Los días 3 y 4 de septiembre de 1936 se sucedieron los descalabros para el gobierno republicano: Fracasaba la expedición contra Baleares, los navarros de Mola tomaban Irún y sobre todo, caía Talavera de la Reina. En este ambiente lúgubre, el gobierno de Giral dimitía en pleno y cedía el testigo – o el marrón, según se mire – a otro de concentración, de carácter mucho más revolucionario, presidido por Largo Caballero. Éste, sabía que el problema principal de la República se reducía, en aquel momento, a sacar partido de su aplastante superioridad material, mediante una mejor coordinación en el mando y sobre todo, a través de la sustitución de los milicianos – llenos de anhelos y buenas intenciones pero de poco valor frente a los marroquíes de Franco – por algo “parecido” a un ejército regular. La baza principal para conseguir esto último reposaba en los sótanos del Banco de España, entidad privada al cargo del 4º depósito de oro más grande del mundo, acumulado gracias al comercio derivado de la neutralidad española durante la primera Guerra Mundial y no, como se ha creído siempre, traído de América en tiempos antiguos.
A la pregunta de ¿cuánto? es imposible responder con absoluta seguridad, porque los “herederos” de los que lo sacaron dicen que fue muy poquito, y los “descendientes” de los que no lo pudieron sacar para ellos, defienden que fue cuatro veces la fortuna de la Reina de Inglaterra, pero desde el anonimato de un blog, se puede concluir que no fueron menos de unas 600 toneladas de oro, de excelente pureza, y que hoy su valor ascendería a más de 9.000 millones de dólares americanos… una minucia.
El caso es que el Gobierno de Largo Caballero, viendo que las columnas de Varela se acercaban más y más a Madrid, re reunió con carácter urgencia y, mediante Decreto, resolvió trasladar las reservas de oro a un lugar más seguro. Para salvar las apariencias, a los cuatro consejeros del Banco de España con los que se pudo contactar – los otros ocho ya habían huido, supongo que con el oro que hubieran podido – se les obligó a estar presentes durante el inventariado, se les prohibió dimitir y se les conminó a firmar el acta de traslado “como observadores”. Lo cierto es que su opinión apenas contaba para nada ya… Una vez resuelto el traslado, todos abandonaron sus funciones, salvo uno, que informó a los rebeldes. El clavero más antiguo del Banco de España, más afectado que cualquiera de sus jefes – esto es verídico… - se suicidó.
Del 14 al 16 el oro fue escondido en varias grutas excavadas en los alrededores de la ciudad murciana de Cartagena, base naval principal de los populistas, alejada de los frentes e inexpugnable por mar. El 25, casi todo el oro era embarcado con rumbo a Odessa ¿Por qué? Pues porque en aquellos momentos ya estaba en marcha la Operación X, por la que la URSS se convertía en aliado principal de la República – en parte, gracias a que las democracias europeas la habían dejado más sola que a Gary Cooper – y, por ende, principal suministrador de armas y pertrechos. Uno de los términos más importantes del citado acuerdo era el pago de dichos materiales, y para garantizarlo, nada mejor que el oro del Banco de España, oro del que se irían descontando las cantidades suficientes para compensar los envíos con destino a los republicanos.
El problema, o uno de ellos, es que la URSS nos la lió. A fin de cuentas, la República se tuvo que agarrar a lo que pudo, y esto fue un régimen político opaco, no democrático, a más de 4.500 kilómetros de distancia y ajeno a todas las convenciones y tratados internacionales, en especial, a los de contenido económico. Sin embargo, la confianza de los jefes populistas fue tan grande, que ni siquiera tuvieron los soviéticos que firmar un mísero recibo de entrega. A los cuatro claveros enviados desde España para dar fe del pesaje y conteo del material precioso, se les impidió hacer su trabajo y permanecieron invitados – de hecho secuestrados – durante buena parte del tiempo que duró la contienda y, ahí, en el pesaje, fue donde Stalin nos la volvió a meter doblada... Del envío formaban parte una multitud de monedas antiguas, como soberanos, reales, escudos, maravedíes, muchas de ellas rarísimas, cuyo valor intrínseco era mucho mayor que el asociado a su peso. Aparte, también fueron entregadas cientos de obras de arte en oro y plata como cuberterías, vajillas, joyas e incluso un par de cetros cuyo valor era, posiblemente, incalculable. La URSS alegó que solo aceptaría créditos ligados al peso del mineral precioso y que su pesaje y fundición era urgente, por lo que se limitó a “apartar” dichas obras para su posterior clasificación… y tan bien debieron de ser clasificadas que nunca se volvió a saber de ellas, y tampoco formaron parte del montante final del envío… ¡Que listillos los ruskies!
Gracias al “oro de Moscú”, la República pudo estabilizar una situación militar que amenazaba ruina en pocos meses, y su ejército fue recibiendo material de mayor o menor calidad, pero imprescindible para equilibrar los envíos de armas que los franquistas obtenían vía Alemania o Italia.
Otro día contaremos, si os parece, cómo pagó Franco las cervezas a los alemanes de la "Legion Condor".
... Tampoco le salió barato.