miércoles, 28 de enero de 2009

La ingenuidad

¿Ser ingenuo es un defecto? Me lo pregunto porque, una persona con la que tengo la suerte de trabajar es tachada permanentemente de tal y, la verdad... es que tiene una cara de felicidad inmensa; Quizá, deberíamos empezar a replantearnos su uso, siempre despectivo, y aprender de los académicos de la RAE que más bien le dan un matiz virtuoso... e incluso empezar a ejercer de tales si, como a mi compañero, eso nos hace llevar atornillada una sonrisa de oreja a oreja; al menos unos minutos al día no estaría mal ¿verdad?

Etimológicamente, ingenuo es una derivación del latizano "Ingenuus" que viene a significar algo así como "perteneciente o incluido en el origen". En la Roma Republicana y en parte del período clásico, se conocía a los "ingenuos" como aquellos que podían probar que sus padres eran hombres libres y que, por tanto, ellos habían nacido como tales. Esa cualidad, que en su momento tuvo ciertas implicaciones morales e incluso jurídicas, operaba como antagonista del "liberto" o aquella persona nacida de esclavos y por tanto esclava ella misma, que conseguía la libertad gracias a una liberalidad de su dueño.

No tengo tan claro a que obedece el uso que al término damos en la actualidad pero quizás traiga causa de este señor, Ingenuo de nombre y de condición, que pensó que alzarse emperador era pelín más sencillo de lo que resultaba en realidad, durándole la alegría ná y menos...

Quien sabe...

lunes, 26 de enero de 2009

La ropera

Ropera con guarnición de lazo
Propietario: Rorro González

Ahora que parece que los deportistas españoles campan a sus anchas por un montón de disciplinas, ganando torneos a cholón y acumulando trofeos y titulares periodísticos, justo es reconocer sin embargo que, de los principales deportes que uno puede disfrutar cualquier domingo por la tarde en la televisión, prácticamente ninguno ha sido inventado por españoles. Si acaso, haciendo un ejercicio de identificación algo forzado, quizá podamos razonar la españolidad de la moderna esgrima en cualquiera de sus disciplinas, a pesar de que la primera medalla española no ha “caído” hasta hace bien poco... extrañamente, por cierto.

... y es que, si algo se nos ha dado bien a los españoles de ayer y hoy ha sido reñir, disputar y pelearnos, fundamentalmente entre nosotros mismos; y, no siendo la espada un invento español ni mucho menos, si es posible reclamar la paternidad de su uso, entendido éste no como la habilidad de dar un espadazo a otro y salir corriendo, sino de la invención y perfeccionamiento de un determinado modo de usarla, muy ligado al estilo de vida de nuestros abuelos de los siglos XVI y XVII, y que exigió, nada menos, que el desarrollo de un tipo especial de arma... la verdadera espada española... la espada ropera.

A ver... en aquellos días, era posible, como ya he dicho, identificar dos habilidades presentes en el español medio: jugar a los naipes y batirse a espada... y lo normal era, qué le vamos a hacer, usar ambas el mismo día; para ello se utilizaban, además de la baraja, las mencionadas espadas roperas, llamadas así porque eran tan habituales que se cargaban como un aditamento de la vestimenta. Como arma, era virguería pura... Bien estabilizadas y realizadas con los mejores aceros toledanos, eran tremendamente manejables a pesar de su peso, y su estilizado pero contundente filo era ideal tanto para usarlo de punta (estoquear) como de filo (tajar). Para completar el diseño, se solían dejar sin afilar los primeros cuatro o cinco centímetros del filo, debido a la costumbre española de apoyar allí el dedo índice en el momento de la pelea dejando, además, la mano diestra protegida por floridas y trabajadas guarniciones.

En cuanto a su técnica, si bien es cierto que algunos comentaristas de la época escribieron complicados tratados, el español medio aprendía lo necesario en la calle, o en Flandes... si le daba tiempo, claro. A pesar de su peso, una buena espada, de aquellas que costaban un jornal, tenía un equilibrio perfecto que hacía que al apuntarla a la cara de tirador contrario, funcionase como una prolongación del propio cuerpo, obligando además a su dueño a colocarse de lado y así presentar menor blanco al adversario. Muy pronto, en Europa intentaron copiar las armas españolas pero, vaya usted a saber por qué, la ropera no triunfó de igual modo, quizá porque más allá de los pirineos la posibilidad de batirse por dos cervezas no fuera tan acusada...

En España si lo era, llegando al extremo de que escritores como Quevedo fueran auténticos virtuosos de su empleo u otros, como Calderón o Góngora, escribieran acerca de su uso “que aquel varón que por la calle sin ella, seguro que fraile sería...” o que “se acabaron de pronto los fríos...” aludiendo a la costumbre patria de enrollar la capa en el brazo izquierdo al empezar una pelea, a modo de protección. Semejante pasión por atravesar al vecino, a los monarcas españoles les venía de perlas; podría decirse que, acostumbrado el hispano a su uso de tal modo, la primera parte del entrenamiento militar sobraba y, revisando escritos, he podido comprobar de primera mano cartas de los mejores generales europeos, como Gustavo Adolfo de Suecia, quejándose amargamente de la pericia española en el uso de la ropera.

De hecho, los reyes españoles debían de confiar en sus portadores de tal manera que la escolta más cercana e íntima del monarca, la que custodiaba sus aposentos durante la noche, estaba compuesta únicamente por espadachines; se trata de los Monteros de Espinosa, ancestral cuerpo de guardaespaldas – puede que su origen se pueda calibrar alrededor del año 1.000 d.C. – que dominaba de tal manera la espada que acabó renunciando al uso de la armadura, el escudo o cualquier protección adicional. Estos “valientes” se agrupaban en una compañía de medio centenar de hombres, solo se relacionaban entre ellos y estaban obligados a, mientras no estaban de servicio, vivir recluidos en la villa, claro, de Espinosa de los Monteros.

Así se puede dormir a pierna suelta.

Media Marathon de Getafe

Ayer se celebró en Getafe una de las mejores medias maratones que se pueden correr en la provincia de Madrid, carrera para la que me preparé más o menos concienzudamente, aprovechando que es bastante llanita y que se celebra en mi localidad. Lamentablemente, los Dioses - los que sean... la verdad es que me da igual - decidieron que nos iban a poner las cosas algo más difíciles de lo esperado y así, entre el kilómetro 13 y el final de la carrera cayó una manta de agua de las que hacen época. Aún así, y sufriendo como creo que muestra la fotografía, conseguí terminar por aquello "del que dirán". ¿La marca...? pues fue lo suficientemente mala como para incluirla en el apartado de "secretos inconfesables" y, en cualquier caso ¡Sed un poco caballeros! Al igual que la edad de las damas... ¡Eso no se pregunta!


jueves, 22 de enero de 2009

Frau, kam


En vísperas de la caída de Berlín, cuando ya parecía claro que ni siquiera un milagro podría salvar a la ciudad que en tiempos fue considerada la envidia de Europa entera, miles de soldados soviéticos se pasaban pequeños papeles con una leyenda escrita en alemán; en ellos se podía leer “Frau kam” una burda traducción al germano de la expresión “mujer, ven” y que iba a alterar emocional y físicamente a miles y miles de berlinesas, aterrorizándolas de manera salvaje, y enseñándolas la peor cara del vencedor... la de la venganza.

En rigor, hay que decir que las primeras divisiones que cercaron y rindieron la capital, entre abril y mayo de 1945 eran, por así decir, soldados profesionales. Entrenados con una férrea disciplina militar, la mayoría procedente de la Rusia europea, o fueron conminados a guardar las formas o simplemente estaban demasiado agotados para pensar en otra cosa que no fuera regresar a casa. Pero la ocupación en sí no fue llevada a cabo por éstos sino por levas de soldados más jóvenes, que habían tenido menos recorrido militar – y por tanto, menos sufrimiento –, con poco que hacer y con demasiadas ganas de aparentar una dureza que no tenían... al menos en combate.

Para estos muchachos, educados en la parte más lejana de Rusia, granjeros que no habían visto ciudades como las de Alemania, la mera visión de una mujer, más o menos cuidada, una media o un tacón, disparaba simultáneamente irrefrenables impulsos lúbricos que en aquel momento, en el que todo estaba permitido, parecía absurdo retener... Al fin y al cabo... ¿No eran ellos los vencedores? ¿Acaso no había sufrido Rusia enormes penalidades causadas por aquel ataque devastador y traicionero?... De éste modo, se fue extendiendo una suerte de conciencia colectiva favorable a cierta permisividad con las violaciones de mujeres alemanas... las “Gretas” como las llamaban los soviéticos... y a considerar a éstas, primero como un desahogo piscológico y finalmente, como mero botín sexual.

Al principio, a pesar de que la propaganda advertía a las berlinesas del riesgo, muchas se tranquilizaron pensando en que, si bien debía de representar un peligro cierto en el campo, en el ámbito urbano, delante del resto de ciudadanos y observados por sus mandos, no podía darse de modo generalizado; se equivocaron... En un primer momento, empezaron a circular historias de abusos puntuales pero, al producirse el relevo de una decena de divisiones de primera línea, empezaron a producirse violaciones colectivas de madres e hijas a manos de secciones enteras de soldados, generalmente acompañadas de enormes dosis de violencia y, en ocasiones aunque no siempre, prolongándose por días enteros. Los relatos, espeluznantes, así como la contemplación de estas acciones – que se solían cometer con el resto de la familia delante – conmocionaron a las berlinesas de tal manera que años después de la guerra la mayoría de ellas reconoció que el miedo a que sus hijos presenciaran estos abusos estaba más presente en sus corazones que la posibilidad de morir de inanición.

Las que todavía no se habían convertido en víctimas acudían a todo tipo de ardides: cortarse el pelo a la manera masculina o apretarse en pecho con bandas confeccionadas a partir de sábanas hechas jirones, encerrar a sus hijas más jóvenes en sótanos o carboneras, o tomar quien sabe que extraños líquidos o embadurnarse sus partes con grasa mezclada con ácido para aparentar terribles eczemas y ser, así, menos apetecibles a los ojos de la soldadesca soviética. Otra alternativa, menos lírica pero sumamente entendible, era ofrecerse voluntariamente a un oficial del ejército rojo para ser su compañera y garantizarse así algo de protección; sin embargo, eran tantas las que intentaron acogerse a esta solución que el supuesto protector, cambiaba y cambiaba a cada poco de concubina, con lo que las pobres mujeres solo conseguían demorar lo inevitable...

Especialmente cruel y deleznable fue la costumbre de los soldados rusos de, desde cualquier teléfono útil que quedara en una casa conquistada o requisada, marcar un número al azar o sacado de la guía telefónica y, si detectaban que una mujer respondía la llamada, soltar a voz en grito y de la forma más terrorífica posible una serie de exabruptos en alemán, toscamente aprendidos, que bastaban para privar del sueño a sus receptoras por días enteros...

Esta situación infernal se prolongó por semanas, hasta que los jerifaltes de Stalin decidieron que ya habían tenido lo suficiente y, por medio de comisarios políticos, reprendieron estos comportamientos, al menos en público. Sin embargo, luego empezaron otro tipo de violaciones... las que sufrían las madres que pretendían dar a sus hijos un mendrugo de pan, o una loncha de panceta y, al no tenerla, ofrecían al que la tenía su cuerpo a cambio, en un trueque curioso... y forzado... en el que dormir caliente para uno significaba comer caliente para otra.

Se calcula que dos millones de mujeres fueron violadas en Alemania durante 1945.

De éstas, unas treinta mil abortaron, otras cincuenta mil sufrieron secuelas que las imposibilitaron para volver a concebir o acabaron muertas... y unas diez mil más, optaron por suicidarse.

El Ejército soviético procesó y condenó a muerte a veintitres soldados por cargos de violación.

miércoles, 21 de enero de 2009

"La comerciante de libros" de Brenda Vantrease


Título: La comerciante de libros
Editorial: Maeva
ISBN: 9788496748675
Tamaño: 24 x 16
Páginas: 524
Precio: 21 €
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Ayer mismo concluí la lectura de esta obra, caída en mis manos casi por casualidad, y me gustaría comentar las sensaciones que me ha dejado su inesperada lectura. En "La Comerciante de libros" se narran las peripecias de una joven librera y copista, y las andanzas y desventuras de un fraile dominico, en un momento histórico en el que las ocupaciones de ambos hacían imposible mostrarse neutrales ante la vida y ante la fe... El libro, utilizando como marco los incipientes conflictos religiosos y las persecuciones de herejes de finales del siglo XIV, intenta retratar la sociedad de la época, la influencia del clero en la vida diaria así como las tensiones intelectuales y emocionales que soportan sus personajes. Bien... En primer lugar es una novela histórica sin casi ningún personaje histórico... y es de agradecer; la "normalidad" y anonimato de sus personajes principales hace que sean más fáciles de asumir para el lector, además de evitar al autor confrontar multitud de datos históricos - en definitiva, es más difícil equivocarse - y encorsetarlos demasiado. Ésto, unido al directo estilo literario de la autora, hay que reconocer que le da al libro mucho ritmo... Vamos, que se lee fácil por lo que sus más de quinientas páginas parecen intimidar algo menos. Sin embargo, la obra también tiene argumentos menos floridos; los personajes principales, a los que atormentan dudas y hechos pasados, están emocionalmente construidos muy al límite y parten de posiciones tan alejadas que, a veces, los esfuerzos de la escritora por entrelazar sus devenires y construir así la trama parecen demasiado forzados... resultando la historia, en ocasiones, poco creible y algo "folletinesca". En consecuencia, según se avanza en su lectura, el libro, curiosamente, pierde fuerza y no atrapa al lector como lo hacían las treinta primeras páginas... En resumen y según mi criterio, una novela más que aguantará en los expositores menos de un mes en el mejor de los casos y que se queda sumida en la mediocridad por méritos propios; como historia alcanza a engatusar al lector a duras penas y, como reflejo de un momento histórico concreto, pasa por él demasiado de puntillas.

lunes, 19 de enero de 2009

Encuesta "¿Qué importancia tuvo realmente la ayuda internacional a los bandos contendientes en la Guerra Civil?"

Hola amigos.

Antes que nada, os debo una disculpa; no por nada especialmente grave, es cierto... pero en la formulación de la pregunta que da causa a este artículo, no estuve especialmente lúcido. Hubiera sido más correcto decir o inquirir acerca de "la importancia de la ayuda en el desenlace" y no solo "en los contendientes". Al fin y al cabo ¿Qué si no es lo importante salvo el resultado? Afortunadamente, creo la mayoría de vosotros habéis entendido que por ahí iban los tiros y el resultado de la encuenta es muy indicativo de que la mayor parte de los mortales patrios damos una importancia superlativa al esfuerzo que las demás potencias europeas hicieron en que nos matásemos... El resultado final fue éste:

Asumiendo que el resultado como digo es clarificador, mucho menos claro se presenta el horizonte si analizamos, con detenimiento y de forma separada, los bandos receptores del grueso de esas importanciones de materiales y recursos humanos. Es posible, es más, es probable, que caigamos en determinados vicios, licencias o incluso prejuicios que hagan que, al poco, nuestro análisis deje de serlo. Pero como este asunto es especialmente apasionante y ¡que diablos! este blog lo leen cuatro gatos... ja, ja... vamos a darle una vuelta, quien sabe, si de una vez por todas.

La misma noche del 19 de Julio, el gabinete de Leon Blum, Presidente del gobierno del Frente Popular de la República Francesa, recibió el primer telegrama de petición de ayuda por parte de la República española, comenzando las entregas de fusiles y munición inmediatamente, aunque de forma discreta, a través de la frontera franco española. Por el otro bando, Alemania recibió su carta a los "Reyes Magos" el 25 del mismo mes, llegando el primer avión Junkers a Tetuán el 28... Como se puede apreciar... no se tardó mucho en encontrar proveedores de muerte y sufrimiento, y solo el Tratado de no Intervención firmado por los principales estados europeos hizo que, al menos, Francia tuviera que derivar la mayor parte de sus entregas a través de Méjico y forzó a Alemania a hacer lo propio con sociedades mercantiles interpuestas en países del norte de África o incluso Grecia.

Durante ese primer periodo, los suministros fueron más o menos similares en ambos bandos, incluso si atendemos a criterios cualitativos, pero hubo dos hechos singulares que aumentaron la implicación de terceros países y, más que a abreviar, ayudaron a que la contienda se enquistara... En primer lugar, la llegada de material de guerra soviético desde el Báltico, en ocasiones a bordo de barcos con bandera inglesa, otorgó el predominio momentáneo al bando gubernamental. Concretamente, el suministro del mencionado armamento "rojo" se hizo dentro del marco de la Operación "X" dirigida por una sección de lo que luego acabaría siendo la KGB y dentro de los planes, más o menos aceptados por todos, que Stalin tenía para, además de dar por cu.. a las potencias occidentales, hacer que España acabara dentro de su área de influencia. Mientras tanto, el bando nacional era auxiliado con armamento, cañones, munición... sí... pero, sobre todo, por soldados profesionales, alemanes o italianos, a los que se les podía mandar y mandar y mandar..., cosa que parece baladí, pero que deja de serlo cuando uno se pone a leer algo del tema y, sorprendido, comprueba como determinadas ofensivas republicanas se sometían a votación antes de su comienzo o incluso no se producían ante la negativa a realizarlas de batallones o regimientos enteros. Podría decirse, creo que sin temor a equivocarse, que los gubernamentales recibieron hombres (los Brigadistas) y los nacionales, un ejército (de alemanes e italianos)... buena parte de él, de primerísima calidad (La Legión Cóndor).

Y todo lo dicho se aprecía de forma aún más contundente cuando se investiga acerca del asunto un poquito más todavía... Estaban los carros T-26 soviéticos, contra lo que nada podía hacerse desde el bando nacional, los magníficos aviones suministrados por lo que antes era Rusia y lo volvería a ser el futuro o las inmejorables - para matar, eso sí... - armas de mano, fusiles o granadas. Mucho de ese material fue malgastado en ofensivas sin sentido, manejado por universitarios con buenas intenciones, labradores de poco más de dieciocho años sin ningún tipo de conocimiento técnico o experiencia militar o por milicianos, poco dispuestos a empeñarse en una ofensiva si del primer contacto el devenir tornaba en contra propia. Al otro lado de la balanza, como ya he dicho, una estructura de mando más racional, un ejército profesional y sobre todo, una idea clara... que si bien no asegura que el resultado sea el correcto... al menos permite avanzar en esa dirección.

¿Y los costes? pues se resuelven de forma igualmente curiosa; Alemania e Italia aportaron material por valor de unos 632 millones de Dólares de la época... Un auténtico pastizal de ahora. Del otro lado, la URSS y el resto de países que ayudaron al bando republicano aportaron unos 717 como mínimo, ya que Rusia sigue sin desclasificar gran parte de los archivos que se refieren al período y es posible que nunca lo haga. Y es en el pago de todo este material donde hay materia para que un historiador, aficionado o no, se luzca; a Alemania e Italia, el bando vencedor les pagó de la siguiente manera: A la Legión Condor hubo que pagarla en efectivo, como fuerza de élite que era... Unos 325 millones de Dólares al contado; para el resto de la ayuda facciosa se recurrió a empréstitos de banqueros españoles, cargamentos de agrios de Andalucía y de Marruecos, minerales de la minas de Río Tinto y sobre todo, al Wolframio... curioso mineral muy utilizado para endurecer los proyectiles y que, en media España, sale del suelo con dar una patada a una piedra... El interés pactado por la financiación de estas deshorbitantes cantidades fue del 4% y en parte se rebajó gracias a la florida aportación de la División azul (-180 millones) y a los obreros que fueron a trabajar, puede que voluntariamente, a Alemania (-40 millones más).

El caso de la URSS es más complicado. Insisto en que no ha publicado sus cuentas y que, seguramente, nunca se las llegó a justificar por completo al bando republicano - no digamos ya, a los nacionales, años después... - pero es posible hacer una aproximación; a la URSS se mandaron también grandes cantidades de agrios originarios de Levante y de minerales, en esta ocasión, de minas murcianas de la zona de la Unión y de Aragón. Pero, fundamentalmente, fueron las 510 toneladas de oro aledado procedentes de los depósitos del Banco de España, las que avalaron las gigantescas entregas de material militar al bando republicano. Este oro, cuyo valor era en todo caso superior a los 580 millones de dólares, sin contar el valor artístico intrínseco - e incalculable de piezas de orfebrería iberoamericana y de miles y miles de monedas de época... -fue llevado a "Rusiland" desde Cartegena, y allí fundido con la mera presencia de algún representante de poca monta del Gobierno y de un clavero del Banco de España al que no se le dejó decir ni mú... y claro está... fue administrado sin control alguno. En honor a la verdad, al principio hubo algún intento de fiscalización e incluso se emitieron recibís con el membrete de una entidad financiera franco suiza a nombre de Negrín, Largo y Prieto pero en realidad muy pronto esas buenas intenciones quedaron en nada y lo poco que justificaban los soviéticos lo hacían imputando desorbitados precios... Oferta y demanda... ya se sabe.

En los sotanos del banco de España quedaron menos de tres toneladas de oro al terminar la contienda.

En las últimas semanas de la guerra y con Cataluña a punto de caer, Negrín pidió un enorme pedido de material a cuenta de futuros pagos que quedó retenido en la frontera francesa... y que Stalin no tuvo reparos en preparar aunque la Unión Soviética juraba y perjuraba que no había crédito disponible por estar agotados los envíos de oro y plata. ¿A santo de qué iba a hacerlo si sabía que apoyaba, ya, una causa perdida? Creo que lamentablemente, "aún teníamos crédito de sobra".

El gobierno franquista terminó de pagar a Italia en 1965 y a Alemania, en 1967.

jueves, 15 de enero de 2009

Septimio Severo (193 - 211 d.C)


Arco de Septimio Severo, en Roma

En el 192 a.C., creo recordar, los pretorianos asesinaron a un tal Pertinax, emperador volátil que solo tuvo la oportunidad de ejercer unos meses el cargo. Los mismos guardias responsables del magnicidio anunciaron, pomposamente, que el trono estaba en subasta: aquel que ofreciera la mejor gratificación, ejercería de jefazo del Imperio. Un millonario, harto de todo, llamado Didio Juliano estaba tranquilamente al fresco cuando, dicen, su mujer y su hija le obligaron a que concurriera ya que la ilusión de ambas era salir del provinciano mundo del latifundio itálico; y Didio lo hizo... Ofreció a los pretorianos unos tres millones de sextercios por barba, cifra difícil de trasladar al momento actual sin la ayuda de una buena hoja de cálculo y claro... ganó.

El Senado, al que todavía le quedaba algo de dignidad en sus venas, expidió secretamente requerimientos a los comandantes de las guarniciones de las provincias. Septimio Severo, uno de ellos, aceptó, y cuando todos pensaban que se abalanzaría sobre Roma al mando de sus invencibles legiones, llegó y ofreció a cada pretoriano el doble, y claro... venció.

Lo que no sabían los pretorianos es que Septimio no tenía intención alguna de pagar el precio, al menos a todos, y que, en él, habían encontrado la horma de su zapato. Este africano cincuentón, que hablaba latín con un acento tremendamente desagradable, aceptable conversador y dotado de una fina ironía que le llevaba a autoproclamarse como el mejor blanco de sus bromas, era lo mejor que le pudo pasar a una Imperio que necesitaba, urgentemente, la intervención de una mano dura. Cierto que no tenía el atractivo de un Trajano, ni la complejidad de un Adriano ni tan siquiera la formación intelectual de un Marco Aurelio... pero era inteligente, honrado y, sobre todo, no le temblaba la mano. Después de comunicar a los pretorianos que atendería la factura, escabechó a los cabecillas, hizo desaparecer de forma discreta a otros tantos y al resto, les repartió el dinero y los separó entre las diferentes guarniciones legionarias, no fuera cosa de que les diera por elegir nuevos líderes. Al instante, se puso a gobernar, y lo hizo bien; pacificó las fronteras, mejoró las comunicaciones y el ejército introduciendo el servicio militar obligatorio, saneó la economía y todo ello con enormes dosis de sentido común. Sin embargo, su única rareza, la astrología, le iba a dar el único – y tremendo – quebradero de cabeza de su vida...

Septimio estaba en Siria, repartiendo “estopa” cuando le comunicaron que su virtuosa esposa acababa de abandonar el mundo de los vivos. El viudo fue informado, días más tarde, de que a la hora de la muerte de su mujer, un asteroide había caído en las cercanías y siendo cierto, se desplazó a ver los restos y erigió un altar en el que todo el Imperio pudiera venerar a la difunta. El caso es que, por casualidad o no, en el lugar de lo hechos lo que se encontró fue un mujerón escultural, llamada Julia Dona, que le dijo... “Aquí estoy yo pa´lo que quieras...”

Julia, emperatriz al instante, le hizo tal cantidad de malas pasadas a su marido que haría faltan volúmenes enteros pero Septimio, increíblemente, se las permitía, cegado de los destellos de una mujer que, si hacemos caso a los historiadores de la época, debió de ser irrepetible. Y de las malas jugadas realizadas, ésta si acaso involuntaria, destaca el haber traído al mundo a la peor pareja de hijos imaginable: Caracalla y Geta.

Educados sin conocer a su padre, que siempre estaba guerreando, y sin respetar a su madre, a la que soportaban pero tenían por una arpía, el desarrollo psicoemocional de ambos seguro que fue de traca; y Septimio, como cualquiera, renegaba de ellos a cada instante pero les quería una barbaridad. En una ocasión, buscando alejarlos de su madre, se los llevó de campaña a Britannía, para que vieran de primera mano que era capaz de hacer su padre... y su padre solo fue capaz de enfermar. Allí, en su lecho de muerte, designó a sus hijos como sus sucesores, formalizando así lo que se presentía: El Imperio Romano se convertía en una dictadura hereditaria de corte militar; uno de sus compañeros de armas, con la confianza que da el haber compartido frío y rancho al mismo tiempo, le previno de su decisión y Septimio, sonriendo, le dijo... “Y que más da... He hecho lo que he querido... y no he conseguido nada...”

A sus hijos, ya moribundo, les recomendó: “No escatiméis el dinero con los soldados y no preocuparos de nada más”.

La recomendación no cayó en saco roto; se burlaron tanto que ordenaron a los médicos de su padre que apresuraran su muerte.

miércoles, 14 de enero de 2009

El tamaño importa... El panzer Elefant

Panzer Elefant en el Museo de Carros de Kubinka, a las afueras de Moscú

Burro grande... ande o no ande; máxima básica aún para miles y miles de nosotros y, especialmente, para el par de generaciones que inmediatamente nos precedieron y que no tuvieron apenas de nada. Mi padre, el hombre, suscribiría lo dicho letra por letra, hasta el punto de que en el momento que le entrego alguno de mis gadgets para que me lo intente arreglar – los suelo estropear a base de bien... – no hay vez que no me mire, perdonándome la vida, y soltando la coletilla conocida de... “si no es normal... ¡Si esto no pesa! ¡No puede ser bueno!” Yo, cansado como estoy, ni siquiera intento explicarle que el tamaño ya no importa como antaño, que donde antes cabían diez megas ahora entran cien gigas y que actualmente se diseña para que quepa en el bolsillo y no atendiendo a lo que daría en una romana... y me limito a asentir de la forma más convincente – y falsa... – posible, rezando para que mi propiedad retorne cuanto antes, si es posible, funcionando.

Algo parecido les pasó a los alemanes cuando, en 1941, se encontraron frente a frente con el Ejército Rojo; me explico: los diseñadores germanos “parieron” años antes una suerte de vehículos acorazados de variado porte, el mayor de los cuales, se pensaba, era más que suficiente para cumplir su misión... matar rusos, mayormente; sin embargo, cuando las divisiones panzer atravesaron las estepas y pantanos que definen la Rusia continental y se acercaron a Leningrado, los soviéticos les arrojaron un nuevo y potente modelo de tanque, bastante feo, - como si un carro de combate pudiese ser bonito... – que reunía variadas virtudes, principalmente, que el magnífico diseño usado en el frontal de su glacis hacía que la mayoría de sus proyectiles tendiesen a rebotar o a resbalar a la hora del impacto. Los alemanes se sintieron, de pronto, como el abusón del colegio cuando ve, de súbito, que en el recreo hay un niño más grande y más malo que él e, inmediatamente, se pusieron a cavilar...

Y como cuando lo que se quiere es cargarse a un semejante, la mente humana cavila de miedo, el Doctor Ferdinand Porschesí, el de los deportivos... – dio a luz un enooooooorme monstruo de acero que debía de infundir un pavor sobrehumano solo de verlo y que claro, no se podía llamar de otra manera que Panzerjäger Elefant. El ingenio era apabullante: 68 toneladas de peso nada menos, unas placas de blindaje que, en algunas de sus zonas, alcanzaban los 20 cm de grosor – casi la anchura de la palma de una mano – y un enorme cañón con el que, en principio, se podían batir todo tipo de objetivos prácticamente sin salir de casa. Por desgracia para naziland, el proyecto tenía graves fallos estructurales y de diseño que se hicieron presentes según se acercaba la hora de entrar en acción; Su peso, demencial, restringía su velocidad máxima a diez kilómetros por hora – con lo que le acababan pasando hasta las parejas de novios – y había que acercarlo hasta la misma línea de frente en tren; su enorme motor estaba incrustado en el mismo medio del vehículo con lo que los tripulantes, literalmente, ni se veían y su chasis, sobrecargadísimo, se rompía a la menor oportunidad...

En cualquier caso, cuando los rusos vieron aparecer a 76 de ellos durante la mayor batalla de carros que en mundo ha sido, la de Prokorovkadentro de la mucho más enorme ofensiva de Kursk – se vinieron literalmente abajo; su pegada, desde distancias de hasta tres kilómetros, hacia añicos a los carros del ejército rojo que se intentaban acercar con lo que no había manera de meterle mano. Entonces, quizá recordando el viejo axioma de Napoleón, aquello de que “en el amor y en la guerra, para terminar hay que verse de cerca...”, algunos valientes – o locos... – soldados de infantería especialmente entrenada se acercaba sigilosamente al carro y, ante la falta de defensa de éste contra ese imponderable, intentaban su voladura con minas o explosivos o, simplemente, forzando a que a uno de los tripulantes le entrara el pánico y abriera la trampilla, permitiendo así introducir una granada... con las consecuencias imaginables.

Hitler, al enterarse, echó bilis hasta decir basta y buscó compulsivamente culpables a los que, lógicamente, encontró, como siempre. Y cuando le dijeron que apenas quedaban docena y media de ellos en un estado medianamente operativo, casi le da un ictus... La logística alemana les remolcó hasta Alemania y allí, se les instalaron ciertas mejoras que hicieron que pudiera prestar servicio, de forma más o menos razonable, contra los carros aliados que intentaban ascender por la Italia ocupada... En ese escenario, está máquina de mandar gente al cielo entonó su particular canto del cisne hasta mediados de 1944, momento en el que los tres últimos, regresaron a sus cubiles...

Una curiosidad... Eisenhower, durante una visita a una unidad acorazada a la que se le habían sustituido los carros por otros más potentes, se interesó por el “feelling” de aquellos que realmente se comían el marrón... los carristas; formaron a decenas de ellos y el General en jefe de las Fuerzas Aliadas preguntó si había entre ellos alguien que se hubiera enfrentado al Elefant. Un muchacho de unos veinte años dio un paso al frente; Eisenhower le preguntó si era verdad que los carros ya no explotaban al impacto de un proyectil de la mole alemana... El chaval se quedó pensando y exclamó, muy ufano... “Ah! Ya no Señor... Simplemente el disparo destroza nuestro blindaje, rebota veinte o treinta veces por dentro y vuelve a salir... Suele incendiar al carro siguiente...”


¡Que salao!

martes, 13 de enero de 2009

"Los Templarios en la Península Ibérica" de Joan Fuguet


Título: Los Templarios en la Península Ibérica
Editorial: Circulo de Lectores
ISBN: 8467214716
Tamaño: 28 x 30
Páginas: 235
Precio: 49 €
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Dedico esta reseña a un libro adquirido, hojeado, leído y disfrutado como hacia tiempo que no me ocurría con una obra de no ficción. "Los Templarios en la Península Ibérica" es una magnífica oportunidad, aparte de para dejarse una pasta - el libro no es barato en absoluto - para acercarse a un mundo en el que los autores, a menudo, se han dejado llevar en demasía... Joan Fuguet y su colaboradora Carmen Plaza huyen decididamente de todos aquellos clichés asignados de forma gratuita a la Orden religiosa de los Caballeros del Templo de Jerusalén y, además, hacen especial hincapié en el paso de éstos por la península, su legado histórico, militar, artístico e incluso de pensamiento. El libro no se hace pesado en ningún momento, es sumamente directo y ameno, el estilo es correcto para el tipo de obra que se propone y, hasta donde un servidor puede dar fé, es veraz y sus análisis, justos y medidos. El que pretenda encontrar pruebas irretutables de la ligazón del rito templario con prácticas abobinables y sociedades secretas saldrá sumamente decepcionado. En cambio, el lector que esté dispuesto a acercase a este mito - realidad sin prejuicios y con cierto rigor, disfrutará de una obra que para mí ya es un tesoro.
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PD: Mención especial a la calidad del papel y las fotografias, a menudo el punto flaco de este tipo de libros, y a sus piés de página... que hablan de la imagen a la que apoyan con interés, dedicándole cuatro o cinco líneas... y no como si fuera la enumeración de fotos de tu cuñado, en su viaje de novios...

Encuesta "¿Deberían estar todos los hallazgos relevantes centralizados en un museo?"

Hola a todos.

A la pregunta que da nombre a esta entrada, habéis respondido mayoritariamente que no, que sin duda es preferible cierta descentralización cultural a la hora de preservar y enseñar lo mejor que hemos recuperado de entre las piedras patrias. Yo estoy, más o menos, de acuerdo; sin duda, el que una pieza de gran valor y muy asociada a una zona concreta del territorio repose en el mismo puede favorecer en cierta medida el desarrollo turístico de la zona e incluso recabar inversiones de instituciones o promover congresos o seminarios. Pero igualmente, parece justo y razonable encontrar razones para defender que esas mismas piezas "santoseñeras" se agrupen en una institución con el calado y la solera necesarias para darlas, aún más, a conocer.

Por tanto, la clave no parece que sea la descentralización de los hallazgos sino de las instituciones... para que el paisano de aquí o de allá no sólo se sienta orgulloso de su Dama de Elche o de ese magnífico tesoro visigodo recuperado en sus campos... sino de albergar museos representativos de todo el Estado y obstentar el cuidado y custodia de sus fondos en representación de todo un país que con ellos se identifica.

lunes, 12 de enero de 2009

La riqueza cultural de los Taifas


La guerra civil que puso fin al Califato de Granaday que, claro, fue azuzada a la sazón por Navarros, Castellanos y Aragoneses – duró unos veinte años y, producto de ella, surgieron en la península medio centenar de reinos llamados Taifas... ¿Pero qué eran? Pues, yo diría que algo semejante a las autonomías de ahora, solo que más cabreados y con turbante: me explico... Dichos reinos no eran, en muchos casos, más grandes que un moderno latifundio y entre ellos y, en muchas ocasiones, junto a los reinos cristianos, se tejían complicadas relaciones de vasallaje que según el devenir de una batalla o la enfermedad de un gran señor, cambiaban ipso facto. Hubo, según los historiadores, primeros, segundos y terceros taifas... y fueron finiquitados, más o menos, por almorávides, almohades y nazaríes... curiosamente, también musulmanes

Los taifas se agrupaban, étnicamente, en tres grandes bloques: el árabe, que dominaba las cuencas del Ebro y el Guadalquivir; el eslavo, que se extendía por todo Levante; y el bereber que, desparramados un poco por todos partes, eran los más modestos y numerosos y, por tanto, eran expoliados a discreción. Esta curiosa ensalada de moros – discúlpeseme el término - compensaba su inferioridad militar pagando sobornos, cultivando la diplomacia e impulsando la cultura y la investigación y hay que reconocer, sin ambages, que medidos con arreglo al criterio anteriormente mencionado, sacaban a los cristianos dos o tres cuerpos... holgadamente.

En ocasiones las minorías judías o mozárabes, a veces los mismos soberanos – las más de las veces muy interesados por las ciencias y la cultura – alcanzaron progresos en infinidad de disciplinas resultando que, éste pésimo invento administrativo tuvo una gigantesca importancia para el desarrollo de la cultura en Al Andalus: muchos personajes huyeron de intrigas palaciegas y encontraron en los taifas un lugar más tranquilo en el que componer o estudiar, llevándose los libros y constituyendo curiosos grupos de trabajos como el de Toledo, en torno al cadí Said y cuyo testigo fue recogido por Alfonso X el sabio en sus curiosas escuelas multiétnicas y multidisciplinares. En otros casos, el “intercambio intelectual” fue, como decir... más forzado... gracias a prisioneros de guerra, renegados o simplemente, gente a la que se le comunicó la importancia de compartir sus conocimientos... con vistas a seguir con vida a la mañana siguiente.

El grupo toledano, destacó en astronomía y ciencia; sus resultados, excepcionales, le sirvieron al mismo Kepler y entre ellos se distinguió un tal Azarquiel que empezó de zapatero y acabó identificando estrellas y ciclos lunares con curiosos aparatos que él mismo diseñó y que, desafortunadamente, no se han conservado. El astrolabio, conocido desde mucho antes, presentaba como mínimo dos inconvenientes – aparte del precio, claro... – La escasa aproximación dado lo exiguo de sus dimensiones y el peso, poco apto para meterlo en la mochila... Pues bien, los astrónomos del reino taifa de Toledo le introdujeron tal cantidad de mejoras al aparato que realmente se transformó en otro nuevo, el ecuatorio que, además de mostrar estupendamente el movimiento de los planetas... mostraba la posición de estos con relación a los demás sin necesidad de cálculos... ¡y sirvió a Kepler – de nuevo Kepler... – para concebir que Marte y los demás astros giraban alrededor del Sol!. Otras disciplinas como la alquimia – que tiene poco que ver con el oro, como normalmente la entendemos, y mucho más con la física – también alcanzó cotas importantes, en especial los experimentos con fluidos y con metales maleables e incluso la agricultura gozó de un momento de relativo esplendor gracias a nuevos tratados de agricultura, experimentos de regadío e incluso algunos primitivos intentos de selección de semillas... que uno no acierta a entender como pudieron siquiera iniciarse...

Pero vamos... donde realmente los reinos taifas se coronaron... fue en la producción literaria. Resulta que emires y jerifaltes eran muy dados, en cualquier celebración o banquete, a declamar versos y entonar curiosos cantos de igual manera que en Valencia se hartan de tirar petardos o en Cataluña se suben unos sobre otros. Y al parecer, la moda y el hecho de que la mayoría de árabes supiera repentizarcurioso palabro que viene a significar “interpretar a primera vista una obra musical o poética” -, pronto hizo que incluso por las calles, fuera más sencillo encontrar versos que prosa. Sería imposible dar cuenta de cómo se produjo la evolución de la poesía taifeña así como intentar enumerar de forma sucinta... y comprensible... las diferentes corrientes y autores; baste decir que, para el que quiera profundizar están disponibles obras como “El libro de los huertos” de Ibn Faray de Jaén, varios romos del “Mubtabis” de Ibn Hayyan de Córdoba o la “Antología”, un precioso libro de poemas cortos de un antiguo comerciante de esclavos que luego se hizo médico y más tarde renegó de su primer “curro” plasmado en versos su sufrimiento... un tal Ibn al Kattani.

Y como la mejor muestra es un botón, ¿por qué no leemos algo de lo que fueron capaces de escribir e imaginar?

Al Mutamid, Rey del taifa sevillano y enamorado confeso de su mujer le dedicó el siguiente verso...

Imagen lejana y oculta a mi vista
Y siempre presente del pecho en mitad
Te envío un saludo con pena mezclado
Con llantos, insomnio y fiera ansiedad
Imperio alcanzaste pues nadie se opuso
Hallásteme dócil a tu voluntad
Mi anhelo y el tuyo ya fueron el mismo
Y el más codiciado se hiciera verdad
Afirma, mi amor, los lazos que unen
No ceda a mi ausencia tu firme amistad
Tu nombre más dulce estos versos esconden
Pues dicen tu nombre después de intimar...

Al buen Rey, al parecer, no se le daban nada mal los versos e incluso su mujer le permitía de cuando en cuando declamarlos en su harén, para recocijo – y, suponemos, envidia – de media docena de concubinas. Y, cuando su esposa le decía aquello de “... hoy no me apetece cariño” el pobre Al Mutamid aún tenía fuerzas para entonar...

Labra el viento en esta agua fina mallas
Si se helasen... ¡qué defensa en las batallas!

Pobre... Otro artista enamorado fue Ibn Zaydün, molón soldado y poeta que enamorado de Wallada, una princesa omeya que debía estar como un cañón, dio origen a versos de bella factura, fundamentalmente los que componen la casida en nün, esto es, que riman en n (pero en árabe, no me vuelto loco aún...) Tal fue el éxito de sus versos que muchos forman hoy parte del cuerpo principal del texto “Las Mil y una noches”.

¡Ay, que cerca estuvimos y hoy que lejos!
Al tiempo delicioso de las citas
La desunión durísima sucede
Sin tiempo para una lágrima siquiera

Sin embargo, el amor no duró mucho pues Wallada fue, como decir... sustituida en el corazón del poeta mientras la pobre aún pensaba lo contrario y sin su conocimiento... sí... bueno... la pusieron los cuernos... Ella, despechada, aprendió poesía, quizá solo para dedicarle lindezas como ésta a su antiguo amante y demostrar su pena:

Indigno... ¡Arrea tu montura!
Quedarte aquí es un error
Mi vestido suele deshilacharse por la punta
Pero tú lo has roto hasta el corazón
Ay... el amor

viernes, 9 de enero de 2009

Leer

En una época como la Edad Media en la que no había televisión - ¿hemos ido hacia atrás, quizá...? – ni se había inventado el fútbol, ni el corazoneo, el deporte principal y casi obligatorio era calentar al semejante por todos los medios posibles... entendiendo por calentar la clara intención de separarle la cabeza de los hombros, que para eso era enemigo y malo malísimo; pero... ¡claro!... resultaba que el enemigo solía vivir en países lejanos a los que había que llegar a patita y cargado con equipajes varios, y eso, la verdad, daba bastante pereza. Así que, para días como los de hoy en los que un manto blanco cubre todo lo que son capaces de atisbar nuestros ojos, se creó una variante del mencionado entretenimiento que podíamos llamar “caliente al enemigo, sí... ¡pero al que vive entre nosotros!”. Ni que decir tiene que se ha practicado con asiduidad hasta nuestros días y que incluso hemos ido perfeccionandola con el paso de las generaciones.

Bien... Ese enemigo se comportaba de manera diferente a aquellos a los que se podía encontrar el campo de batalla; no actuaba llevado por actitudes violentas ni buscaba abiertamente el enfrentamiento, no... pero sin embargo era muy fácilmente reconocible porque aunaba dos comportamientos que en la Edad Media eran, como mínimo, sospechosos: Solía leer... y solía dudar.

Naturalmente, en una sociedad en la que todo estaba férreamente preestablecido, reglado y compartimentado, clases sociales incluidas, semejante forma de actuar primero sorprendía y luego, molestaba. Y a unos de los que más enervaban eran, en buena lógica, a aquellos que tenían más privilegios a costa de otros, y entre éstos, a los que regían los destinos de la Iglesia cristiana – no a los que la formaban que, como Hacienda, eran o hemos sido todos. Esos mandamases, que traicionaban diariamente los mismos mandamientos que habían prometido honrar y que eran consumados especialistas en encontrar la paja en el ojo ajeno subidos a la viga del propio, temían que un vulgo bien informado o, simplemente, con cierta capacidad de decisión, se plantearan un día la pregunta de... “Y a éstos, ¿pa qué los queremos?” y se cuidaban muy mucho de compartir conocimientos... conocimientos que solían estar en los libros...

Por eso, y por alguna otra cosa, en una sociedad en la que leer y escribir eran un factor diferencial para cualquier currículo, el que controlaba el papel lo controlaba todo; y nada mejor que el latín para asegurarse de que a nadie le daba por jugar a ”interpretador de textos”. El resultado es que los pobres paisanos iban a escuchar la palabra pero no la entendían lo que colocaba sus meninges – y con demasiada frecuencia, sus magras carteras – a disposición del frailecillo de turno, que podía así malmeter a su antojo.

Contra ello, algunas mentes preclaras y almas aguerridas intentaron luchar a base de copiar y traducir textos religiosos, fundamentalmente La Biblia, a las lenguas romances. Ya sea porque las traducciones incluían algunas “revisiones” producto de su propia cosecha o bien porque, aunque bien traducidas, representaban una posibilidad de libertad para el pueblo llano, muy pronto los libros fueron presa de las llamas, siempre purificadoras, y sus autores, primero amonestados, luego severamente castigados y en los casos más extremos achicharrados de la peor manera.

La Corona, el poder civil vamos... lo permitió; también era lógico... Le interesaba tener a la gente ocupada y poco propensa a cualquier tendencia revolucionaría y además estaba la cuestión de las Indulgencias... Lo intentaré explicar: ciertas consecuencias del pecado, generalmente la pena temporal que se le asocia, puede ser objeto de remisión o indulgencia – de ahí su nombre – concedida por representantes de la iglesia. Esto, que como idea no está ni mal ni bien, fue pervertida por la jerarquía eclesiástica en el momento en que decidieron cobrar por extender estos curiosos “certificados”. La cosa llegó a tal extremo que se vendían por personajes especialmente autorizados por la Iglesia, los buleros, que generalmente eran Dominicos, y una parte del precio cobrado al pobre pecador era entregado al monarca de turno que, así, con el riñón bien almidonado, ni se planteaba la posibilidad de desautorizar semejante conducta.

Una de las personas más beligerantes con esta práctica fue Jhon Wickliff; Jhon, Catedrático de teología de la Universidad de Oxford, persona buena e inteligente, accedió a la Corte inglesa por méritos propios donde inmediatamente se reconocieron sus aptitudes intelectuales... hasta que se hizo acreedor de la inquina del Arzobispo de Canterbury que, apoyándose en las críticas de Jhon hacia la venta de indulgencias y a su defensa de la teoría de la consubstantación de la eucaristía, se las arregló para que le desposeyeran de la cátedra. Wickliff abandonó la Universidad dignamente pero de inmediato inició proyectos aún más comprometedores, como la traducción al inglés de la Vulgata o la creación de un auténtico grupo de predicadores que llevaron sus ideas a media Inglaterra. El trabajo de aquellos hombres prendió en algunas capas de la sociedad de la isla y, en poco tiempo, tenían un gran número de seguidores que se conocerían años más tarde por los Lolardos... y que no eran seguidores de Lola Flores sino defensores de la pureza de la Iglesia y de la separación entre su cuerpo y su jerarquía, convirtiéndose así en precursores, nada menos, que de la Reforma Protestante.

Jhon Wickliff fue declarado hereje pero consiguió mantener la cabeza en su sitio gracias a su propia astucia pero, sobre todo, a sus poderosos contactos en la nobleza, que le sacaron de más de un apuro grave. El arzobispo de Canterbury lo siguió intentando y le persiguió incluso en sus peores momentos, cuando ya mudo y medio sordo a causa de una apoplejía, ni siquiera podía escribir ni enseñar sus teorías. Jhon murió el último día de 1382 pero, curiosamente, el Concilio de Constanza reafirmó su condición de hereje más de veinte años más tarde y ordenó la quema de todos sus libros que, como indica la ley económica de la oferta y la demanda, pasaron a ser casi objeto de coleccionista... y la exhumación de sus restos, que fueron quemados y arrojados a un río.

Sin entrar en la conveniencia o no de sus ideas, tan cercanas a la fe que corresponden solo al ámbito de decisión del individuo, Jhon me es simpático. Me es indiferente en qué momento dejan el pan y el vino de serlo e incluso si un pecado lo es de primera, segunda o quinta categoría y me es igualmente indiferente el que le preocupe a alguien o no, pero al menos Jhon buscaba que la gente leyera y entendiera y eso, para mí, tiene valor... porque aquel que se ve imposibilitado para entender estará, seguro, imposibilitado para decidir.

miércoles, 7 de enero de 2009

La odisea de los diez mil


El devenir crea, a veces, un tipo de personas que acaban siendo esclavos de su propia condición. Y ésta, a su vez, es producto de tres cosas: de sus propias aptitudes personales, de la educación recibida – o de la falta de ella... – y del momento particular e histórico que les ha tocado vivir. Por eso mismo, yo tiendo a acercarme a estas personas con curiosidad, con una cierta empatía sobre sus experiencias y circunstancias y, sobre todo, con cuidado y respeto por lo que fueron y por lo que representan...

En la Grecia continental, sobre el 400 a.C., acababa de finalizar una guerra civil entre los propios griegos. Antes que nada, los griegos, al menos los antiguos, que ni siquiera se llamaban así a sí mismos, eran un pueblo curioso... Capaces de pelearse entre ellos de la manera más cruenta posible en medio de ese mar de entidades políticas no más grandes que alguno de nuestros términos municipales llamadas polis, eran, no obstante, respetuosos con sus dos costumbres más arraigadas; primero, unirse rápidamente ante el enemigo común – generalmente, los persas... – olvidando afrentas anteriores y entonando aquellos de “lo pasado... pasado está” y, segundo, hacer honor a la formación recibida desde niños alquilando sus servicios al mejor postor, entendidos sus servicios como su innata capacidad para atravesar al enemigo con su enorme lanza y entendido el enemigo como, curiosamente, también el pueblo persa.

En aquellos días, decía, la confrontación entre griegos había dejado la Hélade en un estado lamentable. Con la mayoría de las polis en un estado de catarsis económica, con varias generaciones destrozadas y casi desaparecidas del mapa a causa de una sucesión de interminables batallas, no obstante, pasó lo mejor que podía pasar en circunstancias de este porte... Al menos, hubo un vencedor claro. Esparta, la madre de aquellos guerreros valerosos entre los valerosos, en ocasiones hasta un extremo inimaginable, prevaleció y el resto, Atenas incluida, entendió que era imposible hacer otra cosa que plegarse a los deseos del vencedor. Lógicamente, en el mismo momento que acabaron las hostilidades un enorme número de soldados pasaron a engrosar las listas del paro pero, afortunadamente, un nuevo emprendedor estaba a punto de llegar, ofreciendo a aquellos que quisieran, contrato indefinido, buena paga y serias posibilidades de promoción... Era Ciro, príncipe de Persia.

Ciro era segundón, aunque solo en lo que a su linaje se refiere; hijo de Darío II y hermano menor de Artajerjes, tuvo que ver con cierta insidia como su pariente accedía al trono del imperio persa en razón de su primogenitura. Ciro, atlético, inteligente e ingenioso, dicen que encantador en sus modales y en su trato, se vió adelantado por una especie de reverso tenebroso que en nada se le parecía salvo en la inteligencia, pero que podría pasar por una versión revisada y mejorada de su padre. Al pobre hermano menor no le quedó otra que aceptar una satrapía de poca monta pero cualquiera que midiera unos momentos el exceso de personalidad de los dos hermanos, sabía que la situación no podía perdurar en el tiempo.

Ciro decidió adelantarse y golpear primero; iba a presentar batalla a su hermano y a reivindicar lo que por nacimiento se le había negado pero el problema es que disponía de medios militares parecidos a su Artajerjes. ¿La solución? ... pescar en el río revuelto que en aquellos momentos era el mundo griego y reclutar, a un precio abusivo por cierto, a los mejores guerreros que el mundo antiguo podía ofrecer... los hoplitas griegos.

A la oferta de trabajo respondieron unos trece mil, pero por razones históricas e incluso marketinianas, entre todos los que pudieron presenciar la empresa se les conoció siempre por el nombre de "Los Diez Mil". Todos veteranos, todos disciplinados y todos dispuestos a ganarse la vida de la única manera que sabían hacerlo... aunque el cheque viniera librado por un banco persa y no griego. Al principio, todo fue más o menos un paseo; Impresionantes, portando ese gigantesco escudo que les otorgaba su nombre, empuñando pesadas lanzas de más de cinco metros con las que formaban sus inaccesibles falanges, los hoplitas no tuvieron casi, ni que luchar, y avanzaban en un estado de absurdo optimismo y felicidad del que, lógico, no tardó en embriagarse el mismo Ciro. Todo cambió, subitamente, cuando una partida de sus exploradores fue atacada en un paso montañoso que habían ido a reconocer y, después, cuando se encontraron con un enorme ejército persa que, bajo el mando de Artajerjes, agrupaba más de cincuenta mil hombres de unas treinta nacionalidades.

Aquel día, en Cunaxa, se encontraron ambos ejércitos; aquel día, los falangistas aguantaron lo más violento de la carga persa, decenas de nubes de proyectiles oscureciendo el cielo y a hordas de carros falcados buscando destrozar sus cuerpos a la altura de las rodillas... Y aquel día se negaron a cumplir la orden de aquel que les pagaba porque hacerlo, hubiera sido descuidar su flanco y verse rodeados. Los hoplitas ganaron su batalla pero su bando, perdió la suya.

Nada más acabado el enfrentamiento, vendados los heridos y recuperados los muertos, Artajerjes les explicó la nueva situación: Ciro estaba empalado en medio del campo de batalla y en un par de días los buitres sacarían brillo a sus huesos. Para ellos, como para cualquier perdedor, solo existían las opciones de la sumisión o de la huída, pero Artajerjes era listo y no quería mercenarios sin hacer nada en su territorio con lo que, acompañados de uno de sus sátrapas fieles, fueron "invitados" a regresar a casa cuando, a la altura del río Tigris, con la excusa de renegociar los términos de la rendición, fueron masacrados todos sus líderes. Entonces, los soldados, viendo peligrar su futuro más inmediato, presionaron hasta el límite a un joven sin demasiada experiencia como soldado pero que se había conducido con valor y al que se le daban maravillosamente la escritura y los caballos... un tal Jenofonte.

Y “Jeno” aceptó, posiblemente inducido por una de las formas más maravillosas de lealtad, la de aquel hombre que se las ha visto crudas en una trinchera, hombro con hombro con su compañero, y lo hizo estupendamente. Bajo su mando atravesaron los desiertos sirios y jordanos, los pantanos de Babilonia y las cumbres nevadas que delimitan Armenia, en medio de terribles condiciones, bajo los ataques de todas las tribus de los territorios por los que pasaban, hostigados de día, amenzados por la noche... hasta que, muchos tiempo más tarde, uno de ellos pudo gritar a sus compañeros la mítica frase que muestra la alegria tradicional de los griegos cuando vuelven a ver el mar después de muchos días sin hacerlo... “¡Thalassa, thalassa!"

Su peripecia no acabó ahí; sin barcos, observados con suspicacia por sus propios hermanos de las colonias griegas del litoral asiático, sin botín que llevar a sus hogares, algunas facciones como la de los aqueos se amotinaron, e incluso Jenofonte, que ya había tenido que hacer malabarismos para mantener al grupo cohesionado, tuvo que convocar una asamblea para contener a los suyos una vez más. Pero llegó un momento en que la paciencia de los que quedaban, estalló; los espartanos se vendieron de nuevo, al mejor postor... de nuevo, los persas. Otro grupo fue contratado por un soberano, también espartano, que no tenía hombres suficientes en sus filas y el resto simplemente se deshizo harto de tanta guerra... lo que para un griego de entonces ya es mucho decir.

Jenofonte, escritor antes que soldado, inmortalizó en viaje en la “Anábasis”, un fascinante relato el que opinión y rigor histórico se mezclan para proporcionar al lector una perspectiva emocionantísima de lo que ocurrió en aquellos días y, sobre todo, lo que pasó por las mentes de esos hombres que demostraron, antes que nadie, que el Imperio persa no era, ni mucho menos, invencible.... y que nunca es demasiado tarde para volver a casa.

Alejandro Magno, que duda cabe, debió de leer con atención el libro... aunque sólo entendió lo primero.
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Saludos

viernes, 2 de enero de 2009

Encuesta "La Ley de Memoria histórica es una necesidad...?

Hola a todos majos...

Más división de opiniones no ha podido haber; casi la mitad de aquellos que han decidido participar han expresado su convicción de que la Ley de Memoria histórica solo puede ser calificada como un ejercicio de oportunismo puro y duro... Lógicamente, todos los restantes encuestados muestran su íntima convicción de que a alguna necesidad responde, ya sea ésta social, política o ética.
Es un tema curioso, que creo se presta con demasiada facilidad a la demagogia y que apenas resiste el menor intento de análisis sin quebrantar determinados ideales. En cualquier caso, quizás lo intente en un proximo post. Por último, gracias por participar, señal inequívoca ésta de que al menos, podemos hablar de ello... lo que representa un avance... a mi entender.