miércoles, 26 de abril de 2006

Las espadas del moro

"Una típica espada ropera española"

Una de las primeras e inesperadas consecuencias de la globalización ha sido que, hoy por hoy, el valor de una marca comercial es directamente proporcional al tiempo que tarde un ciudadano chino es copiar el producto que se distribuye bajo ese nombre. Bromas aparte, al hilo de esto último propongo un ejercicio de agudeza visual: sentaos cómodamente en el Metro, dirigid una mirada a vuestra propia indumentaria e identificad alguna prenda o complemento de esos que los más jóvenes califican como “… de marca”; y no os engañéis: seguro que dos o tres, al menos, entran dentro de esa categoría. Seguidamente buscad bienes de consumo parecido en el resto de ocupantes del vagón del suburbano, y procurad no observar con demasiada fijeza, no sea cosa de que a alguna dama le parezca que sois... unos “necesitados”… ¿Cuántos identificáis? ¿Diez, doce… quizá veinte? Pues que sepáis, que al menos el 80% de ellos son copias, mejores o peores, burdas o casi perfectas, pero de ese porcentaje no se baja en ninguno de los países que llamamos, algo eufemísticamente, “desarrollados”.

Naturalmente que se que los lectores de este blog no nacieron ayer. También estoy seguro de que conocen que miles y miles de personas en todo occidente hacen tres comidas diarias gracias al mercado de la copia y que, aunque algunas son tan evidentes que nos moriríamos de vergüenza si algún amigo nos “trincara” con según qué sucedáneo de gafas de sol, otras están tan logradas que darían, al menos, para un par de capítulos de la nueva temporada de C.S.I. De lo que estoy seguro es que la mayoría de vosotros desconocéis que este negocio de ver, oír y copiar es más viejo que el “hilo negro”. De hecho, uno de los principales y más antiguos perjudicados por este asunto, fue el más famoso de los artesanos espaderos de Toledo, Julián del Rey.

Julián no nació con un pan debajo del brazo. Su padre, eran un humilde agricultor árabe que se las había visto y deseado para sacar adelante a sus siete hijos. Uno de ellos, viendo que las cosas se estaban empezando a poner feas de verdad para los seguidores del profeta, decidió emigrar a Granada. Y, dándose cuenta también de que el campo, al igual que ahora, da muchas cosas pero sobre todo disgustos, consiguió ser admitido en una fragua, como aprendiz. Julián debía de ser listo porque, a la edad en que ahora los jóvenes ni saben que quieren hacer, ni puñetera gana que tienen de saberlo, andaba ya templando espadas tan perfectas que en menos de tres años le dio para independizarse, para comprarse una cosa y para adquirir un SEAT “León” en el caso de que se hubiera inventado el automóvil. Años más tarde, pelín harto al parecer de los caprichos de Boabdil, volvió grupas hacía la península, se convirtió – al menos de boquilla - y se estableció en Toledo, en la llamada calle de Las Armas, que eran donde se agrupaban los maestros de todos los gremios que trabajaban el metal.

Pronto, viendo que su fama era tal que le llegaban gentes de toda la península para adquirir cascos, rodelas y, sobre todo, espadas, decidió apuntarse a eso de “la imagen de marca” y empezó a marcar el recazo de todos sus aceros con la silueta simplificada de un perrillo corriendo. En pocos años, los armeros de la ciudad alemana de Solingen intentaron hacer sombra a Julián y empezaron a comercializar espadas con la imagen de un lobo a la carrera de manera que, aunque en toda Europa se sabía que sus armas no eran más que el fruto de una vil falsificación, entraban a cientos en la península a bordo de carros de bueyes. Pero, al igual que en la actualidad, para según que cosas, el que puede no deja de permitirse ciertos caprichos y las espadas de Julián seguían en todo lo alto. El secreto mejor guardado del maestro toledado era la oración que rezaba para sí mientras sumergía la hoja en el agua, y que le servía como ayuda para controlar el tiempo de “enfriado” del acero, seguramente la parte más delicada del proceso creador de un arma blanca. A nadie extrañaba su celo, pues era habitual entre los artesanos de la época… más la reserva de Julián seguramente obedezca a otras razones. En más que probable que lo que murmurara para sus adentros no fuese precisamente el rosario sino una Sura del Corán que, de hacerse pública, le habría traído grandes complicaciones ante la Inquisición española.

Incluso Cervantes se acordó de las espadas del moro de Toledo:

“… y Don Quijote llevaba una simple espada y no las cortadoras del Perrillo.”

martes, 25 de abril de 2006

La leyenda más hermosa de un Rey

Arturo, según el romanticismo del XIX

La primera causa de tensión era la herencia del Rey. Arturo, era ya mayor, y no tenía hijos que pudieran sucederle, por lo que las dudas sobre su futuro no tardaron en aparecer: ¿Debían de heredar el trono sus sobrinos, Gawain y sus hermanos? ¿Quizá era el taciturno Morderd el mejor candidato? En la Corte, además, ya era un secreto a voces el amor no muy bien disimulado entre la reina Ginebra y su aguerrido caballero, Lancelot. En un intento por abandonar esa loca obsesión que le destrozaba, Lanzarote casó con Elaine, una hermosísima joven que, como ocurre siempre en estos casos, fue incapaz de sacar a su amado del estado de catalepsia amorosa que lo amordazaba. Elaine, antes de suicidarse por despecho, dio a su esposo un hijo, Galahad, que con el tiempo ocuparía el asiento más peligroso en aquellos días… ¿qué?... no, hombre no… el de Presidente del Real Madrid no… me refiero al de la Mesa Redonda, aquel que Merlín había aconsejado que quedara vacante hasta entonces.

Y la verdad es que en aquellos tiempos de convulsión, traiciones, amor, odio y salsa rosa, la Mesa Redonda se las ingenió para mantener durante décadas su unidad inicial. No está muy claro el número de caballeros que tenían reservado un lugar en ella; mientras el número mínimo serían los apostólicos 12, el máximo se ha llevado hasta los 150, con lo que sus reuniones, más que un consejo debían de parecer un convite. Un día, durante una de las reuniones que se celebraban en Pentecostés, se apareció en la sala una visión fabulosa del Grial y la hermandad de caballeros, sin mucho que hacer todo hay que decirlo, se juramentó para encontrar el fabuloso objeto. Muchos valientes emprendieron su búsqueda con tanto afán… como escasa suerte. Si hacemos caso a las crónicas y a Google, la mayoría murieron en su empeño o desaparecieron para siempre jamás. Solo Lancelot, Perceval, Bors y Galahad perseveraron en su búsqueda y, aunque el primero fue rechazado – por contravenir “el sexto”… - sus tres compañeros consiguieron completar la aventura y emprendieron viaje con el fin de devolver el Grial a Jerusalén desde donde, a la muerte de Galahad, subió al cielo.

Mientras tanto, Arturo se estaba quedando absolutamente solo. Sin algunos de sus mejores caballeros, no tuvo más remedio que convertir a Mordred en su hombre de confianza y a éste le falto tiempo, nada más resultar elegido, para predisponer a su nueva hornada de caballeros, jóvenes e irreverentes, contra los mucho más talludos guerreros de Arturo, veteranos con él de rancho, trinchera y sufrimiento. Para complicarlo aún más, Mordred denunció el adulterio de la Reina a Arturo y éste, que se había pasado años y años haciendo la vista gorda, quizás para no perder a la vez esposa y amigo, no tuvo más remedio que darse por enterado y condenar a Ginebra a lo que se estilaba por aquellos tiempos: la muerte en la hoguera.

Y pasó lo que siempre pasa en todos los conflictos que se plantean desde el “conmigo o contra mí”… que allí tomó partido hasta el más humilde palafrenero. Ginebra escapó con su amante a la carrera, y Arturo, pelín harto ya de su papel de marido vejado, llamó a capítulo a lo que quedaba de la Mesa Redonda y se lanzó contra su antiguo hermano de armas, dejando al cargo del chiringuito a Mordred, el indigno. Cuando Arturo no llevaba más de un par de jornadas de camino, un mensajero informó le informó de que su hermanastro había aprovechado para hacerse con el poder, y amenazaba con borrar la obra Artúrica hasta los mismos cimientos. El Rey, fuera de sí, cambió de dirección, y en la planicie de Salisbury se enfrentó por fin con el que se había revelado como su auténtico enemigo. La batalla, que resultó un desastre, determinó la completa aniquilación de ambos bandos. Con Arturo herido de muerte, uno de sus más jóvenes caballeros, Bedivere, cumplió la voluntad de su soberano, arrojando a excalibur a un lago cercano, de donde salió una misteriosa mano que recogió la espada antes de que esta tocara el agua siquiera…

Esta es, en pocas palabras, la crónica de los últimos días del Rey más famoso de Inglaterra según el conglomerado de mitos, fábulas, tradiciones y medias verdades que configuran la leyenda Artúrica. Desarrollar lo que en verdad sabemos de él, exige aún menos espacio pero quizás más esfuerzo. Numerosos autores creen haber identificado el origen del mítico rey en la historia de un general britano romano llamado Lucio Artorio Casto. Este militar no habría consentido dejar Britannia cuando las últimas legiones romanas abandonaron la isla a su suerte, atrincherándose en torno a la antigua base legionaria de Camulodunum… la legendaria Camelot. Sus hombres habrían sido los restos de un cuerpo de jinetes de élite, de origen germano y sármata en su mayor parte. Incluso sus nombres recuerdan fuertemente a los de los legendarios caballeros de la Mesa, como Cayo (Kair), Betavir (Bedwyr) o Valvanio (Gawain). El único que no encaja con ninguno es Lancelot, seguramente añadido de prisa y corriendo en época medieval para representar el ideal caballeresco, que tomaría su nombre del arma favorita de la caballería, la lanza. Lo único que aseguran indiscutiblemente los registros historiográficos son de Artorio son sus logros militares. En la década de 480 repelió una gran invasión celta procedente de Hibernia o Irlanda y trece años más tarde destrozó un gran ejército sajón en el Monte Badon. Una vez pacificado su reino y libre de amenazas exteriores, cedió el gobierno de la parte norte a su sobrino adoptivo Merdrautus (evidente clon del futuro Mordred), y se proclamó Emperador. Murió en el 514 d.C. en un fuerte de caballería contiguo al muro de Adriano, de nombre Aballava (la mítica Ávalon), donde tuvo que ser trasladado después de ser herido en una batalla contra Merdrautus, que se había rebelado contra él. Su muerte determinó el fin de su proyecto de reino latino en la isla… pero dejó la puerta abierta a una de las historias más hermosas de la Edad Media.

“¿Qué defina la leyenda Artúrica?... fácil… una mezcla entre la Biblia y el Señor de los anillos” – Paul Preston, historiador


jueves, 20 de abril de 2006

El hermanísimo

Sepulcro de Don Juan de Austria, en El Escorial

Juan de Austria fue hijo natural del emperador Carlos V, caneó impresionantemente a los turcos en la batalla de Lepanto, en 1571… y punto. Hasta aquí, los datos de este eminente personaje que conoce el 99% de la población española pero, ¿por qué no aprovechar que ya nos vamos conociendo para indagar, entre todos, algo más en la vida de este personaje, antítesis emocional de su mucho más prudente y menos impresionante hermano, Felipe II?

Veréis, se me ha ocurrido una idea; Yo, que no soy un prodigio de inteligencia ni raciocinio, tengo, sin embargo, buena memoria y algunos euros de sobra al final de mes para gastar en libros de aquellos que casi nadie en su sano juicio se leería. Como soy de esa inmensa minoría que se decanta por lo contrario, conozco detalles pelín raros de bastantes personajes de la historia de nosotros mismos, y uno de ellos es Juan Ostereich. Voy a dejar siete preguntas sobre detalles poco conocidos de la vida de este prematuro difunto y, según lo acertado de vuestras contestaciones, las iré completando en el post… ¿ok?... ¡Vamos...que tenéis la oportunidad de vacilar al profe…!

  • ¿En que ciudad dormitorio del sur de Madrid pasó Don Juan su adolescencia y cúal era la poco agerrida profesión de su padre de adopción? Pues sí Dianora, efectivamente. Un tiempo después de su nacimiento, "Jeromín", como ya se le llamaba al chaval, fue traído muy pequeño a España, confundido en el séquito imperial, y entregado a un tal Francisco Massy, tocador de viola del mismo, para su cuidado. En Leganés se crió bajo la atención de este servidor imperial y su esposa.

  • A Don Juan de Austria se le atribuyeron, en general maliciosamente, muchos amoríos con cortesanas y damas de la Primera División de la realeza española pero ¿cuál fue la acusación más descabellada, a priori, que se le hizo? Correcto Eloryn. A juan de Austria se le acusó en su día de intentar acercarse más de lo debido a su cuñada pero, por una vez, no parece que fuera culpa suya. En aquellos días sin "Operación Triunfo" ni fútbol, Juan de Austria era lo más parecido a un "sex symbol" y su nombre, sus hazañas y su atractivo eran la comidilla de España... y probablemente también para Isabel.

  • Cuando Juan de Austria recibió la noticia de que debía presentarse en Flandes, a asumir el gobierno de los Paises Bajos, las relaciones diplomáticas entre España y Francia estaban en su peor momento. ¿De qué tuvo que disfrazarse "Juanito" para salvaguardar su seguridad durante la travesía del país de los galos? Exactamente Lee; tuvo que cruzar Francia a la carrera, vestido de humilde siervo, para escapar de las patrullas que el Rey de Francia desplazó en su busca en cuanto que oyó los rumores que situaban a tan magnífico reén en sus dominios.

  • ¿Cuántas espadas se supone que utilizó en Lepanto, y donde están? Consumidor, es correcto. Hay al menos tres espadas de Don Juan: Una "ropera" en la Armería Real de Madrid, una en el Museo Naval, presuntamente regalada por el Papa Gregorio XIII y, quizás, una tercera que se hallaría en manos privadas, seguramente en las de un coleccionista Checo. En los años 60 se la intentó vender al Gobierno de Franco pero, al no poder probarse su autenticidad, su compra fue descartada. De este tema habría mucho que hablar. La del Museo Naval no es una espada ropera española del XVI sino un montante, un arma más larga, más pesada y dificil de manejar, sobre todo en un abordaje. Además, Don Juan podía ser muchas cosas, pero no destacaba por su altura y ese arma, que nunca tuvo mucha aceptación en España, andaba ya viviendo sus últimos días de gloria. Es más que probable que ese montante no corresponda a su supuesto dueño.

  • Felipe y Juan, hermano y hermanastro, se llevaban a matar. Eran completamente contrarios en todo y sin embargo, el hecho de poder considerarse "polos opuestos" nunca motivó que se tuvieran la más mínima simpatía. La mayoría de sus trifulcas se desarrollaron por carta pero... ¿cúal fue la más famosa de ellas, a la postre, la única en las que ambos se encararon frente a frente? Un día, Felipe se quiso "pasar" por el escenario donde su hermanastro reprimía la subvlebación de los moriscos, y al llegar, vio aparecer a éste muy ufano, comentando con sus capitanes la abolladura que un disparo de mosquete le había ocasionado a su casco. Felipe le recriminó, haciéndole ver que su condición no era compatible con encabezar en primera línea todas las ofensivas y Juan, muy alterado, le echó en cara que esa "condición" era la que le obligaba a ir el primero, y que él debería hacer lo mismo. A partir de así, silencio, miradas y secretarios y cambelanes interponiéndese entre ambos. No hubieran llegado a las manos. El carácter de Felipe lo hubiera evitado.

  • ¿De que murió, y porqué se complicaron terriblemente los últimos días de su vida? ¡Muy bien Marian! Juan de Austria era un consumado jinete, pasaba muchas horas a caballo y eso propició la aparición de unas molestas almorranas, que degeneraron en unas aún más molestas hemorrides sangrantes. Los últimos días de su vida perdió mucha sangre y un intento de operación que le practicó el barbero de uno de los Tercios, le adelantó, al parecer, la muerte.

  • El sepulcro de Don Juan, en el Monasterio de El Escorial, es una auténtica maravilla de la escultura fúnebre europea. Presenta varias características muy curiosas que le hacen irrepetible, tanto en sus materiales como en su diseño y, sobre todo, en cómo se representa al difunto. La imagen yacente de Juan lo representa con una docena larga, más o menos, de anillos en las manos. ¿Cual es el motivo de esa cuidada apariencia ante los siglos venideros...? Bueno, esta era la más difícil. Si durante una visita al Escorial os arrimais al guía que acompaña cualquier grupo organizado, al llegar al mausoleo de Juan, seguramente comentará, ufano, que los anillos que el yacente obstenta en sus manos son recuerdos de todas las amantes y enamoradas que adornaron su vida de conquistas. Romántico es, pero incierto también; en aquellos días, ponerse un guantelete de metal castigaba enormemente las manos, produciendo enormes rozaduras. Algunos caballeros acostumbran a protegerse con un guante de cuero pero otros se sentían más cómodos si evitaban que las manos les transpirasen y preferían mantenerlas ventiladas, prescindiendo del guante y colocando en sus manos una multitud de anillos que se interpusieran entre piel y metal.

Un abrazo.

martes, 18 de abril de 2006

Abre la Muralla

A los humanos siempre nos ha gustado construir cercas. Y, paradojas de la vida, probablemente porque nos tranquiliza sentirnos lejos. Caín y Abel discutieron por una, y eso propició que ambos se convirtieran en historia eterna, uno como despiadado asesino y otro como inocente víctima. Rómulo y Remo, sus alteregos de la versión romana, acabaron exactamente igual; y algunos de nosotros también lo hubieramos hecho, de no ser porque las más elementales normas de urbanidad nos recuerdan, incansables, que es de mala educación tumbar la tapia del vecino y mandarle a él, a sus cuñados y a su barbacoa, a tomar por saco. Lo que es seguro, es que tapias ha habido siempre. No hay ninguna civilización importante en la historia de la humanidad que no se haya protegido entre, al menos, cuatro paredes, bien sea para impedir el acceso de aquellos que pretendían entrar con dudosas intenciones, o incluso para no dejar salir al exterior a aquellos que se quería tener controlados... y bien atados. Además, generalmente no se reparaba en los gastos; la mano de obra era más bien “barata” – cuando no esclava... – y el efecto psicológico que producía entre la población sentirse bien protegida entre altos muros de piedra, almenas y matacanes, producía una especie de efecto “flex” que calmaba los odios y antipatías que una población sometida solía verter sobre su soberano. Paralelamente, las posibilidades de éste de morir de viejo y no con la cabeza separada del tronco, aumentaban espectacularmente...

Y es que, a pesar de la estelar aparición de la Gran Muralla China en el “TOP ONE” de las construcciones defensivas de la humanidad, lo cierto es que la muralla, es una invención típicamente europea, que sólo en la Edad Media y principios del Renacimiento alcanzó toda su perfección técnica. Curiosamente, el complejo amurallado más destacable no se alza ni en la Bretaña francesa, ni en la campiña anglosajona, ni siquiera en la meseta castellana. El premio Pulizter a la construcción defensiva se halla en un pueblecito dálmata, muy cerca de Dubrovnik, en Croacia, y que para más coñas, se llama STON. Y os aseguro que intuir lo que pudo ser, a base de contemplar lo que aún puede verse, merece por sí solo un viaje.

La “Muralla China Europea” – como a los Stonianos les gusta calificarla - se configura como un sistema de enormes muros fortificados, con grandes torres defensivas en los puntos “sensibles” y una veintena de edificios anejos, fundamentalmente edificaciones militares construidas durante el siglo XIV. En aquellos días, STON formaba parte de una especie de ciudad – estado al estilo veneciano, genovés o gibraltareño, la República de Dubrovnik, que se dedicaba casi exclusivamente al comercio, era próspera y, por tanto, tenía múltiples enemigos.

El muro se extendía por más de 5,5 kilómetros, acumulaba unas 40 torres y 7 fortalezas y por su monumentalidad y solidez asombraba a todos los que se veían ante sus muros; Arquitectos e ingenieros de toda Europa viajaron hasta STON con la intención de aprender los secretos de la edificación y perfeccionar sus propias técnicas... sin ser muy bien recibidos, por cierto. La base del sistema defensivo, que fue planificado con tanto cuidado que la ciudad era absolutamente inexpugnable desde tierra firme, eran 3 enormes fortalezas: Veliki Kaštio, Koruna y la fortaleza en la colina de Podzvizd. Además había graneros, pozos, depósitos de armas, viviendas, celdas e incluso 2 capillas. Todo este despliegue de imaginación y medios tenía una única misión: defender a la ciudad, y sobre todo a sus salinas de los ataques que, periódicamente, le lanzaban las ciudades italianas, sus vecinos continentales e incluso el Imperio Otomano. En aquellos tiempos sin petróleo, sin dólares y con un numerario aún escaso, la sal seguía siendo una manera cómoda de pagar las transacciones comerciales y una enorme fuente de riqueza en sí misma. Y las salinas de STON eran las más reputadas de Europa.

Seguro que, al ver los muros, más de uno empezaría a plantearse lo que ahora tienen que hacer muchos de nuestros mayores...

...comer sin sal.

domingo, 9 de abril de 2006

The Spanish Way

Tercios españoles, marchando

Una de las grandes preguntas relativas al Imperio de los Austrias españoles, es cómo consiguieron éstos enviar dinero y soldados a las más que frecuentes guerras que los mantuvieron en su conflictivo feudo de los Países Bajos. Durante la década de 1540, España enviaba hombres y pertrechos por mar, desde los puertos cantábricos hasta las costas de la actual Holanda, pero muy pronto la emergente superioridad inglesa en los combates navales convirtió el Mar del Norte en una especie de lago particular británico: mandar recursos a través suyo era, en realidad, extender un cheque al portador a la reina de Inglaterra… Así que, con la T4 aún sin inventar, la única opción era asegurar una ruta terrestre más o menos segura que, partiendo de Italia, alcanzara las bases españolas en Flandes… la famosa ruta conocida entonces y aún en nuestros días en algunos lugares, como “Felipes”“LE CHEMIN DES ESPAGNOLS” o “THE SPANISH WAY”.

Más curiosamente, el primer usuario de esta especie de autopista militar no fueron los famosos Tercios españoles, sino nuestro prudente rey, Felipe II, que estaba como loco por visitar los Países Bajos y convenció al Cardenal Granvela sobre la necesidad de pasarse por ahí, a ver como andaban las cosas. La que le cayó encima a Granvela no era empresa fácil… ¡nada más y nada menos que asegurar al Rey de España un viaje sin sobresaltos! así que, ni corto ni perezoso cogió un mapamundi, un pilot, y se devanó los sesos hasta que dio con una ruta que, partiendo de España vía Génova, le conduciría por Lombardía, Saboya, el Franco Condado, la Lorena y Luxemburgo; tal itinerario no era ni rápido, ni cómodo, más poseía una incalculable ventaja: se extendía casi enteramente por territorios propios.

Que sí, que sí… propios; en aquellos días, el Rey de España tenía más títulos que una película para sordos... era Duque de Milán y de Luxemburgo, y Gobernaba el Franco Condado como príncipe. Por otro lado, el Ducado de Saboya estaba permanentemente a merced de los “malos humos” franceses, con lo que literalmente se “mataba” para quedar bien con España a la menor oportunidad y, en cuanto al Ducado de Lorena, bastante tenía con mantener su estricta neutralidad así que se contentaba con que las tropas extranjeras no permanecieran más de dos noches en su territorio. De ahí a Luxemburgo apenas había un paso y una vez allí, ya aparecían las llanuras holandesas en el horizonte. De todos modos a la España de entonces le gustaba guardar las formas y, aunque se mantenían relaciones de amistad con todos los Estados que constituían los jalones en el camino hacía Flandes, los Estados seguían siendo independientes y, cada vez que había que pasar con ellos, era necesario mandar embajadores y cerrar puntillosos acuerdos diplomáticos lo que, con Moratinos aún por alumbrar, no era excesivamente complicado.

Este corredor no fue monopolizado por las tropas. Algunos tramos, los más seguros, eran utilizados regularmente por comerciantes que se trasladaban con sus mercancías desde Francia o Italia hasta el norte de Europa, aprovechando las mejoras en su recorrido que ordenó el Duque de Alba en 1566, quien, algo mosqueado por las dificultades que los tiros de artillería encontraban para atravesar el camino, dispuso que varios centenares de zapadores expertos se adelantaran y “gastaran” el recorrido con palas y azadones. Otra “mejora” que implantó Alba fue la obligatoriedad de que guías locales acompañaran a las tropas durante las etapas más difíciles – recordemos que la guía CAMPSA aún no estaba en los Kioscos – para señalar los vados o puertos más practicables. Y Alba, meticuloso como era, no quería sorpresas… Se cuenta que solía colocar a algún hijo del susodicho en una de las carretas de vanguardia, junto a un curtido sargento de los Tercios, y así recordar a aquel paisano, que no solo era su vida la que estaba en juego.

En 1633, la pérdida de La Lorena motivó que el Camino quedara definitivamente cortado. En cualquier caso, a los Tercios ya les quedaba muy poco que defender...

Faltaban 11 años para Rocroi.

Saludos

lunes, 3 de abril de 2006

Boadicea, última esperanza celta

La dominación de unos hombres sobre sus semejantes debe pasar multitud de pruebas antes de afianzarse o estallar definitivamente en mil pedazos. Así ha sido en todas las épocas y en todos los lugares y, hace casi dos mil años, Britannia no fue una excepción. Lo que no era en absoluto tan normal, es que sea una mujer el elemento catalizador de las ansias de libertad de un pueblo, y que lo sea hasta el punto de guiar a sus compatriotas en armas, en una verdadera insurrección nacional. Lo que para los celtas representó Vergincetorix o para los lusitanos encarnó Viriato, lo fue Boadicea para los Britannos; por encima de todo, una esperanza.

De todas formas, nada hacía presagiar que esta mujer, esposa de uno de los reyes de los icenos más importantes, tuviera que echarse al monte contra los romanos… Años antes, su marido, para asegurar el porvenir de su esposa e hijas, había decidido legar su poder al emperador Nerón a cambio del compromiso de éste de preservar los intereses de su familia. Para cerrar el pacto, dispuso además la venta de todos sus bienes y su reparto por igual entre Roma, y su pueblo. Ya sea porque a Roma no le pareció bastante, o quizás porque pactar con Nerón ya se había convertido en un deporte de alto riesgo, al morir aquel, Boadicea fue apaleada, sus hijas mancilladas de la peor manera imaginable y, por supuesto, la fortuna de su marido repartida en dos partes… ambas para los romanos.

Boadicea optó por desaparecer. No fue un acto de cobardía; Durante semanas, a fuerza de reventar caballos, entró en contacto con casi todos los cantones celtas de importancia, asegurándose el apoyo de la mayoría de ellos y, al menos, la neutralidad de los indecisos. Ahora solo quedaba ser paciente y aguardar el momento preciso para devolver el sufrimiento de su familia y su pueblo… y enseñar a los romanos hasta que punto podía resultar caro el plomo o el estaño britano.

La oportunidad se la sirvieron en bandeja los propios generales romanos. Estos, quizá relajados por las aparentemente favorables circunstancias, licenciaron a parte de las tropas y dividieron a las legiones con tal falta de criterio, que en ninguna parte de toda la provincia había más de 300 soldados romanos juntos; Y cuando Boadicea se aseguró de que la mayoría de los legionarios habían caído en la más absoluta molicie, atacó. Decir que la insurrección se extendió como un reguero de pólvora, es sin duda quedarse corto. La mayoría de las guarniciones, mal aprovisionadas y peor motivadas, desaparecieron como indefensos islotes en medio de la tempestad celta que se les vino encima. Catón, un oficial de poca monta que quedó al mando de Londinium en ausencia de las tropas más aguerridas – que estaban intentando someter a los abuelos de los primeros galeses – juntó a un millar de hombres con capacidad de empuñar una espada y se aprestó a defender la capital. Solo pudo hacerlo 2 días. El holocausto fue de tal calibre y la explosión de odio tan tremenda, que se asesinaba incluso a los perros de los ciudadanos romanos. De estos últimos debieron morir al menos unos cincuenta mil.

No faltó mucho para que el general en jefe corriese la misma suerte. Paulino, que así se llamaba, volvió a marchas forzadas desde las montañas galesas, al mando de una sola legión, la 14º, y los soldados romanos que se iba encontrando desperdigados aquí y allá… a los sumo, unos ocho mil hombres. Y fue entonces cuando aquella unidad compensó con su heroísmo los errores de sus mandos, hasta tal punto que decenas de años más tarde, Tácito reparaba en que, en los parques, aún se podían ver a niños jugando a ser centuriones de aquella legión. La victoria fue completa, inesperada e incontestable, y la rendición, incondicional.

El final de la historia podría haber rivalizado con los más sonados desenlaces de las tragedias Shakesperianas. El jefe responsable de aquel levantamiento fue conducido ante un tribunal militar, y se le invitó a atravesarse con su espada; Paulino, fue removido del cargo, no por su flamante victoria, sino por no evitar que se hubiera tenido que llegar a ese último envite desesperado… ¿y a Boadicea? pues se le ofreció el socorrido cáliz con veneno, que al parecer no rechazó, persuadida por uno de sus prisioneros romanos de lo que la esperaba en la capital del Imperio si conseguían alcanzarla con vida.

Varios de sus lugartenientes si fueron capturados, y se les trasladó a Roma de inmediato, con el fin de que formaran parte del desfile triunfal. Uno de ellos, al ver la magnitud de los palacios y las villas, con sus hermosos mármoles destellando contra los rayos del sol, no acertó a pronunciar palabra. Uno de sus carceleros le espetó: “¿Y tú… no dices nada?”

…el bárbaro respondió “No se como quien es dueño de semejantes palacios y templos puede ambicionar las pobres cabañas de mi tierra.”

La ambición humana es infinita.