha, en señal de sumisión. Alfonso, clavó sus ojos sanguinolentos en su vasallo, se zafó de su brazo y, mientras intentaba recomponer sus vestiduras, le espetó - ¡ante Dios… y amén! – y le escupió…

Quizás ocurriera así o tal vez no pero, a grandes rasgos, este fue el acontecimiento que generó el torrente de odios y desaires que enturbiaron las relaciones entre Alfonso VI, conquistador de Toledo, y Rodrigo Díaz de Vivar, vasallo suyo, caballero principal de las huestes castellanas y espejo de virtudes de la cristiandad medieval. A partir de este momento su trato se tornó insostenible: tres destierros, varios malentendidos, una incomparecencia (batalla de Sagradas, 1086 d.C.), acusaciones de traición… el caso es que jamás se reconciliaron, por más que la película “El Cid” nos haga pensar lo contrario.

El Cid sobrevivió e incluso acrecentó su leyenda como soldado de fortuna, a las órdenes tanto de príncipes cristianos como musulmanes. Sirvió al reyezuelo de Zaragoza, cobró tributo al de Sevilla, hizo prisionero al Conde Barcelona e incluso conquisto Valencia a los almorávides (1089 d.C.) Allí intentó formar un pequeño reino en el que parece que fomentó en cierto modo las artes, la cultura y la convivencia entre religiones. En Valencia murió en el 1099 d.C., a los 56 años de edad. Tres años después Doña Jimena tuvo que huir de la ciudad, ante el empuje almorávide y la negativa de Alfonso a prestarle ayuda a la viuda de su eterno enemigo…

PD: El Cid era muy aficionado a vestir “a la oriental”, lo que aún era inusual en aquel tiempo. Parece ser que por encima de la cota de malla y para protegerse de los rayos del sol que calentaban con rapidez este caparazón metálico, Rodrigo llevaba una prenda de origen musulmán llamada tabardo, una especie de brial con mangas y cuello alto. En la campaña de Valencia, hizo tanto calor que los caballeros que llevaban tabardos gruesos, caían redondos al suelo completamente deshidratados. De ahí que, desde entonces, al que es victima de una insolación en Castilla, se le diga que “le ha dado el tabardillo”.

Hasta mañana...


12 comentarios:

Anónimo dijo...

La verdad que la historia contada desde tu blog es para mi mas apetecible que en mis tiempos de universidad... Volveré...

Desde paris, cada vez mas cerca: http://blogs.ya.com/unespanolenparis/

Anónimo dijo...

Wow, yo desconocía esto. En general no era bueno en historia, pero ahora me intereso más, y sigo viniendo. Saludos!

Anónimo dijo...

Definitivamente...es un blog que desde tu perspectiva, la historia ya de por si apasionante se vuelve adictiva.

Bikiño de madrugada.;)

Anónimo dijo...

Todas las mañanas de invierno cubro mis espaldas con un "tabardo", utilizo con frecuencia la palabra, nunca pense que ya lo utilizaba el Cid.

¡Gracias por la información!

Anónimo dijo...

Magnífica la descripción de lo que pudo pasar aquel día, se puede decir que se mascaba la tensión; el odio y la rabia de Alfonso y la firmeza de Rodrigo.
Tal vez no fuera en esta ocasión el instigador directo de la muerte de su hermano Sancho. Se dice que Bellido Dolfos era el amante de Urraca y cabe la posibilidad de que fuera ella la que ideó el asesinato, sobre todo teniendo en cuenta la unión que tenía con Alfonso y su poco amor hacia su otro hermano Sancho.
Claro que fuera quien fuera el que lo planificó, a Bellido le salió el tiro por la culata pues los zamoranos le cerraron las puertas teniendo que huir perseguido por El Cid y por si fuera poco pasó a la historia como ejemplo de traidor.
Jaja, esto si que son culebrones y no los que pone la tele ahora.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Esta historia me es más conocida que otras que editas, aun así he aprendido cosas que no sabía. Lo de tabardillo me ha hecho sonreir. Aquí se le llama tabardillo a un niño nervioso e hiperactivo, no sé si tendrá algo que ver.

Un abrazo

almena dijo...

"qué noble vasallo fuera
si noble señor tuviera".

La duda estaba ahí... y aunque algunos historiadores, tal como Leodegundia cita, miran para su hermana Urraca como sospechosa por ser supuestamente amante de Bellido Dolfos, otros muchos aluden al deseo de Bellido de ganarse los favores de Doña Urraca, de quien estaba enamorado.
Parece que Doña Urraca le desdeñaba y él trató de hacer méritos a sus ojos...
En cualquier caso, el castigo que Arias Gonzalo, el alcalde de Zamora, impuso a Bellido Dolfos es de poner los pelos de punta: ataron cada una de sus cuatro extremidades a otros tantos caballos salvajes. Le descuartizaron.
Un tapiz en la Diputación de Zamora ilustra este escalofriante momento.
Besos!

Luis Caboblanco dijo...

¡Hola a todos! evidentemente, sois lo mejor del blog. Todos los comentarios son acertadísimos. Introduzco dos datos complementarios que, quizás, no conozcais: 1) El cid, además de sus dos vilipendiadas hijas tuvo un varón, de nombre Diego, que al parecer era la viva imagen de su virtuoso padre. Murió en la batalla de Consuegra, en 1097 d.C. 2)El Cid, como alferez real del reino de Castilla, tenía el derecho de "justa" con su Rey en caso de destierro sin justa causa; este derecho consistía en un combate singular entre ambos afectados... El cid, prefirió no utilizarlo.

Turulato dijo...

¡Maravillósamente escrito y descrito!. Quizás sin el "toque" irónico de otras ocasiones..

Por lo poquísimo que sé de Historia Medieval, parece que hoy se tiende a no dar crédito a la existencia del juramento exigido por Rodrigo de Vivar -como tú ya apuntas-.
Sí la manifestación pública y solemne sobre la legitimidad de Alfonso se hubiese producido como se describe, se le estaba acusando -"a sensu contrario"- de un crimen gravísimo, que un rey altomedieval -o de cualquier época- no perdonaría.

Pero Alfonso sabe que Rodrigo ha apoyado en Oña su derecho y, por contra, nombra a Rodrigo -"a posteriori"- juez, junto a Gonzalo García -Merino de Burgos-, en un pleito de propiedad sobre un centenar de bueyes, que mantienen Sisebuto -abad de Cardeña- con los infanzones del valle de Orbaneja.
Además, le matrimonia con una mujer de su familia, pues Jimena es nieta de Alfonso V de León.

¿No estaría el problema en la animadversión de los nobles leoneses?. Estos habían sido tanto valedores de Alfonso -y seguiría apoyándose en ellos- como enemigos de Rodrigo. Algo tendrían que decir sobre este, pues...:
Pedro Ansúrez, derrotado en Golpejera, había perdido sus condados de Carrión y Zamora -que le van a ser devueltos- y Martín Alfonso había sido derrotado en Llantada. No tenían mucho cariño a Rodrigo, precísamente. Y tampoco Gonzalo Díaz, el alférez de León.
En la posterior incursión en La Rioja participa Rodrigo, pero Ansúrez -junto a García Ordóñez- dirige las tropas castellanas.
Nuevo "equipo de gobierno", que se dice hoy..
Y Rodrigo, que pertenecía a otro "equipo", hace lo que cualquier español ha hecho siempre: Emigrar para "buscarse las habichuelas".
En esta España, navajera y soterrada, no vale la valía sino la fiera lealtad al que manda.
Y, ¡ánimo!, amigo.
Un abrazo.

Luis Caboblanco dijo...

Hola amiguete..

Eres un figura... "por lo poco que sé de Historia Medieval.." ¡esto que has comentado no viene precisamente en todos los libros!...

Yo añado a lo anteriormente escrito que puede que El Cid no fuera precisamente anti-musulmán. Sin embargo Alfonso VI si lo era y, a pesar de que estuvo desterrado en el Toledo moro cuando su hermano Sancho accedió al poder, luego lo tomó a sangre y fuego. Curiosamente, en sus últimos años de reinado cambió de actitud y levantó la mano a otras confesiones diferentes de la fe católica.

Abrazos.

Anónimo dijo...

Cada día aprendo algo nuevo, una nueva anecdota que ah quedado en el pasado, y estas historias de la edad media me gustan tanto pues eh de decir que me llaman mucho la atención.

slaudos

Grial dijo...

Tienes el don de escribir historia de forma amena, lo cual no es fácil ;)
Un placer leerte, un beso :)