lunes, 1 de septiembre de 2008

Nosotros fuimos potencia

La historia de los países, sobre todo si contamos entre ellos a las naciones llamadas históricas – aquellas que se formaron a partir de los procesos constituyentes de los siglos XV y XVI, más los Estados Unidos de Norteamérica – se caracteriza por presentar un cierto carácter recurrente en el que al menos en una ocasión, la mencionada nación ha figurado en los manuales de historia como "potencia". Semejante término es, si no lo acotamos convenientemente, harto engañoso: podemos entender que potencia es aquel país que controla un cierto número de recursos, o que mantiene los ejércitos más numerosos o puede que identifiquemos el término con una cierta supremacía demográfica, financiera o incluso ideológica. No debemos ir por ese lado... lo que identifica de manera inequívoca a una determinada nación – perdón por la inoportunidad de la palabra – como una potencia, es la exclusividad del aluvión de problemas que se le vienen encima, marrones que derivan únicamente de su posición de presunta supremacía.

Naturalmente, semejante cantidad de entuertos de tan difícil resolución derivan de la práctica imposibilidad de contentar a todo el mundo. Cuando uno es potencia, suele resolver los problemas muy malamente, escogiendo generalmente la peor de las soluciones, abocando al descontento a la mayoría de los implicados y dejándose una serie de muertos en el camino, de aquellos que te vuelves a encontrar cuando menos te lo esperas y más falta te hacen. Pero, por otro lado, tampoco hay que criminalizar más de la cuenta a estos grandes estados; como cuando un elefante camina por el bosque, no se les puede pedir que miren constantemente a donde pisan pues no llegarían a avanzar nunca. Además, determinados logros políticos irrefutables de la historia de la humanidad – generalmente los más duraderos – han sido conseguidos por las grandes potencias... de modo que, cuando algún sucedáneo de estadista decide permanecer sentado al paso de, pongamos por caso, la bandera de los Estados Unidos, confiando que la mencionada pose le va a otorgar cinco o seis mil miserables votos más, debería caer en la cuenta de que no solo niega el reconocimiento a la América de Bush, de Guantánamo o de Iraq sino también a la América que lanzó en paracaídas sobre Normadía a lo mejor de una generación y que evitó, a la postre, que aquí se fuera a trabajar con la esvástica en el hombro desde el cabo norte hasta tarifa...

Y ya que estamos con Norteamérica, me parece interesante hacer notar los paralelismos entre la situación a la que se enfrentan en este momento – puede que merecida y que francamente no deseo a nadie... - con los problemas que asaltaron desde todos los ángulos a la única España que, según mis discutibles criterios, ha llegado a constituirse en potencia mundial: La España Imperial, también llamada “de los Austrias”. Las reflexiones que se me ocurren no pasan de una simple conversación de café pero es ciertamente curioso ver como, si prestamos atención y a poco que nos lo propongamos, las noticas que vemos a diario en los informativos pueden acabar reflejando una situación distinta pero totalmente parecida que les toco vivir a los abuelos de nuestros abuelos... ¡y hace cuatrocientos años!

La España de los Austrias, al igual que los modernos E.E.U.U, se veía obligada a defender sus intereses de los de sus múltiples enemigos y si George tiene a su Osama Bin Laden, a su Chávez o a su Vladimir Putin, nuestro Felipe “the second” tuvo que lidiar con un Guillermo de Orange, una Isabel de Inglaterra o un Lutero, que no es precisamente moco de pavo... que al igual que el país de las hamburguesas se ve obligado a llenar los cuadros de su – por momentos – maltrecha infantería con reservistas, España mandó al infierno de Flandes a varias generaciones de castellanos, andaluces, navarros y aragoneses – nótese que omito algunas ¿nacionalidades? – para, posiblemente, no solo no sacar nada en claro sino perder cada vez con mayor facilidad lo poco que había sido ganado... que al igual que los Estados Unidos de Norteamérica están, según algunos teóricos, en quiebra técnica, en manos de los países productores de petróleo y del mayor tenedor de dólares del mundo... que es China, España tuvo que declararse al menos tres veces en quiebra, la primera de ellas en 1557 porque los ingresos que generaba la corona y que no se consumían en picas, artillería, espías o sobornos varios, no daban siquiera para pagar los intereses de la deuda que se mantenía con la mayoría de los principales banqueros genoveses u holandeses.

No conviene olvidar pues que, cuando se barajan dos veces las cartas, los ases y los doses suelen caer en manos distintas y que la suerte y los acontecimientos son caprichosos y, en todo caso, cíclicos y que nosotros pasamos hace mucho tiempo por lo que están pasando otros. En cualquier caso, lo que ni me extraña ni cambiará es el carácter de natural resignado de los españoles y las enormes tragaderas con las que hemos dotados a lo largo de los siglos... Si en Alost nuestros antepasados fueron capaces de manejarse con esa lealtad, tras cerca de quince meses sin cobrar, que no seremos capaces de aguantar a estas alturas...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Solo una apreciación... Felipe II no lidió mucho con Lutero... Me imagino que te referirás a su padre Carlos I, el emperador...

Ese sí que se las tuvo con Lutero hasta el punto en que solía gruñir cuando estaba de mal humor y después de alguna de sus comilonas: "Que feliz dormiría yo, sin Lutero y sin la gota".

Pero Lutero murió en 1546, y a esa edad nuestro rey prudente, aun no había subido al trono (ya que fue Rey de España a partir de 1556, si no recuerdo mal)

10 años de diferencia entre la muerte de Lutero y la subida al trono de España de Felipe II...

Muchos más problemas tuvo Felipe con los piratas ingleses, con los turcos o con una gota (casi símbolo de los austrias) que aunque mucho menos acuciante que la de su padre, también le dió muchos quebraderos de cabeza...

Pero Lutero, lo que es Lutero... Felipe II dijo en una ocasión algo asi como: Dejemos a Lutero tranquilo con los muertos y preocupémonos de los vivos...

Un saludo

Anónimo dijo...

Estupenda entrada. Felicidades. Pero no creo que debas omitir ninguna "nacionalidad"; es más yo apunto dos notables ejemplos: Blas de Lezo y Juan Seabastian Elcano, que como otros muchísimos vascos viajaron, descubrieron o se dieron de tortas por ahí, ignoro si acertadamente pero siempre voluntaria y gustosamente, en nombre de la Corona de España. Yo no babeo con patrias ni naciones pero la Historia está ahí y es tozuda. Y que ahora vengan picatostes de siete mil años de presunta "antigüedad" a cambiar esa Historia por una mitología ad hoc resulta muy gracioso por no decir patético.

Gracias.

Luis Caboblanco dijo...

Buenas tardes a ambos.

Efectivamente, Lutero y Felipe II no fueron contemporáneos. Al pensar en los Austrias de manera global erré con ayuda de mi subconsciente. Agradecido su comentario por ello. En cualquier caso, es seguro que los sinsabores con Lutero empezaran en 1539, cuando Felipe empezó a formar parte (es un decir... a dirigir) el consejo de regencia ante la ausencia temporal de su padre.

En cuanto a mi comentario sobre las nacionalidades, no pasa de ser una pequeña aunque sentida licencia; No prentendo echar en cara ni establecer categorías y soy consciente de la importancia de los marinos vascos en la expansión naval y ultramarina de Castilla (Blas de Lezo, Oquendo...) que dan nombre a alguno de los mejores buques de la Armada Española. Pero sí que quiero hacer notar que, el grueso de los conquistadores españoles como el 98% de los reemplazos de soldados españoles que servían en Europa eran Castellanos y fue Castilla la que se desangró por ello. No más pero tampoco menos.

Saludos.

Turulato dijo...

Muy acertada la explicación sobre lo que es una potencia