martes, 3 de abril de 2007

Trasimeno, 22 de Junio del 217, a.C.

Perfecta recreación de un legionario de la época...

Aníbal no permitía que sus soldados entraran en combate sin haber desayunado. Normal… Si ahora los médicos nos bombardean acerca de la importancia de llegar a la oficina con el estomago lleno de corn flakes… ¡imaginad en aquellos días, en los que en vez de aporrear las teclas de un ordenador se intentaba hacer lo mismo con la cabeza de un semejante! El cartaginés tenía, además, otros problemas aparte de la elaboración de un desayuno equilibrado; Las bajas ocasionadas por el penoso tránsito a través de los Alpes unidas a las producidas en la escaramuza del río Trebia, redujeron hasta casi la mitad el número de sus hombres. La mayor parte de la infantería y parte de la caballería seguían estando mal equipadas y en cuanto a los tropas galas que se habían unido a su ejército por el camino, considerarlas como una fuerza de combate sería igual que aceptar pulpo como animal de compañía. Para acabar de empeorar las cosas, todos sus elefantes menos uno habían muerto y el propio Aníbal había perdido un ojo, victima de una infección mientras atravesaba los pantanos del Arno.

Pero, en ocasiones, por muy mal que te encuentres, es probable que tu adversario esté aún peor que tú… y éste era el caso de los romanos. Si para los hijos de la loba ya constituyó una enorme sorpresa la visión de Aníbal, sano y salvo, al otro lado de los Alpes, la derrota de Trebia les convenció, de forma definitiva, de que el cartaginés no se encontraba en la península itálica “de puente”. Aunque no se animaron aún a designar un Dictator, asignaron seis legiones a la defensa de Italia, las repartieron entre los cónsules Flaminio y Gemino y encargaron a éste la de defensa de Roma y a aquel la difícil empresa de localizar a Aníbal y destruirlo.

Flaminio no era mal soldado; era valiente, decidido y leal, todas virtudes estupendísimas pero como estratega, era lo que un carpintero a un ebanista. Una vez localizó a Aníbal se dirigió hacia él sin mandar por delante un mísero explorador que viera como andaba aquello… cosa que su adversario si hizo, por supuesto. Una vez enterado de que Flaminio venía hacia él en actitud más bien playera, Aníbal mostró su verdadera habilidad… su astucia: eligió un punto a su conveniencia, casi un desfiladero, entre el lago Trasimeno y las montañas que se alzan casi en su ribera; dispuso sus tropas a cubierto entre la abundante vegetación de la zona, las ordenó descansar y envió a unas docenas de jinetes unas millas más al norte para encender hogueras y convencer así a los romanos de que sus tropas estaban mucho más alejadas. A la mañana siguiente, con todo su ejército emboscado, dispuesto y desayunado, simplemente esperó, es posible que con una sonrisa de oreja a oreja.

La persistente niebla de aquella mañana, 22 de junio del 217 a.C., no hizo sino empeorar las cosas para los romanos; sin avanzadilla, sin exploradores, y sin haber desayunado (al parecer, esto es verídico…) entraron en la ribera del lago como el que entra en el baño, a oscuras, a las tres de la mañana. Cuando el último legionario hubo caido en la trampa, se escuchó un tremendo aullido e, inmediatamente, miles de cartagineses, hispanos y galos se lanzaron al ataque, ladera abajo, mientras que centenares de jinetes taponaban la salida para cortar la posible retirada enemiga.

Los romanos, confundidos y formando aún en orden de marcha y no de batalla, fueron divididos en varios grupos, el mayor de los cuales fue atacado por lo más granado de la caballería púnica (y eso ya es mucho decir…) y empujado al interior del lago, que aquella mañana tenía las aguas inusualmente frías. Los legionarios que a duras penas pudieron evitar que el peso de sus armaduras les arrastrara al fondo, o bien fueron rodeados en el centro de la batalla y exterminados, o bien consiguieron abrirse paso a espadazos a través de los hostigadores, si es que la casualidad les colocó en la vanguardia de la columna romana. En total, quince mil muertos o desaparecidos incluyendo al propio cónsul, diez mil prisioneros y una enorme cantidad de armas y pertrechos capturados que Aníbal utilizó para re - equipar a su propio ejército, a precio de saldo. Para rematar la faena, el otro cónsul, Gemino, asumió que debía participar del “éxito” de su compañero y despachó toda su caballería con intención de ayudar a Flaminio en su empeño. Los jinetes se encontraron con la caballería mauritana de Maharbal y corrieron idéntico destino que sus compañeros de armas.

Trasimeno causó un tremendo impacto en el Senado y la opinión pública romana y, a la razón, desencadenó la elección de Quinto Fabio Máximo como Dictador plenipotenciario. La victoria fue tan contundente que Aníbal pudo pasar varios días sacando cadáveres del lago, tranquilamente, y despojando a éstos de sus lóricas, que en aquellos días estaban más solicitadas que un puesto de funcionario… Tantas y tantas pudo recuperar que, al parecer, en la batalla de Cannas, un año más tarde, era imposible diferenciar a unos de otros…

… aunque seguro que unos habían desayunado.

Un abrazo.

Linces


La capacidad de sorpresa del ser humano, salvo honrosas excepciones, habita ya en las catacumbas de su psique. Hemos vivido un final de siglo tan vertiginoso, hemos ¿avanzado? tanto, estamos tan convencidos de nuestro éxito, que para nosotros todo ha alcanzado ya la categoría de “normal”. Y esa falsa apariencia de normalidad – falsa… falsísima, pues siempre existirán cosas que ni serán buenas ni normales con independencia de cuanto tiempo lleve el ser humano sobre la tierra… - nos ocasiona una curiosa perversión: comoquiera que nosotros mismos necesitamos del permanente estímulo de lo nuevo, de lo desconocido, y como ya no arriban a nuestras costas hermosos navíos cargados de oro y especias, ni vuelven exploradores relatando increíbles historias acerca de míticos animales, lo compensamos con un continuo fluir de novedades, eso si, de usar a tirar…

Digo de usar y tirar porque, además del escaso poso que esas seudo – noticias suelen dejar en nuestra alma, hemos inventado el soporte perfecto para ellas: el periódico gratuito. Me gustaría indicar que no tengo nada, a priori, contra lo regalado; más bien todo lo contrario. Mi crítica no deriva de un ataque de fútil snobismo sino de la convicción de que, si su lectura se convierte en hábito mayoritario, la quema neuronal puede acelerar el ya irreversible cambio climático. Está mañana observaba la variada amalgama de gentes que se acumula diariamente en el 27 y la mayoría de ellos leían con avidez las noticias de cualquiera de esos panfletos, eso sí, preferentemente las de las últimas páginas... las "fáciles". No diré que deba ser obligatorio acudir al puesto de trabajo con uno de los “Episodios Nacionales” de Galdós bajo el brazo o disfrutando con el inmisericorde cortejo que sufre Ana Ozores en “La Regenta” pero… ¡leche… algún termino medio habrá entre Eduardo Punset y “Aquí hay tomate”!

El caso es que en el asiento que se encontraba al lado del mío, una mujer bastante pizpireta que aparentaba una buena pila de años pero que seguramente no los tenía, pasaba las hojas de uno de estos periódicos de forma bastante compulsiva, con el papel a pocos centímetros de su cara y haciendo considerables esfuerzos para que no se le cayeran los tres o cuatro más que aguardaban pacientemente su turno, encima de sus rodillas. Naturalmente, semejantes esfuerzos no solo le resultaban totalmente infructuosos sino que al poco, buena parte de ellos acabaron en las mías. Y gracias a ello me enteré de que los Beckam no encuentran casa en Los Ángeles, de que Mister Universo es español, de que Julián Muñoz está peor de lo suyo… y de que la porrada de millones que nos estamos dejando en el proyecto Lince empiezan a dar sus frutos.

Del animal en cuestión, algo conocía ya... fundamentalmente que no hemos conseguido exterminarlo aún porque no nos ha dado tiempo. Y con el nuevo modelo de humanidad en el que nos movemos, la noticia es que hace poco han nacido un par de ellos (lo que no debería asombrarnos en absoluto) y en cambio no lo es tanto que nos gastemos una pasta gansa en salvar a los pocos que quedan (lo que para mí es noticia noticiosa...) A ello ha contribuido su belleza, su esbeltez y su progresiva rareza, que hacen de él un candidato perfecto para fusilarnos 20 o 30 millones de €, dejar nuestra conciencia limpita y poder seguir dejando nuestro entorno como un erial. Otros animalitos patrios, con igual legitimidad pero menos adorables, dormirán el sueño de los justos en un tarro de formol pero salvar al felino más amenazado del planeta se ha convertido ya en un objetivo político y aquí entran variables más complicadas de medir como el marketing social… ¡que le vamos a hacer!

A los romanos, que eran mucho más parecidos a nosotros de lo que pudiéramos pensar, también les llamó la atención el animalito y eso que, en aquella época, había más linces que perros descalzos… El linx se extendía de forma abrumadora por los bosques de toda Europa y, especialmente, por España, a causa de la enorme cantidad de conejos que moraban por la península. Las legiones consideraban su visión como un buen augurio y como estos avistamientos eran escasísimos, el lince no hacía sino acrecentar su carácter legendario. En este sentido los romanos adoptaron una conocida leyenda griega en la que Linco, Rey de Escitia, se convertía en alumno de un tal Triplotero, héroe griego, semidiós y no sé cuantas cosas más. El tal Linco debía ser un muchachote con mucho tirón en la época porque sus bondades cautivaron a “Triplo” de tal manera, que aceptó enseñar el arte de la agricultura al Rey escita, le concedió un carro tirado por dragones alados y lo mandó a recorrer el mundo para que enseñara a la humanidad el nuevo conocimiento. Pero Linco, que ya veía el tirón que en el futuro iban a tener los cereales en el desayuno, decidió no compartir el negocio con el resto de los mortales e incluso pensó en matar a Triplotero ante lo cual la diosa Deméter no tuvo más remedio que convertirlo en un lince como castigo. Además, como iba sobrada, dibujó en el firmamento la constelación del lince para que, cuando Triptolemo no quisiera seguir sus consejos, mirara el cielo y recordara para siempre su encuentro con el malvado Linco.

Los romanos cambiaron los nombres de los protagonistas y algún actor secundario pero respetaron la esencia: considerar al lince un animal casi sagrado; además, aprovecharon para asociar su figura a la de los gemelos así como dos de las principales virtudes del animal: la buena vista y la intuición. De hecho, hasta bien entrado el siglo II, buena parte de Roma creía ciegamente que la visión del lince podía atravesar las paredes…
"Lo bueno de hacer las cosas a su debido tiempo, es que suele ser mucho más barato" - Louis Pasteur
Un abrazo.