Eso mismo debió pensar Von Paulus cuando a finales de 1941, en pleno orgasmo militar alemán, le otorgaron el mando de una formación de élite de la Wehrmacht que respondía al nombre de VI ejército y que estaba considerada como la crema de las unidades alemanas en el frente del este. Sobre el papel, militarmente, podríamos pensar que a Paulus le había tocado el gordo pero la realidad distaba mucho de ser así; En realidad el VI era responsable de alcanzar una maraña de objetivos tácticos – estratégicos que variaba, casi diariamente, según el humor del que se hubiera levantado el Furher aquella mañana y, entre aquellos, el más importante era tomar al asalto la pintona ciudad de Stalingrado, ante la que Hitler había desarrollado una fijación casi paranoica. El marrón era, en realidad, impresionante, pero además Paulus distaba mucho de ser el hombre adecuado; de origen humilde era, como decía mi abuela, "de poco molestar", había pasado en la sombra la práctica totalidad de su carrera militar y, casi desde el principio, se había especializado como oficial de estado mayor donde podía sacar partido de sus hábitos de rata de biblioteca y gusto por el trabajo administrativo. Hasta donde se sabía, su mejor virtud era una increíble capacidad para pasar inadvertido.
Sin embargo, cuando parecía que Paulus no volvería a pisar una trinchera en su vida, su superior directo, Von Richenau, un alemanaco con cara de mastín que gustaba de correr semidesnudo por las estepas rusas para ponerse a tono, sufrió un ataque al corazón victima de sus extraños habitos de fitness y, para remate, mientras le trasladaban, el avión en que viajaba se pegó un talegazo… y por allí que andaba nuestro protagonista.
Al principio, las cosas como son…, no le fue mal; con el apoyo de sus aliados lanzó tres ataques contra la ciudad, el tercero de los cuales fue absolutamente brutal y le llevó a dominar las cuatro quintas partes de Stalingrado. Sin embargo, en realidad su ejército se estaba desangrando: poco acostumbrados a las distancias cortas, los alemanes se veían abocados a una lucha casa por casa que les repugnaba y en la que no podían ejecutar aquellas maniobras de envolvimiento en las que eran maestros. Los rusos, pegados al terreno y, no nos olvidemos, defendiendo sus casas, optaron por “arrimarse” lo más posible para que la artillería y la aviación nazi no pudieran atacarles… por miedo a alcanzar a los suyos. Mientras tanto, decenas de miles de soldados frescos se acumulaban en los flancos alemanes, débilmente defendidos por unos pocos miles de italianos y rumanos que no sabían muy bien que estaban pintando allí.
Así, cuando Paulus creía que iba a pasar a la historia como el conquistador de Stalingrado, los rusos desencadenaron la Operación Urano, pegaron dos sopapos en los escasamente defendidos flancos de Paulus y, en "na" de tiempo, rodearon al VI ejército. Paulus, con un frío de mil demonios, tardó en comprender la gravedad de la situación pero, al menos, clamó a Hitler para que le autorizara a intentar una retirada ahora que al menos la mayor parte de sus hombres aún estaban sanos… Hitler, desde lo calentito de su bunker claro está, se negó. Los alemanes, encerrados en una bolsa que se constreñía por efecto de los ataques rusos, se defendían con las fuerzas que debe dar la desesperación pero los intentos de reaprovisionarlos por aire no funcionaron con lo que empezaron a faltan gasolina, suministros y comida. Día a día, el VI veía como sus posibilidades de sobrevivir menguaban y Paulus comprendió que iba a pasar a la historia… pero no como él hubiera querido. El 30 de enero de 1943, días después de volviera a la bolsa en avión y de que rehusara abandonarla defitivamente, Hitler le ascendió a mariscal de campo… no para premiarle sino para recordarle que ningún mariscal alemán se había rendido nunca ante el enemigo.
Pero el general alemán, desilusionado con su jefe, demacrado y enfermo, mandó a freir esparragos medio siglo de tradición germana y se rindió, junto a los 90.000 hombres que le quedaban… Cautivo de los soviéticos, adjuró públicamente del nazismo (se cree que por convicción) y fue liberado en 1953, dos años antes de que los 5.500 supervivientes del VI ejército volvieran a sus casas y se estableció en la antigua RDA donde murió olvidado por todos y, al parecer, dominado por enormes remordimientos de conciencia.
Al menos, su mujer, le estaba esperando...