La historia de Espartaco es realmente increíble. Nuestro “amigo” se enfrentó a Roma, el Imperio más poderoso de la antigüedad, en la misma Italia, en el salón de su propia casa... Y para hacerlo, comenzó con las manos vacías, pues no poseía, literalmente, ni una camisa con la que cubrirse. Era un esclavo, un prisionero condenado a muerte. Más tarde, reunió una chusma compuesta por toda suerte de aventureros, esclavos huidos, antiguos libertos y criminales de la peor especie, les proveyó de armamento casero y les lanzó a luchar contra las legiones de Roma, seguramente confirmadas ya como la mejor infantería del mundo. Lo normal hubiese sido que ese conglomerado de personas e intenciones hubiese sido masacrado por soldados bien entrenados. Pero eso nunca ocurrió, y Espartaco ganó una batalla tras otra. Más cuidado… no debemos caer en la tentación de contemplar a éste antiguo gladiador tracio como lo que nunca fue, ni revestir su alma de buenas intenciones y sueños de libertad para los suyos, que seguramente nunca tuvo. En esta historia, nada es lo que parece…
La historia comienza en el año 73 a.C. en Capua, donde un tal
Lentulo Batiato (o posiblemente
Lentulo Vatia) regentaba una escuela de gladiadores. Según
Plutarco, que escribió sobre los hechos que nos ocupan casi un siglo más tarde, las condiciones en la escuela de Lentulo eran especialmente duras, y se mantenía a los gladiadores en el más estrecho confinamiento, aunque en defensa del
Lanista, hay que decir que tener a cargo tres docenas de gladiadores no debe acarrear los mismos riesgos que establear un rebaño de ovejas. Entre ellos se encontraba un tracio conocido como
Espartaco. “Spartakos” es un lugar de Tracia, a medio camino entre las actuales Grecia y Bulgaria y, como un esclavo no deja de ser un bien, y los bienes no suelen venir con nombre puesto, es posible que nuestro protagonista recibiera ese nombre de Vatia. Sobre su origen, poco se sabe. Parece que fue primero pastor, y luego auxiliar en alguna unidad militar romana sin rango legionario. Tras abandonar el ejército, Espartaco se convirtió en bandido y pasó los días asaltando a los caminantes que se aventuraban solos por los peligrosos caminos tracios. Capturado y condenado a muerte, a sus captores les pareció una tonta pérdida de dinero no aprovechar sus cualidades físicas y su manejo de la espada y fue vendido a Lentulo: era un combatiente feroz, estaba entrenado en el manejo de las armas y –
ante la Ley – ya estaba muerto.
Puede ser que el trabajo no le gustara, quizá por el sueldo – es un decir – o puede que porque tener contrato indefinido como gladiador era como no tener nada… el caso es que escapó y después de asaltar la cocina de una taberna con aquellos que quisieron seguirle, seguramente para proveerse de cuchillos, la suerte hizo que encontraran en su camino un carromato con armas y protecciones para gladiadores, quizás los mismos con los que se suponía iban a morir en el espectáculo de Capua. Tras equiparse a conciencia, el pequeño grupo subió al Vesubio e instaló su campamento en medio del cráter. Aún sin Internet ni SMS, la noticia se propagó como un reguero de pólvora y pronto, el pequeño grupo comenzó a recibir un goteo incesante de esclavos huidos, la mayoría de ellos tracios y galos. Pronto se convirtieron en una molestia tan importante, que el Senado de Roma mandó a un tal Apio Pulcer al mando de tres mil hombres para limpiar el Vesubio de esa plaga. Atrapado cerca del cráter, Espartaco demostró a las primeras de cambio su habilidad táctica, producto sin duda de sus años de servicio en el ejército romano. Aprovechando que una de las laderas no estaba vigilada por considerarla los romanos inaccesible, los hombres del tracio tejieron una especie de cuerdas a base enredaderas, descolgaron sus armas, luego se descolgaron ellos mismos, y se fueron a la carrera, deslizándose a través del cordón romano y esperando pacientemente a que anocheciera… para pasar a cuchillo a sus sitiadores y equiparse con lo mejor del armamento legionario… a la salud de Pulcer al que, al parecer, no dieron tiempo ni a despertarse.
El éxito era un arma de doble filo. Al demostrar que podía sobrevivir y prosperar, atrajo a mas seguidores pero, cuantos más fuesen estos, más salvajes deberían ser sus saqueos para alimentarlos, y más violenta sería la respuesta de Roma. De todas formas, lo que más ayudó a Espartaco en su política de reclutamiento fue el egoísmo y la brutalidad de la élite romana. Desde las guerras con Aníbal, el campo italiano sufrió un terrible descenso demográfico debido a los enfrentamientos armados y a las obligaciones con el ejército – aún no era profesional – de los pequeños agricultores y propietarios. Por eso, al caer estos en combate o convertirse en tullidos, los grandes latifundistas compraban sus predios por cuatro duros y ponían a trabajar en ellos a todos tipo de animales: caballos, bueyes… y esclavos. Esas misma villas y granjas maravillosas son las que Espartaco se dedicó a saquear durante meses, y esos mismos esclavos la infantería que engrosaba sus ejércitos. Se saquearon ciudades importantes, antiguos dueños eran asesinados a discreción, se incendiaban puertos y cosechas, y los sucesivos ejércitos que Roma mandaba contra ellos eran caneados, también sucesivamente, sin demasiadas dificultades.
En el 72 a.C. los romanos le tomaron en serio, y recurrieron a Craso, el hombre más rico de Roma y un gran general, para intentar detenerlo. El porqué de la elección de Craso es fácil de comprender: con la mayoría de ejércitos romanos en Hispania o Grecia y sin dinero en la caja por el lamentable estado del campo y la industria en la mitad sur de Italia, Roma no tenía soldados ni dinero con el que pagarlos. Craso era el único que podía levantar varias legiones de la nada. Y no cabe duda que Craso era un patriota, al menos a su estilo. Varios rechazaron antes el puesto, debido a la escasa gloria que podía ofrecer vencer a un ejército de esclavos, mientras que la desgracia para la familia en caso de ser derrotado por ellos era inmensa.
Mientras tanto Espartaco, algo alarmado ante las dimensiones que había cobrado su “armada” y puede que también preocupado por los diferentes intereses que se defendían entre los suyos, negociaba con piratas cilicios el traslado de sus huestes a Sicilia, para que desde allí cada cual pudiese buscar su propio destino. Una vez entregado el dinero, ni hubo barcos, ni piratas ni nada de nada; Espartaco fue víctima de la primera estafa masiva de la época… con casi 100.000 afectados… justo el tamaño de su ejército en esos momentos. Condenado a dar media vuelta y ya sin dinero, un par de encuentros victoriosos frente a las tropas romanas, más que animarle, le convencieron de que su suerte estaba echada, y despachó mensajeros a Craso para intentar un acuerdo. Éste, percibiendo al instante la debilidad por la que pasaba su enemigo, se lanzó a la batalla. El encuentro fue extraordinariamente feroz, como cabría esperar de la desesperación de unos y otros. Espartaco debía contar aún con unos 80.000 hombres pero la disciplina de las legiones resultó decisiva. En un último esfuerzo por cambiar el sentido de la marea, Espartaco se lanzó en persona hacia Craso:
Y así dirigiéndose hacia el propio Craso por entre las armas y los heridos, acabó su ejército por perderlo de vista, matando si embargo a dos centuriones que le atacaron a la vez. Al final, cuando todos los hombres que se apiñaban a su alrededor ya había caído, él encontró su final.
Craso crucificó a seis mil prisioneros a intervalos regulares a lo largo de la
Vía Apia, desde Roma hasta Capua. Sus cuerpos permanecieron allí siete años. Los romanos jamás encontraron el cuerpo de Espartaco. Al hombre que se enfrentó a un Imperio, que inspiró un ballet, varios libros y películas y hasta una
tendencia política le hubiera divertido especialmente su actual papel de icono gay masculino. Pero las pruebas no apoyan a aquellos que ven en el una especie de
Che Guevara de los Apeninos. Nunca combatió la esclavitud como tal. Espartaco fue atrevido, un general especialmente notable y un líder carismático, pero las fuentes históricas no nos dicen, y no deberíamos suponerlo, que Espartaco fuese un buen hombre, como quiere hacernos ver la impresionante película de
Kubrick, aunque bien es cierto que la frase de
Michael Douglas a
Jean Simmons es lapidaria...
"Vivir con miedo... eso es lo que significa ser esclavo"