Buenas noches
José Luis Marín Serrano me pregunta, muy amablemente, acerca de la veracidad o al menos de la posibilidad de contraste serio de una jornada de infausto recuerdo para cualquier ser humano que ejerca como tal. Me explico, recién finalizada la conquista de Granada por la Reyes Católicos se desató una terrible persecución contra el bando perdedor que echó por tierra al menos un par de siglos de guerra “civilizada” entre los seguidores de Dios y los seguidores... de Dios. Dentro de la gravedad de los hechos que siguieron a la caída de la ciudad, entre los que se pueden contar el establecimiento de una “cuota” de 30 monedas de oro para evitar forma parte del paquete de esclavos que se envió al norte de África (más de tres mil varones musulmanes no consiguieron reunir el dinero necesario...) o el indigno presente que Fernando el Católico hizo llegar al Papá de Roma (unos 100 musulmanes de alto porte a los que no trataron ni mucho menos de acuerdo con su condición... humana) es especialmente desagradable el episodio que protagonizaron una docena de caballeros cristianos...
Por resumir, unos treinta renegados, nombre que recibían entre las huestes católicas los hombres bautizados y más tarde convertidos al Islam, fueron separados del resto. Al caer la luz del día fueron llevados a una explanada de tierra iluminada por antorchas y fueron acañaveados, palabra que viene a significar ser atravesado por jabalinas de cañas y que no es más que una perversa vuelta de tuerca a una tradición española – para más inri, de origen musulmán – que consistía en celebrar un acontecimiento cualquiera con una incruenta batalla en la que se trataba de señalar al adversario lanzándole una vara con una punta roma.
José Luis Marín Serrano me pregunta, muy amablemente, acerca de la veracidad o al menos de la posibilidad de contraste serio de una jornada de infausto recuerdo para cualquier ser humano que ejerca como tal. Me explico, recién finalizada la conquista de Granada por la Reyes Católicos se desató una terrible persecución contra el bando perdedor que echó por tierra al menos un par de siglos de guerra “civilizada” entre los seguidores de Dios y los seguidores... de Dios. Dentro de la gravedad de los hechos que siguieron a la caída de la ciudad, entre los que se pueden contar el establecimiento de una “cuota” de 30 monedas de oro para evitar forma parte del paquete de esclavos que se envió al norte de África (más de tres mil varones musulmanes no consiguieron reunir el dinero necesario...) o el indigno presente que Fernando el Católico hizo llegar al Papá de Roma (unos 100 musulmanes de alto porte a los que no trataron ni mucho menos de acuerdo con su condición... humana) es especialmente desagradable el episodio que protagonizaron una docena de caballeros cristianos...
Por resumir, unos treinta renegados, nombre que recibían entre las huestes católicas los hombres bautizados y más tarde convertidos al Islam, fueron separados del resto. Al caer la luz del día fueron llevados a una explanada de tierra iluminada por antorchas y fueron acañaveados, palabra que viene a significar ser atravesado por jabalinas de cañas y que no es más que una perversa vuelta de tuerca a una tradición española – para más inri, de origen musulmán – que consistía en celebrar un acontecimiento cualquiera con una incruenta batalla en la que se trataba de señalar al adversario lanzándole una vara con una punta roma.
Hasta aquí lo que se sabe y es más o menos demostrable. El episodio en cuestión es mencionado por al menos, dos cronistas anónimos, y de forma algo más detallada por Hernando del Pulgar, cronista de los reyes Católicos, que acompañó a la reina en la mayoría de sus expediciones militares y por Pedro “Mártir” de Angleria, un curioso y algo oscuro personaje que arroja demasiados datos concretos sobre el incidente como para caer en la tentación de no creerle.
Hasta aquí el "dónde" y el "cuándo"; en cuanto al "cómo" no es demasiado difícl de imaginar. Sin embargo, el "porqué", no estoy en condiciones de contestarlo, afortunadamente...
Un saludo cordial