sábado, 30 de diciembre de 2006

Vuelta a la normalidad

Lo que ha ocurrido esta mañana es difícil de entender, muy difícil; sin embargo, era bastante fácil de prever y aún más de explicar. Dejando aparte la catadura moral de unos y otros, la enorme distancia que separa a unos de estos gudaris de la concepción de un ser humano en sentido estricto y alguna otra cosa que prefiero callarme, lo cierto es que se ha demostrado que en este llamado “proceso de paz” – increíble estupidez por cierto, ya que este país no esta en guerra con nadie… - unos van por delante de otros, marcan los ritmos y manejan la situación a su antojo. Y otros les dejan.

No se que me incomoda más, sí tener que compartir mi ecosistema con semejantes alimañas o que los políticos que me representan no hagan más que mostrarse manifiestamente incompetentes para otra cosa que no sea hacer una campaña electoral durante dos semanas cada cuatro años. Espero que hoy den explicaciones los que tienen que darlas; todos deberían hacerlo aunque a unos les corre más prisa que a otros...

aunque me temo que no me van a saber a nada...

y no debemos olvidar que la culpa de que una bomba estalle la tiene el que la pone.

Estoy bastante harto.

lunes, 25 de diciembre de 2006

Septimio Severo (193/197 - 211 d.C.)

Nuestro protagonista...

El 31 de diciembre del 192 d.C. moría Cómodo, aquel funesto emperador romano que tan poco se parecía a su padre. Los senadores, henchidos de orgullo, actuaron como si ellos hubieran sido los auténticos responsables de la muerte del tirano y eligieron como sucesor a un colega suyo llamado Pertinax. Éste, que se “olía” el percal que se le venía encima, aceptó a regañadientes y se apresuró a enmedar la parcela del gobierno que más había sufrido a causa de las Guerras Marcomanas y de la nula disposición de Cómodo para nada que no fuera matar un tigre antes del desayuno… la economía. Lamentablemente, para poner en orden las finanzas tuvo que recortar gastos, y para recortar gastos tuvo que despedir a muchos aprovechados, entre ellos los pretorianos. Éstos no acabaron de entender muy bien la bondad de aquella medida, se cabrearon tontamente y se aseguraron de que a Pertinax le encontraran muerto una buena mañana para, acto seguido, anunciar, en una medida de gran calado político, que el trono de Roma se encontraba a disposición de la oferta más alta.

En estas, un millonario banquero llamado Didio Juliano, que estaba tranquilamente en su casa jugando a la Playstation, se enteró de aquella convocatoria y se apresuró a descartarla ya que vivía bien, tranquilo y sin apenas preocupaciones pero ¡Ay!... su mujer también se enteró y, decidida a abandonar de una vez por todas el anonimato social, poco menos que obligó a su marido a convertirla en primera dama, costara lo que costara. Costó exactamente 3 millones de sextercios por barba… por barba de pretoriano, se entiende y Didio asumió la púrpura, aún cuando no sabía exactamente que hacer una vez en el cargo.

El Senado, al que apenas le quedaba ya una pizca de hombría, debió de parecerle excesivo todo aquello o quizás consideró ultrajante que a ellos, de entre tantos millones, no les hubiera caído ni la pedrea... pero lo cierto es que se enviaron secretamente requerimientos de ayuda a los generales destacados en las provincias y uno de ellos, Septimio Severo, vino, vio y, prometiendo el doble de lo que hubiera ofrecido Didio, venció. El banquero fue encontrado en las letrinas imperiales, llorando, y fue decapitado en el acto y en cuanto a su mujer, lógicamente quedo viuda, pero conservó la vida y una generosa pensión como ex emperatriz, lo que la convirtió en la reina del "tomate" de la Roma de la época… cría cuervos…

Con Septimio, subía por primera vez al trono de Roma un africano. Roma no lo había elegido; es más, tomó abiertamente partido por otro general, Albino, pero tan pronto como el nuevo rey del mundo llamó a las puertas de la ciudad, y a pesar de que buena parte de la población de la urbe se apresuraba a abandonar sus casas temiendo la violenta reacción del nuevo soberano, los peores temores se revelaron infundados. Septimio, a pesar de su mano de hierro y su firmeza de pensamiento y obra – y ciertamente hacía falta alguien así para enderezar el rumbo... – mostró un cierto sentido común y una buena dosis de mano izquierda, lo que sin duda ayudó a que los habitantes de la ciudad no tuvieran que volver a baldear cubos de sangre. Septimio procedía de una familia acomodada, hablaba latín y había estudiado Derecho en Roma. Es cierto que no tenía la magnificencia de un Trajano, las cualidades morales de un Marco Aurelio o la complejidad de un Adriano, pero atesoraba algunas buenas virtudes que, unidas a una exacta percepción de la realidad, le permitieron identificar los males del enfermo y lanzarse a degüello contra ellos. Roma se lo agradeció mostrándole un masivo apoyo, por más que aquello fuese una dictadura en toda regla.

¡Cómo estarían de hartos!...

Septimio gobernó diecisiete años, la mayoría de ellos metido en la trinchera. Como andaba justo de soldados, introdujo algunas medidas para hacer mas llevadera la vida militar y, sin saberlo, creó un peligroso precentede: el servicio militar obligatorio para todos, excepto para los itálicos, a los que les estaba vedado. Era el reconocimiento facto de la decadencia guerrera de la península itálica y la asunción de que ésta ya no tenía remedio. A partir de entonces, Roma quedó, en su mayoría, en manos de tropas extranjeras. Bien es cierto que Septimio se lo curró, que los mandos siguieron siendo itálicos y que se ocupó de mantener a las tropas ocupadas en guerras que aseguraron provincias y fronteras… pero la brecha entre la sociedad civil y militar, que ya andaba ahondandose en las últimas decadas, se hizo insalvable. En una de estas acciones, contra los recalcitrantes caledonios, Septimio encontró la muerte en el 211 d.C.

A Septimio, que se le había “llenado la boca” criticando la elección de Cómodo por su padre Marco Aurelio, se le olvidaron de pronto las buenas intenciones y, a falta de uno, designó sucesores a sus dos hijos, Caracala y Geta, dos auténticas “fieras” para el descanso. A uno de sus lugartenientes, que le fue a visitar al que sería su lecho de muerte le confesó… He sido todo lo que he querido y, la verdad, no ha merecido la pena y a sus herederos les recomendó: Llenad los bolsillos de los soldados y reíros de todo lo demás.

La recomendación se reveló innecesaria muy pronto; Caracala y Geta se burlaron tanto de todo, que, incluyendo también a su propio padre, ordenaron a su médico “rematarle”.

Un abrazo.

lunes, 11 de diciembre de 2006

Lepanto, 7 de Octubre de 1571

"Lepanto" de Veronese

El 7 de octubre de 1571, la flota aliada de la Liga Santa destruía a una fuerte Armada otomana cerca de Naupactus, en Grecia. A los contemporáneos les falto poco para celebrar la victoria del cristianismo unido como si de la final de un Campeonato del Mundo se tratara, afirmar el declive de las hordas infieles y proclamar el definitivo auge de occidente como potencia única y dominante del mediterráneo peeeeeeero lo cierto es que servir, lo que se dice servir…. Lepanto sirvió para bastante poco.

En la segunda mitad del siglo XVI, el Imperio Otomano era una gran potencia que controlaba los Balcanes, Oriente Medio, el Mar Negro, la mayoría del mediterráneo oriental y no llegaba hasta Fuenlabrada de puro milagro. La “cabeza de turco” pensante por aquel entonces era un tal Sokullu Mehmet Pasha, gran visir y persona extramadamente lúcida para cualquier tipo de asunto, en especial para los económicos. El ideario político de este hombre se fundamentaba en contrarestar el imperialismo comercial portugues en el Mar Rojo y el océano Índico, y acabar de una vez por todas con el dominio veneciano de la Isla de Chipre, auténtico bastión cristiano en el mediterraneo oriental y refugio de los corsarios cristianos que subsistían a base de castigar las rutas comerciales otomanas entre Estambul y los florecientes puertos Egipcios.

En 1570, los otomanos movilizaron un mínimo de 60.000 hombres y 380 embarcaciones para acabar definitivamente con el dominio “occidental” de la isla y a pesar de sus tremendas fortificaciones, Nicosia, su capital, caía el 9 de septiembre. La ferocidad del saqueo a que fue sometida convenció al resto de fortalezas venecianas en la isla de que aguantar “pa´ná” es tonteria y poco a poco fueron rindiéndose, más o menos honrosamente, hasta llegar a la guarnición portuaria de Famagusta. Después de los trámites administrativos normales después de un asedio – ofrecimiento de generosas condiciones de rendición que inmediatamente caen en saco roto, robos y violaciones a tutiplén y posterior decapitación de las oficiales venecianos en medio del alborozo general – los asaltantes se entretuvieron en despellejar vivo al gobernador Bragadino, llenenar su cuerpo con paja y pasearlo por toda la Anatolia como quien pasea una colección iterante de impresionistas.

En estas que Felipe II, como casi no tenía nada que hacer entre los cientos de problemas diarios que le procuraba su extraordinario imperio, decidió que ya estaba bien de aguantar desplantes del infiel y se juntó, de mejor o peor gana, con todo aquel que tenía alguna cuenta pendiente con los antecesores de los modernos turcos. De inmediato respondieron el Papadoque por aquel entonces se apuntaba a un bombardeoGénova, Venecia, Toscaza, Saboya, Urbino, Parma y los Caballeros de Malta. El avezado lector habrá notado, sin duda, que falta la segunda nación más importante - la primera según ellos... - de la cristiandad: Francia. El caso es que, como en la actualidad, los "fransuás" unicamente se movían si podían hacer la puñeta a su vecino español y no sólo no arrimaron ni un chavo sino que concertaron diversos tratados con el turco por si podían sacar tajada de todo aquello...

El objetivo de la Liga era librar una guerra perpetua contra los musulmanes y los otomanos en el norte de África y en todo el mediterráneo, además de recuperar Tierra Santa y Chipre pero las frágiles relaciones diplomáticas entre los países signatarios del acuerdo, además del no muy proporcional reparto de cargas de la expedición – como siempre, palmábamos pasta nosotros – hicieron que lo que debía de ser permanente se tornara temporal y que de no ser por las barbaridades que los supervivientes contaban acerca del saqueo de Famagusta y la no muy digna exhibición de los restos de Bragadino, la alianza estuviera condenada al fracaso. La flota, comandada por Don Juan de Austria salió de Messina a principios de septiembre y llegó a Corfú el 26 de ese mismo mes. En este punto las divergencias entre los cristianos eran ya, en cierto modo, insalvables: las peleas entre tripulantes de diversas nacionalidades estaban al orden día, el liderazgo de Don Juan era continuamente cuestionado por Doria y se cuenta que incluso los Almirantes llegaron en algún momento a las manos. Afortunadamente, en el banco otomano también pintaban bastos; El comandante en jefe y el Gobernador de Argel clamaban por adoptar una posición defensiva en el Golfo de Lepanto y obligar a los cristianos a luchar en tierra donde ellos – creían – tendrían superioridad. Además, las naves otomanas estaban peor mantenidas y calafateadas y se temía el papel que podían jugar los galeotes cristianos en los eventuales abordajes. Finalmente, se impuso la opinión del Almirante de la flota, un tal Alí Pasha, excepcional militar pero marinero solo a tiempo parcial. Lo pagarían bien caro...

Las flotas enemigas se encontraron el 7 de octubre en el golfo de Patras. Intentar hacer una aproximación de las naves y hombres enfrentados supone, más que nunca, un ejercicio de clarividencia debido a la poca información que tenemos y al alto número de deserciones que debió de producirse en ambos bandos pero, en terminos generales, las armadas debían estar igualadas con una cierta ventaja para los cristianos en piezas de artillería. En enfrentamiento fue naval, solo en cuanto al nombre: una embarcación localizaba a otra, la embestía, se cruzaban el fuego de falconetes, mosquetes y arcabuces y se abordaban al más puro estilo Erroll Flinn. Desde el principio, el ala izquierda cristiana estuvo a punto de caer debido a la mejor maniobrabilidad de las naves turcas en los bajíos y a una herida mortal que recibió su almirante, Agustino Barbarigo, pero la pronta intervención de Don Alvaro de Bazán al mando de las naves de reserva igualó la balanza... Una balanza que la captura de "La Sultana" - la nave insignia otomana - a manos de "La Real" - la galera de Don Juan de Austria - acabó por inclinar al lado cristiano. Sin su referente espiritual, el centro otomano se vino abajo y casi todos los hombres de sus tripulaciones fueron asesinados sin piedad.

Entoncés ¿fue Lepanto una gran victoria? En cierto modo sí. Hasta ese día, Europa entera veía en el Imperio Otomano una amenaza terrorífica e insuperable. Es cierto que nunca se recuperó Chipre y que la Alianza se desintegró bien pronto, en 1573, cuando Venecia firmó un tratado comercial con Estambul y los pocos recursos españoles tuvieron que ser destinados de nuevo a Flandes. Tambien es cierto que en 1574 los otomanos recuperaron Túnez y canearon a la guarnición española de la Goleta. Pero gracias a Lepanto, Estambul tardó décadas en volver a reponer sus tripulaciones, en especial los experimentados arcabuceros y arqueros navales, imposibilitando así ulteriores conquistas y salvaguardando la estratégica isla de Creta.

España sacó bien poco... poco más que el fanal que adornaba "la Sultana", que hoy puede contemplarse en el Museo Naval de Madrid. Si me apuráis, incluso estuvimos a punto de perder a mejor novelista español de siempre, D. Miguel de Cervantes, que servía como infante en la galera "La loba". Menos mal que solo fue un brazo...

Un abrazo.