martes, 30 de septiembre de 2008

Él nunca lo haría

No se puede entender el perro sin el hombre; ni el perrear... Curiosa la gracia que le hará al pobre bicho, que su nombre sirva para aludir a la acción que define el no hacer nada... Porque, teniendo en cuenta que el perro, más no puede hacer, ésto tiene tanto sentido como tachar a Zapatero de estadista... En fín, antes de que nuestros actuales canes salvaran personas que han sido víctimas de un derrumbamiento, guiaran a nuestros ciegos, cazaran conejos como posesos o, para desconsuelo de algunos, señalaran inquisitorialmente a las maletas en las que lo único blanco no son los calzoncillos, ya servían como eficaz acompañamiento de nuestros abuelos en el Nuevo Mundo. El más famoso de todo ellos fue sin duda, “Becerrillo” que llegó a las Américas de la manos de su dueño, Sancho de Aragón, en 1511. En La Española, los perros de presa tradicionales españoles, los alanos, eran criados por su notable capacidad de guardia y porque su aterrador aspecto (el que haya presenciado alguna vez una montería de jabalíes cazados a ronda sabrá de qué le hablo...) era estupendo para perseguir y atrapar a los indios prófugos que, al verse acorralados entre semejantes animales, se estregaban bien rapidito, con el loable propósito de no ver sus huevos, literalmente, “revueltos”.

Becerrillo debía de ser un figura en ésto porque bien pronto aquel perráncano rojizo, enorme, con manchas negras y unos ojos brillantes como los del mismísimo demonio, acompañó a los españoles de forma tan eficiente (para malparo de los índios...) que se juzgó justo y necesario otorgar doble ración de alimento y sueldo a su dueño, seguramente porque en semejante binomio lo verdaderamente importante era el can. Al parecer, el jodío era tan listo que distinguía a los índios rebeldes de los “aliados” o “mansos” (ya me dirán ustedes como...) y tenía tan justa medida de su fuerza, que las más de las veces era capaz de cumplir su cometido sin llegar a morder a su presa.

Lamentablemente para él, una tarde, amo y can montaban guardia en la hacienda del conquistador español Pedro Mejía (o Mexía, que para gustos...) y una partida de indios hostiles la atacó. En el enfrentamiento resultaron muertos los dueños de la finca pero, durante la retirada, los atacantes raptaron a Sancho, seguramente para darle, más tranquilamente, hasta en el cielo de la boca; Becerrillo se dió cuenta y con su feroz acometida consiguió devolver la libertad a su dueño... solo para recibir, desde la otra orilla, una flecha envenenada de los compañeros de los secuestradores que se la tenían jurada... La flecha, mala pata, atravesó el chaleco militar que protegía el cuerpo de Becerrillo y le causó la muerte ese mismo día.

La historia de Becerrillo no es exclusiva: Los romanos, los cartagineses, los francos, los españoles, así como los aliados y los rusos en la Segunda Guerra Mundial, se han valido del perro, no ya como animal de guarda o apoyo, sino como combatiente en el más puro estilo de la palabra. Bien es verdad que me ha sido imposible encontrar una “hoja de servicios” como la de este perro; si acaso, quizás la superara su hijo, Leoncillo, el molón acompañante de cuatro patas de Vasco Núñez de Balboa...

PD: El ejército norteamericano utilizó el perro con notable éxito (para desgracia del can...) durante la Batalla de Iwo Jima. Decenas de perros, pastores alemanes y Dobermans en su mayoría, fueron utilizados para desalojar a los defensores japoneses de sus escondites así como para transportar mensajes, ya que tender líneas telefónicas en aquel escenario salvaje era un suicidio. Tan bien hicieron su trabajo que, al terminar la contienda, se les juzgó demasiado peligrosos y se decretó su muerte por inyección letal, por la imposibilidad de reintegrarlos a la vida civil.

¿Ellos nunca lo harían?

martes, 23 de septiembre de 2008

Recuerdos de un soldado

Hay palabras que – afortunadamente ¿o no...? – no admiten ninguna matización; Nazi es una de ellas. A mí, de pequeño, me acostumbraron a llamar a las cosas por su nombre, pero también, a asegurarme de que ese nombre estaba bien puesto y que quería decir exactamente lo que yo creía. Por eso me gusta profundizar, tanto con las ideas, como con las personas... Para ello, no hay mejor camino que leer los pensamientos que nos han legado, tanto más si, como es el caso, se trata de gente en la que se puede atisbar un cierto grado de inteligencia y sinceridad. A resultas de todo ello, me gasté 24 € en esto:


Se trata de la biografía o los pensamientos – durante el libro se confunden frecuentemente lo uno y lo otro – de Heinz Guderian que, en contra de lo que su nombre pueda hacer pensar, no inventó la mayonesa sino que fue, de largo, uno de los mejores generales alemanes durante la segunda guerra mundial y uno de los más importantes teóricos en el uso del carro de combate. No merece la pena entrar a enumerar los logros o virtudes de este alemán porque, entre otras cosas, están disponibles en cientos de enlaces en Internet. Para situarse basta con saber tres cosas: 1) A priori, se le puede catalogar de nazi convencido, 2) Se trata de un persona entremadamente inteligente y 3) No usa el libro para justificar absolutamente nada... ¿Por qué?

Pues porque nada absolutamente tiene que justificar; me explicó... El que su ascensión se produjera paralela a la de Hitler y, sobre todo, una vez convertido este en caudillo de Alemania y el que compartiera una cierta sensación de que a su país “... se le debía algo” tras los tratados que dieron fin a la primera guerra mundial, no nos permite, a la luz de los hechos y de la lectura de lo por él escrito, catalogarlo de nazi sin más. Heinz fue un soldado que cumplió órdenes en el más estricto sentido de la palabra y que unió el destino de su país al suyo cediéndole la más poderosa arma que tenía disponible: su extraordinaria capacidad intelectual y de mando. Fuera de todo ello, Heinz no realizó nunca ninguna acción o demérito que él, militar prusiano de los pies a la cabeza, entendiera que estaba más allá de sus atribuciones como soldado. Gracias a ello, muchos miles y miles de rusos que cayeron prisioneros durante el avance del grupo de ejércitos que mandó le deben, en el sentido literal de la palabra, la vida...

Veréis... poco después de comenzar las hostilidades con la rusa soviética, el OKW, una especie de estado mayor paralelo de Hitler donde se refugiaban gentes de indigno pelaje y proceder, publicó una orden de obligado cumplimiento sobre el trato que debía darse a los prisioneros de guerra y a la población civil. Básicamente, la orden establecía la no obligación de utilizar el Código de Justicia militar a la hora de valorar los incidentes en que aquellos se vieran involucrados sino, llanamente, dejar la sanción al arbitrio del superior jerárquico... básicamente, dar manga ancha para hacer lo que se le antojara. Es natural que, al poco de divulgarse la orden, empezaran las ejecuciones masivas, juicios sumarísimos y fosas comunes. Heinz devolvió la orden, la calificó de deshonrosa y proclamó solemnemente que su grupo de ejércitos se regiría, únicamente, por el Código Militar alemán. Durante los meses y años que seguirían Guderian impidió fusilamientos día sí y día también, permitió el éxodo hacía los Urales de civiles, mujeres y niños y empleó la fuerza estrictamente necesaría para cumplir los objetivos de Alemania... de Hitler... a pesar de las infinitas peloteras que tenían ambos.

Ni me atrevo a calificar el ataque de bemoles que es necesario para proceder de este modo, ni la cara que se le quedaría a Hitler cuando se enteró de la negativa de uno se sus más queridos generales. El caso es que Guderían puede que compartiera varios objetivos con el partido Nazi como la idea de que la nación pangermánica englobaba también a Austria o Chequia pero no comulgó con ninguno de sus procederes, ni permitió que se hicieran barbaridades en aquellas unidades que estaban bajo su mando.

Heinz Guderían acabaría prisionero de los aliados al final de la guerra. Durante su cautiverio, se esperó un par de años a que los rusos lograran encontrar pruebas de delitos de lesa humanidad pero, vista la imposibilidad de ello, fue puesto en libertad sin cargos y rehabilitado para el servicio en 1948; la sentencia de Nuremberg cita textualmente “...que es imposible encontrar en Guderian otra pauta de conducta que no sea la de un soldado profesional”.

Poco antes de su muerte, en 1954, publicó el mencionado libro. Apenas se venderá... Es muy militarista, algo tostón, muy germánico en sus convicciones y está traducido de forma infame. Ahora bien, es curiosísima la sensación que te deja el leerlo: A las 10 páginas te olvidas de que tienes en las manos la biografía de un general nazi... Esto, junto al hecho de estar frente a un hombre excepcional – en lo bueno y en lo malo - y el que en ningún momento se le ocurre, ni pedir disculpas ni echarse flores de forma gratuita, hace que si alguien se quiere acercar a lo que se le pasa a un soldado por la cabeza, a un buen soldado, tenga ahora la oportunidad.

Coraceros


En una ocasión me dijo mi padre... “Hijo mío... procura que te paguen por pensar, y no por trabajar...” Naturalmente, al principio no le hice caso y así me fue durante un tiempo... desarrollando toda clase de trabajos de nula capacitación, más nula retribución y con la espada de Damocles siempre sobre mi cabeza. Una vez que me acostumbré a empujar con las meninges y no con los riñones, la cosa mejoró bastante aunque la tortilla se ha girado tanto que ahora mi padre es incapaz de explicar a sus compañeros de partida a que se dedica su hijo... “No se – le escucho - ...creo que anda con ordenadores...” ¡Que jodío! Claaaaaaaro... como manejo un bolígrafo en vez de un destornillador y vivo colgado del portátil y de la Palm, mi progenitor empieza a recelar de que su hijo realmente desarrolle una ocupación productiva real... y como, además, soy incapaz de cambiar una bombilla, no se donde está el bote sifónico y si me pides una llave allen, lo más factible es que te de una espumadera, el hombre tiene dos sensaciones contradictorias: primera, que su hijo no le ha pedido nunca un duro con lo que, o le va realmente bien, o se alimenta del aire... y segundo, que a su hijo, algún pobre imbécil, le paga por no hacer nada.

A mí me gustaría explicárselo pero me metería en tal batiburrillo de Excel, Cash Flow, Balance Sheet, Outlook, Blackberries... que mi padre pensaría que le estoy dando la alineación del Liverpool... ¡Que gusto aquella época en la que se podía explicar, sencillamente, a lo que te dedicabas! Porque, llevando las comparaciones al extremo y exagerando sin mesura alguna, si, por ejemplo, uno de los coraceros de Napoleón tuviera que haber explicado a su pobre padre a que se dedicaba, solamente debería decirle “yo me subo a un caballo, pico espuelas y me lanzo contra el enemigo... intentando matarle, mayormente...” y ya esta...

Por supuesto todo lo dicho no deja de ser una grotesca hipérbole; sin embargo, como todas las exageraciones, traen causa de una verdad, en el sentido de que, efectivamente, la única función de esta suerte de caballería pesada, era desmembrar a los infortunados ocupantes de la primeras filas enemigas y darles caza en la persecución subsiguiente. Ya se que esta idea la encontramos presente en los campos de batalla desde que el mundo es mundo pero, en su forma definitiva, se la debemos al monarca franchute Luis XIII que fue quien les otorgó un espíritu de cuerpo al configurarlos como una suerte de guardia personal, así como una nota de distinción definitiva por cuanto les uniformó con una molona coraza que les protegía - relativamente - el torso contra las descargas de fusilería enemigas... de ahí su nombre en francés, curassier.

La idea estaba clara; hemos visto que el coracero es un jinete pesado que se lanza contra la infantería contraria, eludiendo el enfrentamiento con la caballería, también enemiga. Lo de “pesado” se lo debemos principalmente al caballo, las más de las veces ejemplares bretones, frisones o británicos de enorme fuerza, que se criaban desde pequeños acostumbrándoles a los ruidos y a los gritos de los hombres. De su importancia, habla el hecho de que en el ejército prusiano tenían su tren de avituallamiento propio, que solía tener preferencia sobre el de los hombres o el que, en la Francia napoleónica, el segundo gasto militar tras las piezas de artillería fueran estos animales. En fín, sobre el caballo decíamos que colocábamos a su jinete, también fornido y armado a la francesa – es decir, con un largo sable capaz de cercenar un brazo a la altura del hombro... – o a la española – armado con dos pistolas de mecha –, en cuyo caso se le llamaba Reiter o, más comúnmente, Dragón.

Su utilización era, en sí, sencilla; una vez que el cuadro de infantería se empezaba a descomponer fruto de la tensión del combate y de las cargas de fusilería, el escuadrón atacaba, al galope tendido, buscando desordenar al enemigo y aniquilarle. La única opción de la infantería era formar un cuadro, apiñarse unos contra otros, rezar el padrenuestro y apuntar las bayonetas como si fueran pequeñas lanzas, intentando disuadir a la caballería de continuar su ataque. Naturalmente, para hacer esto último había que tenerlos “bien puestos”... Si hacemos caso a los escritos de “Napo”, el enfrentamiento era en su mayoría psicológico: los jinetes cargaban desaforadamente... solo para girar en el último momento si veían que la infantería no se dispersaba... y la infantería intentaba, con toda suerte de alaridos, mostrar más arrestos de los que realmente les acompañaban. De lo que sí se aseguraban los comandantes de estos escuadrones era de que los caballos descansasen cada poco tiempo, agrupando a sus hombres en una zona “tranquila” de la batalla antes de volver a cargar, de no atacar cuesta arriba – para evitar que el caballo llegara a su objetivo absolutamente reventado - y, sobre todo, de no abandonar los lugares abiertos. En Waterloo, lo mejor de la caballería francesa contravino los dos últimos mandamientos y así le fue...

En España, los coraceros estuvieron presentes durante los siglos XVII, XVIII y XIX, en mayor o menor medida, dependiendo de las circunstacias del país y de sus posibilidades financieras que, como sabemos, no eran muchas. La generalización de las armas de fuego de largo alcance y cañón estriado – que permitía hacer fuego con cierta precisión a considerables distancias – acabó definitivamente con ellos en 1874.
Mañana, Heinz Guderian.

lunes, 22 de septiembre de 2008

La batalla de Somosierra

El 30 de noviembre de 1808 un centenar largo de jinetes polacos se lanzaron a la carga por un camino ascendente de fuerte pendiente, en plena Sierra de Guadarrama... ¿que para qué? Pues, además de para intentar flanquear a las fuerzas españolas que, con gran algarabía, bloqueaban los intentos franceses de rebasar el puerto, también suponemos que para ganarse la paga, ya que ni más ni menos que formaban parte de la guardía personal del emperador. Así que, estos 120 polacos picaron espuelas y, con gran riesgo para sus vidas, hicieron lo que la mayoría de los manuales militares desaconsejan fervientemente... cargar, caballo mediante, cuesta arriba... El caso es que, no sabemos si impresionados por la temeridad de los jinetes polacos o porque quizás hubiesen dejado el coche el zona azul, los soldados españoles y, sobre todo, los artilleros que comandaban las cuatro baterias de artillería que castigaban la infantería francesa, salieron corriendo como locos después de presentar una más bien tímida resistencia. Fruto de la dureza de las condiciones entre las que cargaron los “polanders” fue su descomunal porcentaje de bajas: no alcanzaron a sobrevivir ni la mitad de ellos.

Para el pueblo polaco – cuya caballería siempre ha gozado de una excelsa reputación – la batalla de Somosierra constituye uno de sus más importantes logros militares; de hecho, “Napo” quedó tan impresionado con la acción que, en el mismo campo de batalla, impuso la Orden de la legión de honor al baranda que comandaba a la caballería, un tal Jan Kozietulski y, dos siglos más tarde, una placa colocada por el Ministerio de defensa polaco recuerda a los TODOS los caídos en la batalla . Mañana conoceremos un poco más sobre el protagonista de esta fuerza de elite de caballería que, según algunos entendidos, es el verdadero precursor del tanque, el Coracero; mientras tanto, quizá podamos reconocer a algún vecino en la reconstrucción de la batalla celebrada ayer mismo.

Saludos.

viernes, 19 de septiembre de 2008

¡Qué salao, este Churchill!


Que Winston Churchill es una de las personalidades más brillantes del siglo XX es algo que, espero, esté fuera de toda duda... Personaje de lo más polifacético, fotógrafo ocasional, corresponsal de guerra, soldado, inventor aficionado, periodista, político... Apenas se puede encontrar alguna disciplina en la que este conservador entre los conservadores no haya dejado alguna perla. Su gran inteligencia, su preclara forma de entender cualquier problema y su dicción clara, resuelta y emotiva le dio, además, para “afanar” el premio Nobel de literatura en 1953, concedido a resultas del conjunto de sus trabajos - como gran contribución al desarrollo del ensayo y el artículo periodístico – y, sobre todo a sus discursos e intervenciones parlamentarias, salpicadas las más de las veces por unas saboreadas gotas de humor negro... como estas:

En una ocasión, conminaron a Churchill a que, ya que había faltado uno de los oradores, alargara su discurso hasta las dos horas, para cubrir el tiempo sobrante. Él respondió... “¡No hay problema! Solo tardo diez minutos en escribir un discurso de dos horas... en preparar uno de diez minutos es cuando hubiera tardado un par de ellas”

Cuando Churchill cumplió 80 años, un periodista de 29 fue a fotografiarlo y le dijo: ”Sir Winston, espero fotografiarlo nuevamente cuando usted cumpla 90” a lo que Chuchill respondió... "¿Por qué no chico?... pareces bastante saludable".

En una ocasión, el gran dramaturgo y enemigo personal de Winston, Bernard Shaw, invitó al político a la primera representación de una de sus obras con el siguiente telegrama: “Tengo el honor de invitar al digno primer ministro al estreno de mi obra. Venga y traiga un amigo... si es que lo tiene”. La respuesta de Churchill a Bernard Shaw fue… “Agradezco al ilustre escritor la honrosa invitación. Infelizmente no podré concurrir a la primera presentación por un compromiso previo. Iré a la segunda... si es que la hay”

Al acabar la segunda guerra mundial, homenajeaban a Montgomery ciertos embajadores de países liberados por los aliados y “Monty”, con su legendaria soberbia dijo... “No fumo, no bebo, no prevarico y gracias a eso, soy un héroe”. Churchill, frunció el ceño, estalló a reir y dijo... “Yo fumo, bebo todo lo que puedo, prevarico... y a pesar de eso, soy su jefe”

Un día, en el parlamento, en el turno de respuestas, una diputada se puso especialmente airada frente a la decisión de Churchill de retirarle la palabra y exclamó: “Sr. Ministro, si vuestra excelencia fuera mi marido, pondría veneno en su café”. Winston, con mucha calma, se quitó los lentes, y le respondió “Si yo fuese su marido, me tomaba ese café”

En una reunión con Stalinal que Churchill odiaba casi tanto como al mismo Hitler – el ruso, con la guerra ya ganada, fanfarroneaba sobre el esfuerzo soviético en la contienda y, para desmerecer al resto de los aliados, dijo: “Ay, ingleses... ¡Cuántas veces os habrá salvado la insularidad de resultar invadidos!”. Winston, con cara de póker, le replicó... “las mismas que a ustedes su puñetero clima”
Churchill tampoco comulgaba con el estilo pedante de Charles de Gaulle y, discutiendo con él sobre cierta operación militar, el francés notó cómo Churchill hacía demasiado hincapié en los costes y en que a la larga no iba a resultar mínimamente rentable. Esto acabó agotando los nervios del francés, quien dijo: “Los Ingleses solamente pelean por el dinero... Deberían aprender de los franceses, que luchamos por el honor y la dignidad". Sir Winston replicó, con buen tono: “Bueno, cada quien pelea por lo que le hace falta”

miércoles, 17 de septiembre de 2008

El lamentable caso del "Virginius"

¿Creen ustedes que los paramilitares son cosa de “países sudamericanos”? Pues no... no, no... Como, tanto lo bueno como lo malo está ya inventado, nosotros ya tuvimos nuestra propia ración de “salvapatrias” justicieros con motivo de una de las cosas que peor hemos gestionado los españoles desde que el sol sale por la mañana y se pone por la tarde: Cuba.

Resulta que, en la cuestión cubana, esto es, en los intentos españoles de dominar la isla por las malas – que, desgraciadamente, superaron con mucho a los que se intentaron por las buenas... – llegamos a un momento de empate técnico en el que ambos bancos estábamos más o menos groggies a santo de las enormes bajas que los enfrentamientos armados y, sobre todo, las enfermedades, ocasionaban. Como digo, ni al Capitán General español de la isla – a la sazón el Conde de Valmaseda – le mandaban hombres suficientes para inclinar la lucha a su favor, ni los insurgentes cubanos gozaban de ayuda “yankie” bastante para canear a los españoles... En estas que el 31 de octubre de 1873 una fragata española de nombre Tornado que andaba en misión de rutina por el mar del caribe apresa muy gallardamente al Virginius, un buque mercante de bandera norteamericana que, al parecer, iba a desembarcar una ingente cantidad de pertrechos y armas para los cubanos y que, al parecer también, estaba ya en aguas jamaicanas.

Bueno... una vez desembarcados, los tripulantes – la práctica totalidad norteamericanos y británicos, en su mayoría mercenarios y buscadores de fortuna... aunque también había ciudadanos que podrían pertenecer a un escaso pasaje – son recluidos en un barracón y en un barco amarrado al muelle, a la espera de juicio sumarísimo. A partir de aquí, no hay una sola versión a la que creer pero el caso es que, en menos que canta un gallo, empiezan las ejecuciones “gratuitas” y, para cuando el gobierno se quiere dar cuenta, ya van 71 norteamericanos muertos, muchos de ellos fusilados por la espalda.

¿Los responsables? Como ya dije, un grupo de paramilitares españoles, de carácter semi - oficial, que se autonombraban “los voluntarios de la Habana” y que daban cobijo bajo su manto a cierto número de maleantes, ex convictos, amargados y violentos varios, enemigos declarados de conceder cualquier tipo de autonomía a la isla y responsables de numerosas correrías, destrozos y linchamientos al más puro estilo “Kale Borroka”. Naturalmente, se podría haber armado la mundial... pero, Emilio CastelarPresidente de la República y mejor orador en castellano de la historia de la humanidad – le suelta al embajador norteamericano tal colección de excusas en perfecto inglés que, al poco, la Sexta flota vuelve a puerto salvando para nuestro país el futuro de la provincia... aunque por poco tiempo.

martes, 16 de septiembre de 2008

Juan Martín Díez


Este país atesora muchos dones, no necesariamente todos positivos. Hay quien decía – inglés, creo recordar que era.... – que España tiene infinitas virtudes pero dos o tres defectos de los que no conseguirá escapar nunca. Uno de ellos, al parecer, es la capacidad de castigar de la forma más dura a aquellos que, precisamente, más se han dejado la piel por todos nosotros, intentando moldear una determinada ilusión o la idea o el deseo de conseguir un futuro mejor para los suyos, entendiendo los suyos como "todos". Las muestras son de no creer; cientos y cientos de referencias responderían a la búsqueda en Google de “...españoles maltratados por los suyos sin causa alguna”, pero, curiosamente, de entre todas ellas he elegido a Juan Martín Díez, “El Empecinado”.

El 5 de septiembre de 1775 venía al mundo, en el vallisoletano pueblo de Castrillo de Duero, el hijo de un labrador – entendido este término no como “pobre de solemnidad”, sino con algunos posibles... – que iba a desarrollar desde muy joven los dos rasgos más predominantes del carácter que le acompañaría toda su vida: el gusto por la vida militar y una confianza ciega en sí mismo. El tercero de los rasgos, y el que a la postre resultaría el más determinante, sería el odio a los franceses, que cultivó durante los dos años que duró la campaña del Rosellón, entendido éste de la siguiente manera: Juan, hombre orgulloso, no soportaba la altanería, la soberbia y el desprecio con el que trataban los abuelos de "Zarko" a los abuelos de nuestros abuelos; lo que aún no sabía, es que iba a tener que combatirlos en su propia patria y que, a la postre, acabaría formando parte de nuestra historia – o histeria... – por “culpa” suya.

Ya acabado la Guerra de la Convención, Juan se casó, colgó el sable y se dedicó a lo que, hasta entonces, mejor se le daba: sembrar... pero con la entrada de las tropas francesas en la península – y puede que algún desmán cometido por ellas: se dice que violaron y asesinaron a una muchacha de su pueblo... – se decide a combatir al gabacho y organiza una partida de combatientes formada, en su mayoría, por miembros de su propia familia. Los primeros encuentros son, en cualquier caso, decepcionantes; tanto en acciones individuales como luchando junto al ejército español, Juan no consigue salvo ser apiolado sucesivas veces a lo largo de toda la meseta castellana y, suponemos que bastante harto, decide cambiar de táctica: a partir de ahora va a golpear donde el invasor menos lo espere e inmediatamente, salir a la carrera... Juan acababa de inventar o, más bien, de perfeccionar, la mejor contribución española a la historia militar: la guerra de guerrillas. Con semejantes artes, el empecinado triunfa a lo largo de toda la “ruta” del cordero... Arévalo, Sepúlveda, Aranda y Medinacelli son escenarios de sonoros batacazos franceses. Los “fransuas” se mosquean cantidad y destinan una brigada con el exclusivo objetivo de capturarlo y, como se les daba fatal, optan por lo sencillo y prenden a la madre y a varios familiares con la intención de rendirle... A Juan le hierve la sangre pero – una constante en su vida... – prevalece la cabeza sobre el corazón... A los pocos días son capturados en una emboscada un centenar de soldados franceses que procede, ipso facto, a canjear por sus familiares en plan “aquí no ha pasado nada...”

Los éxitos se suceden ya por toda España, y Juan no para de ascender; en 1814 es Mariscal de Campo con lo que, aparte de firmar documentos oficiales con su apelativo, la práctica totalidad del ejército español se cuadra a su paso... Pero todo va a cambiar... por culpa nuestra. Cuando Fernando VIIel peor Rey de nuestra historia con diferencia – regresa a España y tiene que lidiar con el trienio liberal, lo primero que hace es demonizar a todos aquellos en los que pueda encontrar un hálito de liberalismo progre... y en Juan es fácil... ya que ocasionalmente piensa. Una vez acabado a la fuerza el régimen liberal, el empecinado se exilia a Portugal, decidido a salvar la vida y, fundamentalmente, a no crear más problemas a los suyos. Sin embargo, ante la promesa de una amnistía personal que creía concedida y con España en el corazón, regresa en 1823 con la mejor de las sonrisas... solo para ser detenido en el pueblo burgalés de Roa de Duero. Allí estuvo prisionero durante dos años, en una jaula de hierro y en ella fue exhibido, durante ese tiempo, como un animal... un hombre que se jugó la vida cientos de veces por el país en el que creía... La infamia llegó a oídos de O’donnell, el de la parada de metro, que intentó interceder pero ya era tarde; el 20 de agosto de 1825, el terror de los franceses fue llevado al cadalso, desnudo, en un serón. Allí, según cuenta Benito Pérez Galdós en sus "Episodios Nacionales", Juan, lleno de ira, acertó a zafarse de los que le retenían y, después de arrebatar la espada a un oficial consiguió, creemos, morir como un soldado... fue cosido a bayonetazos.

Sirva esta entrada para que alguien o algunos de nosotros conozcamos que hubo españoles que hace muchos años, contribuyeron a que hoy tengamos la casa como la tenemos, y a los que, si les hubieran dejado, quizá tendríamos que agradecerles una buena sarta de cosas más.

Gracias Juan, te echamos de menos...

viernes, 12 de septiembre de 2008

El arcabuz

Todos los Imperios que en el mundo han sido, aparecen reflejados en nuestro subconsciente por una imagen unívoca, generalmente de uno de los soldados que les dio la gloria... y una buena sarta de problemas justo después; Los Griegos tuvieron a su falangista, los Romanos son universalmente identificados con sus legionarios, los mongoles dominaron las estepas asiáticas con sus jinetes... Ya entre nosotros, aparte del oro y la plata americanas, de las enormes tragaderas de nuestros soldados, de nuestra vocación por un liderazgo religioso que a nadie convencía... ni convenía, en donde de verdad nos apoyamos para que en las Españas no se pusiera el sol ni por casualidad era en una figura que llegaría a ser temida y odiada a partes iguales por nuestros enemigos: el arcabucero.

La razón de ser de semejante inquina era que la presencia de este formidable luchador revolucionó los campos de batalla del XVI como décadas antes lo había hecho la ballesta o el arco largo inglés... y que los españoles fuimos, por una vez, los primeros en vislumbrar las enormes posibilidades que el uso del arcabuz ofrecía a aquellos que dominaran su utilización. Como arma, no era demasiado compleja: el arcabuz estaba formado por un tubo de hierro montado sobre un madero de entre noventa centímetros y un metro de longitud; dicho tubo tenía, en su parte posterior, un orificio por el que se aplicaba una mecha encendida que, movida por un resorte o un gatillo, era la responsable del disparo. Hasta aquí, la teoría...

... porque en la práctica, no era tan sencillo; la pólvora había que comprimirla bien, por medio de una baqueta que impulsaba una bola de papel o cartón llamada “taco”, para inmediatamente después introducir la bala y volver a baquetearla con una nueva pieza de papel más pequeña, llamada “retaco” (de ahí el apelativo castellano a los no tal altos...) A continuación había que llenar la cazoleta del tubo con pólvora de cebar, más fina, para que al aplicar la mecha no se desencadenara una gran deflagración que acabara dejando ciego al tirador y, por fin, apuntar... si es que uno no había perdido ya los nervios completamente.

Naturalmente, eran mil las cosas que podían salir mal: si la cantidad de pólvora era excesiva, podía reventar el cañón y si, por el contrario, era insuficiente, la bala acababa cayendo inofensivamente a unos metros de enemigo... entre su lógico alborozo, claro. En cuanto a la bala, evidentemente no había calibres normalizados con lo que la habilidad a la hora de fabricarlas determinaba las posibilidades de la misma de seguir, mínimamente, una trayectoria recta. Por último, como era bien peligroso acercar la cara a la cazoleta en el momento de apuntar, la mayoría disparaba apoyando la culata del arma en el pecho (a la española...) o se limitaban a apartar la cara y cerrar los ojos en el momento del disparo. Esto seguramente motivaría (aunque no hay evidencias históricas) que el número de franceses y flamencos muertos por arcabuz en según que batallas, fuese más o menos similar al de perdices abatidas...

Afortunadamente, el arma mejoró, así como las tácticas en las que se apoyaba su uso; para evitar que los arcabuceros fuesen arrollados por la caballería enemiga entre disparo y disparo, “trabajaban” cerca de los escuadrones de piqueros, entre los cuales se deslizaban en el caso de necesitar protección o descanso. Además, enseguida descubrimos que a más de cincuenta metros, el disparo de un arcabuz no conseguía hacer más daño que una bofetada con lo que se prohibió abrir fuego a más de veinticinco metros o, como decía el Duque de Alba... “a no más de una pica, o hasta que no se vea el color de los ojos”. Por último, para abreviar los periodos de carga, los arcabuceros incluyeron en sus tahalís unos modernísimos saquitos en lo que se guardaba la carga justa de pólvora para un disparo y, como cabían aproximadamente doce sacos por tahalí, muy pronto empezaron a llamarlos “los doce apóstoles”... Curiosa forma de hacer apostolado...

Lo que estaba claro es que el zapato había encontrado su horma; los españoles hicieron del arcabuz su seña de identidad y lo utilizaron de forma efectivísima y, ocasionalmente, salvaje. Para unos soldados menudos, pero con brazos fuertes derivados del trabajo agrícola de muchos de ellos y con una fuerte tendencia al individualismo, el nuevo arma representó una oportunidad de desarrollar aquello para lo que mejor estaban preparados: el golpe de mano, la persecución y sobre todo, la emboscada. En Bicoca, las mejores formaciones de piqueros suizas fueron destrozadas mientras ascendían por un terraplén; en Pavía, la caballería francesa, la flor y nata de su nobleza y sus hombres de armas, fueron desmontados entre una lluvia de balas... y así en San Quintín, en Gravelinas, en Nördlingen... Pero, a pesar de estos “exitazos” que adornan los libros de historia y dan nombre a algunos de nuestros actuales batallones de infantería, fue en los asedios donde los españoles hicieron, curiosamente, mejor uso de este arma; en las Guerras de Flandes, caracterizadas por escasas batallas y largos y costosos sitios a ciudades y fortalezas, fueron miles los componentes de los tercios que murieron, llevando un arcabuz, intentando deslizarse por una tronera, un estrecho pasillo o el agujero abierto por una mina. No es fácil, ni agradable imaginar a estos hombres, como era su costumbre, con una camisa hecha jirones, sin la espada, tan solo armados con el arcabuz y la daga, arrastrarse a oscuras en busca de la muerte... tan lejos de casa... buscando la gloria de un Rey que ni siquiera les pagaba y defendiendo la fe de un Dios... que puede que les hubiera abandonado.

Nombre técnico: Arcabuz
Año de introducción: hacia 1475 - 85
Año de caída en desuso: A partir de 1700, con la introducción definitiva del mosquete
Difusión: Toda Europa, y América, en las manos de los conquistadores.
Batallas en las que participó: Ceriñola, Garellano, Pavía, San Quintín, Mulhberg, Gravelinas, Nördlingen y, por supuesto, Rocroi

jueves, 4 de septiembre de 2008

Segundones


Reivindico el papel de los segundos. Tengo que hacerlo, pues en estos últimos meses he tenido la ayuda franca de una persona que ha propiciado que este humilde Director Financiero no acabara completamente loco. En todo caso, no debemos confundir segundo con segundón; el primero de ellos es un valioso apoyo, un as en la manga, un activo que hay que cuidar y valorar... el segundo es un tunante, un resentido, una especie de mosca cojonera que se aprovecha de la sombra ajena para cobijarse, huye de las responsabilidades, toma diez cafes al dia – o, al menos, baja a tomárselos... – y lucha sin descanso contra su archienemigo más peligroso... el trabajo.

Como contribución, paso a homenajear desde aquí a uno de los más importantes “segundos” de la historia, un soldado valiente y noble que se convirtió en el principal – y por momentos, único – apoyo de Hernán Cortés durante la conquista de Méjico, Gonzalo de Sandoval.

Nuestro amigo Gonzalo llego a Nueva España, de la mano de Cortés, en 1519, como uno de sus tenientes más jóvenes y con fama de muchacho sincero y en el que se podía confiar. Había nacido en Medellín (como su jefe...) y hasta donde se sabe, que es prácticamente nada, era de origen más que humilde – su madre era conocida por el cariñoso apelativo de “la Fulana...” -, habiendo tenido que desempeñar los trabajos más despreciables en su Extremadura natal (porquero) y escapando de allí a la carrera, mitad por un asunto legal, mitad – suponemos – guiado por el ansia de riquezas y de una nueva vida. De la mano de Cortés la encontró, al que sirvió lealmente durante los primeros envites de la conquista de Méjico, jugándose la vida día sí, día también, al mando de un escuadrón de caballería. En todas estas acciones, tras su desenlace, permanecía a la sombra de Pedro de Alvarado, el lugarteniente “nominal” de Hernán y persona con mucho más porte y empaque... pero también más pendenciero y voluble. Después de la matanza que este último desencadenó entre los aztecas mientras su jefe no se encontraba en Tenochitlán, perdió totalmente la confianza de Cortés y Gonzalo pasó a ser el segundo al mando... y no pudo hacerlo mejor.

A raiz de la mencionada matanza, los ánimos de los aztecas estaban... calentitos; una vez que Cortés hubo regresado y era evidente que cualquier intento de salida negociada era imposible, el capitán le encomendó a Gonzalo que guiara la columna de españoles que iba a tratar de ganar las salidas de la ciudad en la llamada "Noche triste" y lo consiguió, si entendemos por ello no perder más de la mitad de los españoles en el intento. Después de la batalla de Otumba, donde las conquistadores volvieron a tomar la iniciativa, tomó al asalto algunos de los principales pueblos que rodeaban y daban soporte y protección a la capital, y dirigió la construcción de la mayoría de los bergantines con lo que se iba a intentar bloquear sus accesos. Su hoja de servicios crecía y crecía... los hombres que formaban su compañía capturaron a Cuhatemoc y en sus correrías pacificó – o exterminó, según se mire... – a la mayoría de los pueblos y ciudades en los que aún quedaba algo de resistencia indígena, por cierto, con una violencia que hasta ese momento apenas se había hecho presente.... ¡Y aún le quedaba tiempo por el camino para ejercer de padrino de aquellos indios más notables en el momento de su bautizo!... Todo un personaje este Gonzalo...

Después de conquistar el actual estado de Colima, Gonzalo acompañó a su “jefe” en la desastrosa expedición que tenía por objetivo escarmentar a Cristóbal de Olidotro de los lugartenientes de Cortés, que se había autoproclamado “reinona” de todo el territorio hondureño – y parece que fue el responsable de que volvieran ambos de una pieza, teniendo en cuenta la cantidad de penalidades que sufrieron. Finalmente, a mediados de abril de 1527, Gonzalo decidió que ya había tenido bastante y, probablemente, que tenía que volver a ver a su padre, a quien idolatraba y al que mandaba todo el dinero que “ganaba” en las Américas.... Partió junto a Hernán Cortés a España pero en el camino cayó mortalmente enfermo, puede que de disentería. Lamentablemente, el final que Gonzalo sufrió no le hizo justicia a su vida... ni a su alma... Un tabernero que le hospedaba, aprovechándose de su situación, le robó las trece barras de oro que constituían su única fortuna. Acabó muriendo el 22 agosto Palos, desde donde fue llevado por sus amigos al convento de la Rábida, en donde descansan sus restos.

Su más íntimo amigo, el también soldado y cronista de la conquista, Bernal Diaz del Castillo, le recriminaba constantemente su maliciosa tendencia a maldecir, a “cagarse en todos los santos...” y a manifestar públicamente que no creía en Dios. Gonzalo, se destornillaba, y aconsejaba a su amigo... “No te fies, Bernal, del español que no maldiga... Además, le estoy convirtiendo a tantos indios que no me lo tendrá en cuenta”

¿O sí...?

martes, 2 de septiembre de 2008

Urgencias


Cuando parecía que acababa arreciando la polvareda de la Ley de Memoria Histórica – o histérica, según se mire – ley que, escaso bagaje, se ha caracterizado por irritar a todos y no contentar a nadie, Baltasar Garzón ha decidido (gracias Luna...) convertirse en adalid de parte de las asociaciones de victimas de familiares y represaliados durante la contienda, en concreto de los del bando republicano. A pesar de los consejos de la fiscalía – figura que en este país está empezando a convertirse en un cero a la izquierda... – ha decidido considerar estos crímenes como “de lesa humanidad”, esto es, imprescribibles, a pesar del consejo de asociaciones de jueces, fiscales y magistrados que se inclinaban, inclinan y posiblemente inclinaran por considerarlos tipificados en la legislación de la II República como “comunes” - ¿no hemos quedado en que ese era el ordenamiento vigente? – y por lo tanto extintos de responsabilidad según la ley de amnistía general de 1977.

Pues bien, como quiera que ya conocemos la tipología de las actuaciones de este juez, para el que como entre en bambalinas no se está en ningún sitio, no ha tenido mejor idea que desayunarse con la obligación para ciertos ayuntamientos como Madrid, Sevilla, Córdoba y Granada – parece que todo se debió de cocer en la capital y Andalucia... – para la Conferencial episcopal, para el Ministerio de defensa y la Dirección General de Registros y Notariado de entregar las listas que tengan en su poder en las que puedan figurar los nombres de muertos o desaparecidos.

Vaya por delante que nada me parece mejor que defender derechos y libertades, y que defiendo de manera convencida que una familia pueda saber o decidir donde descansan los restos de sus seres queridos; pero, igualmente, me molesta sobremanera que se pretenda ofender a la inteligencia y al sentido común cayendo en los mismos pecados de los que se pretende escapar... Porque bajo el medidísimo nombre de la ley... “por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas para aquellos que sufrieron persecución y violencia durante la guerra civil y la dictadura”, en el fondo lo que se suscita, a lo que “huele”, es a establecer otra vez la maniquea distinción entre buenos y malos que tan bien supo rentar el difunto Paquito Franco.

Cuando Garzón inicia una acción de esta envergadura, a comienzo del curso político, y olvidándose de lo que en realidad más fácilmente podría conseguirse y de lo "jurídicamente relevante", esto es, la anulación de todos los juicios políticos sean del signo que sean, malo; pero, ya puestas así las cosas, espero que las instituciones públicas – e incluyo a las que se las ha emitido el requerimiento y a las que no – ofrezcan todo su apoyo y facilidades para avanzar en este entuerto. En cualquier caso, me queda la duda de si determinados colores saldrán más beneficiados que otros en esta acción judicial y, sobre todo, si los miles y miles de alcaldes, concejales, empresarios, sindicalistas católicos, guardias civiles, sacerdotes, diáconos, monjas y religiosos que fueron asesinados por los "rojos", esa combinación de socialistas, anarquistas, comunistas y republicanos desencantados, serán incluidos en tan loable iniciativa... porque, ese desafortunado comentario de José Blanco – eso sí, en la radio; se cuidó mucho de hacerlo desde la portavocía... – de que esas “actuaciones” forman parte de la “imaginería” y que en todo caso eran producto de pequeñas hordas descontroladas, afortudamente no se la cree casi nadie. Mi abuelo – yo también lo tengo, o lo tuve, y le respeto tanto como Zapatero al suyo – se hartaba de contarme, siendo yo bien pequeño, las veces que le hicieron salir a la calle con una carretilla a recoger hábitos y casullas a las que ya no se les movía lo de dentro...

En todo caso, animo a este juez hiperactivo a que, si no quiere investigar sobre lo que de verdad le compete y nos afecta – bien en verdad que no tiene que coincidir con lo de verdad importante para las familias... – como el porqué de que un limón cueste siete veces más en Alcampo que en origen o porque las Cajas de Ahorros españolas han condenado a miles de jóvenes a ser sus clientes de por vida con hipotecas a cincuenta años, proceda a consultar los legajos de cierto archivo sito en Burgos, donde figuran los juicios sumarísimos hechos por el franquismo, los estudie y, si ha lugar, los invalide inmediatamente. Eso sí, son temas menos macabros y es posible que no den para salir en un telediario pero ahí hay muchísima más sangre y más odio, que a dos metros bajo tierra.

Guadalete, 18 - 26 de Julio del 711 d.C.

Insisto en mi teoría de que “todo lo que no es tradición... es plagio”. Como bien enuncian los muros de la Real Academia de la lengua de España, la historia de la humanidad gira en torno de la letra “v”... una sucesión de vicios, vanidades y veleidades, salpicados por pequeños instantes de virtuosismo. Entre los primeros, uno del que no podemos escapar: dar por obvio lo incierto y lo no contrastado. Para muestra un botón: La wikipedia, que es, en el fondo, un buena proposición participativa que está dando unos resultados aberrantes en lo cultural... presenta muy ufana el siguiente enunciado en su artículo sobre nuestro Rey, Felipe II: “Ejemplos reseñables de su meticulosa administración son: La Grande y Felicísima Armada, de la que se conocía hasta el nombre del ínfimo grumete, mientras que los ingleses no tienen noticia cierta ni siquiera de todos los barcos que participaron” (sic)

Claaaaaaro... Seguro que nuestro ¿buen? Rey no tenía otra cosa que hacer que repasar los estadillos de las tripulaciones una por una, (los tripulantes cambiaron frecuentemente de barco para completar las bajas por deserciones o por enfermedades...) o aprenderse los nombres de los marineros de carrerilla (la marinería de la Armada invencible superaba los 9.200 hombres...) y todo esto con especial interés por los grumetes (palabro de origen inglés que, en cualquier caso, data de cerca de cien años más tarde...) Mis respetos al erudito que nos “ilumina” con comentarios de semejante calado... tan solo, una cosilla... Para verter opiniones o metaforear sobre historia o sobre cualquier otra cosa existe un instrumento llamado blog cuyo principal interés es servir de vehículo para hacer literatura. Úsalo, por favor, y evita la posibilidad de que cualquier preadolescente haga un cortar – pegar sobre tu vínculo y se juegue su nota media...

Pero, como todo se pega menos la hermosura, un verdadero aluvión de hechos históricos se representan con aluvión de detalles que, sinceramente, asusta; y una de las etapas históricas en las que más abundan, a causa de la falta de fuentes fidedignas y un escaso interés (hasta hace bien poco) por los historiadores más importantes, es el periodo visigodo de la península ibérica. El cenit del desconocimiento es, desgraciadamente, el suceso que pensamos puso fin a la supremacía de este pueblo en nuestros lares: La batalla de Guadalete.

Por desconocer, lo desconocemos casi todo: Este enfrentamiento responde a los variopintos nombres de batalla de Guadalete – ya mencionado – batalla de las lagunas de Janda, batalla de Lacea o incluso batalla del río Barbate lo que nos demuestra muy a las claras que no tenemos la menor idea de donde sucedió concretamente. La fecha también nos es desconocida; los estudiosos proponen una orquilla entre el 18 y el 26 de julio, con opiniones para todos los gustos... ¡Inclusos algunos se curan en salud defendiendo que duró la totalidad de esos días, como si fuera una suerte de fiesta patronal...!

Al menos, está más claro a que respondió el enfrentamiento. Tras la muerte del rey visigodo Witiza, se entabló una especie de paz tensa entre los seguidores del difunto, encabezados por el Conde de Ceuta, Don Julián, y los alineados en el bando del sucesor de “el Witi”, Don Rodrigo. Semejante estado de guerra fría no podía durar así que los witizanos facilitaron el cruce del estrecho de Gibraltar a las tropas norteafricanas del gobernador Musa Ibn Nusair, encabezadas por el molón caudillo bereber Tariq, con la esperanza – ya veremos que bastante vana – de que les ayudaran a devolver las cosas a su estado original, es decir, conmigo mandando...

Las antiguas crónicas están más o menos de acuerdo en que los efectivos de Tariq no debían ser más de 7.000 hombres, un número que resulta algo engañoso porque se trataba de fuerzas fogueadas en combate, y que incluían una mayoría de caballería muy móvil, experta y resuelta. Rodrigo, que se encontraba por entonces intentando reconducir sus relaciones con los vascones a fuerza de palos, tuvo que dar media vuelta apresuradamente y “bajar” por la península recogiendo por el camino a todo aquel que estuviera en condiciones de empuñar una espada; las crónicas defienden un ejército visigodo de unos 90.000 hombres, lo cual es un completo y absurdo despropósito... los ejércitos visigodos nunca fueron excesivamente numerosos y en aquel momento la península acababa de salir de una sucesión de malas cosechas, lo que no permitiría acumular grandes contingentes. Es más fiable – y prudente – establecer una estimación de alrededor de 12 o 15 mil hombres, cifra en todo caso superior al de sus contrincantes.

Mientras Rodrigo bajaba por la nacional, a los soldados bereberes les dio tiempo a hacerse una idea más o menos compleja de qué era aquello a lo que se enfrentaban gracias a las indicaciones witizanas y se libró un primer enfrentamiento en el que canearon sin compasión a Sancho, sobrino de Don Rodrigo que habría salido a su encuentro. Más tarde, es posible que las avanzadillas de ambos ejércitos se tantearan mutuamente y, a media mañana – según la tradición – las dos vanguardias chocaron violentamente.

A partir de aquí, tenemos el único dato más o menos indiscutible: los seguidores witizanos, comandados por el obispo Oppasarzobispo de Sevilla y hermano del difunto rey – o bien abandonaron la batalla tan ricamente, o incluso cambiaron de bando sin ponerse ni coloraos... Algo se debía imaginar Rodrigo cuando no quiso – de esto tambien hay alguna evidencia – que en el centro de su formación hubiera seguidores de este religioso sin escrúpulos. El caso es que el Rey, se vio de pronto solo, en inferioridad y no pudiendo resistir más, tuvo que asistir a la desbandada de la mayoría de sus tropas.

En este punto se vuelve a apuntalar la incertidumbre; el cuerpo del rey nunca se encontró y parece ser que se buscó a conciencia. Mientras varias partidas a caballo recorrían la zonas buscando supervivientes o seguidores del monarca, el grueso de las fuerzas invasoras avanzó hacia Toledo, capital administrativa del reino que, desprotegida, cayó en el 714 d.C. En el tiempo que medió entre la batalla y la caída de la capital debieron de pasar muchas cosas pero, fundamentalmente, la mayoría hispano romana y la minoría judía empezaron a pensar que quizás no les fuera tan mal con los nuevos visitantes; al mismo tiempo, los witizanos no consiguieron recabar apoyos de las élites godas, muchas de las cuales habían huído hacia el norte y, para cuando quisieron darse cuenta, unos 18.000 hombres más reforzaron a los de Tariq con lo que la suerte de la península estaba, ahora sí, definitivamente sellada.

Por último, nos queda indagar la suerte de D.Rodrigo, el Rodericus de los cronistas. Se da por sentado que huyó malherido y que intentó llegar a Toledo por una ruta alternativa, y que las partidas que Tariq lanzó en su busca no consiguieron encontrarle; esta “romántica” visión tiene escasa verosimilitud pero, curiosamente, en un pueblo portugués cercano a ciudad Rodrigo se encontró una tumba con la inscripción “HIC REQUIESCIT RUDERICUS REX GOTHORUM”. Más hermosa es la leyenda que situa al rey godo en las inmediaciones del pueblo onubense de Sotiel, llorando su derrota en una desvencijada iglesia y, a la postre, esperando su muerte. Y algo debe de haber cuando, si pasas por el pueblo en la actualidad, es francamente difícil no encontrarse con alguien que se llame Rodrigo...
Afortunadamente uno de los "nuestros" resistiría sin desmayo al invasor... el inventor de la mutua y del seguro a terceros... Pelayo.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Nosotros fuimos potencia

La historia de los países, sobre todo si contamos entre ellos a las naciones llamadas históricas – aquellas que se formaron a partir de los procesos constituyentes de los siglos XV y XVI, más los Estados Unidos de Norteamérica – se caracteriza por presentar un cierto carácter recurrente en el que al menos en una ocasión, la mencionada nación ha figurado en los manuales de historia como "potencia". Semejante término es, si no lo acotamos convenientemente, harto engañoso: podemos entender que potencia es aquel país que controla un cierto número de recursos, o que mantiene los ejércitos más numerosos o puede que identifiquemos el término con una cierta supremacía demográfica, financiera o incluso ideológica. No debemos ir por ese lado... lo que identifica de manera inequívoca a una determinada nación – perdón por la inoportunidad de la palabra – como una potencia, es la exclusividad del aluvión de problemas que se le vienen encima, marrones que derivan únicamente de su posición de presunta supremacía.

Naturalmente, semejante cantidad de entuertos de tan difícil resolución derivan de la práctica imposibilidad de contentar a todo el mundo. Cuando uno es potencia, suele resolver los problemas muy malamente, escogiendo generalmente la peor de las soluciones, abocando al descontento a la mayoría de los implicados y dejándose una serie de muertos en el camino, de aquellos que te vuelves a encontrar cuando menos te lo esperas y más falta te hacen. Pero, por otro lado, tampoco hay que criminalizar más de la cuenta a estos grandes estados; como cuando un elefante camina por el bosque, no se les puede pedir que miren constantemente a donde pisan pues no llegarían a avanzar nunca. Además, determinados logros políticos irrefutables de la historia de la humanidad – generalmente los más duraderos – han sido conseguidos por las grandes potencias... de modo que, cuando algún sucedáneo de estadista decide permanecer sentado al paso de, pongamos por caso, la bandera de los Estados Unidos, confiando que la mencionada pose le va a otorgar cinco o seis mil miserables votos más, debería caer en la cuenta de que no solo niega el reconocimiento a la América de Bush, de Guantánamo o de Iraq sino también a la América que lanzó en paracaídas sobre Normadía a lo mejor de una generación y que evitó, a la postre, que aquí se fuera a trabajar con la esvástica en el hombro desde el cabo norte hasta tarifa...

Y ya que estamos con Norteamérica, me parece interesante hacer notar los paralelismos entre la situación a la que se enfrentan en este momento – puede que merecida y que francamente no deseo a nadie... - con los problemas que asaltaron desde todos los ángulos a la única España que, según mis discutibles criterios, ha llegado a constituirse en potencia mundial: La España Imperial, también llamada “de los Austrias”. Las reflexiones que se me ocurren no pasan de una simple conversación de café pero es ciertamente curioso ver como, si prestamos atención y a poco que nos lo propongamos, las noticas que vemos a diario en los informativos pueden acabar reflejando una situación distinta pero totalmente parecida que les toco vivir a los abuelos de nuestros abuelos... ¡y hace cuatrocientos años!

La España de los Austrias, al igual que los modernos E.E.U.U, se veía obligada a defender sus intereses de los de sus múltiples enemigos y si George tiene a su Osama Bin Laden, a su Chávez o a su Vladimir Putin, nuestro Felipe “the second” tuvo que lidiar con un Guillermo de Orange, una Isabel de Inglaterra o un Lutero, que no es precisamente moco de pavo... que al igual que el país de las hamburguesas se ve obligado a llenar los cuadros de su – por momentos – maltrecha infantería con reservistas, España mandó al infierno de Flandes a varias generaciones de castellanos, andaluces, navarros y aragoneses – nótese que omito algunas ¿nacionalidades? – para, posiblemente, no solo no sacar nada en claro sino perder cada vez con mayor facilidad lo poco que había sido ganado... que al igual que los Estados Unidos de Norteamérica están, según algunos teóricos, en quiebra técnica, en manos de los países productores de petróleo y del mayor tenedor de dólares del mundo... que es China, España tuvo que declararse al menos tres veces en quiebra, la primera de ellas en 1557 porque los ingresos que generaba la corona y que no se consumían en picas, artillería, espías o sobornos varios, no daban siquiera para pagar los intereses de la deuda que se mantenía con la mayoría de los principales banqueros genoveses u holandeses.

No conviene olvidar pues que, cuando se barajan dos veces las cartas, los ases y los doses suelen caer en manos distintas y que la suerte y los acontecimientos son caprichosos y, en todo caso, cíclicos y que nosotros pasamos hace mucho tiempo por lo que están pasando otros. En cualquier caso, lo que ni me extraña ni cambiará es el carácter de natural resignado de los españoles y las enormes tragaderas con las que hemos dotados a lo largo de los siglos... Si en Alost nuestros antepasados fueron capaces de manejarse con esa lealtad, tras cerca de quince meses sin cobrar, que no seremos capaces de aguantar a estas alturas...