Si contáramos todas las veces que Inglaterra se ha librado de una invasión gracias a su carácter de insularidad, daría para escribir un libro y, si hiciéramos lo mismo con las ocasiones en las que Rusia no ha aceptado huéspedes poco deseados a causa de las peculiaridades de su climatología, serviría, seguro, para completar un par de volúmenes más. Sin embargo, resumir o generalizar es poco recomendable, sobre todo, si hablamos de las confrontaciones humanas, construidas todas a base de la escala completa de grises, y no precisamente del blanco y el negro. Si, además, son de la partida personajes como
Napoleón Bonaparte o el
Zar Alejandro, condensar acontecimientos empieza a tornarse tarea de locos. En cualquier caso, intentaré transmitiros, lo más fielmente posible lo que ocurrió en el intento francés de escarmentar a Rusia, ya sabéis, ese país en el que el invierno dura unos 11 meses y el resto del año, refresca...
En 1808, en Erfurt, se encontraron Napoleón, a la sazón, dueño y señor de media Europa y Alejandro, Zar de todas las Rusias (pelín cansino el titulito... ) La reunión, a los ojos de algunos acompañantes, en su mayoría embajadores extranjeros, pareció cordial: Cuando un actor francés presente en la cena que cerraría el acontecimiento, pelín "cocido", declamó a voz en grito “la amistad de un gran hombre es un regalo de los Dioses...”, Alejandro, sonriendo, estrechó ostentosamente la mano del ulceroso francés. No obstante, en el fondo todo era una cuidada farsa... pues en cuanto acabó el ágape, el zar aseguró a su madre (también de todas las Rusias... que no de todos los rusos...) que derrotaría a ese engreído personajillo en cuanto estuviese preparado.
En el mismo momento en que "Napo"emprendió la vuelta a casa, las buenas intenciones de ambos empezaron a salpicarse de peligrosos malentendidos: Cientos de agentes rusos trabajaban a conciencia contra los intereses franceses en Alemania y en Italia y por otro lado, Francia encolerizó cuidadosamente a Rusia, con detallitos pelín mafiosos como terribles aranceles a las importaciones, la creación del Gran Ducado de Varsovia, cuyo nacionalismo alejaba a Polonia de la órbita rusa y, sobre todo, a causa de la elección del mariscal francés Bernadotte, furibundo anti ruso, como príncipe heredero de Suecia, un territorio que los inventores de la ensaladilla entendían poco más o menos como su cuarto de baño... Lo cierto es que, en 1812, ambos bandos estaban francamente calentitos.
Alejandro, de cuello alto
Las fuerzas enfrentadas
El ejército ruso había sido remodelado por
Barclay de Tolly, ministro de guerra, persona de tremenda inteligencia y excelente banquero y comerciante, y superaba los 400.000 hombres. Aunque los oficiales estaban todavía mal preparados e instruidos y algunos cuerpos andaban cortos de impedimenta tan básica como calzones y calcetines, empezaban a aparecer algunos generales que tenían una nueva y prometedora manera de entender la guerra como el mismo Barclay o el príncipe
Bagration. El jefe supremo, al menos sobre el papel, era el general
Kutusov, curioso y algo engreido personaje que no gozaba del reconocimiento de sus compañeros de profesión pero extraordinariamente considerado por la mayoría de sus hombres ¿el motivo? sencillo... no acostumbraba a mandar a sus hombres hacía una muerte segura a menos que hubiera un buen motivo para ello. Napoleón, a su vez, estaba formando un ejército aún más impresionante. Contaba con 500.000 hombres de primera clase, bien entrenados, motivados y, lo que es más importante, provistos y alimentados y, seguramente, otros 200.000 ocupados en labores de segunda linea e intendencia. A pesar de la enorme magnitud de esta fuerza, controlarla, en un tiempo sin radio, sin móvil y sin internet, prometía ser una árdua labor y no estaba al alcance de casi nadie. En la primera reunión de estado mayor de "napo", se optó por una maniobra de distracción, en la que parte de los franceses retrocedería simulando una falsa retirada mientras que la mayor parte de la
Grande Armeé flanquearía a las fuerzas rusas en una calculada maniobra para embolsarlas... y pasarlas a cuchillo, naturalmente.
Empieza el lío...
Las fuerzas francesas cruzaron animosamente el río Nimen el 23 de junio de 1812 pero, a su pesar, descubrieron que los rusos no actuaban conforme ellos querían; además de una terrible lluvia, el penoso estado de los caminos dificultaron el trabajo de logística e impideron que la infantería francesa pudiera ocupar sus posiciones con la suficiente rapidez con lo que, sinceramente, apenas pudo rodearse a ningún soldado ruso. Estos, bien aconsejados, no hacían más que retroceder mientras practicaban una política de tierra quemada, negando a,los invasores cualquier tipo de alimento o forraje. Un cuerpo de ejército ruso, virtualmente a la carrera, consiguió tomar Smolenks - una de las poblaciones más "tomadas" y "destomadas" de la historia - y, aunque los franceses dominaron la ciudad tras solo seis horas de combates, no pudieron echar mano de Barclay, que consiguió escapar disfrazado, dicen, de mujer.
Es imposible saber si la maniobra rusa fue calculada o verdaderamente les entró tal ataque de pánico que se dejaron puesta hasta la televisión, pero el hecho es que, por más que no estuviera saliendo nada mal, Alejandro se hartó de pronto de ver a tanto ruso corriendo "patrás" y optó por pedir a Kutusov que ofreciera batalla de una vez si quería conservar su empleo... El taimado general se situó al lado del pueblo de Borodino, 120 km de Moscú y fortificó su posición lo mejor que pudo. Los franceses atacarón el 7 de septiembre y, a pesar de que sus hombres rompieron la principal línea de defensa rusa, los jóvenes reclutas, abuelos de los primeros soviéticos, lucharon con tal determinación que, al final del día, los galos habían perdido más de 30.000 hombres. Kutusov, también muy maltrecho, prefirió esperar una mejor ocasión para lucirse y se retiró de nuevo, y Napoleón entró en Moscú sin conseguir dar la batalla decisiva que él esperaba. Lo iba a pagar bien caro...
Napoléon en Moscú
La capital rusa no se defendió: muchos habitantes habían huido, existía una fuerte corriente liberal y burguesa que mostró cierta satisfacción por la presencia del gallardo Napoleón y el resto del pueblo ruso hizo lo que mejor ha sabido hacer desde que el mundo es mundo... resignarse. Pero la comida escaseaba, por lo que no pasó mucho tiempo hasta que los hambrientos soldados empezaron a asaltar las casas cerradas y las tiendas, ya cerradas a cal y canto. El gobernador de la ciudad, el Conde Rostopchin, decidió quemar los depósitos en los que hubiera cualquier cosa que pudieran aprovechar los franceses y ordenó la inmediata disolución de los retenes de bomberos. El 15 de septiembre, un vendabal como no se recordaba en años extendió un pavoroso anillo de llamas en una ciudad construida casi integramente de madera. El saqueo se extendió, los animos de encresparon y se perdió definitivamente la decencia: La Grande Armeé robó y violó a discrección. El asunto debió adquirir tales dimensiones que Napoleón ordenó sacar a las tropas de Moscú y, al regresar, tres días más tarde, encontró tres cuartas partes de la ciudad absolutamente calcinadas. Con las temperaturas bajando sin cesar, envió a Alejandro una carta manuscrita que decía, "Quiero la paz, necesito la paz, debo lograr la paz..." Ecidentemente, no percibió que los rusos, al decidir quemar la ciudad, habían optado por la guerra sin cuartel.
A desandar lo andado
A todo esto, Napoléon se reunió en su tienda con los generales y sus principales consejeros, solo para aceptar que las comunicaciones francesas seguían colapsadas porque el tren logístico no daba más de sí, a causa de los trabajos de transporte de heridos y mutilados en la batalla de Borodino, y lamentar que la llegada de refuerzos se había ralentizado al límite, a causa de las reticencias de sus aliados, que estaban empezando a ver el asunto poco claro... Para acabar de complicar las cosas, muchos rusos había empezado a proteger sus intereses por si el autocráta régimen ruso caía y llegaba el desgobierno: se descubrió a gente enterrando oro y títulos de propiedad y muchos siervos, viendo llegado su momento, se envalentonaron y optaron, primero, por no obeceder y, luego, por escarmentar a sus amos.
Alejandro vio llegado su momento y empezó su campaña, la que él quería, llendo hacia delante por vez primera desde que empezó la guerra. El 24 de septiembre, un destacamento de caballería de elite de Napoleón fue duramente castigado mientras intentaba reabrir la carretera principal de enlace entre la capital y la retaguardia francesa, sin conseguirlo. El 18 de octubre los franceses intentaron un nuevo movimiento de retirada, esta vez a Kaluga pero fue interceptado por fuerzas de cosados y caballería rusa al anochecer, cerca de un puente sobre el rio Luzha, que la infantería de Napoleón tuvo que defender, literalmente, a culatazos. La retirada siguió hasta Borodino - ¡Otra vez! - donde los soldados franceses, extenuados, tuvieron que proseguir la retirada esquivando los cadáveres de sus compañeros, muchos de ellos mientras estaban siendo devorados por los lobos. Napoleón estabilizó algo parecido a un frente en Viazma donde recibió noticias de las tremendas presiones que sus fuerzas recibían desde todos los lados. La disciplina se rompió de nuevo cuando se procedió a distribuir un exiguo remanente de provisiones, dando lugar a decenas de juicios sumarísimos y fusilamientos. Su potente ejército, en otro tiempo envidia de todas las naciones europeas, estaba empezando a dejar de existir.
El final de una agonía: Beresina
El 3 de octubre, los restos del ejército francés alcanzaron Smolenks pero hasta 7 días más tarde no llegarían nuevos suministros, mantas incluidas, con lo que aumentaron los casos de congelación. Por fín, El 23 de noviembre, Napoleón consiguió alcanzar el rio Beresina... solo para comprobar que el único puente conocido ya no se encontraba en pie y que la otra orilla se encontraba atestada de fuerzas enemigas que habían salido de quien sabe donde. Mientras tanto, otro ejército enemigo les pisaba los talones por la retaguardia: la situación era absolutamente desesperada. Napoleón sacó su genio: agrupó a los soldados de caballería más fuertes, aquellos que aún estaban bien alimentados, y les reforzó con tropas escogidas de su guardía personal; con ese contingente saqueó la orilla en busca de pontones y protegió a otros soldados, ocupados en labores de tala para conseguir troncos con los que hacer un puente. Los ingenieros franceses no hicieron uno... hicieron dos, por más que muchos de ellos murieran arrastrados por la fuerte corriente o a causa de la hipotermia, "gracias" a las extenuantes horas de trabajo, sumergidos en aguas heladas.
Entre el 25 y 2l 29 de noviembre cruzaron unos 45.000 hombres, en medio de terribles combates en ambas orillas... En este momento conviene, si es posible, cerrar los ojos y tratar de imaginarlo, siguiera para agradecer no haberlo vivido: según la presencia francesa en la otra orilla iba creciendo se consiguió reforzar un perímetro y Napoleón dio orden a los ingenieros de destruir ambos puentes, cosa que hicieron en medio de andanadas de artillería y fuego de francotiradores, mientras veían como la guardia francesa peleaba, desesperada, al otro lado del rio, sable en mano, para contener a los rusos y proteger a sus compañeros. Jean Roche Coignet, capitán de dragones de la Grande Armeé, asegura en sus cartas que los zapadores cumplieron con su trabajo con lágrimas en los ojos.
"Las carreteras eran como el cristal. Los caballos se respalaban y no podían levantarse. Nuestros soldados no tenían fuerza en los brazos y se quedaban dormidos abrazados a sus mosquetes... al despertar, los cañones de las armas se quedaban pegados a sus caras y, literalmente, les arrancaban la piel a tiras... Te aseguro que ni viendo estos horrores puede uno creerlos..."
J - R Coignet