jueves, 18 de octubre de 2007

Ta ta, taaaaaaaaaaaaaa ta, ta ta ta ta...

España no tiene himno.

Valiente perogrullada además, teniendo en cuenta como está el patio, pero verdad como un templo al fin y al cabo; porque lo que suena cuando Nadal se merienda a un adversario sobre la arcilla de Roland Garros o al paso de nuestros equipos de baloncesto, waterpolo, Voleyball o fútbol... sala, no es propiamente un himno sino una marcha militar, concretamente la Marcha granadera o Marcha real. Y así pues no es de extrañar que no seamos capaces de ponerle letra... ¡Si ni siquiera sabemos quien pudo ser su autor!

Es posible que el tachán tachán fuese mérito del rumboso Federico I de Prusia, que, falto de pasta para hacer un regalo de boda en condiciones a su hija María Amalia de Sajonia, decidió regalarle el politono con motivo de su boda con el futuro Carlos III de España en 1738. A Carlos le debió de gustar mucho porque al parecer se la ponía hasta en el despertador y, salvo algunos periodos en los que el “top ten” musical benefició más al Himno de Riego, siempre nos ha adornado los actos oficiales, besamanos y demás fiestas. La versión actual fue modificada en 1997 en dos versiones – no es coña – una corta para los actos con menos relumbrón y otra, más larga, que se suele ejecutar cuando algún miembro de la familia real esta presente.

Contrariamente a lo que puede indicar la que se esta montando – y la que se va a montar – el himno español no es el único que no tiene letra. El británico tampoco la tiene y no creo que a nadie se le escape que en solemnidades, los hijos de la Gran Bretaña van tres o cuatro cuerpos por delante. Pero se ve que, como nuestros deportistas ganan hasta a los chinos y más allá de nuestras fronteras sorprende la cara de sosos que ponen los españoles en el podio cuando les ponen la chapa y se giran hacia la bandera, el Comité Olímpico a convocado un concurso para darle contenido a la dichosa marchita y que los nuestros se rompan los pulmones como el que más. Pero el asunto es bastante más peliagudo de lo que parece...

Si se opta por la versión reivindicativa de lo español, en plan “balones a mí que los arrollo...” podemos dar la impresión de facciosos, caducos, añejos, fachas o caciques e inmediatamente el nuevo contenido de uno de los símbolos básicos del Estado – eso pone en nuestra Constitución – no sera aceptado por, más o menos, la mitad de nosotros. Si, en cambio, elegimos ir por ahí cantando alabanzas al talante, la musiquita será inmediatamente tachada de progre, roja, republicana, melenuda y alguna lindeza más, y la otra mitad de los nuestros no se la pondrá ni en el móvil. Y, por último, si preferimos no dar la de cal ni la de arena y hacemos un “temazo” en plan Manu Tenorio con alabanzas al amor, a la amistad, a la solidaridad, al respeto y, en fín, a todos estos hermosos principios hoy sólo vigentes en el mundo Teletubbie, al final, solo va a servir para perder nueve o diez meses a base de estériles discusiones y disponer de media docena de buenos chistes sobre el asunto.

Y que conste que yo no digo que no haya que hacerlo pero... ¿tiene que ser ahora? A mí, que al contrario que a la mayoria de la gente sí me interesa la política, me parece bien que el himno refleje una serie de valores o principios más o menos comunes que nos acerquen a todos y así, que cuando suene, se le quiten a uno las ganas de bailar la Macarena, pero me da que el momento político no es el más adecuado - con elecciones en el horizonte -, y que el tema va a servir no solo para encontrarnos sino para alejar la discusión de los temas que realmente importan a la ciudadanía, hoy más preocupada por el precio al que se está poniendo el muslo de pollo.

Y además, si no hemos sido capaces de reflejar en nuestros nuevos libros de texto que nuestro país, estado, nación o lo que carajo sea, llevó a cabo la epopeya más grande de la humanidad al otro lado del Atlántico y que sirvió para que hoy tenga en común mucho más con bolivia que con indonesia, esto es, si no nos esforzamos en que nuestra juventud tenga claro porqué somos lo que somos en sus diez o doce años de formación... ¿Por qué corre tanta prisa intentar que la gente lo asimile en minuto y medio?. Yo creo algo habrá que nos una para que hayamos sido capaces de aguantarnos, de diferentes maneras y con sus más y sus menos, un buen montón de siglos y que, si tanto nos interesa encontrarlo, corre más prisa aplicarlo en las conversaciones entre los que nos gobiernan y en la manera en que atajan los problemas y se llega a los acuerdos, que meterlo en un mp3.

Por cierto, hoy no se habla de otra cosa más que de la absurda disquisición de si un catalán debe poner en su buzón Jose Luis o Josep Lluis... Grandes visionarios los directores de los periódicos españoles al dedicarle portadas y editoriales, recabando testimonios de prestigiosos linguistas y con ociosos testulianos de canal en canal...
...y forzando a la gente a posicionarse en una discusión bastante menos importante que alguna otra.

Yo, les recuerdo que esta subiendo el pollo.

Calígula, 37 - 41 d.C.

Una versión más agradable del tipo...

Cuando un personaje genera una cantidad de literatura como la que fue capaz de motivar Calígula, parece que forzosamente alguna de esas historias tiene que ser cierta. En realidad, la mayoría de las atrocidades, anécdotas y chascarrillos que se le atribuyen datan de la época medieval y podrían no serlo pero, al menos, hay que reconocerle a este pobre loco que diera el perfil suficiente para que, tratándose de él, nos entren ganas de creérnoslas.

Y esto es así porque Cayo César Augusto Germánico, "Calígula", estaba como una auténtica cabra. Era el tercer hijo de Agripina, llamada la mayor, y Germánico, un apuesto y molón general queridísimo por los romanos, que estuvo a punto de conquistar la Germaniade ahí su nombre – y que, quizás para ir sentando precedente, se entretuvo en morir envenenado. De niño solía acompañar a su padre en las expediciones militares pero desde el principio se vió que de su progenitor, no había heredado ni el blanco de los ojos; Calígula era alto pero con poco porte, más bien delgado y enclenque pero con una enorme acumulación adiposa en su vientre que le daba un aspecto panzudo y desagradable. Sus ganchudos brazos y una marcada curvatura de sus rodillas hacía adentro, se ocupaban de completar una figura para olvidar. En otras circunstancias la naturaleza se compadece y compensa con otras cualidades, de índole mental y cognoscitivo… y así pareció en un primer momento… pero muy pronto se empezaron a hacer presentes algunos pequeños vicios, como fundirse la paga de la semana en locales de alterne o suplicar por estar presente en todas las ejecuciones que se ponían a tiro.

Los padres, algo azorados por las extrañas aficiones del muchacho, se dijeron aquello de "cariño... este niño no anda bien" pero justo cuando andaban buscando especialista que ofreciera un remedio a sus males, a Tiberio le dio por abandonar el mundo de los vivos, en el 37 d.c. Inmediatamente el Senado anuló su testamento y proclamó Imperator a Calígula, que empezó a mandar en el escenario soñado por cualquiera: con el apoyo del Senado, ejército y pueblo. A favor del loco contó que la gente estaba hasta las meninges de Tiberio así como su juventud y la popularidad de su padre.

El caso es que gobernar, gobernaba… si bien no acertaba a cometer más que barbaridades. Para evitar problemas dinásticos nombró a Tiberio Gemelo - el sobrino de Tiberio -princeps iuventutis y lo adoptó y nombró heredero pero luego mancilló tan buenas intenciones cortando el cuello del pobre desgraciado. Económicamente, tampoco se puede decir que fuera una fiera; el enorme excedente con que Tiberio había dejado las arcas romanas, a Calígula le duró aproximadamente un año, a fuerza de pagar sobornos, incomprensibles dádivas, otras más entendibles – una pasta a los pretorianos para que le dejaran tranquilo – y diversas estupideces para sus mujeres, sus concubinas o incluso para su caballo. Su política diplomática fue igualmente dispersa, llegando a tratar a países e imperios según la apariencia o el aspecto de sus embajadores… y militarmente, se adornó con algunas operaciones de lo más extrambótico, como aquella en que sus soldados acabaron buscando conchas en las playas de normandía u otra en la que, al no encontrar enemigos, se le atribuye la ocurrencia de vestir a la mitad de sus hombres como bárbaros, para enfrentarlos a la otra mitad.

Mientras tanto, los males que le aquejaban – probablemente una epilepsia galopante – se enredaron con algunas disfunciones de personalidad, grandes dosis de sadismo y paranoia y una cada vez peor dependencia de las relaciones sexuales. En este sentido, era partidario del “a pelo y a pluma” de forma que nadie se encontraba a salvo, fuese cortesana, hermana, luchador o senador. Tuvo cuatro esposas y media docena de amantes, más o menos conocidas, de las que tres eran hermanas suyas. Para rematar la fanea, al final de su reinado, intentó que se le proclamara Dios. En circunstancias normales tampoco habría que rasgarse las vestiduras por ello, ya que podría obedecer a una estrategia para reforzar su poder entre los pueblos helenísticos, más acostumbrados a tratar a sus soberanos como a San Pancracio. Pero, ante el lamentable estado en el que se encontraba, el pueblo se lo tomó por la tremenda y el ambiente se puso “calentito”…

En este preciso momento se atisbó que la situación ya había tocado fondo: Los pretorianos empezaron a cizañear, primero a las espaldas del soberano pero más tarde con una “soltura” que rayaba la insubordinación. El 24 de enero del 41, un grupo de guardias del pretorio le rodeo y uno de ellos le seccionó el cuello con un puñal; después vinieron más cortes y estocadas hasta totalizar unas 30 mientras el resto de los agresores coreaba a sus compañeros. La guardia germana de Calígula reaccionó pero ya fue tarde… afortunadamente.

Un saludo a todos.

sábado, 6 de octubre de 2007

Y los cuarenta ladrones

Dos navíos de línea, peleándose por aparcar...
Yo creo, que el hombre pasa la mayor parte de su existencia viviendo situaciones manifiestamente antinaturales; Si uno observa la morfología humana, estar sentado delante de un ordenador es, ergonómicamente, un disparate... No sé para que estará hecho un trasero pero no, desde luego, para aguantar 8 horas con las piernas dobladas. Antinatural podría ser también trabajar, si hacemos caso a Aristóteles y extraño me resulta que se le ponga de ejemplo de sabiduría excepto para eso. Y antinatural nos parece, a veces, la vida en pareja, o al menos la monogamia, ya que son escasos los animales que se emparejan para toda la vida... por más que alguno de nosotros tenga que dar gracias a Dios, cada mañana, porque alguien amanezca al lado de lo que está reflejado en el espejo...

A mí, que nada me parece más antinatural que llegar a fin de mes con 900 euros, me maravillan enormemente los imposibles de carácter técnico; el que a uno le pongan una víscera de otro y no reviente, me parece obra del mismísimo Diablo, y el que a algún otro paisano le perforen las córneas con un láser en una clínica de la Castellana y salga viendo las señales de tráfico del otro extremo de la calzada, me resulta ciertamente de locos. Otros éxitos de la humanidad, como que los aviones lleguen al otro extremo del globo de una pieza o que un barco no se hunda por más millonarios gordos que en él se alojen, me dejan igualmente perplejo pero ¡que le voy a hacer si soy de letras puras!

Hablando en serio, si bien que un barco flote es, en el fondo, mucho más lógico de lo que parece, me parece una proeza dotarle de la estructura adecuada para que navegue, maniobre, vierta su fuego sobre el enemigo y aguante al mismo tiempo sus cañonazos - si es que hablamos de un navío militar - y consiga terminar su carrera envejeciendo en un dique y no en el fondo de alguno de los ¿siete? mares. En esto de la construcción naval, los españoles hemos sido desde siempre unos auténticos artistas; nuestra tradición marinera es tan antigua como nosotros mismos y barcos botados en astilleros españoles conforman las listas de muchas armadas y líneas comerciales del mundo. La lástima es que alcanzamos nuestro cénit creativo en mal momento, cuando en España había aún menos dinero de lo normal... me explico:

Entre 1796 y 1800, los avezados diplomáticos españoles, poseedores del título CEAC de “mano izquierda negociadora”, cayeron en los brazos de la Francia Imperial y, por los tratados de San Ildefonso - curioso nombre... sería porque se veía que nos iban a tocar las bolas -, se comprometieron a ayudar a los fransuas, no sólo económicamente, sino poniendo a disposición gabacha los barcos de nuestra Armada para combatir a la flota inglesa que se entretenía molestando a las posesiones francesas en el Caribe.

Dinero, no había y sobre cómo es posible que una España pobre, pelín acomplejada y bastante más atrasada que el resto de naciones europeas tuviera unos buques decentes, ciertamente... no tengo la menor idea. Seguro que ayudó la proverbial improvisación hispana, una bullente imaginación y nuestra reconocida capacidad de hacer de nuestra capa un sayo. El caso es que maravillas como el Santísima Trinidad, el Rayo, el Príncipe de Asturias o el San Juan Nepomuceno fueron puestos al servicios de los franceses a cambio de casi nada, al servicio de ideales o entuertos que en nada nos favorecían. Y ¡ojo! Cuando hablo de ceder un buque, no penséis que es como si de pronto te llama tu cuñado y te pide las llaves del coche; aunque en el fondo moleste lo mismo, el esfuerzo para poner en el agua uno de esos navíos de línea – que así se llamaban – era sobrecogedor...

El navío se línea más común, vamos, el modelo bajo de la gama, era un monstruo de 74 cañones, pesaba 1.700 toneladas y requería de 2.000 robles para su construcción, árboles que se talaban en su mayoría en los bosques cántabros y asturianos. En España, aún había bosques para aburrir pero países como Inglaterra tenían que importar más de la mitad de la madera que necesitaban a un precio que quitaba el hipo. También se probaron las maderas de abeto o de cedro pero no existía material que igualara al corazón del roble a la hora de resistir el tremendo castigo de una batalla o los embates de una tormenta atlántica. Para poner los palos y vergas, había que volver a rascarse el bolsillo, ya que solían ser necesarios enormes abetos noruegos, mientras que la verga mayor, de 32 metros de alto era coto privado de los grandes árboles de Norteamérica. Por último, si se le quería añadir algún “extra” como una buena quilla de olmo o unas planchas protectoras para el casco, que salvaguardaran la nave de los ataques de moluscos o caracoles marinos, había que volver a hipotecarse.

Bien, pues todo esto, se nos daba francamente de miedo. Los constructores españoles eran reconocidos como los mejores de Europa y periódicamente les sonaba el móvil con sugerentes cantos de sirena, frecuentemente expresados en Libras; como quiera que la movilidad laboral no estaba inventada y, en este caso, cambiarse de trabajo por las buenas podía garantizarle a uno un bonito collar en forma de soga, los hijos de... Inglaterra optaban por métodos más expeditivos como intentar apoderarse de planos de maestros patrios y copiar el buque de arriba abajo, en plan bolso de Louis Buitton. Pero a los perros – nombre con el que los marineros españoles identificaban a sus homólogos británicos – no sólo le fallaba la imaginación, sino también el procedimiento: sus barcos a menudo eran lentos, armaban demasiados cañones y solían ser muy “celosos”... término con el que se denomina a la nave que no absorbe bien el viento y se tumba demasiado.

Entre los peores barcos de la historia anglosajona hay que nombrar a los “cuarenta ladrones”, esto es, cuarenta navíos de línea construidos en astilleros particulares por contratistas corruptos a base de copiar un modelo español, gracias a unos planos robados en Laredo. Bien porque no entendían bien nuestro idioma o porque pusieron los planos boca abajo, el caso es que esas cuarenta naves fueron consideradas desde el principio ataúdes flotantes y hasta se pagaban sobornos con tal de no embarcar en ellas. Cuando nos enteramos en nuestro país – gracias a agentes encubiertos, que de esto también había... – se montó un auténtico despelote y empezaron a circular chistes de todo porte hasta que terminó por adoptarse el mote de “the forty thieves” incluso por los británicos.

Sin embargo, aunque sus barcos eran una pena, su artillería era soberbia, sus suboficiales enormemente profesionales, sus marineros de notable para arriba y, para colmo, pasaban la mayor parte del año en el mar, no como sus compañeros de la piel de toro que, por falta de dineros – y de interés – apenas estaban fuera de dique 45 días al año.

Por esto y por otras cosas una buena generación de españoles tuvo que vivir la “antinatural situación” de ser sucesivamente caneado en San Vicente o Trafalgar, a pesar de tener las llaves del mejor barco; sus mandos, o más bien sus políticos, no cayeron en la cuenta de que detalles entrenar, motivar o pagar a tiempo y lo convenido, son imprescindibles si queremos que alguien consiga hacer algo en condiciones; En estas lamentables circunstancias tan sólo queda espacio para la temeridad o la heroicidad, generalmente dos caras de la misma moneda. En Trafalgar los españoles – y los franceses – lucharon bravamente contra un enemigo cualitativamente superior, hasta el límite de lo humanamente imaginable: En 5 de los 15 navíos españoles, no se pudo “formalizar” la rendición correctamente... porque no quedaba un solo oficial vivo que pudiera hacerlo.

Un saludo.