jueves, 31 de marzo de 2005

La cierva blanca

A principios del siglo I A.C. dos hombres se enfrentaban en una lucha despiadada para controlar los resortes políticos de la República Romana. Por un lado, Cayo Mario, que a la postre sería tío abuelo de Julio César; por el otro Lucio Cornelio Sila, el más inteligente de los representantes de la rancia aristocracia romana. Durante varios años, dirimieron sus diferencias en la metrópoli, pero también en los confines del Imperio, hasta que al fin, en el 83 A.C, Sila desembarcaba en Italia, inaugurando la dictadura más sangrienta de la historia republicana de Roma. Entretanto, nuestra península se convirtió en el refugio de los proscritos, que encuentran en los pueblos hispánicos elementos propicios para la rebelión contra la tiranía. Pero a estos fugitivos les persigue una conciencia de superioridad que impide toda verdadera compenetración con los intereses peninsulares. Solo uno, Quinto Sertorio, estuvo a punto de solidarizarse con el pueblo Hispánico, y erigirse en su caudillo más leal y entrañable. Su aventura es una de las páginas más apasionantes de la historia de la Hispania Romana.
Y es que, la vida de este hombre, es digna de la mejor novela de Emilio Salgari. De modesta condición ecuestre, al morir su padre, quedó al cuidado de Rea, su madre, que le formó en el marco de la férrea educación Sabina. Pero a nuestro amigo no le gustaba estudiar y se escapó de casa a los 16 años para alistarse en el ejército, falsificando una carta de su familia para poder mentir sobre su edad. Tomó parte en las guerras más duras de su tiempo y ganó, al precio de terribles heridas, la corona murallis, preciada condecoración que se otorgaba al soldado que era el primero en escalar la muralla del campamento enemigo, ¡si es que sobrevivía claro!. Quedó tan maltrecho de su hazaña, que hubo que tenderlo en una tienda y el centurión de su unidad fue a buscar a los escribas para que pudiera redactar testamento. Cuando volvieron con tablilla y estilete, un rugido atroz les hizo volver la cabeza: Quinto volvía a lanzarse sobre la muralla que no había sido posible tomar por completo en la primera intentona, y la coronaba al mando de varios compañeros. Como quiera que no estaba contemplado que un legionario pudiera ganar dos coronas el mismo día, se produjo una reunión del estado mayor en la que, todavía perplejos, tuvieron que inventarse la corona Vallaris, que era algo así como el premio por escalar el primero una muralla…pasando por encima de la puerta.
En otra ocasión, se ofreció voluntario para ir a recabar información al campamento enemigo, concretamente una fortaleza celtíbera en la meseta castellana. Deslizándose entre las sombras, Quinto, consiguió llegar al lado de la tienda donde los jefes hispanos conferenciaban sobre las diversas alternativas para el combate que se avecinaba. El problema era que, evidentemente, nuestro hombre no entendía ni jota de lo que allí se decía. Pero Quinto no desesperó; aguardó a que uno de los caudillos saliera de la tienda a “aliviarse” y en ese momento, propinó un certero golpe al desdichado y se lo cargó a hombros para después empezar a correr, campamento abajo. Los centinelas dieron la voz de alarma y Quinto tuvo que recorrer el último tramo en medio de una lluvia de dardos, piedras y lanzas, pero consiguió llegar a sus lineas con su preciada carga. El mismo se ocupó de hacerle hablar…todavía con dos saetas clavadas en sus piernas.
Pero la historía más apasionante tiene que ver con un venado albino que estuvo a punto de cambiar la historia de las guerras hispánicas. Cuentan que, con Sertorio ya firmemente instalado en el bando “español”, el caudillo se interesó tanto por las costumbres indígenas, que intentó profundizar en sus costumbres, celebraciones e incluso ritos religiosos. En uno de ellos, aprendió que los hispanos adoraban a divinidades relacionadas con el sol, las estrellas, la naturaleza y, sobre todo, los animales. De entre estos últimos, tenían especial predilección por el ciervo que, entre otros valores, representaba la fecundidad y la buena suerte. Al cabo de unos días, una cierva domesticada que tenía un pastor del campamento de Sertorio, alumbró varios cervatillos, uno de los cuales era completamente blanco. Quinto, maravillado, entendió el nacimiento como un signo de buena suerte y adoptó al animal, que empezó a seguirle a todas partes. Los indígenas tambien entendieron la blancura del animal como un buen augurio y pelearon más y mejor que nunca contra las romanos. Dentro de los acontecimientos que determinaban el devenir de la guerra, la posesión del animal se convirtió en un asunto capital.
Una mañana, la cierva se escapó. Parece que Sertorio, supersticioso como buen romano que era, tuvo tal ataque de ansiedad, que hubo que calmarlo con friegas e infusiones hasta que, ya más tranquilo, designó partidas de hombres para que buscaran al animal. Pero el bando romano también estaba al tanto de la huida, con lo que mandó a los bosques a sus propias partidas de caza. El momento que debió seguir no puedo imaginármelo sin sonreírme; Suetonio nos cuenta que los ejércitos enfrentados se olvidaron mutuamente de darse cera porque lo único que les obsesionaba era el maldito bicho. Salustio nos dice, además, que las partidas de hombres se cruzaban virtualmente entre los árboles en cuanto oían un ruido o un crujir de ramas, en una especie de cómico “corre que te pillo”. Más el animal no apareció.
Meses después, en el marco de una batalla decisiva, Sertorio avanzaba a la cabeza de sus hombres con indisimulado pesimismo. No le preocupaba la calidad de sus fuerzas, ni la disposición del adversario sino el hecho de que no estaba su cierva blanca para alumbrar su suerte. En algún momento del choque, el animal perdido irrumpió en las primeras filas, produciendo un golpe psicológico tremendo y provocando una desbandada en las filas romanas. A partir de este momento las fuentes difieren. Suetonio dice que la cierva murió aplastada por las patas de un caballo, mientras deambulaba, asustada, por el campo de batalla. Pero Salustio defiende que, corriendo, se metió en medio de un enorme charco que había en la explanada y al salir, mostró su esbelto lomo…¡de un precioso color marrón!; alguien había encalado otro animal.
Escoged la que más os guste.
Si alguien quiere saber más algo más sobre Quinto Sertorio sin tener que comulgar con pesados manuales de historia, le remito al libro de Jose Javier Muñoz, "El descanso de Sertorio". Se trata de una novela histórico - erótica que a mí, me a parecido preciosa.

martes, 29 de marzo de 2005

Un paseo por el Foro


Foro Romano

Acaba de amanecer en la capital del Imperio y se respira ya en las calles un ambiente de creciente actividad. Por las flamantes avenidas cruzan personajes ilustres en literas portadas por sus esclavos. Otros caminan hacia sus asuntos, o conversan formando un corro, noblemente ataviados con togas de blanco impoluto: algunos llevan bordada en ella una tira púrpura, insignia de los senadores. Las mujeres ostentan esplendidas joyas que ornan complicados peinados, y túnicas de algodón egipcio o seda de la India. Y aquí, en medio de todos ellos, estoy yo, un joven imberbe, caminando presuroso con su padrastro por las calles de la capital del mundo.

Creo que Sufinio, la persona que se hizo cargo de mi madre cuando mi progenitor murió, lamenta la sencillez de su túnica y la tosquedad de nuestros mantos. Trabaja de zapatero en unas de las tiendas del mercado de Trajano, y el negocio solo da para ir tirando. Prácticamente, todo el mundo nos supera con sus atuendos pero al menos no somos esclavos.... Apretamos el paso hacía el Arco de Tiberio, de camino al Foro o quizás deberíamos decir “a los foros”. Todos los personajes que han logrado ser dignos de recordarse se han tomado la molestia de hacer una de estas plazas públicas. El primero de ellos fue el Foro Romano, que data de los tiempos de la República. Se construyó para dotar a la primitiva ciudad de un espacio monumental más amplio, destinado a la celebración de las festividades públicas, pero se ha convertido en un hervidero de mercaderes, políticos de poca monta, estafadores y prostitutas. Como además es uno de los más grandes, en él se admite el tráfico de doble dirección, propio de las grandes avenidas, y a todas horas está colapsado, de manera que las mulas y las suntuosas literas que acarrean a las fuerzas vivas de la ciudad, circulan con dificultad. Por eso se convierten en presa fácil de malhechores, incluso a plena luz del día. Mi abuela dice que, con cada nacimiento que se produce en Roma, hay un robo en el Foro Romano. Sufinio dice que exagera pero yo, no lo creo. La único que me gusta de este foro son los Rostra, los espolones de las naves enemigas que hemos vencido en combate, y que adornan, dispuestos en columnas, las calles adyacentes a la Curia Romana, y los muros del mismo Senado. Mi padrastro dice que están ahí para recordar a todo el mundo la grandeza de Roma pero, teniendo en cuenta el panico que los romanos sentimos por el mar, creo que en el fondo, están hay para que la gente pueda decir que ha estado alguna vez cerca de un barco.

Los Rostra me hacen recordar el verdadero motivo de nuestro paseo. Vamos a ver al patrono de mi padrastro, Serviano. Creo que es un acaudalado hombre de campo que, cuando se cansó de las lechugas y los viñedos, invirtió los beneficios de sus plantaciones para, después de comprar unas cuantas fraguas, vender equipamiento militar a nuestras legiones. Creo que tiene buenas relaciones con un hombre que fue prefectum castrum en el campamento de una de las unidades estacionadas en Panonia, y Sufinio dice que, si conseguimos una carta de recomendación, no tendré problemas para que me acepten en el ejército. Yo ya le he dicho que no quiero; que no me gusta y que Cesio, mi preceptor, dice que soy despierto y que en el futuro podría ser maestro. Pero Sufino no cede. Mientras voy sumido en mis pensamientos, con el ceño fruncido, casi sin quererlo, hemos llegado al Foro de Nerva o transitorio. Se llama así porque sirve para entrar en la zona de los Foros de los Emperadores y separa el Foro de la Paz del Foro de Augusto.

El Foro de Vespasiano o de la Paz, se levantó por un lado, para conmemorar que Roma tuvo la desgracia de ver como cuatro hombres se peleaban en un solo año para vestir la púrpura Imperial, y por otro, para saludar la suerte de que ganó el mejor de ellos. Los muros de los edificios están cuajados de pintadas, carteles de propaganda política y anuncios de festejos. Es uno de los que tiene más vida y a mi, me gusta mucho. Siempre es posible en él observar alguna esclava guapa, un político desgañitándose por arañar algunos votos para algún cargo público o algún malabarista dispuesto a jugar con unos cuchillos por unas monedas.

A su lado está El Foro de César, que el dictador mandó construir porque el primitivo foro Romano se estaba quedando pequeño. Es una gran plaza pública rectangular de 160 metros por 75, cerrados por pórticos de mármol, sostenidos por columnas del mismo material. Como en los otros, el suelo está construido a base de duras losas de piedra, adornadas con hileras ocasionales de mármol. Es muy al estilo de César, grandioso pero no ostentoso, y a la gente le agrada bastante, sobre todo porque dentro de él esta el Templo de Venus, la Diosa que guarda a los descendientes de la Gens Julia y aquí está enterrada la madre de Cesar, que era una mujer muy querida.

El Foro de Augusto es más pequeño. Dentro está el Templo de Marte vengador, el paradigma de la valentía, del arrojo militar, que ocupa casí la mitad de la plaza. Creo que tiene su gracia que sea precisamente en el Foro de Augusto, donde se halle el templo del Dios de la guerra, precisamente él, Augusto, que la odiaba. Sufinio dice que el único motivo por el que la gente pasa por aquí, es que es el camino más corto para llegar al Foro de Trajano, y probablemente sea cierto.

Por fin, tras un buen rato callejeando por la ciudad, hemos llegado a nuestro punto de destino sin cruzar una sola palabra desde que salimos de la casa. Aquí, en el Foro de Trajano, tenemos nuestra pequeña tienda y es aquí, donde el patrón de mi padrastro ha prometido que uno de sus esclavos, nos haría entrega de la carta de recomendación. El zapatero ya ha preparado varios pares de zapatos para patricio y toda su familia, incluidos unos Falcae Rojos que denoten su condición de senador. El nombramiento todavía no es oficial pero, tendiendo en cuenta lo que esto representará para la carrera política se Serviano, si se va formar una cola de aduladores, supongo que será mejor estar de los primeros.

El foro de Trajano me encanta; es sencillamente gigantesco. Fue el último de los foros construidos en Roma, y se pagó con el botín de oro de las guerras de la Dacia. Lo proyectó un tal Apolodoro de Damasco, que introdujo en las obras muchos elementos innovadores, como la presencia de una pequeña basílica y el gran hemiciclo de los mercados Trajanos, un grupo de pequeñas tiendas distribuidas en seis plantas. La obra fue tan grandiosa que mi maestro dice que exigió recortar el monte Quirinal. Apolodoro utilizó la ganancia de espacio pata instalar los mercados que, a su vez, apuntalaron la ladera de la colina. En la parte norte de la plaza, está el templo del Dios Trajano, que además de embellecer el conjunto, eleva a la categoría de deidad a alguien que siempre rechazó serlo. Pero Roma no habría visto con agrado que su sucesor, Adriano, no le “subiera de categoría” así que éste se apresuró a elevarle a las alturas. En medio de la plaza esta lo más hermoso del conjunto: La columna de Trajano. Es el mausoleo del divino Emperador pero además, es una secuencia hermosisima de cómo nuestros valientes soldados conquistaron a una de las naciones más belicosas de la antigüedad. Todas las mañanas, antes de abrir nuestro comercio, me acerco a la columna y rindo tributo a los hombres que dieron su vida por la grandeza de nuestro Imperio. Incluso a veces, cuando fijo la vista en alguno de sus relieves, me pregunto si no será la milicia mi destino, como dice mi padrastro.

Por eso nunca fijo la vista demasiado…

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Años de construcción aproximado de los Foros:

Foro Romano Periodo republicano
Foro de Julio César 42 A.C.
Foro de Augusto 2 A.C.
Foro de Vespasiano 75 D.C.
Foro de Nerva 97 D.C.
Foro de Trajano 113 D.C.

Después de la chapa que os acabo de meter, un pequeño resumen: Podemos decir que el Foro es el espacio de reunión y desarrollo de la vida pública en la Antigua Roma. Se configura como una explanada generalmente rodeada de un pórtico y, en su interior, podemos encontrar tres tipos fundamentales de edifcios; Los arcos, que son monumentos conmemorativos, los templos, que son lugares de adoración de las divinidades, y las basílicas, que hacían las veces de tribunales o zonas de contratación o de estudio. Y, de regalo, una curiosidad: La altura de la columna de Trajano es la misma que la que tenía el Monte Quirinal antes de empezar la construcción del Foro. Hubo que rebajar pues, 39,83 metros de altura.

lunes, 28 de marzo de 2005

Breve historia de Roma para la hora del café (VI)

Acaso podían haber tenido razón si Tanaquila, que así se llamaba la mujer, hubiera sido romana, es decir, habituada solo a obedecer. Pero al contrario, era etrusca, había estudiado y, sobre todo, se sabía más lista que los mismos senadores, muchos de los cuales eran analfabetos. Con el cuerpo del Rey aún caliente, ocupó el trono y lo mantuvo contra viento y marea mientras que Servio, su hijo, crecía y se convertía en el único rey de Roma que ocupaba el trono sin ser electo. Su gobierno tuvo un cierto carácter ilustrado y bajo él se llevaron a cabo algunas de las más importantes empresas de la Roma monárquica, como la construcción de las murallas que rodearon el perímetro de la ciudad.
Como medida política, Servio concedió la ciudadanía a los libertinos, o sea, a los hijos de los esclavos liberados, los libertos. Como quiera que debieron de ser miles y miles de personas, esa masa se convirtió en su más encarnizado valedor. Después, abolió las treinta curias en los que se dividía la primitiva población de la ciudad y las sustituyó por cinco clases, diferenciadas no en función de su posición social o abolengo, sino de su patrimonio. Esta división tiene un alcance político que debemos entender: mientras que en la ordenación en curias, todos eran pariguales, al menos en teoría, y el voto de cada uno valía por cualquiera, las clases votaban por centurias, pero no había un número igual de ellas. La primera tenía noventa y ocho votos. En total eran ciento noventa y cuatro votos posibles con lo que, las otras, aunque se coaligasen, no lograban alcanzarla. Servio acababa de inventar la democracia proporcional.
Sostenido por sus grupos afines, el monarca se rodeó de una guardia profesional para proteger su vida de los malintencionados y se sentó en un trono de marfil, con un cetro en la mano, rematado por un águila, suponemos que para pasar desapercibido. Era difícil eliminar a un hombre semejante y para lograrlo, sus enemigos tuvieron que recurrir a las artes de su sobrino yerno que, como tal, podía moverse a sus anchas por el palacio. Este segundo Tarquinio, antes de arriesgar el golpe, intentó que las clases derrocaran a su tío pero al ver que salía confirmado de nuevo, no quedó más salida que el golpe de puñal. Pero el suspiro de alivio que exhalaron los senadores al ver que el cuerpo sin vida del Rey rodaba por las escaleras del trono, se les quedó en la garganta cuando vieron al asesino sentarse en él sin ni siquiera pedirles permiso. El nuevo monarca hizo bueno el refrán de más vale lo malo conocido… En efecto, le bautizaron el soberbio para distinguirle del fundador de la dinastía. Soberbio no sabemos, pero belicoso lo debió de ser de veras, porque pasó la mayor parte de su regencia haciendo guerras. Volvió a atacar a los sabinos (y van…) a los etruscos y a las colonias de ambos hasta llegar a las tres cuartas partes de la bota italiana. En suma, Tarquinio fue, un poco por la diplomacia y un bastante por la fuerza de las armas, el jefe de algo que, para aquella altura de los tiempos, era un pequeño imperio.
Pero un día, estaba en el campo con sus soldados, su hijo Sexto Tarquinio y su sobrino Lucio Tarquinio Colatino. Estos, quizá bajo los efectos del vino, comenzaron a alabar las virtudes de sus respectivas esposas. Probablemente uno le dijo al otro: "La mía es una esposa honesta; la tuya te pone los cuernos". Decidieron volver a la ciudad para comprobarlo. Montaron a caballo y se fueron. En Roma, encontraron a la mujer de Sexto banqueteando con los jóvenes de la corte y dejándose cortejar. La de Colatino, una tal Lucrecia, se consolaba tejiendo. Sexto, mortificado por los celos y, suponemos, por el peso de la cornamenta, se propuso cortejar a Lucrecia y al fin, con la ayuda de la violencia, venció su resistencia.
Tras el ataque, la pobre joven llamó a su padre y su marido, y se tuvo que armar la de Troya, porque todo acabo con el suicidio de la joven de una puñalada en el corazón. El Senado, se reunió con carácter de urgencia y aprovechó la infamia para proponer destronar al Soberbio y expulsar de la ciudad a toda su familia. Entretanto, en el campamento de las legiones, el marido ultrajado ya se había ocupado de sembrar el desconcierto entre las tropas, que acabaron sublevándose y marchando contra la capital. Tarquinio huyo hacia el norte, refugiándose en aquella Etruria de donde habían venido sus antepasados, y pidió hospitalidad al primer magistrado de la ciudad de Clusium, una tal Porsenna, que se la concedió.

Mientras tanto, en Roma, se proclamaba la República. Como más tarde los Plantagenet en Inglaterra y los Borbones en Francia, también la monarquía de Roma había durado siete reyes.

Corría el año 509 antes de Jesucristo.

Preguntas frecuentes sobre las legiones romanas

¿Cuántas legiones había en Roma?

Pues depende de la época. Tras la batalla de Actium, que supuso la victoria definitiva de Octavio Augusto sobre Marco Antonio y los republicanos, el sobrino de César se encontró con que tenía 60 legiones, una cantidad a todas luces desproporcionada. El primer emperador de Roma se apresuró a redimensionar su ejército y, entre desmovilizaciones de veteranos y fusiones de unas unidades con otras, se quedó con 28 legiones operativas. Durante los reinados de emperadores posteriores el número fluctuó algo al alza hasta que, bajo Séptimo Severo (193 – 211 D.C.) se alcanzó el número de 33.
¿Cuántos hombres se encuadraban en una legión?

Nominalmente, una legión la constituían unos 6.350 hombres, agrupados en 120 manípulos, que a su vez se reunían en 60 centurias, agrupadas estas en 10 cohortes, la primera de las cuales era doble. Sin embargo, el número total de efectivos disponibles siempre era menor, a causa de las bajas no repuestas y los traslados de base de parte de los efectivos, a causa de necesidades bélicas. Todo esto, unido a que parte del personal estaba calificado como no combatiente (asistentes, herreros, personal administrativo…), hacía que el número de soldados realmente disponibles siempre era menor del oficialmente declarado. Por ejemplo, la legión VII Gemina, estacionada en León, solía tener 1.200 hombres desplazados en la Bética (la actual Andalucía), para repeler las incursiones de los pueblos del norte de África; además, parte de sus efectivos estaban permanentemente destinados en la frontera del Danubio, en una especie de comisión de servicios. Esto hacía que, por ejemplo, tuviera dificultades, hasta para efectuar el cobro de los impuestos en los territorios del norte de hispania, como nos lo atestigua la trascripción de una carta del 66 D.C.
¿Por qué los legionarios llevaban la espada a la derecha?

Parece un anacronismo que los legionarios, que en su mayoría serían diestros, llevaran la espada al lado derecho de su cuerpo. Sin embargo, como casi todo, tiene una explicación lógica. Para un legionario romano no era primordial desenvainar rápido, ya que su forma de combatir no era la de un espadachín del siglo XVII. Si hubieran desenvainado desde el lado izquierdo, el gigantesco escudo les hubiera dado algún quebradero de cabeza para alzar la espada, por no hablar de las lesiones que eso causaría en una formación cerrada. Sin embargo, los centuriones que, por lo general, no estaban dentro de las macizas formaciones legionarias, sí llevaban la espada suspendida del lado izquierdo.
¿La túnica legionaria era roja?

Sinceramente, no tenemos ni idea del color predominante en la vestimenta de los legionarios. Pero lo que si sabemos es que el rojo, era uno de los colores más difíciles de obtener en el mundo antiguo por lo que, teñir de rojo un ejército entero hubiera resultado, como mínimo, caro. Es mucho más probable que el color de las túnicas legionarias fuera el de la lana sin teñir, es decir, blanco grisáceo. El rojo quedaría reservado, quizás, para centuriones y mandos.
¿Qué cobraba un legionario?

225 denarios de la época al año, si estamos hablando del soldado raso, claro. A partir de ahí los salarios se multiplicaban en función del rango del perceptor hasta llegar al Primipilus de la legión, que se alicataba el riñón con la friolera de 37.500 denarios anuales. Como referencia, un congio de aceite, que representaba algo más de 3 litros, costaba un as y medio, es decir, 0,15 denarios.
¿Había destinos “malos”?

Por supuesto. No era lo mismo servir en un tranquilo puesto aduanero en la frontera Siria, por ejemplo, que tener que chupar guardias en uno de los fortaleza adelantada del muro de Adriano, en Britannia. Parece que destinos como España, Oriente próximo o Egipto eran considerados peritas en dulce por los nuevos reclutas. A estos les seguían en dificultad las guarniciones de Germanía y la frontera del Danubio, sobre todo a causa del frio reinante en esas latitudes... y los germanos del otro lado del río, claro. La palma de la mala suerte se la llevaba ser destinado a Britannia que, si hacemos caso de las transcripciones que se han conservado, de cartas de legionarios destinados allí, debía ser algo parecido a patrullar en el Triángulo Suní, en Iraq.
¿Podía casarse un legionario?

No. El matrimonio estaba prohibido. Cosa diferente es que se hiciera la vista gorda una vez que el soldado ya estaba enrolado en la unidad. Esta complacencia dio lugar a que, en el exterior de la fortaleza, aparecieran un sinfín de casas que albergaban a las mujeres y a los hijos de los soldados. Séptimo Severo, alrededor del 193 D.C, inventó el “pase pernocta” ya que dio permiso a los legionarios para que pudieran dormir con sus parejas de hecho en el exterior del campamento. Más tarde, les permitió formalizar legalmente esas uniones de hecho.

miércoles, 23 de marzo de 2005

Fe de errores

Gracias a una conversación con uno de los habituales de este blog, debo reconocer que me he equivocado... a medias. El episodio de los romanos vestidos de germanos, pertenece al periodo de Calígula y no de Nerón, como yo pensaba. Digo error a medias, porque Suetonio, en la edición latina de "Los doce Césares" se lo atribuye a Cayo calígula pero en la edición resumida en castellano que manejo, aparece Nerón como autor de la patochada. Os paso, además, un buen enlace sobre el primero de ellos.

http://www.portalplanetasedna.com.ar/emperador02.htm

Pero, como creo que la deuda no estaría saldada hasta que comentara alguna estupidez de las que se le atribuyen a Nerón, al menos, de igual calibre, alla va una: Uno de sus pasatiempos favoritos, era cubrirse con la piel de alguna fiera, tipo leon, trigre u oso y destrozar los genitales de hombres y mujeres, previamente atados a postes, tras lo cual, descargaba su líbido con Dioforo, su amante.
Errare humanum est

¿Nerón, el incendiario?

La imagen que nos ha dejado la historia del emperador Nerón no es como para que se le haga una estatua en la Plaza de San Juan de la Cruz... o sí, según se mire. Incestuoso, tirano, uxoricida, presunto pirómano... Así recuerda la historia al último emperador de la dinastía Julio – Claudia, el mismo hombre que ordenó asesinar a su madre y que hacía ejecutar a los espectadores que no aplaudían con demasiado entusiasmo las representaciones teatrales. Hoy sin embargo, algunos autores cuestionan que fuera el causante del incendio que asoló Roma en el año 64 D.C, y de cuya autoría culpó a los cristianos.
Para los más lanzados de estos estudiosos, su mala imagen se debe a un movimiento promovido por las clases altas de la sociedad romana cuyas ambiciones a menudo se veían frustradas por el César. Habrían sido ellos lo que proporcionaron datos falsos a los historiadores y señalan como pruebas de la bondad de Nerón, su afán por proporcionar bienestar a la plebe, sus obras públicas y la toma inmediata de medidas para paliar las consecuencias del incendio.
En el bando contrario, están todos los historiadores que fueron sus contemporáneos. El cronista romano Tácito, sostiene que utilizó a los cristianos como cabezas de turco para exculparse, aunque de su relato, no se llega a vislumbrar si el emperador fue realmente culpable. Para Suetonio y Dion Casio no hay duda de que Nerón ordenó propagar un incendio, pues necesitaba espacio para desarrollar las fastuosas obras que acabaron llevando al Imperio al borde de la quiebra, en especial, la Domus aurea. Precisamente de Suetonio es la leyenda, en la que el presunto pirómano subió a la torre de mecenas y, mientras Roma se consumía, entonó La Caída de Troya, desde el principio hasta el fin.
Los últimos estudios indican que el fuego debíó producirse seguramente por causa fortuita. Los barrios superpoblados, la madera que constituía el material de la mayoría de las casas y seguramente el viento, contribuyeron a extender el incendio hasta tal punto, que tres de los catorce barrios de la ciudad fueron totalmente consumidos y siete más, gravemente dañados. Tácito, vuelve a referirse al incendio para criticar la doble cara de Nerón ya que “…para alivio del pueblo desplazado de su hogar, mandó abrir el Campo de Marte así como sus propios jardines (…) y mandó construir alojamientos temporales para toda la gente que había quedado sin hogar.

En cualquier caso, lo grave del asunto no es tanto quién fue el culpable de la catástrofe, sino que todo el mundo en la ciudad creía sin dudarlo que Nerón era ciertamente capaz de tamaña felonía. Aunque en un futuro post sobre este "señor" incidiremos en sus "hazañas" y en las causas, quizás patológicas de su comportamiento, para muestra, un botón: Para reforzar su posición de liderazgo, se planeó una campaña de las mejores legiones romanas contra las tribus germanas del medio Rhin, comandada por Nerón en persona. Parece ser que los bárbaros entonaron el "¡...pues va a ser que no!" para después internarse en sus impenetrables bosques, dejando al emperador con un palmo de narices. A Nerón, no se le ocurrió nada más ingenioso que vestir a la mitad de los romanos, con ropas de germanos, para hacer una batalla en toda regla, y así ser digno de un verdadero triunfo en la ciudad de Roma. Afortunadamente, alguno de sus consejeros o generales tuvo los arrestos de, jugandose virtualmente el cuello, convencer al divino emperador de que aquello no era, definitivamente, una buena idea.

Esto es rigurosamente cierto.

¡Buena Semana Santa!

lunes, 21 de marzo de 2005

Los caballos de Roma

Hace unos cuantos años, se encontraron en Krefeld (Alemania) los restos de lo que había sido un fuerte de caballería, donde se hallaron 31 esqueletos de caballos del ejército romano. Ninguno de ellos estaba herrado, aunque si se usaban las herraduras, al igual que los bocados y las espuelas, pero no así los estribos. Aquellos caballos de la frontera germana tenían alrededor de cuatro o cinco años de edad y su estatura media no pasaba de 1,45 metros.
Los caballos que usaban los romanos no eran exactamente de la morfología y tamaño de los equinos actuales. Hoy en día, los numerosos cruces habidos entre las distintas razas y su cuidada selección y crianza han creado, en términos generales, unos cuadrúpedos muy evolucionados en alzada y envergadura, muy estéticos, poderosos y veloces pero, curiosamente más frágiles. Cuanto más alto es un animal, más lejos del suelo está su centro de gravedad, con lo que será más lento al girar y más inestable durante el giro.
El antiguo caballo que poblaba hace dos milenios el continente europeo es más asemejable a nuestro actual asturcón, que podemos contemplar hoy en día en los salvajes prados de Asturias. Era una especie de pony grande con una alzada de unos escasos 1,50 metros, miembros cortos, sólido cuerpo, pelo largo y cuello robusto. Ejemplos de caballo tipo pony son el islandés, el gotland y el shetland, todos endemismos insulares que podrían traer causa de la falta de competencia de caballos grandes. Otros caballos “pequeños” son el connemara de Irlanda, el highland, welsh y exmoor de Gran Bretaña, el landais galo, el garrano portugués, el pottok vasco y el faco gallego. Todos ellos son animales recios, duros, que comen relativamente poco para su peso y capaces de aguantar largas marchas al trote sin cansarse en demasía. Eran algo así como un "caballo diesel".
Aparte de todas estás ventajas, el pony presenta algunos inconvenientes. Al ser tan corto de alzada no sirve para arremeter contra una formación cerrada, pues carece del peso y la altura suficientes para suponer una amenaza letal para la infantería. De ahí que los romanos los usarán “a la española”, es decir, más como fuerza de persecución de un ejército ya en desbandada o como protagonista de pequeñas escaramuzas. Otra dificultad, no menos importante, es el carácter de estos animales. El pony tiene bastante más mala leche que un caballo “normal” y domarlos era un habilidad que, en tiempos de la Roma Imperial, no estaba al alcance de cualquiera.
Por último dos curiosidades: El vocablo asturcón es de origen celta. Los romanos latinizaron este vocablo llamando asturconario a la persona que hacía de intermediario entre los tratantes de caballos y los encargados de la impedimenta de las legiones romanas. Por otro lado, la diferencia morfológica más acusada entre un caballo moderno y un asturcón solo la veremos si el segundo abre la boca: las hembras de los asturcones y sus hermanos ponys tienen colmillos, a diferencia de sus primos más grandes.
¡Ah! y un pequeño pasatiempo: uno de los esqueletos encontrados en Krefeld presenta una característica curiosa y, en cierto modo, extraña. Si alguno de vosotros tiene unos minutos para indagar sobre este dato y algo de suerte, puede que llegue a conocer una bellísima historia...
Y si no la encontráis, puede que os la cuente a cambio de un café.

domingo, 20 de marzo de 2005

Breve historia de Roma para la hora del café (V)

En el momento de la muerte Anco Marcio se hallaba en la ciudad un personaje muy diferente de aquellos a los que los romanos solían elegir como reyes y magistrados. Venía de Tarquinía, una de las ciudades de los etruscos, y era hijo de un griego. Era vivaz, brillante, sin prejuicios y muy ambicioso. Era rico y despilfarrador entre gente rácana y tacaña. Era elegante en medio de palurdos. Era el único que sabía de matemáticas y de geografía, en un mundo de pobres analfabetos. En fin, hizo un curso acelerado para que los romanos lo mirasen con una buena dosis de desconfianza.
En cuanto que pudo, empezó a intrigar. Las familias etruscas, que probablemente constituirían una minoría rica e influyente, vieron en él a su hombre y, cansados de ser gobernados por toscos pastores latinos y sabinos, sordos a sus necesidades comerciales y expansionistas, decidieron elevarle al trono. Cómo se anduvieron las cosas, lo ignaramos; pero Tito Livio hace una referencia a la plebe, que aparece como elemento nuevo en la vida política romana o, por lo menos, que no se había hecho notar entre los cuatro primero reyes, que no tenían necesidad alguna de hablar a la plebe para ser elegidos... porque en sus tiempos no había plebe. Era la perfecta democracia casera, donde todo se hacía a la luz del sol, entre ciudadanos iguales.
Pero con la muerte de Anco Marcio, la situación cambió completamente. Las necesidades bélicas estimularon la llegada de herreros, carpinteros, curtidores y un sinfín de gentes de toda condición. Los soldados, después de haber hecho la guerra, no tenían ninguna gana de regresar a sus pequeñas granjas rurales y se quedaban en Roma, donde se encontraban con más facilidad las mujeres y el vino. Más sobre todo, las victorias hicieron fluir un torrente de esclavos. Y esa multitud forastera formaba el Plenum, de donde procede la palabra plebe.
Y de todo esto se percató Lucio Tarquinio, que así se llamaba nuestro protagonista. No le costó mucho convencer a la plebe de las ventajas que tendrían si un rey también forastero, defendía sus derechos. Posiblemente fue una de las primeras campañas electorales de la historia. Lucio fue elegido con el nombre de Tarquinio Prisco y permaneció en el trono la friolera de 38 años. Para librarse de él, los patricios, es decir, los rurales, tuvieron que hacerle asesinar. Más inútilmente. Ante todo, porque la corona pasó a su hijo y posteriormente a su nieto. En segundo lugar, porque más que la cusa, el advenimiento de los Tarquinios fue el efecto de una cierta vuelta que la historia de roma había sufrido y que ya no le iba a permitir volver a su primitivo y arcaico orden social.
Lucio dedicó sus años de reinado a hacerse un palacio al estilo etrusco y, para no perder la costumbre, a pegarse con todo aquel que estuviera a tiro de piedra de los romanos. Primero, subyugó definitivamente todo el Lacio. Después buscó camorra con los pobres Sabinos, los cuales llevaban unos años sin meterse con nadie, y les robó gran parte de sus tierras. En política interior, dio un giro total a la ciudad de Roma, y la dotó de nuevos templos, la ordenó según un plan urbanístico coherente y construyó en ella la Cloaca Máxima, que por fin liberó a los ciudadanos de sus detritos. Para hacer está verdadera revolución social tuvo que vencer la hostilidad del Senado, él cual, en otros tiempos, le hubiese depuesto; más Lucio tenía ahora el apoyo de la plebe, que estaba dispuesta a sostenerle incluso echándose a las barricadas. Era más fácil asesinarlo, y así se hizo en el año 578 AC. Pero cometieron el tremendo error de dejar con vida a su mujer y a su hijo, convencidos de que, aquella por su sexo y éste por su temprana edad, no podrían mantener el poder.

Error.

viernes, 18 de marzo de 2005

Marco Aurelio, emperador a su pesar


Estatua ecuestre de Marco Aurelio - Roma

Cuando Marco Aurelio subió al trono en el 161 D.C, tenía 40 años, y era uno de esos hombres que habiendo nacido de pie lo reconocen lealmente. Tengo una gran deuda con los dioses – dejó escrito – Me han dado buenos padres, buenos abuelos, una buena hermana, buenos maestros y buenos amigos. Entre estos últimos estaba el emperador Adriano, que frecuentaba su casa y por quien tomo verdadero aprecio, quizás a causa de su común origen español. En su infancia, Marco quedo huérfano al poco de nacer y fue criado por su abuelo, y la confianza que depositó en su nietecillo lo demuestra el número de preceptores que le dio: seis para retórica, cuatro para gramática, seis para filosofía y uno para matemáticas. O sea, diecisiete en total. Cómo se las compuso aquel chico para aprender algo sin volverse loco sigue siendo un misterio. Se apasionó pronto por la filosofía y no sólo quiso estudiarla sino practicarla también. A los doce años quitó la cama de su habitación para dormir en el suelo, y se sometió a tal dieta y abstinencia que su salud acabó por resentirse. Pero no se quejó. Antes bien, agradeció a los Dioses haberse mantenido casto hasta los 18 años.


Cuando Marco fue coronado, todos los filósofos del imperio exultaron, viendo en aquel hecho, el propio triunfo. Pero se equivocaron. Marco no fue un gran hombre de estado. No entendía nada de economía y regularmente había que vigilarle las cuentas y los presupuestos. Pero conocía bien a los hombres. Sabía que las leyes no bastaban para mejorarlos, por lo que reformó los códigos legales de sus dos predecesores pero flemáticamente y sin creer demasiado en sus beneficios. Como buen moralista creía más en el ejemplo, y procuró darlo con el ascetismo de su existencia, que sus súbditos admiraron sin la más mínima intención de imitar.


Los acontecimientos no le fueron favorables desde el principio. Nada más tomar posesión del trono, Britanos, Godos, Germanos y Persas empezaron a amenazar los confines del imperio. Marco mandó un ejército a Siria, al mando de Lucio Vero que en aquel momento era corregente junto a él. A Lucio le faltó tiempo para enamorarse de Pantea, la cleopatra del lugar, y allí se detuvo. Mientras uno retozaba, el otro tuvo que coger el toro por los cuernos, derrotar a los persas con la ayuda del gran militar Avidio Casio, y Lucio no volvió a Roma más que para disfrutar en Roma del triunfo que Marco le regaló. Pero aparte de los besos de Pantea y sus concubinas, los ejércitos romanos trajeron otro regalo, este de peor gusto: la peste, que mató, solo en Roma a más de 200.000 personas. Marco empezó a frecuentar más los hospitales que el palacio. A todo esto se le añadió otra desgracia. Su mujer, Faustina, era tan bella como infiel. Sus adulterios no son probados pero toda Roma hablaba de ellos. De sus cuatro hijos, una murió, otra se convirtió en la infeliz esposa de Lucio Vero, que solo se portó bien con ella el día que decidió dejarla viuda y, en cuanto a los dos mellizos, uno se murió al nacer y el otro, que se llamaba Cómodo, mejor se podía haber muerto.


En ese momento, con Roma diezmada por la pestilencia y la carestía, las tribus germánicas irrumpieron de nuevo, está vez hacía Hungría y Rumanía. Cuando Marco se puso personalmente al mando de sus legiones, muchos se sonrieron. Aquel individuo delicado y macilento, obligado a una dieta vegetariana, no inspiraba demasiada confianza como conductor de hombres. Y en cambio, pocas veces en la historia del imperio han luchado los legionarios con más fiereza que bajo su mando directo. Marco derrotó a los más aguerridos enemigos de roma: longobardos, cuados, marcomanos, sármatas…Al mismo tiempo, Avidio Casio, su general preferido desde siempre, se sublevó y los persas atacaron de nuevo. Marco tuvo que atender tres frentes, galopando sin cesar, siempre resfriado, y así año tras año. Estaba coronando en Marcomania una serie de victoriosas campañas que habían dejado a los germanos a punto del remate final, cuando cayo enfermo en Viena, es decir, más enfermo de lo normal. Durante cinco días rechazó comida y bebida. Al sexto se levantó y presentó a Cómodo a las legiones como su heredero, volvió a la cama y murió.


Marco Aurelio aborrecía la guerra; pero afrontó su destino y pasó diecisiete de sus veinte años de reinado, en la trinchera. No fue un hombre feliz. A la preocupación por el carácter de su hijo, las infidelidades de su mujer y los problemas del Imperio, se añadía su carácter estoico y pesimista. Quizá el único momento de paz del día, se producía por la noche, cuando escribía sus Pensamientos. Uno de ellos, demuestra a las claras su punto de vista sobre la existencia que le había tocado vivir...


…una araña, cuando ha capturado una mosca, cree que ha hecho quien sabe qué.
Y lo mismo cree quién ha capturado a un sármata.
Ni uno ni otro se dan cuenta de que son sólo dos pequeños ladrones...

miércoles, 16 de marzo de 2005

Pablo

Su obra misional se desarrolló en principio sólo en Palestina y comarcas vecinas, donde estaban radicadas colonial hebreas. Pero en un primer momento se convino que Jesucristo era el redentor, no de todos los hombres, sino solo del pueblo hebreo. Fue después de uno de los viajes de Pablo a Antioquía y del éxito que cosechó entre los gentiles de aquella ciudad cuando se planteó el problema de la universalidad del cristianismo.

Pablo fue, para la nueva ideología, la fuerza de ventas y Pedro, el director financiero y de medios. Era un hebreo de la ciudad de Tarso, hijo de un burgués que poseía el tesoro más preciado del mundo antiguo: la ciudadanía romana. Sabía latín y griego y había tomado lecciones con el gran Gamaliel, el presidente del Sanedrín. Era inteligentísimo y algo desconfiado y taimado, al más puro estilo hebreo. Su primera reacción ante Cristo fue de sincera antipatía. Cuando se enteró de que uno de sus prosélitos, Esteban, estaba condenado por infringir la ley, colaboró con entusiasmo en su lapidación. Un día se enteró de que los cristianos estaban reclutando fieles en Damasco. Pidió al Sanedrín que le permitiese ir a detenerlos y durante el viaje fue derribado por un rayo de luz y oyó una voz que le decía “Pablo, ¿por qué me persigues?” “¿Quién eres?” preguntó espantado. “Soy Jesús”. Quedose ciego tres días, después fue a hacerse bautizar y se convirtió en el más hábil propagandista de la fe.

Empezó a viajar por Arabia y Antioquia en compañía de Bernabé, y Pedro le perdonó sus anteriores felonías con el cristianismo, pero cuando se enteró de que los dos misioneros no exigían la circuncisión y también convertían a gentiles, les mandó llamar para pedirles explicaciones. Pablo se dio cuenta de que, si no extendía la fe a todos aquellos que estuvieran dispuestos a escuchar la palabra, se corría el riesgo de convertir al cristianismo en una herejía hebraica. Sostuvo sus tesis públicamente y estuvo a punto de ser linchando por una multitud, pero gracias a su ciudadanía romana, se ganó un pequeño respiro que aprovechó para meterse en la bodega de un barco y viajar a roma.

En la urbe le escucharon con paciencia pero sin entenderle ni jota. Se limitaron a ponerle bajo la custodía de un solo soldado en una casa de las afueras, donde se le permitía recibir todo tipo de visitas y aprovechó para redactar sus famosas epístolas a antiguos amigos de Corintio, Salónica y Efeso. Pablo invitó a su morada a los notables de la colonia hebraica más no logró persuadirles. Hasta los pocos que eran ya cristianos rechazaron horrorizados sus ideas de que el bautismo era más importante que la circuncisión y prefirieron a Pedro, que llegó poco después y encontró una acogida más calurosa. No sabemos porqué ni cuando le procesaron de nuevo pero es sabido que trataba de rey a Jesús y con un emperador como Nerón en el poder, eso no era cuestión baladí. Le prendieron y le procesaron. Una leyenda dice que, de camino al patíbulo, se encontró con Pedro, su íntimo enemigo, y se abrazaron en signo de paz. Difícil me parece. Como quiera que Pablo era ciudadano romano, se libró del Circo y de sus leones y "solamente" fue decapitado. Y allí donde se supone que reposan sus restos, la Iglesia, dos siglos después, fundó la basílica que lleva su nombre: San Pablo Extramuros.

Durante siglos, la teología cristinana ha "potenciado" la imagen de Pedro como piedra angular de la Iglesia. Por algún motivo interesa que Pablo aparezca como una especie de viajero apostólico o un simpático gentil convertido. Pero fue precisamente su amplitud de miras, su inagotable energia y su capacidad de crecimiento intelectual, lo que facilitó que el cristianismo saliera de la oscuridad y su mensaje no fuera distorsionando por la intolerancia de sus primeros años. La Iglesia moderna quizás debería encontrar un momento para hacerle justicia.

Cuando era más jóven, y estudiaba religión en un colegio de los Padres Escolapios, tenía por profesor a un religioso de la vieja escuela, de nombre Fidel. Él, tenía el gran don de explicar cualquier cosa estupendamente y yo tenía el dudoso mérito de ser la única persona que le sacaba verdaderamente de quicio. Un día empezó a preguntar con solemnidad las Cartas de San Pablo...Fulano, los Efesios...Zutano, los Filipenses...y cuando llegó mi turno espetó - Caboblanco, los Corintios... - Yo le contesté ¿Todos...? Fue la primera expulsión de la que tengo recuerdo. Estuve una semana en mi casa y tuve que preparar un trabajo sobre San Pablo, que parece que aún reposa en mi cabeza.

Este texto está dedicado a Fidel Gómez, excelente maestro y uno de los culpables de que no lea solo el "AS". Yo le ayudé, sin saberlo, a ganarse un trocito más de cielo...

martes, 15 de marzo de 2005

Pobres etruscos


El "Apolo de Veyes"
En oposición a los romanos de hoy, que todo lo hacen en broma, los de la antigüedad lo hacían todo en serio. Especialmente, cuando se les metía en la cabeza destruir a un enemigo, no solo le hacían la guerra, sino que después se le metían en casa y no dejaban piedra sobre piedra. Un trato particularmente severo les reservaban a los etruscos, cuando, después de haber soportado muchas humillaciones, se sintieron lo suficientemente fuertes para desafiarles. Fue una lucha prolongada y sin exclusión de golpes, una guerra sucia que decimos ahora, si es que en algún momento la hubo limpia. Lo cierto es que al vencido no le dejaron ni los ojos para llorar. Rara vez se ha visto desaparecer un pueblo de la faz de la tierra y a otro borrar sus huellas con tan obstinada ferocidad. Y a esto se debe el hecho de que, de la civilización etrusca no nos haya quedado casi nada. Solo se han conservado algunas obras de arte y unos miles de inscripciones incompletas, de las que solamente se han conseguido descifrar unas pocas palabras. También tenemos los textos de los cronistas romanos, pero en lo que a los etruscos concierne, es como pedir a las ovejas que hablen del lobo.
Nadie sabe con precisión de donde venía aquel pueblo. A juzgar por como ellos mismos se representaban en bronces y vasijas, eran gordos y rollizos, y de rasgos que recuerdan a las gentes de Asia menor. Algunos sostienen que llegaron por mar, porque ellos fueron quienes dieron nombre al mar tirreno que significa "etrusco". Que su civilización era superior a los que entonces allí había, lo demuestran los cráneos que se han encontrado y que muestran trabajos de prótesis bastante logrados. Los etruscos conocían ya el puente para reforzar los molares y los metales que necesitaban para fabricarlos ya que, además ser diestros con el hierro, y que transformaron en bruto en acero, también destacaban con el cobre, el estaño y el ámbar.
Las ciudades que se pusieron a levantar cuándo llegaron, eran mucho más modernas que los poblachos de latinos, sabinos y otras etnias limítrofes con los que luego se encontrarían. Sabían organizarse para los trabajos colectivos como lo demuestran los canales con los que avenaron aquellas comarcas infestadas por la malaria. Más sobre todo eran formidables mercaderes que, cuando los romanos ignoraban que había detrás de los montículos que delimitaba su ciudad, ello ya estaban comerciando con poblaciones celtas en Galia o Germania. Fueron ellos quienes llevaron a la península itálica la moneda como método de cambio, que los romanos copiaron después.
Eran gente jovial que se tomaba la vida por el lado más agradable, y por eso perdieron la guerra con los melancólicos romanos, que se la tomaban por el lado más austero. Un gran paso adelante fue la consideración de las mujeres, que aparecen representadas tomando parte en juegos y celebraciones públicas. Una de ellas, Tanaquila, era una intelectual que sabía mucho de matemáticas y de medicina. Los envidiosos romanos, llamaban toscanas o sea, etruscas, a las mujeres de costumbres disolutas. En cuestiones de religión, sus creencias estaban centradas en el dios Tinia, que dominaba el mundo por medio del rayo y del fuego, con la ayuda de una docena de dioses menores. Del paraíso, los etruscos hablaban raramente porque ya lo vivian en la tierra, pero sobre el infierno, o al menos algo parecido al infierno cristiano, estaban informadísimos...y les daba verdadero pánico, porque tenían mil y un sortilegios para forzar la redención; como Dante, que también nació en Etruria y que se prodigó más acerca del infierno que del paraíso.
Con esto no debemos creer que los etruscos eran hermanitas de la caridad. Mataban con relativa facilidad y pronto les cogieron cierta ojeriza a sus vecinos romanos. En una ocasión mataron a trescientos prisioneros de guerra de esa procedencia y sobre sus corazones aún palpitantes, intentaron determinar los futuros derroteros de la guerra. Evidentemente no lo lograron. Si lo hubieran hecho, la hubiesen interrumpido enseguida. Sus doce ciudades funcionaban política y militarmente hablando, cada una por su lado, y solo se entendían en cuestiones religiosas, al contrario que ahora, que nos entendemos sobre cualquier cosa, menos de religión. En vez de unirse contra el enemigo común, se dejaron derrotar por Roma una vez tras otra, de forma lenta pero inexorable. Todo esto ha sido reconstruido por medio de deducciones, con los restos del arte etrusco que se ha conservado y que constituye la única herencia tangible de aquel pueblo. Entre la cerámica la hay bellísima, como el Apolo de Veyes que denota en los alfareros etruscos un gusto refinado y una técnica casi insuperable.
Pero por muy escasos que sean los restos, bastan para hacernos comprender como los romanos, una vez hubieron oprimido a los etruscos, tras haber seguido un poco su escuela y haber soportado su superioridad sobre todo en el campo técnico y organizativo, no solo destruyeron a este pueblo sino que procuraron borrar toda huella de su civilización. La consideraban enferma y corruptora. Copiaron las leyes, imitaron la toga, instruyeron a sus jóvenes según métodos etruscos, y después arramblaron con todo los demás.
Esto sucedió muchos años después de que se hubiese establecido relaciones entre las dos etnias porque, desde la fundacion de roma, las historias de estos dos pueblos se entrecuzan cada dos por tres. El nombre de Roma puede venir de Rumon, que en toscano es río, e incluso el rito de delimitar los limites de la ciudad midiante el surco de un arado, tambien es etrusco. Parece además que en los primeros tiempos incluso hubo una especie de astillero etrusco muy cerca de la ciudad de roma con lo que el contacto fue, desde el principio, inevitable. Después vinieron varios cientos de años de amores, desencuentros, traiciones y batallas hasta que los romanos subieron el peldaño que separa a los fuertes de los débiles e hicieron bajar a los etruscos el que separa el cielo del infierno…
PD: La historiografía ha convenido en fechar el final de la civilización etrusca en el 396 A.C., año de la caida de Veyes. La última ciudad que, en sentido estricto, pudo seguir llamándose etrusca a sí misma, ya que gozaba de cierto autogobierno y conservaba aún algunas costumbres, era Peruggia. Augusto la arrasó en el 40 A.C.
Saludos

lunes, 14 de marzo de 2005

¡Mañana es fiesta!

En la época clásica, hasta el advenimiento del cristianismo, los romanos adoraban a un gran número de Divinidades. En su honor se construían templos y en ellos se ofrecían sacrificios de animales. Menos truculentas eran las ceremonias de purificación, sea de una casa, de un ejército que parte hacia la batalla o de una ciudad entera. El procedimiento consistía en una procesión alrededor de aquello que era susceptible de ser purgado, cantando los carmina, himnos llenos de fórmulas mágicas y sortilegios para obtener el favor de los Dioses. Con el tiempo, estos actos redentores se estabilizaron en días concretos y acabaron dando lugar a un gran número de festividades.

Además, tradicionalmente, Roma fue bastante tolerante con las creencias particulares de las personas o grupos nacionales que se asentaban en su territorio. Lo que estaba prohibido era ir en contra del estado, pero practicar cualquier tipo de creencia que no fuera contra los valores tradicionales era perfectamente lícito y hasta se favorecía. En ese sentido, Roma era el paradigma de estado laico… ¡en el que nadie se declaraba ateo!

Esta hospitalidad de Roma para con los cultos extranjeros se refleja perfectamente en su calendario. Originalmente las festividades romanas eran pocas, pero con la adopción de tantos dioses extranjeros y su transformación en autóctonos, se incluyeron tantas fiestas en el almanaque, que hubo un momento en el que se podían contar más días festivos que laborables, aunque luego el tema se racionalizó. En definitiva, la religión era lo que daba a los romanos, que no conocían el domingo ni el Week-end, los días de fiesta y de descanso. En la época clásica había un centenar al año, es decir, más o menos los que existen ahora, pero los celebraban con más empeño. Entre las fiestas religiosas romanas más importantes figuraban las Saturnales, las Equiria, los Juegos Seculares y las Lupercales.

Los Saturnales se celebraban durante siete días, del 17 al 23 de diciembre, más o menos en el periodo en el que empieza el solsticio de invierno. Toda la actividad económica dejaba de funcionar e incluso los esclavos de algunas casas muy acomodadas recuperaban momentáneamente la libertad durante esos días, representando una parodia en la que se simulaba que eran servidos por sus amos. También había intercambio de regalos y un ambiente de alegría se apoderaba de las ciudades.

Las Esquiria eran un Festival en honor de Marte. Se celebraban el 27 de febrero y el 14 de marzo, tradicionalmente la época del año en la que se preparaban nuevas campañas militares. El principal elemento de celebración eran las carreras de caballos que se celebraban en el Campo de Marte y que tenían un marcado acento militar.

Los juegos seculares eran una especie de competiciones deportivas que constaban tanto de espectáculos atléticos como sacrificios. La tradición decía que se tenían que celebrar una vez cada saeculum (siglo), para señalar el comienzo de uno nuevo, pero como a la plebe le encantaban, en realidad se hacían mucho más.

Por último, las lupercales eran, salvando dos mil años de historia, lo más parecido a nuestros modernos carnavales. La fiesta se celebraba el 15 de febrero en la cueva del Lupercal en el monte palatino, donde según la tradición, una loba habría amamantado a los legendarios fundadores de Roma. Esta fiesta se celebraba para honrar al Dios Luperco, divinidad antiquísima de origen latino. La fiesta comenzaba con la inmolación de una cabra por parte de un sacerdote. Con la sangre resultante se manchaba la frente de los Lupercos o "lobitos" (personas notables de la ciudad que representaban este papel) y a continuación se les limpiaba con un mechón de lana del animal muerto. En este momento se formaba una procesión que abrían los lupercos desnudos, los cuales llevaban unas correas trenzadas con tiras de cuero de la cabra recién inmolada y, con ellas, azotaban a las mujeres que se encontraban en el camino, como ritual para favorecer la fertilidad, mientras recitaban este miserere:

¿Qué esperas matrona? No serás madre merced a hierbas poderosas ni a mágicos encantamientos. ¡Recibe los azotes de la diestra fecunda, y pronto tu suegro vera al deseado nieto con su nombre!

Esta era la idea, pero con el paso de los años la fiesta fue adquiriendo una marcada connotación sexual, de manera que la fertilidad no sólo se buscaba sino que se practicaba. Si hacemos caso a Plutarco, la celebración debía acabar como el rosario de la aurora, porque no se respetaba prácticamente a nadie, empezando con los lupercos que eran materialmente forzados por jovenes fuera de sí. ¡Cómo sería la gravedad del asunto que Julio Cesar, que era cualquier cosa menos un mojigato, las prohibió!.

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Mañana, atendiendo a una petición de mi único lector baturro, un artículo un poco más extenso de lo normal sobre una cultura fascinante: Los Etruscos.

Saludos.

Breve historia de Roma para la hora del café (IV)

Tras Tulio Hostilio llegó Anco Marcio, último de los reyes de origen latino. Reinó desde el 642 al 617 A.C. y derrotó a diversos asentamientos que impedían la expansión de Roma, extendiéndose hacia el mar y fundando el puerto de Ostia. Sabemos poco de él, aunque en líneas generales, debió de ser un rey muy beligerante, al estilo de su predecesor, Tulio. En cuestiones religiosas, el hombre era un auténtico artista; como quiera que se dio cuenta que las decisiones que se toman con el apoyo de una divinidad, tienen más predicamento entre el vulgo, se inventó una pantomima en la que, cada vez que subía a una de las colinas de Roma, los dioses le comunicaban directamente sus órdenes y él se convertía en un mero ejecutor celestial. Le fue de maravilla porque no tuvo un atisbo de oposición en todo su reinado.

La estratagema puede parecer infantil pero aún hoy sigue arraigando, de vez en cuando. El pleno siglo XX, Hitler, para hacerse obedecer por los alemanes, no encontró una mejor. Y de vez en cuando descendía de la montaña de Berchtegaden con alguna nueva orden del buen pastor en el bolsillo: La de exterminar a los hebreos, por ejemplo, o la de destruir Polonia. Y lo bueno es que, al parecer, el también se lo creía. En estos asuntos, la humanidad no ha progresado mucho desde los tiempos de Marcio. El caso es que Anco Marcio buscó camorra con todas las ciudades que rodeaban a Roma, las cuales, al no sentir tan de cerca la influencia etrusca, estaban mucho peor armadas y organizadas que los romanos.

Hasta Marcio, el elemento campesino prevaleció en Roma y su economía fue sobre todo agrícola. La mayor parte de la población vivía aún en cabañas de barro construidas desordenadamente, con una puerta para entrar en ellas pero sin ventanas, y una sola estancia donde vivían, dormían y comían todos juntos, padres, madres, niños, abuelos, yernos y nueras...Por las mañanas los hombres bajaban al llano para labrar la tierra. Y entre ellos estaban también lo senadores que, como todos los demás, uncían sus bueyes y sembraban la simiente o segaban las espigas. Excepto cuando había guerra; entonces los agricultores se ponían la careta de soldados y empuñaban las armas no para aumentar la gloria de Roma sino, de momento, para asegurar su propia supervivencia.

Así crecían los ciudadanos romanos. A tal régimen no escapaba ni siquiera el rey que aún no tenía uniforme, yelmo o insignias especiales. No esta claro que tuviese un Palacio o por lo menos una oficina. Si, en cambio, que andaba entre la gente sin una escolta de protección más que en caso de guerra declarada, porque, de haber tenido una, todos les habrían acusado de haber intentado reinar por la fuerza. Tampoco los romanos iban a la guerra con algo que pareciera una organización militar propiamente dicha. Las armas eran sobre todo garrotes, piedras y toscas espadas; aún quedaba tiempo para llegase el yelmo el escudo o la coraza, inventos que debieron suponer una revolución parecida a la que en nuestros días produjeron al ametralladora o el tanque. Los reyes, poderes políticos auténticos, no debieron tener muchos, porque los más grandes y decisivos permanecían en manos del pueblo les elegía y ante el cual tenían siempre que responder. Esto en sí no significa nada, porque en todos los tiempos y bajo cualquier régimen, el que manda siempre dice que lo hace en nombre del pueblo. Más en Roma no se trató de palabrerías, al menos hasta la dinastía de los Tarquinios, a los cuales no hemos llegado todavía.

Con este sistema Roma creció a expensas de los latinos al sur, de los sabinos y los ecuos al este y de los etruscos al norte. En el mar no osaban aventurarse militarmente porque no tenían aún una flota y su población campesina desconfiaba de él por instinto. Bajo Anco Marcio, al igual que con Rómulo, Numa o Hostilio, los romanos fueron rurales y su política, terrestre.

Fue el advenimiento de la dinastía etrusca lo que cambio radicalmente las cosas, tanto en política interior como en la exterior…
PD: De este tiempo trae causa la antigua división entre patricios y pebleyos. El Senado estaba con respecto al resto de los romanos en la misma posición que el padre con respecto a su familia. Como un padre, el Senado era más viejo y más sabio, y se esperaba que sus órdenes fuesen obedecidas. Por ello, los senadores eran los patricios, de la palabra latina que significa «padre». Este término fue luego extendido a sus familias, pues los futuros senadores fueron elegidos en esas familias.

Según la tradición, Anco Marcio llevó a nuevos colonos de las tribus conquistadas a las afueras de Roma para que la ciudad en crecimiento dispusiera de brazos adicionales. Fueron establecidos en el Monte Aventino, en el que Remo había querido fundar Roma siglo y cuarto antes. Ahora se convirtió en la quinta colina de Roma.

Los recién llegados al Aventino, desde luego, no fueron puestos en un pie de igualdad con las viejas familias, pues éstas no deseaban compartir su poder. Las nuevas familias no podían enviar representantes al Senado ni aspirar a otros cargos gubernamentales. Fueron los plebeyos, palabra latina que significa “gente común”.
¡Empieza la semana!

jueves, 10 de marzo de 2005

Pompeya


Molde de una de las víctimas de la erupción

Entré en la sala donde se encontraba la mujer, dejé un tintero y unos pergaminos encima de una pequeña mesa que yo mismo había pedido que me prepararan, y tomé asiento con dificultad, aún cansado por el viaje desde Miseno. Hasta que no estuve sentado no reparé en la persona a la que había venido a interrogar. Al parecer, la presa era una de las esclavas que vivía en la Hacienda de Plinio, una de las más cercanas a donde se supone que empezó la catarata de lava. Era alta y fuerte, a pesar de la edad que aparentaba, y esperaba su destino con la mirada huidiza, perdida en algún punto de la pared que tenía tras de mí.

Muchos romanos creen que, moralmente, los esclavos no son de fiar, pero yo, Draco, los considero los testigos más observadores. Es cierto que roban, es cierto que mienten y es cierto que son haraganes. Sin embargo un oyente avezado será capaz de sacar partido a esa falta de carácter. De un esclavo listo se puede aprender bastante. Y esta que tengo ante mí, parece cualquier cosa menos necia.

Me ha dicho el carcelero que es seguidora de la secta del Galileo, como gran parte de los esclavos en los últimos tiempos. Pero a diferencia de otros, yo no estoy en situación de ser intolerante con las creencias de un Dios campesino y una muerte feliz. Debo valerme de tantos ojos y tantos oidos como sea posible y, según mi experiencia, un cristiano puede ser tan honrado como un buen pagano. O tan venal. Hay malechores de sobra; las religiones no tienen por que pelearse por ellos.

Savia, que así se llama la mujer, está bien alimentada y es más bien rellenita, a pesar de que se encuentra encarcelada. Tiene el cabello salpicado de canas y su encierro le ha teñido la tez de un tono cetrino. Su mirada es más bien rápida y vivaz que discreta, aúnque simula no seguirme con sus ojos. Es una superviviente; ha salido sin un rasguño de la castátrofe. A pesar de la leyenda, constituye la excepción de la esclava que da la vida por su señora. Ahora, sentada en la cámara de piedra, malhumorada, aturdida, esperanzada, desconfiada, engreida... Quiere de mí tanto como yo de ella.

-¿Serviste en casa de Plinio? ¿Conocías a Savia?

Me mira de arriba abajo y asiente con cauteloso orgullo.

-Durante 19 años. La amamante, la lavé, la desteté, la enseñé a comportarse como una romana aunque yo no lo sea. Y la enseñé a ser una mujer…
-¿Para la boda con el Comandante de los Pretorianos, Marco Aldio?
- Fui testiga de cómo se organizaba esta boda, aquí, en Pompeya.
-¿Fue un compromiso por amor o por intereses políticos?
-Por las dos cosas, claro.

No me conformó con su respuesta. Es tan ovbia que no me aclara nada.

-Eso no contesta a mi pregunta. ¿Amaba al esposo que le asignaron?
-Eso depende de lo que signifique amor para ti…
- Acabo de sacarte de tu celda y no me estas ayudando nada.
- ¡Solo para esta entrevista y no he hecho nada para merecer la cárcel!
- Estás presa por ayudar a romper un contrato matrimonial.
- Estoy presa por ayudar a mi señora.

Ella no se arrenda, pues se ha percatado de la lamentable compasión que despiertan en mí las personas de su género y condición. Mi rictus pretende infundirle temor pero sus palabras me divierten y hago esfuerzos para que no se note. Me observa como una perra astuta, cosciente de que representa una propiedad muy valiosa y que la carcel no supone más que un gasto, así que prefiero pasar directamente a las circunstancias de la huida.

- ¿A que hora empezó todo?
- En la madrugada. Estaba amaneciendo. Había habido temblores toda la noche y la gente estaba asustada pero nadie había elegido irse aún. Parecía que todo quedaría en un susto y mi señora y yo decidimos que tenía que ser ese dia.
- ¿Y como burlasteis la vigilancia? ¿No puso Plinio esclavos que custodiasen a Savia?. Se que su padre conocía sus intenciones…
- Si pero los evitamos.
- Continua…
- Conseguí que un par de esclavas nos ayudarán a despistar a los guardias. No nos costó mucho trabajo. Son dos jóvenes muy hermosas y el vino hizo el resto. Estaban borrachos.
- ¿Y el carro?
- El tendero Craso nos los regaló a condición de que quitáramos los distintivos de su negocio. No quería problemas si resultabamos atrapadas. Pero quería mucho a la señora.

Aún no me explicó como consiguieron pasar en un carro con las calles atestadas de gente, huyendo para intentar escapar a la catástrofe. Algunos supervivientes me han confirmado que las calles de la parte baja de la ciudad estaban intransitables casi desde el principio pero está claro que en la parte “rica” de Pompeya, la población debió tomarse las cosas con mucha más calma. Al parecer, a la caida de la noche, se divisaban ya altísimas lenguas de fuego surgidas del Vesubio, pero la gente las atribuía a los incendios en las casas de los campesinos de la comarca. Luego, los pompeyanos se entregaron a un sueño profundo, del que pronto fueron despertados, cuando la lluvia de Lapillo (fragmentos de lava), cada vez más espesa, obstruía los accesos de las casas...y empezaba a amenazar sus vidas.

- Sigue
- Hummm…hubo muchos temblores, sacudidas violentísimas que hacían vibrar las casas hasta los cimientos, de modo que, cuando conseguimos sacar el carro de la tienda de Craso, vimos a la gente en la calle, con cojines en la cabeza, por miedo a los derrumbes y a la escoria.
- ¿Visteis a alguien muerto en aquel momento?
- Un hombre intentaba andar, ayudado por dos esclavos, pero cayo redondo al suelo.

...Posiblemente muerto por el aire saturado de cenizas que le obstruyó las vias respiratorias supongo, y que le bloquearía la traquea que, según mi preceptor en Grecia, era estrecha y podía inflamarse con facilidad. Muchos de los cuerpos que hemos encontrado fuera estaban intactos, como sumidos en un profundo sueño.

- ¿Y que hicisteis para conseguir atravesar las calles?
- Atravesamos por la Hacienda de Lúpulo. Supuse que las puertas estarían abiertas porque los amos están en Campania y los esclavos intentarían ponerse a salvo. La puerta de atrás comunica directamente con la via de la playa.
- ¿Y que visteis allí?
- Animales marinos muertos; por docenas. Y sobre todo, una nube negra y amenazadora, desgarrada por sesgados fogonazos con resplandores del incendio que provocaban los fragmentos de lava ardiendo que caían desde el cielo…

La esclava hace una pausa. Es la primera vez que veo en sus ojos el resplandor de un sentimiento relacionado con la catástrofe; un atisbo de miedo en sus ojos, quizá un mal recuerdo. Pero, subitamente, alza la vista y continua.

- Un jinete, con la pluma blanca de los mensajeros, atravesó la calzada que corría paralela a la playa a toda velocidad. Probablemente iba a pedir ayuda a Miseno. Seguimos avanzando y en algunas zonas había más de un palmo de ceniza en la calzada. Alcanze unos pañuelos que había recogido a toda prisa y le alargé uno a mi Señora.
- Y los edificios ¿resistían?
- Los menos. Varios se habían venido abajo y la pared de uno de ellos había caido encima de un niño, al que la madre trataba de rescatar tirando desesperadamente de su brazo. Lo más seguro es que ya hubiera muerto. Y la madre moríria tambien pues estaba tosiendo, y esputaba sangre sin parar...

Juraría que un atisbo de melancolia apareció en sus ojos. Pero no debería despistarme. Había venido a averigurar cómo consiguió huir la hija de Plinio Falco y faltar a su compromiso de casamiento, y no a averigurar que pasó exactamente en Pompeya los dias 9 y 10 después de los idus de Augustus. En cualquier caso... ¿que había de malo en averigurar lo uno a través de lo otro?.

Continuará...

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Los dias 24 y 25 de agosto del año 79 D.C. las ciudades de Pompeya, Herculano, Stabia y Oplontis fueron sepultadas a causa de la erupción del volcán Vesubio. Los arqueólos han recuperado o identificado 1.047 víctimas.

miércoles, 9 de marzo de 2005

In hoc signo vinces

Constantino nació en Naisiuss, actual Serbia, en algún momento del año 272 D.C. Era hijo ilegítimo de un militar que se distinguió al servicio de Diocleciano, llamado Constancio Cloro, y que llegó a asumir la gobernación de la parte occidental del Imperio alrededor del año 305. Muerto Constancio al año siguiente en Britannia, las tropas allí estacionadas proclamaron Emperador a Constantino; sin embargo, hubo de librar terribles combates contra sus rivales y no fue hasta la batalla del Puente de Milvio, en el 312 cuando se pudo considerar soberano de la parte occidental del Imperio, al imponerse a Majencio. La parte oriental no pasó a su poder hasta el 323, gracias a su victoria en la primera batalla de Adrianopolis, sobre Licinio.
La trascendencia del reinado de Constantino para la historia de la civilización occidental trae causa de la conversión de éste al cristianismo, el algún momento de su vida, aunque no recibió el sacramento del bautismo hasta su lecho de muerte. Descartada la sinceridad de su sentimiento religioso, es más que probable que dicha conversión se debiera al fracaso de la política de persecuciones anterior, así como la búsqueda de elementos aglutinadores que contrarrestaran las tendencias disgregadoras del Imperio. Por el Edicto de Milán (313) acabó con el culto pagano en Roma, y aunque no convirtió el cristianismo en la religión oficial del estado (paso que daría Teodosio, en el 391), concedió importantes donaciones a la iglesia, les devolvió los bienes confiscados en épocas anteriores y dio preferencia a los cristianos a la hora de la selección de sus colaboradores.
Temeroso de que las disputas teológicas rompieran la unidad de la religión cristiana, puso su poder a disposición de la jerarquía eclesiástica para combatir las numerosas herejías de la época, las más importantes de las cuales fueron el Donatismo y el Arrianismo (religión que luego practicarían masivamente los visigodos). Constantino reconstruyó y amplió la ciudad griega de Bizancio (la actual Estambul), a la que cambió el nombre por el de Constantinopla (330) y la convirtió en capital cristiana del Imperio, en sustitución de Roma, símbolo del paganismo.
En lo político, puede decirse que con Constantino culminan las tendencias autoritarias y dirigistas del reinado de Diocleciano, completando la evolución del Imperio hacia el absolutismo: los Senados de Roma y Constantinopla pasaron a ser asambleas representativas meramente municipales; se reestructuró la Administración en un sentido centralista; se desarrolló una burocracia jerárquicamente organizada a las órdenes de un Consejo de la Corona; y se estableció un riguroso ceremonial cortesano tendente a resaltar la supremacía del emperador.
Otras reformas importantes del reinado de Constantino tuvieron lugar en el terreno económico, en el que intentó poner freno a la grave crisis que arrastraba el Imperio desde el siglo anterior. Para contener la inflación reformó el sistema monetario, basándolo enteramente en una nueva moneda que respondía al patrón oro, el solidus. Además, decretó el carácter hereditario de los oficios y completó el proceso de vinculación de los colonos a la tierra que cultivaban. Con ello, aunque, él no podía ni imaginarlo, acababa de inventar el feudalismo, con lo que se sentaron las bases hacia la configuración de la Edad Media europea. Tras su muerte se desataron ásperas disputas sucesorias entre sus hijos, en las que resultó victorioso Constancio II.
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Cuentan que, en la víspera de la batalla del Puente de Milvio, Constantino tuvo una visión mientras dormía. Según él, el Dios de los cristianos se le apareció y le mostró una cruz luminosa en el cielo junto a la inscripción in hoc signo vinces o “con este signo vencerás”. Al despertar, superticioso como era, hizo pintar una cruz en los escudos de todos los soldados de su ejército. Después, durante la batalla, un puente se hundió al paso de los jinetes de Majencio, lo que fue interpretado por Constantino como una intervención divina...
Posiblemente la explicación es más terrenal; Majencio alistaba algunas unidades de Cataphractii o fuerzas de caballería en las que tanto jinetes como monturas iban enteramente cubiertos de armaduras. El puente por el que pretendían pasar se levantó la noche anterior, a la carrera, y estaba construido enteramente por listones de madera…y pasó lo que tenía que pasar.
Abrazos

Las clases sociales en la Roma Imperial

En la Roma clásica, las distintas clases sociales a las que uno podía pertenecer, estaban perfectamente delimitadas, así como las causas por las que un hombre podía ascender o descender en ellas.

En lo alto de la escala social estaban los Honestiores, etimológicamente, “los ricos”. Estos, a su vez, podían pertenecer a dos clases diferentes: al orden senatorial, si la suma de sus terrenos y bienes superaba la cifra de 1.000.000 de sestercios, lo cual era dificilísimo en aquel tiempo; y los pertenecientes al orden ecuestre o caballeros, que conseguían su carné de socio justificando "solo" 400.000. Los privilegios de unos y otros estaban perfectamente delimitados. Los pertenecientes al orden senatorial administraban las antiguas magistraturas romanas y pasaban a ser senadores después de desempeñar diversos cargos de menor entidad. Se distinguían externamente por llevar sandalias rojas y por el uso de la toga laticlavium, llamada así porque estaba realzada con una gran banda púrpura en los hombros. Los que se inscribían dentro del orden ecuestre constituían el tramo inmediatamente inferior, una especie de nobleza de segunda división, y se caracterizaban por la toga augusticlavium, que incluía una franja también de púrpura, un poco más estrecha y un anillo de oro.

Inmediatamente debajo de los dos grupos anteriores, estaban los humilliores, literalmente, los pobres. Esta categoría era un poco engañosa porque en ella tenían cabida, por ejemplo, todos los propietarios que no llegaran a esos 400.000 sestercios, con lo que se podía ser pobre legalmente y tener una fortuna de 399.999. Lo que realmente les singularizaba como clase, es que tenían vedado el acceso a las magistraturas, cargos públicos o destinos militares de importancia y sus únicas maneras de progresar en la pirámide social romana, era jugándose la vida para conseguir ascender por méritos de guerra o, si uno creía que no había nacido para la milicia, pegando lo que ahora conocemos como un “braguetazo” con algun@ patrici@ ric@.

Lo único que tienen en común todas las categorías anteriormente señaladas, es que a todos sus integrantes les asiste el Derecho de ciudadanía que, entre otros privilegios, incluía la posibilidad de ganarse la vida como soldado en las legiones romanas (para las fuerzas auxiliares no hacía falta ser ciudadano) y la Provocatio Ad Populum, o posibilidad que tenían los ciudadanos romanos que resultaran detenidos en cualquier lugar del Imperio, de ser juzgados en Roma, ante un tribunal romano.

Entre los no ciudadanos tenemos dos categorías: Libertos y esclavos. A los libertos no se les conocía así por el hecho de llevar pantalones vaqueros sino porque en algún momento de su vida fueron cautivos, y su dueño les declaró libres mediante el acto de la manumissio, como recompensa por los servicios prestados durante su vida o algún tipo de circunstancia especial que, a los ojos del amo, lo justificara. La manumissio generalmente se ejecutaba en el testamento y los beneficiados solían ser obreros especializados o preceptores de jóvenes o niños.

Los esclavos eran el escalón más bajo de la escala social y, en sentido estricto, no tenían la categoría jurídica de persona. Podían llegar a esa situación como consecuencia de guerras, impago de deudas o por ser hijo de esclavos. Eran trasmisibles por contrato, debían obediencia total a su señor, no tenían prácticamente ningún derecho y sin embargo, lo que sí tenían, eran grandes posibilidades de morir por un arrebato de su propietario. Los esclavos valiosos a causa de sus habilidades, recibían un trato más misericordioso porque, en el fondo, formaban parte del capital de su patrono, el cual probablemente no estaría dispuesto a tirar piedras contra su propio tejado. Un esclavo con alguna habilidad especial, ojos bonitos o caderas firmes podía alcanzar un precio absolutamente astronómico. Con el paso de los años se constató un cierto relajo en las condiciones de vida de estos pobres seres, concediéndoles por ejemplo, la posibilidad de administrar un pequeño dinero que el patrón estaba obligado a darles, el pecullio o estableciendo la prohibición de azotarles sin motivo, etc.

Dos curiosidades: Con la llegada del cristianismo, y su efecto liberalizador para la rígida sociedad romana, las manumisiones llegaron a tener un carácter tan masivo, que el Emperador Tito se vio obligado a restringirlas a cien por testamento, al parecer porque los campos se quedaban sin brazos para trabajarlos. Por otro lado, el personaje más famoso que recurrió a la provocatio ad populum fue el apóstol San Pablo. Después de su quinto viaje, ya en Jerusalén, fue prendido por los romanos a instigación de los judíos, pero consiguió que le llevaran a Roma para ser juzgado. Allí estuvo preso dos años, hasta que, en el marco de las persecuciones de Nerón, le cortaron la cabeza en el 67 D.C. Dicen que el martirio le sobrevino en un lugar que luego se conocería como “las tres fontanas”, a causa de los tres golpes que dio su cabeza en el suelo cuando se la cortaron, y de las tres fuentes que surgieron a continuación.
¡Hala!

lunes, 7 de marzo de 2005

Masada, la Numancia Judía


Masada, con la rampa en primer plano
En el año 73 de nuestra era, Flavio Silva, legado romano de la X legión, entraba en la fortaleza judía que hasta ese mismo momento había representado el más severo obstáculo para el completo sometimiento de la provincia romana de Judea . El último símbolo de la resistencia judía se desmoronaba por fin bajo la arremetida de las águilas romanas pero, ¿cómo empezó todo?.

Tres años antes, en el marco de las terribles guerras que asolaron Judea, Jerusalén caía por fin. Vespasiano, una vez asegurada la capital, partió hacía Roma para presentar sus credenciales a la sucesión del Imperio y dejó a sus legados para que remataran, militarmente hablando, la faena. Tras el derrumbe de la resistencia en la capital, los romanos tomaron otras fortalezas como Herodium o Maqueronte. Pero 967 zelotes, seguidores de la secta más fanática del judaismo, consiguieron atrincherarse en una meseta de unas diez hectáreas de superficie, y rodeada de escarpadas rocas. Su nombre era Masada.

Flavio Silva llegó al pie de la colina y, al primer vistazo, concluyó que tomar Masada iba a ser prácticamente imposible. La fortaleza se alzaba en lo alto de una colina delimitada por altos acantilados, con la cima prácticamente plana, y con tan solo dos accesos viables de escalada; uno al sur, que estaba bien defendido por los zelotes y otro al norte, prácticamente un camino de cabras, por donde los hombres deberían ascender en fila de a uno. Militarmente, cualquiera de las dos opciones era un autentico suicidio. Silva, intentó trasmitir a sus superiores en Roma la conveniencia de rendir el asentamiento por hambre. Pero a conocimiento de los romanos llegó la noticia de que los sitiados tenían reservas casi ilimitadas de alimentos y agua, lo que complicaba aún más el asedio. Además, no sentaría muy bien al prestigio imperial el cerco prolongado de un núcleo insurgente enemigo. Eso podía interpretarse como una derrota parcial, y puede que hiciera creer a los judíos que aún tenían una oportunidad de liberarse del yugo romano. Había que tomarla al asalto.

Pero ese asalto representaba, técnicamente hablando, un desafío colosal. Los romanos, excelsos ingenieros, estaban acostumbrados a construir rampas para superar los fosos que solían rodear a las fortificaciones, pero ahora se planteaba el problema contrario: Había que construir una rampa para ascender, no para rellenar. Flavio Silva cercó Masada con un muro y comenzó los trabajos de la rampa. Flavio Josefo, que fue uno de los más significados jefes judíos en Jerusalén y que luego se convirtió en colaborador de los romanos e historiador de gran renombre, cuenta que no quedó un árbol en pie en 17 millas a la redonda, y que las piedras para reforzar la estructura se traían a lomos de asnos que expiraban extenuados a causa del esfuerzo. 7 meses después, cuando por fin se terminó la colosal rampa, el primer legionario romano que puso el pie en la cima de Masada, no vio sino cadáveres. De 967 personas, se habían suicidado todas menos 7 (2 viejos y cinco niños) que estaban escondidos en una de las cisternas del agua.

El jefe de los Zelotes, Eleazar, fue al parecer el que propuso la idea del suicidio colectivo; “Nos aguarda la esclavitud y el tormento si el enemigo nos atrapa vivos. Considerar que nos asiste la fortuna, pues el destino nos permite aún ser los dueños de nuestra propia muerte”. Se eligieron 10 personas por sorteo que se encargaron de matar a los demás. Cuando sólo quedaron ellos, un nuevo sorteo decidió quien sería el que, tras ayudar a morir a sus compañeros, se suicidaría ya sólo…

En 1963 empezaron excavaciones en la zona para comprobar que había de verdad y cuánto de mito en las historias de Flavio Josefo. Se encontraron armaduras, espadas, amuletos, catorce pergaminos con citas prácticamente iguales a algunas contenidas en el antiguo testamento…y once trozos de cerámica, en cada uno de los cuales había escrito un nombre; en uno de ellos aún puede leerse “ELEAZAR BEN YA’IR”.

Hoy, veinte siglos más tarde, los reclutas del ejército de Israel suben a Masada para manifestar su juramento de lealtad al estado judío. Una vez en la cima, el soldado mira hacía los restos de la rampa y afirma solemnemente “Masada, no volverá a caer”...
La historia es el esfuerzo del espíritu, para alcanzar la libertad - Friedrich Hegel

Breve historia de Roma para la hora del café (III)

Nos habíamos quedado en la muerte de Numa Pompilio, segundo Rey de Roma…

A Numa, le sucedió en el año 673 A.C. un tal Tulio Hostilio, cuyo carácter no tenía mucho que ver con el de su predecesor. No sabemos mucho de él; más preocupado de los asuntos terrenales que de los religiosos, parece ser que predominaba en su personalidad la faceta guerrera: Era tanto o más belicoso que el fundador Rómulo. Durante su reinado, Roma se extendió hasta una cuarta colina, el monte Celio.

Por aquel tiempo, Roma estaba empezando a destacarse entre las ciudades del Lacio. Su posición a orillas del Tíber, estimulaba el comercio, que a su vez engendraba prosperidad. Al norte del asentamiento romano estaba una etnia, de raíz indoeuropea, que influiría de modo importantísimo en nuestros protagonistas en años venideros: los Etruscos; pero de momento nos vamos a olvidar momentáneamente de ellos. Por ahora, es suficiente saber que la presencia de esta cultura, muy superior a la romana, tan cerca de sus fronteras, los benefició en gran manera, ya que la proximidad de un enemigo tan fuerte acalló muchas de sus disputas y los mantuvo unidos contra el peligro exterior. Por añadidura, los romanos debieron prepararse para su autodefensa y constituyeron un primitivo ejército permanente a partir de los Céleres, un cuerpo de guardaespaldas del Rey, fundado por Rómulo.

Este ascenso paulatino de Roma, era visto con recelo por la ciudad de Alba Longa, acostumbrada a dominar el Lacio. Con cierta regularidad estallaban hostilidades entre las dos ciudades y parece que el 667 A.C. estaba a punto de empezar una batalla de cisiva. La tradición romana nos dice que, en vísperas del enfrentamiento, se decidió dirimir la contienda con un gran duelo. Los romanos elegirían a tres guerreros y los romanos harían lo mismo, de manera que los seis héroes combatirían, tres contra tres, y las dos ciudades acatarían el resultado. Los romanos eligieron tres hermanos de la familia de los Horacios, colectivamente conocidos por el plural latino de la palabra: los “Horatii”. Los albanos también eligieron tres hermanos, los “Curiatii”. En el combate que se produjo, dos de los Horacios fueron muertos en los primeros envites, pero el Horacio que quedaba vivo estaba intacto, mientras que los Curiatos estaban heridos y sangraban de forma abundante. Horacio, entonces, decidió emplear una estratagema: Fingió huir, con lo que los Curiatos, viendo la victoria a su alcance, le persiguieron furiosamente; el más ligeramente herido se adelantó, mientras quedaban atrás los que tenían heridas más serias. Horacio entonces se volvió y luchó separadamente con cada uno de ellos a medida que llegaban. Los mató a todos y obtuvo para Roma la victoria sobre Alba Longa.

La leyenda de los Horacios tiene un horrible epílogo. El Horacio victorioso, al volver a Roma a festejar su triunfo, fue recibido por su hermana, Horacia, que estaba comprometida con uno de los Curiatos y no compartía en modo alguno la alegría por la muerte de su prometido. Al expresar sonoramente su pena a su hermano, este, lleno de ira, la apuñaló hasta matarla gritando: “¡Así perezca toda mujer romana que llora a un enemigo!”.

Alba Longa se sometió después del duelo, pero, al parecer, aprovechó la primera oportunidad que se le presentó para rebelarse, y en 665 a. C. fue atacada brutalmente por Roma y destruida, aunque se acogió a los supervivientes, dándoles el derecho de ciudadanía romana.

Según cuenta la leyenda, el carácter aguerrido y provocador de Tulio Hostilio desagrada sobremanera al Dios Júpiter, que le mató lanzándole un rayo. Sin embargo, para el historiador Tácito, su fin fue mucho más prosaico; dos nobles que estaban incómodos con su mandato le asesinaron en su propio palacio.

Ya hemos llegado al 642 A.C…