Aníbal no permitía que sus soldados entraran en combate sin haber desayunado. Normal… Si ahora los médicos nos bombardean acerca de la importancia de llegar a la oficina con el estomago lleno de corn flakes… ¡imaginad en aquellos días, en los que en vez de aporrear las teclas de un ordenador se intentaba hacer lo mismo con la cabeza de un semejante! El cartaginés tenía, además, otros problemas aparte de la elaboración de un desayuno equilibrado; Las bajas ocasionadas por el penoso tránsito a través de los Alpes unidas a las producidas en la escaramuza del río Trebia, redujeron hasta casi la mitad el número de sus hombres. La mayor parte de la infantería y parte de la caballería seguían estando mal equipadas y en cuanto a los tropas galas que se habían unido a su ejército por el camino, considerarlas como una fuerza de combate sería igual que aceptar pulpo como animal de compañía. Para acabar de empeorar las cosas, todos sus elefantes menos uno habían muerto y el propio Aníbal había perdido un ojo, victima de una infección mientras atravesaba los pantanos del Arno.
Pero, en ocasiones, por muy mal que te encuentres, es probable que tu adversario esté aún peor que tú… y éste era el caso de los romanos. Si para los hijos de la loba ya constituyó una enorme sorpresa la visión de Aníbal, sano y salvo, al otro lado de los Alpes, la derrota de Trebia les convenció, de forma definitiva, de que el cartaginés no se encontraba en la península itálica “de puente”. Aunque no se animaron aún a designar un Dictator, asignaron seis legiones a la defensa de Italia, las repartieron entre los cónsules Flaminio y Gemino y encargaron a éste la de defensa de Roma y a aquel la difícil empresa de localizar a Aníbal y destruirlo.
Flaminio no era mal soldado; era valiente, decidido y leal, todas virtudes estupendísimas pero como estratega, era lo que un carpintero a un ebanista. Una vez localizó a Aníbal se dirigió hacia él sin mandar por delante un mísero explorador que viera como andaba aquello… cosa que su adversario si hizo, por supuesto. Una vez enterado de que Flaminio venía hacia él en actitud más bien playera, Aníbal mostró su verdadera habilidad… su astucia: eligió un punto a su conveniencia, casi un desfiladero, entre el lago Trasimeno y las montañas que se alzan casi en su ribera; dispuso sus tropas a cubierto entre la abundante vegetación de la zona, las ordenó descansar y envió a unas docenas de jinetes unas millas más al norte para encender hogueras y convencer así a los romanos de que sus tropas estaban mucho más alejadas. A la mañana siguiente, con todo su ejército emboscado, dispuesto y desayunado, simplemente esperó, es posible que con una sonrisa de oreja a oreja.
La persistente niebla de aquella mañana, 22 de junio del 217 a.C., no hizo sino empeorar las cosas para los romanos; sin avanzadilla, sin exploradores, y sin haber desayunado (al parecer, esto es verídico…) entraron en la ribera del lago como el que entra en el baño, a oscuras, a las tres de la mañana. Cuando el último legionario hubo caido en la trampa, se escuchó un tremendo aullido e, inmediatamente, miles de cartagineses, hispanos y galos se lanzaron al ataque, ladera abajo, mientras que centenares de jinetes taponaban la salida para cortar la posible retirada enemiga.
Los romanos, confundidos y formando aún en orden de marcha y no de batalla, fueron divididos en varios grupos, el mayor de los cuales fue atacado por lo más granado de la caballería púnica (y eso ya es mucho decir…) y empujado al interior del lago, que aquella mañana tenía las aguas inusualmente frías. Los legionarios que a duras penas pudieron evitar que el peso de sus armaduras les arrastrara al fondo, o bien fueron rodeados en el centro de la batalla y exterminados, o bien consiguieron abrirse paso a espadazos a través de los hostigadores, si es que la casualidad les colocó en la vanguardia de la columna romana. En total, quince mil muertos o desaparecidos incluyendo al propio cónsul, diez mil prisioneros y una enorme cantidad de armas y pertrechos capturados que Aníbal utilizó para re - equipar a su propio ejército, a precio de saldo. Para rematar la faena, el otro cónsul, Gemino, asumió que debía participar del “éxito” de su compañero y despachó toda su caballería con intención de ayudar a Flaminio en su empeño. Los jinetes se encontraron con la caballería mauritana de Maharbal y corrieron idéntico destino que sus compañeros de armas.
Trasimeno causó un tremendo impacto en el Senado y la opinión pública romana y, a la razón, desencadenó la elección de Quinto Fabio Máximo como Dictador plenipotenciario. La victoria fue tan contundente que Aníbal pudo pasar varios días sacando cadáveres del lago, tranquilamente, y despojando a éstos de sus lóricas, que en aquellos días estaban más solicitadas que un puesto de funcionario… Tantas y tantas pudo recuperar que, al parecer, en la batalla de Cannas, un año más tarde, era imposible diferenciar a unos de otros…
… aunque seguro que unos habían desayunado.
Un abrazo.