Cuando los norteamericanos parieron su primer submarino nuclear, el Nautilus, a los rusos les entró, de forma irremediable y con carácter de urgencia, una descomposición espectacular. En aquel entonces los sumergibles funcionaban a base de una dualidad de motores diesel y eléctricos lo que ocasionaba, en resumidas cuentas, que cada tres por cuatro tuvieran que emerger para poner en marcha sus motores, recargar sus baterias y reabastecer así su sistema vital. El problema es que, teniendo en cuenta que la principal virtud de estas máquinas es la furtividad, el que un submarino deje de ir sumergido – valga la rebundancia – es como si un francotirador fuera por la selva congoleña vestido de lagarterana. Los rusos – o soviéticos, que uno ya no sabe... – aceptaron el reto porque en aquel mundo bipolar y en cierto modo más seguro que ahora, moverse equivalía a no salir en la foto y cuatro años más tarde, en 1958, pusieron la quilla de la primera de sus contrapartidas. Esos primeros sumergibles soviéticos eran, si los medimos por baremos occidentales, de auténtico chiste: portaban únicamente tres misiles, enormes eso sí, y la tarea de acomodarlos en el casco resultó como meter a un hipopótamo en un seiscientos; además, tenían muy poco alcance por lo que las naves portadoras tenían que colocarse extremadamente cerca de su objetivo – Estados Unidos – para poder lanzarlos, tarea no exenta de riesgos y que requería... ¡Diecisiete minutos con el submarino en superficie!. Los norteamericanos, aunque contemplaron de forma algo displicente su última amenaza, se tomaron el aviso muy en serio y catalogaron a estas naves con el sobrenombre de clase “Hotel”... sin saber que uno de ellos se iba a convertir en el submarino más famoso de la historia.
El K – 19 fue el quinto submarino de la serie, y llevaba ciertas modificaciones que debían de haber hecho de él, el más complejo y potente de la flota del norte. Sin embargo, sufrió tal suerte de problemas, avatares y extraños sucesos durante su construcción, que asignarle el calificativo de “gafe” puede calificarse de extremadamente benigno. Mientras la nave estaba aún completándose en los astilleros, una serie de pruebas efectuadas en su reactor nuclear causaron que dos tripulaciones completas mostraran signos de contaminación radioactiva. A la tercera, por supuesto, hubo que traerla primero engañada, y más tarde, prácticamente a punta de pistola. El 4 de Julio de 1961, ya con el K – 19 en mar abierto – a causa de la insistencia de los almirantes rusos en efectuar maniobras de combate “reales”... almirantes que, que duda cabe, no iban dentro de semejante trasto – se detectó una nueva fuga en el reactor que contaminó a cinco tripulantes que entraron en los compartimentos contaminados a sabiendas que iban hacia una muerte cierta. El capitán pidió ayuda por radio y el submarino fue remolcado bajo una lona para evitar que los aviones de reconocimiento enemigos pudieran proporcionar a los periódicos de la mañana siguiente la portada del siglo...
Pero, como el hombre es el animal que tropieza con el mismo canto las veces que haga falta, el 4 de febrero de 1972 y, con la mayoría de las imperfecciones y defectos de la nave aún sin solucionar – y ya habían pasado 11 años... – el K – 19 volvió a salir de puerto, esta vez para patrullar las aguas de Terranova. Tres días más tarde, sufrió un incendio, posiblemente a causa de que el cableado de la nave no era adecuado para contener la intensidad de la energía eléctrica que necesitaba el submarino. En un principio los marineros pudieron contenerlo pero, el deficiente equipo de seguridad favoreció que el fuego se extendiera y alcanzara al reactor nuclear. Apagar el incendio costó la vida a 28 tripulantes – de 104... – y más de la mitad fallecieron a los pocos años, víctimas de cáncer.
El K – 19, el “Widowmaker” de la versión cinematográfica, ha dado para infinidad de libros, media docena de documentales, dos películas pero, curiosamente y hasta donde se sabe, no motivó la asunción de responsabilidades por parte de ningún miembro del alto mando de la marina soviética. El capitán, no obstante, si tuvo oportunidad de pasar años añejos purgando penas en algún gulag siberiano, vaya usted a saber porqué...
La Unión Soviética ha perdido infinidad de sumergibles a lo largo de la historia, más, sin duda, que la suma de todos los accidentes sufridos por el resto de usuarios de estos ingenios.
Hasta hace bien poco, las posibilidades de rescatar con vida a los marineros atrapados en uno de estos accidentes, eran nulas.
El mar dará a cada hombre una nueva esperanza - Cristobal Colón
2 comentarios:
Cuando Cristobal Colón dijo esto :"El mar dará a cada hombre una nueva esperanza", no se en que esperanza pensaría, pero me temo que los marinos rusos o soviéticos, sobre todo los de los submarinos esperanza en el mar no podían tener muchas.
Un abrazo
La necesidad de navegar en superficie para recargar baterías y renovar el aire fue solucionada en principio con la instalación del schnorkel, aunque siguiese siendo necesario mantener una cota lo suficientemente próxima a superficie como para que el sistema estuviese fuera del agua.
El problema mayor no fue tanto como transportar los misiles, y eso que era complicadísimo, sino el sistema de disparo en inmersión.
Al comienzo, la única posibilidad fue emerger y lanzar desde unas rampas situadas hacia proa. Pero no solo los rusos; todos.
La solución llegó con un doble sistema: Un propulsor que impulsa el misil desde la cota de inmersión hasta cierta altura sobre la superficie y otro, el propio motor del misil, que empuja desde ese punto hasta el objetivo.
En cuanto a los accidentes.. Cada vez que cae un avión o se hunde un barco, pienso en su construcción y mantenimiento. Y en las presiones recibidas desde Operaciones. Y en el dinero que se ahorraron..
¡Qué contarte que no hayas oído alguna vez!
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