martes, 31 de mayo de 2005

Más dura será la caida


El mejor libro sobre el final de lo romano

¿Por qué cayó el Imperio Romano? ¿Se hizo algo? Cuándo se levantó, ¿lo primero fue asegurarse de que nadie le había visto…? En este post vamos a intentar dar respuesta a todas estas apasionantes preguntas – bueno, más que nada, a la primera – aunque, vaya por delante que las causas que hicieron que el Imperio más universal de la antigüedad perdiera la vertical, son variadas, y cada una incidió con determinada fuerza, a lo largo de los últimos años de la civilización romana.

1.- Malos emperadores:

La gran mayoría de los historiadores coinciden en que, muchos de los Césares que rigieron el Imperio durante los siglos I al III d.C, tenían un cierto sentido del estado, a pesar del carácter bobalicón, enfermizo u oligofrénico de algunos de ellos. A sensu contrario, podríamos decir que durante aquellos años, el Imperio fue lo suficientemente fuerte para soportar incluso, las regencias de una docena larga de Emperadores que no hicieron honor a su nombre. A partir del 275 d.C., año en que comenzó la llamada anarquía militar, los buenos gobernantes se convirtieron en la excepción, y empezaron a predominar cierto tipo de individuos que, o bien se dedicaban a medrar o, en el peor de los casos, comandaban expediciones imposibles que acababan con varios miles de romanas estrenando la condición de viudas, y con el prestigio del Imperio por los suelos. Tan solo Constantino el Grande, Diocleciano o Teodosio (este último natural de Coca, Segovia) se salvan de la mediocridad general.

2.- Plagas:

La primera vez que “la muerte negra” visitó las tierras del Imperio fue en el año 139 d.C., alojada en los pulmones de los legionarios romanos que volvían de una campaña victoriosa en Partia (actual Iraq). Después, volvió a aparecer en el 155 y 169 d.C. siendo esta última acometida de tal gravedad, que las basílicas de Roma se habilitaron para cuidar a los enfermos y Marco Aurelio tuvo que sacar a los condenados de la cárcel, porque no había suficientes brazos, ni para el campo, ni para la guerra. A partir de este momento, la peste se haría patente con cierta regularidad y quizás menos virulencia, por lo menos, ocho o diez veces más hasta el final del Imperio, causando la muerte a entre un diez y un quince por ciento de la población cada vez.

3.- Cambios en la estructura de la población:

A partir de siglo III d.C. las condiciones de vida en las zonas rurales del Imperio fueron empeorando progresivamente. Las causas, como las de casi todo, son muchas y variadas: La inflación que afectaba a los precios de los productos del campo, la dureza del trabajo, la inseguridad en las tierras que lindaban con las fronteras…Esto hizo que una gran parte del campesinado volviera los ojos hacía las ciudades, con la esperanza de comer todos los días y, sobre todo, de no levantarse cualquier mañana con una flecha sármata clavada en la frente. Esa marea humana que arribó a las urbes, dejó casi despoblado el campo y, como no había quien lo trabajase, los productos alimenticios comenzaron a escasear. Lo siguiente os lo podéis imaginar; apareció la peor de todas las plagas: el hambre.

Por otro lado, durante estos mismos años, Roma vivía en estado de guerra casi permanente. Tenía frentes abiertos con los pictos en Caledonia, con los germanos y sármatas a los largo de los ríos Rin y Danubio, con los persas en las tierras del Eúfrates…los mejores hijos de Roma se dejaban la vida a miles de kilómetros de casa sin solución de continuidad; y esto hizo que empezaran a faltar los hombres, y que descendiera la natalidad. ¿Resultado?: la pirámide de población empezó a desequilibrarse; se nacía menos y se moría antes, lo que hizo que la sociedad romana perdiera el dinamismo que la caracterizó durante tantos siglos.

4.- Crisis económicas:

Los anteriores cambios en la estructura poblacional fueron los desencadenantes de sucesivas crisis económicas, cada vez más graves. Como faltaba metal precioso – Dacia se abandonó en el 278 d.C. – la moneda se devaluó, pero los precios no hacían más que subir, porque todo escaseaba. Empezó a faltar el trigo de los dos mayores graneros del Imperio, Egipto y Sicilia; y el poco que llegaba tenía que pasar por el tamiz de sucesivos cuerpos funcionariales, cada uno de los cuales arrancaba un pedazo de la "presa"; la corrupción campaba a sus anchas y el pueblo sobrevivía como podía.

5.- Crisis militares:

En el año 212 d.C., Caracalla otorgó la ciudadania romana a todos los hombres libres del Imperio; más tarde, en el 313 d.C., Constantino hacía del cristianismo la religión oficial del mismo. Dejando aparte las bondades de estas dos medidas, ambas generaron consecuencias fatales para la Milicia. Como todo el mundo ya era ciudadano ¿Qué sentido tenía partirse el alma 25 años en las fronteras, si del premio – la ciudadania romana – ya disfrutaba todo el mundo? y por otro lado ¿por qué irse a pegar espadazos a donde da la vuelta el viento si la posibilidad de "recaudar" esclavos quedaba vedada por las enseñanzas de la fé de Cristo?; Además, ante la quiebra técnica en que se encontraban las arcas imperiales, se empezó a cobrar a tres plazos: tarde, mal y nunca. El resultado fue que no se apuntaba al ejército ni el "tato". Si hubiera estado Federico Trillo, habrían sido ecuatorianos y bolivianos pero, en aquel entonces, mandaba un tal Valente, que fue quien, para rellenar los huecos de las filas de sus ejércitos, recurrió a contratar mercenarios entre los pueblos nómadas que moraban más alla del Danubio. Uno de estos pueblos se hacía llamar visigodo y a Valente le cayeron simpáticos desde el principio. Gran error...

6.- Establecimiento de los visigodos en Moesia:

...porque los visigodos, recien establecidos en la actual Bulgaria, se convirtieron en la espina dorsal del éjercito romano pero no olvidaron muchas de las actividades en las que ocupaban su tiempo cuando vivían a la otra orilla del rio, a saber, matar, violar y saquear. Las otrora orgullosas legiones quedaron relegadas a fuerzas meramente simbólicas ante la exhuberancia de aquellos "godos del oeste" - Visi / Gothorum - para los que el Imperio Romano representaba algo parecido, a lo que significó despues el Nuevo Mundo, para los extremeños del XVI d.C. Durante un tiempo, aquellos hombres sirvieron bajo jefes romanos, pero más tarde sintieron que podían ser los dueños de su propio destino y eligieron a sus cabecillas entre su gente. Lo siguiente fue ajustar las reglas del juego a sus propios intereses, exigiendo pagos y prebendas cada vez más cuantiosos; Valente les hizo frente en Adrianopolis en el 378 d.C. y lo pagó con su vida. A partir de ahí los visigodos recorrieron el Imperio de punta a punta y acabaron estableciendose en Hispania, mientras decenas de miles de parientes suyos se arrojaban en sucesivas oleadas contra unas fronteras que ya no defendia nadie. En el 475 d.C. el bárbaro Odoacro destituyó al último emperador romano, un chaval de trece años que atendía al orgulloso nombre de Rómulo Augústulo.

jueves, 26 de mayo de 2005

Calderilla


Lepton
Uno de los obstáculos principales que tuvo que sortear el desarrollo comercial de la antigua Roma fue, en los primeros tiempos, la absoluta falta de un sistema monetario. En el primer siglo de la República (VI – V a.C.) el único medio de cambio fue el ganado. Se comerciaba en términos de ovejas, vacas, cabras, asnos y ocas. Las primeras monedas, ostentan, en efecto, las imágenes de estos animales y se llamaron pecunia, de pecus, que significa precisamente ganado. La primera unidad acuñada fue el As que era un trozo de cobre de una libra más o menos (272 gr.). Apenas acabó de nacer, el Estado lo devaluó en sus cinco sextas partes para hacer frente a los gastos de la primera guerra púnica. Por lo que se ve, el engaño de la inflación ha existido siempre y, con sistemas idénticos y excusas parecidas, se repite desde que el mundo es mundo. También entonces el Estado lanzó un empréstito entre los ciudadanos que, para ayudarle a armar el ejército, le entregaron todos sus ases de cobre, ya devaluados. El Estado los ingresó, volvió a dividir cada uno de ellos otra vez por seis y, por cada As recibido, restituyó una sexta parte a su antiguo poseedor; ¿Qué fue lo que ganó cada ciudadano con su “inversión”? no me preguntéis; la Universidad no me dio para tanto.
Este As infravalorado siguió siendo durante mucho tiempo la única moneda romana, quizás porque para lo que acabó valiendo cada pieza, mejor no molestarse en inventar una nueva. Su poder adquisitivo era, según parece, prácticamente nulo. Luego se desenvolvió un sistema más completo. Llegó el sestercio, moneda de plata que equivalía a dos ases y medio; luego, el denario, también de plata, y correspondiente a cuatro sestercios y, por fin, el talento de oro. Este último debía de ser un “peaso” lingote de verdad, ya que valía más o menos 10 millones de pesetas de las de antes. Naturalmente, 99 de cada 100 romanos jamás lo vio en directo. Su única utilidad era como referencia para el pago de indemnizaciones de guerra.
Como veis, apenas había numerario de oro. Y esto era así porque en la península italiana, el rey de los metales era, prácticamente, inexistente. Fue a partir de la conquista de Hispania por Roma y, sobre todo, a raiz de las campañas de Julio César en Galia, cuando una enorme cantidad de oro inundó las arcas romanas. Julio aprovechó la coyuntura y creó el Áureo, una moneda de oro puro, sin aleación, y que valía la respetable suma de 25 denarios. A partir de aquí, el sistema monetario romano permaneció, en la práctica, inamovible, con las únicas aportaciones personales de algunos Emperadores en forma de pequeñas variaciones sobre monedas ya existentes, generalmente para conmemorar batallas y otros eventos.
Pero, como en tantas otras cosas, en el pecado se lleva la penitencia. Las enormes cantidades de metales preciosos que las conquistas del Imperio hacían arribar a Roma, portaban con ellas una pasajera no deseada: la inflación. Según Suetonio, esta alcanzaba tales proporciones que, si tomamos como referencia las tablas de precios que este hombre nos ha hecho llegar, el poder adquisitivo del romanito de a pie, era más reducido que la de un obrero argentino en la época de Alfonsín. Además, en un determinado momento (la pérdida de las minas de Dacia, actual Rumania), los metales nobles empezaron a escasear, con lo que las monedas, de "oro" o "plata", solo tenían el nombre. Esto, unido a los enormes gastos militares del Imperio, hizo que, para comprar el pan, más que con monedero hubiera que ir con mochila...
Curiosidad: aunque la potestad de emitir moneda estaba en manos unicamente del estado, en la práctica, los gobernadores y procuradores de las provincias solían emitir unas reducidas emisiones autóctonas, cuya validez quedaba restringida a la zona de la emisión. Una de ellas era el Lepton, una moneda minúscula emitida por Poncio Pilatos entre el 29 y el 32 d.C, que se ha hecho famosa porque esta relacionada con la Sábana Santa. Los defensores de la autenticidad de la tela, aseguran que dos de estas monedas se pueden ver al microscopio, en la zona de los párpados del amortajado. Sus detractores sin embargo, se mofan de que, en esas imagenes, se aprecia que la leyenda de las monedas tiene faltas de ortografía.
Quaerite et invenietis
(Lucas 11, 5 - 13)

lunes, 23 de mayo de 2005

El puente sobre el rio...Tajo


Puente de Alcántara (Cáceres)

En el último cuarto del siglo I d.C. tiene lugar en la península ibérica un fenómeno político y social de capital importancia: una abundante promoción de ciudades a la categoría jurídica de municipio y la consiguiente extensión del Derecho latino a sus habitantes. Las consecuencias de esto último fueron importantes; Por un lado, miles de pobladores de esos pequeños núcleos urbanos se beneficiaron de esta suerte de “gigantesco proceso regularizador” y consiguieron esa ciudadanía romana de segunda clase que caracterizaba a los poseedores del Ius latinii. Además, como consecuencia de ese impulso municipal, se desarrolló una acusada actividad constructiva, sobre todo en el campo de las obras públicas.

Y es que, seguro que los romanos debieron de fundar el primer Ministerio de Fomento; Levantaban prodigiosas construcciones militares, trazaban carreteras por parajes imposibles, desafiaban las leyes físicas con teatros y coliseos pero, su especialidad, al igual que la de los funcionarios, eran los puentes…. Bueno, ya en serio, hay no menos de 20 o 25 construcciones de este tipo en nuestro país, que datan de la época antes mencionada y que siguen ahí, desafiando el paso del tiempo con mejor o peor suerte. De entre todos ellos sobresale el Puente de Alcántara como una obra singular desde muchos puntos de vista; quizá lo de menos sea la monumentalidad del puente, su arco de gran altura, o lo adecuado de las proporciones de sus seis pilares, forzada por las características de un río como el Tajo, de cuyas imponentes y frecuentes crecidas nos hemos olvidado a causa de la regularización artificial de su caudal en el último siglo. No; lo que hace de este puente una obra excepcional, es que nos habilita para dar una clase de arqueología con solo aparcar el coche a su entrada y sin necesidad de mancharnos las manos, ni tener que coger el pico ni la pala.

¿Qué por qué? Pues por la presencia en sus piedras y dovelas de varios epígrafes escritos a golpe de cincel donde se nos dice, desde quienes sufragaron los gastos de la construcción del puente, o quien es el arquitecto de la construcción, así como sus intenciones en cuanto a su utilización para el culto imperial. ¡Vamos a ello!

IMP NERVAE TRAIANO CAESARI AUGUSTO GERMANICO DACICO SACRUM...

“Siendo emperador Trajano Cesar Augusto, vencedor de los germanos y de los Dacios y pontífice…”

La primera es fácil. "IMP" es la abreviatura de "emperador", utilizada al más puro estilo Urdaci. Lo demás, el nombre de Trajano, junto con sus títulos honoríficos de carácter político, militar y religioso. Gracias a esta inscripción ya sabemos que el puente data de los tiempos del divino Trajano.

TEMPLUM IN RUPE TAGI SUPERIS…

Templo por encima de los rocas del Tajo…”

Esta segunda inscripción introduce una novedad: la presencia de un Templo. Si nos fijamos, antes de iniciar la travesia del puente, al lado de donde hemos dejado el coche, hay una pequeña caseta de piedras nada impresionante. Pues bien, se trata nada más y nada menos que de un pequeño templo en honor de Trajano que, como dice la primera inscripción, era Pontífice Máximo, salvando las distancias, algo parecido a un sumo sacerdote. En el dintel de la entrada del pequeño templo hay otra inscripción; seguimos pues...

G. I. LACER P(ecunia) S(ua) F(ecit) ET DEDICAVIT, AMICO CURIO LACONE IGAEDITANO

“Caius Iulius Lacer lo hizó y consagró de su dinero, amigo de Curio Lacon Gaietano"

Aquí hay que hilar fino pues el latín clásico permite masivamente el uso, no ya de abreviaturas, sino de iniciales, y las letras entre paréntesis hay que incluirlas “a mano”. El verbo "facere" significa "hacer" pero de un modo personal. Quiere decir que, si se ha utilizado aquí, es porque Caius Lacer no sólo apoyó su construcción financiando la obra sino que la realizó personalmente; es decir, era el arquitecto.

TRAIANO TRIB. POTES. VIII IMP. V P.P

"Trajano, con la VIII potestad tribunicia, Imperator por V vez, y padre de la patria"


Bueno, ahora se nos informa, de una manera mucho más clara, sobre la fecha exacta en la que se construyó el puente. En aquellos días, Trajano obstentaba la potestad tribunicia por octava vez y el imperium inerente a su cargo de emperador, por quinta ocasión. Lo primero ocurrió entre el 105 y el 106 d.C. y lo segundo hay que fecharlo entre el 103 y el 104 d.C. con lo que las fechas no cuadran. La solución quizás esté en los pequeños desperfectos que salpican la segunda de las inscripciones y que quizás hagan posible la pérdida de los dos palitos del V. Damos por buena entonces, la fecha del 106 D.C.

Estamos ante la conjunción de tres obras – puente, arco y templo – concebidas por la misma persona aunque, a tenor de las lápidas, costeadas de forma diferente: el puente y el arco fueron costeados por varias comunidades de la provincia lusitana, posiblemente para favorecer el comercio, y el templo, por el propio arquitecto. ¡Ah! y si lo visitaís, cuidado; el águila que corona el arco sobre el puente no es romana. Carlos V pasó por ahí hace 500 años e hizó su pequeña contribución al diseño...

jueves, 19 de mayo de 2005

Yo, Claudio

Busto de Claudio (Museo Arqueológico de Tarragona)

Los pretorianos que habían matado a Calígula se habían hecho amos de la situación y, como querían seguir siéndolo, miraron alrededor suyo en busca de un sucesor de quien poder disponer a su antojo. Y el mejor que encontraron era un cincuentón rollizo y bobalicón, con las piernas anquilosadas a causa de una parálisis infantil, dominado por el tartamudeo y de expresión atónita que, la noche del asesinato, fue hallado temblando debajo de unas sábanas, tras una de las columnas de palacio; se llamaba Claudio.

Era hijo de Druso y sobrino de Germánico. Y había pasado por encima de las tragedias de la casa claudia, protegido por una merecidísima fama de mentecato. Pero si la suya había sido una comedia, conviene decir que la representó desde niño a las mil maravillas, pues su madre se solía referir a él como "aborto" y, cuando quería hablar mal de alguien, se refería a él como ...más tonto que mi pobre hijo Claudio.

Es difícil saber si este personaje, que se reveló como un excelente emperador, era efectivamente imbécil o se lo hacía, hay quien dice que para no pagar impuestos. Solía arrastrar sus delgadas y casi albinas piernas como un alma en pena, escupiendo al hablar en la cara de todos. Alto, barrigudo y de nariz escarlata a causa de su afición al zumo fermentado de uva, había vivido hasta entonces sin hacer sombra a nadie y escribiendo historias, entre ellas, su propia autobiografía. Además hablaba griego y sabía mucho de medicina. Cuando se presentó al Senado para hacerse ratificar emperador, dijo:

"Ya sé que me consideraís un pobre idiota. Pero no es verdad. He fingido serlo y por eso hoy estoy aquí.. y aunque fuera verdad, el hecho de que me encuentre ante vosotros demuestra que el Senado es aún más idiota que yo"

Y tras esta estupenda declaración de intenciones lo echó todo a perder, quien sabe si a propósito, dando una conferencia improvisada sobre cómo curar las mordeduras de víbora...¡con un par!.

Lo primero que hizo una vez que ciño la púrpura, fue gratificar a los pretorianos con una generosa suma de dinero como premio por haberle aupado al poder; en cambio, acto seguido se hizo entregar a los asesinos de Calígula y los decapitó, supongo que para instaurar el principio de que no debe matarse a los emperadores. Después, convencido como estaba de que entre los senadores no quedaba ya nada bueno, se hizo rodear de libertos que formaron un ministerio de técnicos y, finalmente, derogó de un pluzamo todas las leyes de su predecesor y reorganizó la Administración que estaba, perdón por la expresión, hecha un cristo.

Más tarde, en el 43 D.C., el tartaja y jocoso emperador partió al frente de su ejército nada menos que para conquistar Britannia. No había sido nunca soldado porque, cuando lo intentó, le habían declarado inútil, y toda Roma estaba convencida de que huiría al primer encuentro; más, cuando se corrió por la urbe la noticia de que había muerto, la congoja fue general: los romanos habían cogido afecto sincero a aquel emperador que, con todas sus extravagancias, se había mostrado como el mejor o, al menos, el más humano, de todos los que habían sucedio a Augusto.

Pero Claudio no sólo no había fallecido sino que conquistó la parte meridional de la actual Inglaterra y ahora volvía trayendose como rehén a Caractaco, el primer rey vencido por Roma que resultó indultado. Aunque el mérito de la victoria fue, sobre todo, de sus generales, al fin y al cabo era él quien los nombraba y además, pronto se fijó en uno que despuntaba sobre los demás y fué ascendido de inmediato; respondía al nombre de Vespasiano...

Lástima que este buen hombre, a ratos listo a ratos tonto, tuviera una debilidad aún peor que el vino: las mujeres. En este aspecto debía ser un artista; Había tenido ya, y engañado, a tres esposas, cuando se le metió entre ceja y ceja una jovén vivaracha de dieciséis áños llamada Mesalina, y se casó con ella. Con esta boda, el pecador encontró su penitencia pues Mesalina era, simple y llanamente, un pendón. Cómo no era guapa, cuando un jóven se la resistía, le hacía dar la orden por Claudio de ceder, con lo que transformaba el acto sexual en un simple juego de supervivencia. Un día, estando su marido ausente, Mesalina se casó por las buenas con su amante de turno, Silio. Claudio, suponemos que harto, mandó a dos pretorianos para matarlo, dos más para apuñalar a Mesalina y, al que quedaba por ahí, le ordenó que le matase también a él, caso de que mostrara la más mínima intención de volverse a casar.

Duró soltero 10 meses. Su quinta mujer se llamaba Agripina y era la antítesis de la anterior pero todas sus virtudes quedan eclipsadas ante la calaña del hijo que arrastraba de su primer matrimonio, una especie de crápula llamado Nerón. Claudio, que contaba ya sesenta y un años no estaba para discutir así que Agripina se puso a gobernar, bastante mal por cierto, y a firmar decretos con la firma falsificada de su marido. El emperador, aunque medio chocho, pareció notar en cierto momento lo que sucedía y se propuso remediarlo pero su esposa se le adelantó, suministrándole un plato de setas venenosas. Nerón, que a su manera tenía cierta gracia, dijo ante su cadaver:

"Las setas deben de ser un yantar de Dioses, visto lo poco que han tardado en transformar en Dios a un pobre tartamudo"

PD: Claudio empleó 30.000 hombres en desechar, sanear y recanalizar las aguas del lago Fuchino, donde habitaban unos mosquitos que debían de llevar bozal... Cuando estuvo listo, ofreció a los romanos un espectáculo de Naumaquia, o enfrentamiento de barcos, entre dos flotas con más de 10.000 esclavos cada una. Parece que fue la primera vez que los condenados a luchar en unos juegos entonaron el famoso Cesar, morituri te saluntant.

martes, 17 de mayo de 2005

Peticiones del oyente

Lamento ignorar la temática principal de este blog pero la oportunidad la pintan calva. Un amiguete fue hace pocos días a ver la película "El Reino de los Cielos" de Ridley Scott y, según el mismo cuenta, salió de la sala entusiasmado y ...encantado de haber aprendido algo de la historia de las cruzadas... (sic.). Lamento tener que ser yo el que te tire del guindo pero tengo la obligación de comunicarte, amigo mio, que de historia estás, en el mejor de los casos, bastante peor que antes.

Y este asunto se repite, una vez más. Cómo en la mayoría de las películas históricas que se producen al otro lado del atlántico, una buena ambientación y unos cuidados efectos especiales salvan, en parte, una historia destrozada por unos guionistas incompetentes. Por supuesto que no pretendo que Ridley Scott se dedique a hacer documentales en vez de películas, pero la ficción histórica, tomándose unas pocas licencias, tendría que basarse en lo verosímil. Es preferible inventarse un personaje e intentar integrarlo junto a los históricos, que poner patas arriba la existencia de aquellos de los que sí tenemos información contrastada. La historia verdadera es tan interesante o más que la representada en la película y a pesar de su complejidad, es posible apoyarse en ella sin traicionarla.

Otra crítica recurrente a este tipo de filmes es que se trasladan las obsesiones y las inquietudes de la visión norteamericana del mundo a otras épocas, incurriendo en un gran anacronismo. En el espíritu cruzado no estaba presente el afán de universalidad ni de liberación de los pueblos, al igual que tampoco el respeto por las vidas de los indefensos y desfavorecidos, por más que que Balian, verdadero defensor de Jerusalén, evitara al máximo la pérdida de vidas humanas, durante su postrero asedio.

Revuelto de personajes
El herrero protagonista de la historia (Orlando Bloom), ni era un pobre hijo bastardo, ni su padre se llamaba Godofredo. Balian de Ibelin era el tercer hijo de Balian el viejo, un caballero de ascendencia franca que arribó a Tierra Santa en los últimos momentos de la Segunda Cruzada. Además estaba casado con la bizantina Maria Commeno, viuda del Rey Amalarico I de Jerusalén, con quien se había desposado en segundas nupcias. Como quiera que Maria tuvo dos hijos de su primer matrimonio, Sibila y Balduino – el hombre de la máscara - llegamos a la conclusión de que la protagonista de la historia era, en realidad, hijastra de Balian.

Sin embargo, Guido de Lusignan, si era un arribista recién llegado a Tierra Santa. Le había reclamado su hermano, el Rey de Chipre, para intentar enparentarlo con alguna de las casas reales establecidas por entonces en Oriente medio ya que, al parecer, en Francia no hacían carrera de él porque le perseguía una cierta fama de "debil mental".

Para rematar el desaguisado, el tal Tiberias (Jeremy Irons), en realidad no se llamaba así, aunque sí era un personaje importante por aquel entonces. Se trataba de Raimundo III, Conde de Trípoli y estaba casado con Eschiva, princesa del pequeñísimo reino de Tiberiades de Galilea (posiblemente de ahí el nombre). Raimundo y los Ibelin tutelaban el reino, así que chocaron necesariamente con el llamado “partido cortesano”, que estaba decidido a un cambio en el estado de las cosas.

El Reino de Jerusalén se divide…
La lucha por el poder se estaba fraguando a causa de la terrible enfermedad de Balduino IV, y por la extrema juventud del heredero nombrado por él en 1183, Balduino V, sobrino suyo de seis años de edad, e hijo del primer matrimonio de Sibila con Guillermo de Monferrato. Para el segundo matrimonio de Sibila se pensó en Balduino de Ibelin, hermano de Balian, pero después de ser hecho prisionero por los sarracenos y pagar un gran rescate por su libertad, su casi novia le comunicó que mientras él había estado amaestrando ratas en las celdas sarracenas, ella se había entretenido en enamorarse de Guido de lusignan. Como resultado de esta boda, el tal Guido fue confirmado como regente de Jerusalén aprovechando la extrema gravedad de Balduino, pero poco después, el rey enfermo se la pasó a Raimundo, al parecer a consecuencia de una serie de excesos cometidos por Guido en el ejercicio de su cargo. Estaban así las cosas cuando, en 1186, el Rey niño murió mientras Raimundo se hallaba calentado el lomo a los musulmanes y el partido de la corte aprovechó su ausencia para coronar reina a Sibila.

La pérdida de Jerusalén
Otra licencia de la película es presentar a Guido de Lusignan como un villano con sed de conflicto. Evidentemente no se trató de un gran estadista, pero su afán sincero parece que era proteger el reino. Fracaso, sí; pero la iniciativa del enfrentamiento la tomo Saladino que encontró la excusa perfecta en el ataque a una caravana de peregrinos que iban a la Meca desde Damasco, y que tenía libertad de paso según los tratados firmados entre cristianos y musulmanes. En este ataque no participó Guido y además, como aquel ocurrió tras la muerte de Balduino IV, nunca se pudo producir el encuentro entre el Rey leproso y Saladino ante el castillo del Krak de Moab.

Tras el ataque a la caravana, Saladino reunió el mayor ejército visto hasta la fecha en Palestina y amenazó Tiberiades para conseguir la respuesta del Conde de Trípoli, una vez que se podía considerar violada la tregua firmada por ambos, hace años. Raimundo no era partidario de acudir al encuentro, a pesar incluso de encontrarse su mujer sitiada dentro de la ciudad, pero Guido optó por reunir todos sus recursos militares y aceptar el enfretamiento, instigado por Reinaldo y, sobre todo, por el Gran Maestre de los caballeros Templarios, Gerardo de Ridefort, un auténtico talibán de la fe cristiana que además debía de ser un poquito mosca cojon... Con semejantes dudas y divisiones en los ejércitos cristianos no es extraño que el enfrentamiento subsiguiente, la batalla de los cuernos de Hattin, resultara un tremendo fracaso para los ejércitos de la cruz. Allí fue donde se perdió el reino. Saladino tardó más de dos meses, y no cinco dias, en plantarse frente a los muros de Jerusalén, ya que por en camino se entretuvo tomando Acre, Jafa, Sidón y Áscalon. Sin órdenes militares, caballería pesada ni jefes experimentados la ciudad no podía defenderse. Y cayó.

Más imprecisiones
La forma de proceder de la mayoría de los personajes principales del filme, no puede ser más contrario a como realmente se comportaron. Raimundo de Trípoli no sólo no se negó a participar en la batalla sino que combatió ferozmente en las primeras lineas aunque, con el enfrentamiento ya perdido, consiguió escapar de la matanza con la mayoría de sus hombres. Balian de Ibelin también estaba presente en Hattin, aunque en la retaguardia y al cargo, posiblemente, del tren de bagajes, y también consiguió salir ileso. Saladino ajustició solo a los miembros de las órdenes militares como era su costumbre, además de a Reinaldo, y vendió como esclavos al resto de los supervivientes. Además, en la película, todas las huestes musulmanas parecen árabes pero en realidad, Saladino reclutaba a la mayoría de sus soldados entre gentes de procedencia turca y kurda.

Algunos otros detalles, además de no entenderse están mal explicados. Cuando Saladino ofrece agua de rosas a Guido, en realidad le está ofreciendo su hospitalidad y salvándole la vida, según las costumbres musulmanas. Por eso, cuando el Rey se la pasa a Reinaldo de Chatillón, el sultán le advierte: “Yo no te la he ofrecido a ti...” y acaba colocando su cabeza decapitada en el asta de una pica. En cuanto a la carga de caballería que lidera Balian para dar tiempo a que la muchedumbre de menesterosos se refugie en la fortaleza, esta fue realizada en realidad por caballeros de la Orden del Temple, con una finalidad mucho más prosaica: dejar en evidencia a sus "compañeros" de la Orden del Hospital, con los que estaban en franca enemistad y que estaban refugiados tras los muros del Krak, tranquilamente. De 160, no sobrevivió ninguno.

La toma de Jerusalén también tiene sus claroscuros. A causa de la bipolaridad antagonista que necesita la mente americana, no se hace referencia a los cristianos sirios ortodoxos que erán mayoría dentro de la ciudad, y estaban deseando que los cruzados fueran derrotados ya que con ellos, las pasaban aún peor que con los musulmanes. En cuanto a Balian, este no se encontraba en la ciudad cuando Saladino la cercó y tuvo que llegar a un acuerdo con él, para que este le permitiera entrar un día en Jerusalén para rescatar a su mujer y a hijos. Una vez dentro fue descubierto por el patriarca Heraclio, que le pidió que organizará la defensa y le libró del sagrado juramento que había hecho a Saladino de no volver a levantar las armas contra él. Por cierto, Sibila no huyo con Balian a occidente sino que se retiró a Acre y murió 3 años después, en el 1190. En cuando a nuestro protagonista, no sabemos su destino a ciencia cierta. Quizás muriera combatiendo en Jerusalén o puede que se entregara a Saladino a cambio de la vida de su familia.

Ricardo Corazón de Leon recuperó la ciudad en 1191.

domingo, 15 de mayo de 2005

La disciplina en la Legión.


Miniatura de un centurion romano apoyado en su vitis.

El sistema disciplinario del ejército romano ya era severo cuando las legiones se reclutaban de entre ciudadanos ricos que servían por un sentido de lealtad al estado. Cuando el ejército se convirtió en una fuerza profesional, los castigos no hicieron sino aumentar su brutalidad. Existe un manual bizantino, el Strategikon, cuya fecha es ampliamente posterior al periodo Imperial, pero que preserva órdenes en latín que probablemente habían cambiado muy poco desde el principado. Se destacan constantemente el silencio y la disciplina más rígida: por ejemplo, los optiones que caminaban tras la última fila útil de la formación llevaban grandes garrotes con los que golpeaban a cualquiera que se saliese de su sitio o hablase con un compañero. El vitis, la vara de un centurión hecha del sarmiento de una parra, se utilizaba frecuentemente para azotar a los culpables de las faltas mas leves. Como una "falta leve" podía ser practicamente cualquier cosa a los ojos de los centuriones, raro era el soldado que mantenía la espalda yerma de cicatrices.

Parece que los castigos corporales se infringían según el capricho de los oficiales, con lo que tales déspotas eran el primer objetivo en caso del levantamiento de un motín. Tácito nos cuenta que en el año 114 D.C. las legiones del Rhin habían linchado a un centurión, apodado cedo alteram, literalmente "tráeme otro": el sobrenombre se debía a su costumbre de calentar la vara en los lomos del legionario de turno mientras pedía a gritos otro soldado para no perder el ritmo. El autor de "Caballo de Troya", J. J. Benítez no ha tenido ningún reparo en copiar el nombre del centurión de este episodio y adjudicárselo al que supuestamente se encargó de aplicar los latigazos a Jesús de Nazareth en el poste del patio de la fortaleza Antonia, en Jerusalén…

La pena de muerte, sin embargo, requería la aprobación de oficiales de mayor rango; en cualquier caso se aplicaba en ocasiones diversas. Los soldados que se quedaban dormidos durante una guardia era apaleados hasta la muerte por sus propios compañeros cuya vida habían puesto en peligro; el truco de los soldados viejos era apoyar el largo escudo en el pilum para descansar sobre el y dormitar de pie. Los soldados que huían del combate eran crucificados o arrojados a las bestias salvajes. Pero probablemente el castigo más famoso era el diezmo, impuesto a la unidad que abandonase la batalla ignominiosamente. Una décima parte de los soldados eran seleccionados para su ejecución a suertes. El 90 por 100 superviviente tenía una pena más simbólica: debían disponer sus tiendas en el exterior del campamento, fuera de las murallas, y dormir allí. Además se les asignaba cebada en lugar de trigo.

Los soldados no tenían la oportunidad de apelar contra la pena impuesta contra ellos. En el siglo IV D.C., el soldado e historiador aficionado Amiano Marcelino sostiene que la razón más común para una deserción era evitar el castigo. Esto puede perfectamente haber sido cierto para el periodo del principado. Efectivamente nuestras fuentes testimonian que la deserción era un problema constante de las legiones profesionales. Se dice que muchos líderes militares enemigos como Yugurta o Decebalus, reclutaban a sus mejores hombres de entre las filas romanas, pagando cantidades astronómicas por los servicios de ingenieros o artificieros. Ante esta verdadera "fuga de cerebros", en el siglo I, el general romano Corbulón, reconocido por su seriedad disciplinaria, ejecutaba rutinariamente a los hombres que eran capturados tras desertar por primera vez. La dureza de esta política se volció contra él, ya que hizo que el desertor ni se planteara la posibilidad de volver, así que para recuperar a sus especialistas, estableció que sólo serían ejecutados aquellos que resultaran apresados ¡tras desertar por tercera vez!.

PD: El sorteo de "los Euromillones", el "Gordo" de Navidad o el tachado de los números de un cartón de "Bingo" carecen de todo interés comparados con...¡EL GRAN JUEGO DEL DIIIIIIIIIEZMO!. Menos mal que sólo hay evidencias de su aplicación en tres ocasiones; una de ellas delante de las murallas de una pequeña ciudad soriana llamada Numancia.

martes, 10 de mayo de 2005

¡Navia aut capita!

Dados Romanos (Museo de Hariben - CORDOBA)

Todos los romanos coincidían en su pasión por el juego; incluso los italianos modernos reconocen que siguen poseídos por ella, si bien posiblemente no de un modo tan tiránico. Como estaría la “cosa” que los emperadores romanos no solo mantuvieron las prohibiciones impuestas en el periodo republicano, sino que las endurecieron. Excepto durante las saturnales, los juegos de azar estaban prohibidos en Roma, bajo multa del cuádruple de la cantidad apostada. Además, una Lex senatorial extendía esta prohibición durante todo el año a las apuestas, aunque dejando abierta la puerta a jugar en el Coliseo, ya que se permitían aquellas a que daban lugar los ejercicios físicos.

Pero, con las leyes, pasa igual en todas las épocas: para el que las cumplió, se revelaron innecesarias en absoluto y, para el que las obvió, sobraron, ya que no consiguieron hacerle desistir de su intención inicial. Sin duda, era una imprudencia organizar en un lugar público una partida de dados (alade) o de tabas (tabi), juego muy similar al nuestro en el que el azar, y no la habilidad de los jugadores, determinaban la fortuna o la ruina, ambas agazapadas en el tablero de juego (alveus) o en el fondo del cubilite (fritillus). Asimismo, creo que en plena calle, hubiera sido tentar a la suerte jugar con un amigo al navia aut capita, es decir, a nuestro tradicional cara o cruz, o al par impar…juego complicadísimo casi críptico, al que dedicaré un post completo un día de estos…(es coña).

El caso es que prohibido, estaba prohibido, pero como para garantizar la observancia de esta ley, habría habido que poner un policía detrás de cada romano, pronto los emperadores se dieron cuenta de que había que optimizar los recursos y, como todo el mundo se las arreglaba para evitar las restricciones en el fondo de una taberna, el final de un callejón o incluso en una casa particular, se empezaron a perseguir solo los casos más flagrantes, como aquel naviero contemporáneo a Tácito, que se jugó la totalidad de sus galeras en una partida de dados…dos días antes de tener que utilizarlas para traer la cosecha de trigo de Egipto, a Roma. Además, para compensar, se legalizó uno de los juegos de más aceptación, la micatio, en el que los jugadores levantaban al mismo tiempo las dos manos mostrando un número de dedos, mientras simultáneamente decían en alto una cifra, intentando acertar el número de ellos que sumaban las cuatros manos. Esta estupidez era tan popular que, según Juvenal, si caminabas por el foro a media tarde, veías tantas manos levantadas, que parecía que media Roma estaba atracando a la otra media.

Otro juego que estaba permitido era el ajedrez romano o latrunculi, ya que el movimiento de los peones solo venía dado por las propias reglas del juego y la habilidad de los jugadores, y no por el azar. Al parecer, el latrunculi empezó a ganar popularidad a partir del siglo I. A.C, pero su ascenso definitivo vino dado por la revelación de que Adriano estaba totalmente seducido por su práctica, hasta el punto de hacerse construir uno portatil para sus viajes.

El único ámbito en que se observaba con rigidez la prohibición era en el ejército, principalmente porque las apuestas y juegos degeneraban las más de las veces en peleas, y los jugadores estaban rodeados de armas por todas partes. Parece ser que se velaba de tal manera por su cumplimiento, que los optiones o lugartenientes de los centuriones tenían entre sus obligaciones la de efectuar inspecciones aleatorias en los barracones, buscando dados. Quince siglos más tarde, en los campamentos de los Tercios españoles, los Maestres de Campo tuvieron que dejar jugar a los naipes en la tienda del cuerpo de guardia porque, al ser el único lugar con vigilancia las veinticuatro horas del día, por lo menos habría alguien para impedir que los jugadores se matasen...

PD: Navia aut Capita quiere decir literalmente, "barco o cabeza". La mayoría de las monedas romanas tienen en el anverso una cara y en el reverso de muchas de ellas, aparece un barco. De ahí la expresión.

Hala.

jueves, 5 de mayo de 2005

Tito

Relieve del Arco de Tito, donde se ven legionarios portando un Menorah, o candelabro de siete brazos.

Tito, el sucesor de su padre, Vespasiano, fue acaso el más afortunado de los gobernantes porque no tuvo tiempo de cometer errores, como sin duda le hubiese ocurrido no por mor de sus defectos, sino a causa de sus numerosas virtudes: la bondad, el candor y la generosidad.

Antes de asumir la púrpura fue nombrado tribuno en Britannia y Germania, dónde destacó fundamentalmente por aumentar la ración de zanahoria a costa de la de palo, de manera que estos dos territorios, tradicionalmente difíciles, vivieron una época de relativa tranquilidad. Sus éxitos administrativos le catapultaron hacia mayores empresas, y en el año 70 D.C. recibió el mando supremo de las operaciones contra Jerusalén. Aquí Tito vio mermado su margen de actuación, porque tuvo que enfrentarse a la mayor sublevación judía desde que Roma paseaba sus reales por allí. Su tradicional política de “mano izquierda” no dio resultado, y se vio obligado a sostener el asedio de Jerusalén durante seis meses, durante los cuales murió la tercera parte de los habitantes de la ciudad. El mayor tesoro hebreo, su Templo, fue saqueado y destruido, como podemos ver en los relieves del arco que su padre mandó construir para conmemorar su victoria. De los supervivientes, algunos huyeron y otros fueron vendidos como esclavos, y así como en la mochila de muchos de los soldados de Napoleón estaban Los Derechos del Hombre, en el saco de algunos de esos emigrantes forzosos estaba en Verbo de Cristo.

Su padre, henchido de orgullo, esperaba en Roma la venida de su hijo para tributarle un triunfo, quizás algo desproporcionado si atendemos al valor militar de aquella empresa, pero con gran espanto tuvo que verle desfilar por las calles de la mano de una preciosa princesa hebrea, Berenice, que empezó el viaje como botín y lo terminó como prometida. Vespasiano se escandalizó, no porque Tito tuviera una concubina, lo cual se consideraba lógico y normal, sino porque quisiera casarse con ella, y le exhortó a que la abandonara de inmediato. El novio alegó que se había comprometido y comenzó a madurar la idea de renunciar a suceder a su padre, pero éste, que era un hombre de pueblo y por tanto, inteligente, se dio cuenta del pastel y procuró que a Berenice no la volviera a ver nadie por Roma; prefiero no imaginar lo que pasó con ella.

Con Vespasiano ya muerto, Tito asumió la púrpura en el 79 D.C. y pronto demostró que tenía un carácter totalmente inadecuado para la política. Todavía con el cuerpo de su padre caliente, su hermano Domiciano, que debía de ser una auténtica joyita, presentó su pretensión a la mitad del poder. Tito, ya emperador, se la ofreció sin problemas, pero Domiciano tomó por menosprecio lo que era un acto sincero y se puso inmediatamente a conspirar.

Mientras tanto, Tito seguía regalando "talante". Durante su reinado, no firmó ninguna sentencia de muerte. Cuando se enteró de que a sus espaldas se forjaba un complot, mandó inmediatamente una carta de admonición a los cabecillas y otra tranquilizadora a sus madres. En sus dos años de reinado, Roma sufrió un terrible incendio, Pompeya y Herculano fueron sepultadas por el Vesubio e Italia fue devastada por una terrible epidemia. Tito no tenía medida, y agotó el tesoro en poco tiempo tratando de reparar los daños. Cuando no quedó dinero, acompañó personalmente a los enfermos en su sufrimiento y a causa de ello, perdió la vida en el 81 D.C. Tácito sostiene que Domiciano le aceleró la muerte, cubriéndolo de nieve...

Hay una anécdota, supongo que verdadera, que ilustra hasta que punto nuestro protagonista flirteaba con la raya que marca el límite entre la bondad y la ingenuidad. Al poco de empezar su regencia, los pretorianos empezaron a ponerse “moscas” esperando el habitual donativo que recibían con la llegada de un nuevo emperador. Como quiera que aquel no llegaba, y al ver que las arcas del Estado se vaciaban, se amotinaron en su campamento exigiendo que se cumpliese la tradición. A Tito no se le ocurrió otra cosa que presentarse desarmado ante las puertas del Castra Pretoria, para intentar reconducir las cosas. Cuando su amigo y consejero Afresio se enteró de los planes de Tito, se puso líbido de miedo. Cogió el primer caballo disponible, y literalmente lo reventó para intentar alcanzar a su "jefe" y evitar su linchamiento. Cuando alcanzó al incosciente, no sólo no consiguió hacerle desistir, sino que se vio obligado a acompañarlo, ya que Tito le comentó que se sentiría mucho más seguro con un amigo a su lado. Mientras cruzaban la puerta de entrada, el Emperador le susurró...

Non timat Afresius, veritas omnia vincit (No temas Afresio, la verdad lo puede todo)

Afortunadamente, no pasó nada.

martes, 3 de mayo de 2005

Los elefantes de Anibal


Denario con la imagen de un elefante en el reverso
El rasgo más notable e impresionante del ejército de Aníbal fue la utilización de elefantes como potentes unidades de combate. A pesar de que su padre, Amílcar Barca, ya hizo de uso de ellos en la primera guerra púnica, Alejandro Magno fue el primero en incorporarlo a las campañas militares, aproximadamente un siglo antes.
Los elefantes utilizados por Alejandro y Pirro (rey de Epiro, que los dio a conocer en occidente en el siglo III A.C.) eran de origen asiático, provenían del valle del Indo y pertenecían a la especie Elephas Indicus. Medían más de tres metros de alto y llevaban en el lomo una torre con capacidad para albergar a dos o tres arqueros sobre ella. A los cartagineses, la India les venía un poco retirada como para ir a buscar elefantes cada tres por cuatro, así que adoptaron una variedad africana conocida como Loxodonta africana cyclotis, cuyo hábitat natural eran las selvas del norte de Marruecos, Túnez y Egipto. Estos paquidermos eran más pequeños ya que apenas alcanzaban los dos metros y medio de alzada y por ello, no se les podía dotar de torre, aunque solían llevar a cuestas dos cornacas o guías para ser conducidos.
Los elefantes debieron ser en los ejércitos antiguos, lo que los modernos carros de combate representan en los modernos: Una manera rápida y expeditiva de abrir una brecha en las líneas enemigas y sembrar el pánico entre los contrarios; pero tenían una serie de inconvenientes que hicieron que su utilización cayera en desuso a partir del siglo I A.C. En primer lugar, la “versión asiática” de este paquidermo es, por definición, de naturaleza afable y se muestra propenso a ser domesticado. Sin embargo, los elefantes africanos son mucho más “inquietos” y amaestrar a estos animales era muy peligroso y, consecuentemente, muy caro. Por otro lado, a menudo estos animales solían descontrolarse ante el fragor de la batalla o las heridas producidas por el enemigo, de modo que se volvían en contra del propio ejército, pisoteando a la infantería indiscriminadamente. Ante esto, los cartagíneses no tuvieron más remedio que hacer una contribución involuntaria al arte de la tauromaquia, e inventaron el "descabello": los conductores tenían orden de acabar con los elefantes desbocados clavándoles una especie de punzón afilado en la nuca con la ayuda de una maza.
Dos apuntes más: los estudiosos no se ponen deacuerdo sobre cuántos elefantes se encuadraban en las filas cartaginesas en el momento en que Aníbal se disponía a cruzar los Alpes con destino a la península italiana. Unos dicen que 37, otros que 40 e incluso alguno, con visible apetencia por el zumo fermentado de uva, habla de centenares, así que como español, ejerzo mi derecho constitucional a opinar de todo sin saber de nada y digo que 34.
¡ah! y otra cosa... si estais interesados en el aspecto de estos elefantes de selva, no busquéis en las webs de zoológicos ni nada por el estilo; el hombre se encargó de que se extinguieran a principios del siglo XIX.
Saludos