viernes, 12 de septiembre de 2008

El arcabuz

Todos los Imperios que en el mundo han sido, aparecen reflejados en nuestro subconsciente por una imagen unívoca, generalmente de uno de los soldados que les dio la gloria... y una buena sarta de problemas justo después; Los Griegos tuvieron a su falangista, los Romanos son universalmente identificados con sus legionarios, los mongoles dominaron las estepas asiáticas con sus jinetes... Ya entre nosotros, aparte del oro y la plata americanas, de las enormes tragaderas de nuestros soldados, de nuestra vocación por un liderazgo religioso que a nadie convencía... ni convenía, en donde de verdad nos apoyamos para que en las Españas no se pusiera el sol ni por casualidad era en una figura que llegaría a ser temida y odiada a partes iguales por nuestros enemigos: el arcabucero.

La razón de ser de semejante inquina era que la presencia de este formidable luchador revolucionó los campos de batalla del XVI como décadas antes lo había hecho la ballesta o el arco largo inglés... y que los españoles fuimos, por una vez, los primeros en vislumbrar las enormes posibilidades que el uso del arcabuz ofrecía a aquellos que dominaran su utilización. Como arma, no era demasiado compleja: el arcabuz estaba formado por un tubo de hierro montado sobre un madero de entre noventa centímetros y un metro de longitud; dicho tubo tenía, en su parte posterior, un orificio por el que se aplicaba una mecha encendida que, movida por un resorte o un gatillo, era la responsable del disparo. Hasta aquí, la teoría...

... porque en la práctica, no era tan sencillo; la pólvora había que comprimirla bien, por medio de una baqueta que impulsaba una bola de papel o cartón llamada “taco”, para inmediatamente después introducir la bala y volver a baquetearla con una nueva pieza de papel más pequeña, llamada “retaco” (de ahí el apelativo castellano a los no tal altos...) A continuación había que llenar la cazoleta del tubo con pólvora de cebar, más fina, para que al aplicar la mecha no se desencadenara una gran deflagración que acabara dejando ciego al tirador y, por fin, apuntar... si es que uno no había perdido ya los nervios completamente.

Naturalmente, eran mil las cosas que podían salir mal: si la cantidad de pólvora era excesiva, podía reventar el cañón y si, por el contrario, era insuficiente, la bala acababa cayendo inofensivamente a unos metros de enemigo... entre su lógico alborozo, claro. En cuanto a la bala, evidentemente no había calibres normalizados con lo que la habilidad a la hora de fabricarlas determinaba las posibilidades de la misma de seguir, mínimamente, una trayectoria recta. Por último, como era bien peligroso acercar la cara a la cazoleta en el momento de apuntar, la mayoría disparaba apoyando la culata del arma en el pecho (a la española...) o se limitaban a apartar la cara y cerrar los ojos en el momento del disparo. Esto seguramente motivaría (aunque no hay evidencias históricas) que el número de franceses y flamencos muertos por arcabuz en según que batallas, fuese más o menos similar al de perdices abatidas...

Afortunadamente, el arma mejoró, así como las tácticas en las que se apoyaba su uso; para evitar que los arcabuceros fuesen arrollados por la caballería enemiga entre disparo y disparo, “trabajaban” cerca de los escuadrones de piqueros, entre los cuales se deslizaban en el caso de necesitar protección o descanso. Además, enseguida descubrimos que a más de cincuenta metros, el disparo de un arcabuz no conseguía hacer más daño que una bofetada con lo que se prohibió abrir fuego a más de veinticinco metros o, como decía el Duque de Alba... “a no más de una pica, o hasta que no se vea el color de los ojos”. Por último, para abreviar los periodos de carga, los arcabuceros incluyeron en sus tahalís unos modernísimos saquitos en lo que se guardaba la carga justa de pólvora para un disparo y, como cabían aproximadamente doce sacos por tahalí, muy pronto empezaron a llamarlos “los doce apóstoles”... Curiosa forma de hacer apostolado...

Lo que estaba claro es que el zapato había encontrado su horma; los españoles hicieron del arcabuz su seña de identidad y lo utilizaron de forma efectivísima y, ocasionalmente, salvaje. Para unos soldados menudos, pero con brazos fuertes derivados del trabajo agrícola de muchos de ellos y con una fuerte tendencia al individualismo, el nuevo arma representó una oportunidad de desarrollar aquello para lo que mejor estaban preparados: el golpe de mano, la persecución y sobre todo, la emboscada. En Bicoca, las mejores formaciones de piqueros suizas fueron destrozadas mientras ascendían por un terraplén; en Pavía, la caballería francesa, la flor y nata de su nobleza y sus hombres de armas, fueron desmontados entre una lluvia de balas... y así en San Quintín, en Gravelinas, en Nördlingen... Pero, a pesar de estos “exitazos” que adornan los libros de historia y dan nombre a algunos de nuestros actuales batallones de infantería, fue en los asedios donde los españoles hicieron, curiosamente, mejor uso de este arma; en las Guerras de Flandes, caracterizadas por escasas batallas y largos y costosos sitios a ciudades y fortalezas, fueron miles los componentes de los tercios que murieron, llevando un arcabuz, intentando deslizarse por una tronera, un estrecho pasillo o el agujero abierto por una mina. No es fácil, ni agradable imaginar a estos hombres, como era su costumbre, con una camisa hecha jirones, sin la espada, tan solo armados con el arcabuz y la daga, arrastrarse a oscuras en busca de la muerte... tan lejos de casa... buscando la gloria de un Rey que ni siquiera les pagaba y defendiendo la fe de un Dios... que puede que les hubiera abandonado.

Nombre técnico: Arcabuz
Año de introducción: hacia 1475 - 85
Año de caída en desuso: A partir de 1700, con la introducción definitiva del mosquete
Difusión: Toda Europa, y América, en las manos de los conquistadores.
Batallas en las que participó: Ceriñola, Garellano, Pavía, San Quintín, Mulhberg, Gravelinas, Nördlingen y, por supuesto, Rocroi

3 comentarios:

Turulato dijo...

El final del artículo. Real e incomprensible España. Lo que nos engrandece nos descaraja

Anónimo dijo...

Caboblanco, felicidades por estar de vuelta. Es que te das unas perdidas de campeonato. Ya era hora de que continuaras con la serie que iniciaste hce ya un tiempo sobre ARMAS QUE CAMBIARON EL MUNDO, ó algo así.

ENHORABUENA!.

Juan Antonio del Pino dijo...

Sorprendente que con un arma así, tan poco fiable, tan engorrosa de manejar, se gestaran tan grandes hazañas y se revolucionara todo el "arte de la guerra".
saludos