Busto de Claudio (Museo Arqueológico de Tarragona)
Los pretorianos que habían matado a Calígula se habían hecho amos de la situación y, como querían seguir siéndolo, miraron alrededor suyo en busca de un sucesor de quien poder disponer a su antojo. Y el mejor que encontraron era un cincuentón rollizo y bobalicón, con las piernas anquilosadas a causa de una parálisis infantil, dominado por el tartamudeo y de expresión atónita que, la noche del asesinato, fue hallado temblando debajo de unas sábanas, tras una de las columnas de palacio; se llamaba Claudio.
Era hijo de Druso y sobrino de Germánico. Y había pasado por encima de las tragedias de la casa claudia, protegido por una merecidísima fama de mentecato. Pero si la suya había sido una comedia, conviene decir que la representó desde niño a las mil maravillas, pues su madre se solía referir a él como "aborto" y, cuando quería hablar mal de alguien, se refería a él como ...más tonto que mi pobre hijo Claudio.
Es difícil saber si este personaje, que se reveló como un excelente emperador, era efectivamente imbécil o se lo hacía, hay quien dice que para no pagar impuestos. Solía arrastrar sus delgadas y casi albinas piernas como un alma en pena, escupiendo al hablar en la cara de todos. Alto, barrigudo y de nariz escarlata a causa de su afición al zumo fermentado de uva, había vivido hasta entonces sin hacer sombra a nadie y escribiendo historias, entre ellas, su propia autobiografía. Además hablaba griego y sabía mucho de medicina. Cuando se presentó al Senado para hacerse ratificar emperador, dijo:
"Ya sé que me consideraís un pobre idiota. Pero no es verdad. He fingido serlo y por eso hoy estoy aquí.. y aunque fuera verdad, el hecho de que me encuentre ante vosotros demuestra que el Senado es aún más idiota que yo"
Y tras esta estupenda declaración de intenciones lo echó todo a perder, quien sabe si a propósito, dando una conferencia improvisada sobre cómo curar las mordeduras de víbora...¡con un par!.
Lo primero que hizo una vez que ciño la púrpura, fue gratificar a los pretorianos con una generosa suma de dinero como premio por haberle aupado al poder; en cambio, acto seguido se hizo entregar a los asesinos de Calígula y los decapitó, supongo que para instaurar el principio de que no debe matarse a los emperadores. Después, convencido como estaba de que entre los senadores no quedaba ya nada bueno, se hizo rodear de libertos que formaron un ministerio de técnicos y, finalmente, derogó de un pluzamo todas las leyes de su predecesor y reorganizó la Administración que estaba, perdón por la expresión, hecha un cristo.
Más tarde, en el 43 D.C., el tartaja y jocoso emperador partió al frente de su ejército nada menos que para conquistar Britannia. No había sido nunca soldado porque, cuando lo intentó, le habían declarado inútil, y toda Roma estaba convencida de que huiría al primer encuentro; más, cuando se corrió por la urbe la noticia de que había muerto, la congoja fue general: los romanos habían cogido afecto sincero a aquel emperador que, con todas sus extravagancias, se había mostrado como el mejor o, al menos, el más humano, de todos los que habían sucedio a Augusto.
Pero Claudio no sólo no había fallecido sino que conquistó la parte meridional de la actual Inglaterra y ahora volvía trayendose como rehén a Caractaco, el primer rey vencido por Roma que resultó indultado. Aunque el mérito de la victoria fue, sobre todo, de sus generales, al fin y al cabo era él quien los nombraba y además, pronto se fijó en uno que despuntaba sobre los demás y fué ascendido de inmediato; respondía al nombre de Vespasiano...
Lástima que este buen hombre, a ratos listo a ratos tonto, tuviera una debilidad aún peor que el vino: las mujeres. En este aspecto debía ser un artista; Había tenido ya, y engañado, a tres esposas, cuando se le metió entre ceja y ceja una jovén vivaracha de dieciséis áños llamada Mesalina, y se casó con ella. Con esta boda, el pecador encontró su penitencia pues Mesalina era, simple y llanamente, un pendón. Cómo no era guapa, cuando un jóven se la resistía, le hacía dar la orden por Claudio de ceder, con lo que transformaba el acto sexual en un simple juego de supervivencia. Un día, estando su marido ausente, Mesalina se casó por las buenas con su amante de turno, Silio. Claudio, suponemos que harto, mandó a dos pretorianos para matarlo, dos más para apuñalar a Mesalina y, al que quedaba por ahí, le ordenó que le matase también a él, caso de que mostrara la más mínima intención de volverse a casar.
Duró soltero 10 meses. Su quinta mujer se llamaba Agripina y era la antítesis de la anterior pero todas sus virtudes quedan eclipsadas ante la calaña del hijo que arrastraba de su primer matrimonio, una especie de crápula llamado Nerón. Claudio, que contaba ya sesenta y un años no estaba para discutir así que Agripina se puso a gobernar, bastante mal por cierto, y a firmar decretos con la firma falsificada de su marido. El emperador, aunque medio chocho, pareció notar en cierto momento lo que sucedía y se propuso remediarlo pero su esposa se le adelantó, suministrándole un plato de setas venenosas. Nerón, que a su manera tenía cierta gracia, dijo ante su cadaver:
"Las setas deben de ser un yantar de Dioses, visto lo poco que han tardado en transformar en Dios a un pobre tartamudo"
PD: Claudio empleó 30.000 hombres en desechar, sanear y recanalizar las aguas del lago Fuchino, donde habitaban unos mosquitos que debían de llevar bozal... Cuando estuvo listo, ofreció a los romanos un espectáculo de Naumaquia, o enfrentamiento de barcos, entre dos flotas con más de 10.000 esclavos cada una. Parece que fue la primera vez que los condenados a luchar en unos juegos entonaron el famoso Cesar, morituri te saluntant.
3 comentarios:
Pardiez, pensaba que Claudio era hermano y no sobrino de Germanico. ¿He de dudar de Graves?
Que alguien me ilumine con su sapiencia por los dioses.
No dudes, el error es mío...
En realidad Agripina no era la antítesis de Mesalina: era mucho peor. Era igual de sanguinaria y libertina, y además había cometido incesto con su hermano Calígula, lo cometió al casarse con su tío Claudio y lo cometería después con su hijo Nerón para tratar -infructuosamente- de conservar su poder sobre él.
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