jueves, 18 de octubre de 2007

Calígula, 37 - 41 d.C.

Una versión más agradable del tipo...

Cuando un personaje genera una cantidad de literatura como la que fue capaz de motivar Calígula, parece que forzosamente alguna de esas historias tiene que ser cierta. En realidad, la mayoría de las atrocidades, anécdotas y chascarrillos que se le atribuyen datan de la época medieval y podrían no serlo pero, al menos, hay que reconocerle a este pobre loco que diera el perfil suficiente para que, tratándose de él, nos entren ganas de creérnoslas.

Y esto es así porque Cayo César Augusto Germánico, "Calígula", estaba como una auténtica cabra. Era el tercer hijo de Agripina, llamada la mayor, y Germánico, un apuesto y molón general queridísimo por los romanos, que estuvo a punto de conquistar la Germaniade ahí su nombre – y que, quizás para ir sentando precedente, se entretuvo en morir envenenado. De niño solía acompañar a su padre en las expediciones militares pero desde el principio se vió que de su progenitor, no había heredado ni el blanco de los ojos; Calígula era alto pero con poco porte, más bien delgado y enclenque pero con una enorme acumulación adiposa en su vientre que le daba un aspecto panzudo y desagradable. Sus ganchudos brazos y una marcada curvatura de sus rodillas hacía adentro, se ocupaban de completar una figura para olvidar. En otras circunstancias la naturaleza se compadece y compensa con otras cualidades, de índole mental y cognoscitivo… y así pareció en un primer momento… pero muy pronto se empezaron a hacer presentes algunos pequeños vicios, como fundirse la paga de la semana en locales de alterne o suplicar por estar presente en todas las ejecuciones que se ponían a tiro.

Los padres, algo azorados por las extrañas aficiones del muchacho, se dijeron aquello de "cariño... este niño no anda bien" pero justo cuando andaban buscando especialista que ofreciera un remedio a sus males, a Tiberio le dio por abandonar el mundo de los vivos, en el 37 d.c. Inmediatamente el Senado anuló su testamento y proclamó Imperator a Calígula, que empezó a mandar en el escenario soñado por cualquiera: con el apoyo del Senado, ejército y pueblo. A favor del loco contó que la gente estaba hasta las meninges de Tiberio así como su juventud y la popularidad de su padre.

El caso es que gobernar, gobernaba… si bien no acertaba a cometer más que barbaridades. Para evitar problemas dinásticos nombró a Tiberio Gemelo - el sobrino de Tiberio -princeps iuventutis y lo adoptó y nombró heredero pero luego mancilló tan buenas intenciones cortando el cuello del pobre desgraciado. Económicamente, tampoco se puede decir que fuera una fiera; el enorme excedente con que Tiberio había dejado las arcas romanas, a Calígula le duró aproximadamente un año, a fuerza de pagar sobornos, incomprensibles dádivas, otras más entendibles – una pasta a los pretorianos para que le dejaran tranquilo – y diversas estupideces para sus mujeres, sus concubinas o incluso para su caballo. Su política diplomática fue igualmente dispersa, llegando a tratar a países e imperios según la apariencia o el aspecto de sus embajadores… y militarmente, se adornó con algunas operaciones de lo más extrambótico, como aquella en que sus soldados acabaron buscando conchas en las playas de normandía u otra en la que, al no encontrar enemigos, se le atribuye la ocurrencia de vestir a la mitad de sus hombres como bárbaros, para enfrentarlos a la otra mitad.

Mientras tanto, los males que le aquejaban – probablemente una epilepsia galopante – se enredaron con algunas disfunciones de personalidad, grandes dosis de sadismo y paranoia y una cada vez peor dependencia de las relaciones sexuales. En este sentido, era partidario del “a pelo y a pluma” de forma que nadie se encontraba a salvo, fuese cortesana, hermana, luchador o senador. Tuvo cuatro esposas y media docena de amantes, más o menos conocidas, de las que tres eran hermanas suyas. Para rematar la fanea, al final de su reinado, intentó que se le proclamara Dios. En circunstancias normales tampoco habría que rasgarse las vestiduras por ello, ya que podría obedecer a una estrategia para reforzar su poder entre los pueblos helenísticos, más acostumbrados a tratar a sus soberanos como a San Pancracio. Pero, ante el lamentable estado en el que se encontraba, el pueblo se lo tomó por la tremenda y el ambiente se puso “calentito”…

En este preciso momento se atisbó que la situación ya había tocado fondo: Los pretorianos empezaron a cizañear, primero a las espaldas del soberano pero más tarde con una “soltura” que rayaba la insubordinación. El 24 de enero del 41, un grupo de guardias del pretorio le rodeo y uno de ellos le seccionó el cuello con un puñal; después vinieron más cortes y estocadas hasta totalizar unas 30 mientras el resto de los agresores coreaba a sus compañeros. La guardia germana de Calígula reaccionó pero ya fue tarde… afortunadamente.

Un saludo a todos.

3 comentarios:

Azul dijo...

Lo he disfrutado de principio a fin....

Un biko.

Turulato dijo...

Y llegó Claudio ¿no?

Luis Caboblanco dijo...

Pues sí... llegó Claudio, que tenía fama de ser el tonto de la familia y demostró que lo que consiguió durante varias décadas es que la gente le tomara por imbécil, sin serlo... un verdadero triunfo que le permitió seguir vivo, de momento.