lunes, 13 de abril de 2009

El ahora es el principio del final...

... y este caso no es una excepción. Todo lo que realmente merece la pena en esta vida reune dos condicionantes... es difícil de conseguir... y no es para siempre. Los acontecimientos, las necesidades, las circunstancias... en definitiva, el momento vital de cada uno, determina el cómo y el cuándo. Y a partir de ahí... la honestidad manda...

La honestidad de saber que las ideas flaquean y que las fuerzas escasean, la honestidad de asumir que cada vez es más difícil cumplir las expectativas más importantes y que quizás nos hemos equivocado al elegirlas y al ponderarlas; la certeza de percibir que la frescura se pierde - quien sabe si momentáneamente - y que se ha transformado en vértigo y el convencimiento de que, como diría Napoleón, "Quien abarca todo acaba no abarcando nada..."

En este preciso momento, me retiro... retirada que debe entenderse, si no como victoria, si como un éxito por cuanto sirve de punto de partida para nuevos desafíos, relacionados pero diferentes, que deberían servir para que volvamos a coincidir en breve, seguramente en las librerías y con total certeza en la red. De ambas empresas informaré en este sitio, en el momento en que la luz las ilumine por completo y os invitaré a disfrutarlas, por supuesto, como no podía ser de otro modo.

Solo queda agradecer a todos, no ya los comentarios y salutaciones, sino la absoluta deferencia en pasar por aquí y sacrificar unos minutos de cada día en leer conmigo sobre aquellos acontecimientos que motivaron que el hoy sea precisamente el nuestro y no otro, regalándome lo más valioso que tenemos por cuanto es lo único que no se recupera... el tiempo. Espero pagaros con el mío y ofreceros algo ilusionante en en futuro cercano para seguir ejerciendo de seres humanos... leyendo... preguntándonos... y compartiendo...

"El mar dará a cada hombre una nueva esperanza..." Cristobal Colón

viernes, 6 de marzo de 2009

La perversión de la democracia

Complicado este mundo nuestro... Y, en ocasiones, difícil de entender.

La democracia es un sistema perverso en sí mismo; Garantiza, al menos se supone que lo hace, la elección como líder de la persona más respaldada por una asamblea de ciudadanos, en principio, libres. En este momento se suele presuponer que al ejercer de tales, esos mismos hombres libres serán capaces de hacer recaer su elección es el candidato más adecuado... lo cual no deja de ser una absoluta gilipollez. Ésta pequeña tara del sistema acarrea la posibilidad de una consecuencia terrible e inevitable... Qué esa elección puede recaer en cualquiera, puesto que solo hay una cosa más manipulable que un ser humano... y ésta es un grupo de seres humanos.

Al hilo de todo esto, no deja de sorprenderme que, en ésta loca carrera en la que la sociedad anda metida por certificar que tenemos tal o cual título o habilidad, el proceso democrático haya conseguido mantenerse al margen. Estamos tan confiados del invento que exigimos que para desempeñar con corrección el trabajo de barrendero u ordenanza – con todos mis respetos a ambas categorías profesionales – haya que justificar cierta preparación académica, ausencia de taras psicológicas, buena conducta y superar, en el mejor de los casos, un par de procesos de concurso oposición. En cambio, ni exigimos la misma preparación al que mete el voto en la urna ni, claro está, al candidato que al final acaba alzándose con el triunfo, con lo que éste puede revelarse como manifiestamente indeseable para el cargo o incluso, como un completo zote. Y nos da igual... y lo damos por bueno...

Porque lo hemos elegido nosotros.... (mentira ya que el candidato lo ha elegido su partido...)

Porque lo hemos elegido libremente... (es un decir ya que no hemos intervenido en la confección de las listas ni podemos, salvo en algún caso, modificar ni la presencia ni el orden de los candidatos...)

Porque lo ha elegido la mayoría... (en ocasiones, pero no siempre... ya que en algunos procesos electorales si sumanos la abstención al voto nulo, esta agregación resultaría la fuerza más votada.)

¡Y pa´casa! Que ya hemos cumplido... y solo nos queda esperar a que pasen unos años para repetir proceso borreguil y funesta consecuencia. A mirar los informativos, donde se nos bombardeará con datos de participación que siempre resultarán altísimos y topicazos como que “no se han registrado incidentes” o que “ha triunfado la democracia”... Pero ¿qué esperaban? ¿Qué nos matásemos a la entrada del colegio electoral? y... ¿si triunfa la democracia... resulto, por ende, triunfante yo también...?

Los griegos, primeros demócratas de la historia y personajes inteligentes – pues se las arreglaron para sobrevivir a las infernales tensiones internas que soportaron, resistieron a los persas y solo sucumbieron ante Roma, a la que luego conquistaron con su arte – manejaban el sistema de forma ciertamente diferente a la nuestra; Para empezar, solamente podían votar aquellos varones adultos que hubieran completado su entrenamiento militar. Tranquilos... no haré ningún chiste fácil acerca de la idoneidad de dejar a la mujer fuera del proceso electoral pero, si unimos a esto que, al contrario, quedaban inhabilitados para el sufragio los traidores, los maleantes, los condenados por mantener deudas contra el Estado o contra otros ciudadanos... caeremos en la cuenta de que era necesario, al menos, estar al día como ciudadano libre. No quiero ni pensar, lo despoblados que se iban a quedar algunos colegios electorales en caso de aplicar aquí algo, siquiera parecido.

Por otro lado, los atenienses debían de disfrutar con la democracia porque entendían las votaciones como una auténtica fiesta y el porcentaje de participación en el proceso era altísimo, resultando la abstención una rareza y el voto nulo, una quimera. Además, entendían el asunto como de tal importancia, que el iniciador del proceso era conocido como el Ho boulodemos, esto es, “cualquier persona que lo deseé”... con lo que, en principio, cualquier interesado, ayudado por unos cientos de jueces, administrativos y funcionarios, podía poner el marcha el sistema a discreción... Y se tenía tal respeto por esta función, que su comportamiento era infiscalizable y su responsabilidad ante el pueblo, nula de pleno Derecho. Los que si la tenían, contrariamente a lo que hoy sucede, eran los cargos elegidos en esos procesos electorales. Cuando un ateniense asumía un cargo, inmediatamente era considerado como un sirviente de la ciudadanía, tenía la obligación de rendir cuentas por cualquier decisión y podía ser castigado muy duramente si era condenado por nepotismo, corrupción o incluso incapacidad... con lo que ejercer un cargo público podía, en ocasiones... revelarse como muy peligroso.

Tan enamorados estaban de su invento que le hicieron el mejor favor posible... mejorarlo; Convencidos de que no era ni mucho menos perfecto y de que las elecciones favorecían a los más ricos y elocuentes, determinados porcentajes de cargos estaban reservados a aquellos que eran elegidos mediante sorteo. Este sistema se entendió necesario para prevenir corruptelas y para garantizar a todos los ciudadanos ciertas posibilidades de ser elegidos. Además, era necesario tener más de treinta años de edad para resultar elegible (para algunos cargos eran necesarios cuarenta) y al finalizar el mandato, el susodicho debía superar una reválida conocida como "euthunai" o escrutinio, que revisaba su actuación y le declaraba limpio de polvo y paja.

En el otro lado, un centenar largo de cargos debían ser elegidos por votación, todos ellos con un alto componente económico o militar. ¿Por qué?... pues porque, primero, se entendía que en el caso de los que iban a meter la mano en la caja, si éstos disponían de gran patrimonio, era posible recuperar el resultado de futuros desfalcos y, en el caso de los segundos, ciertamente para ocupar el puesto de "Stratego" o líder militar, había que acreditar fuertes conocimientos militares además de contactos en todas las poblaciones a las que luego podría ser necesario recurrir, en el caso de que los persas se pusieran más pesados de lo normal.

Aparte de la asamblea o "Ekkesia", donde residían los poderes legislativos y algunos de los ejecutivos, el Consejo de los Quinientos o "Boulé" se ocupaba de tareas como la recepción de los embajadores extranjeros, fiscalizar la actuación de determinados cargos públicos o custodiar las llaves de las arcas que conformaban el tesoro... Se consideraba tan importante que no se podía repetir el cargo y rotaba con tanta celeridad, que se calcula que la cuarta parte de los varones libres de Atenas ocuparon una de sus sillas en algún momento. La tercera pata del invento eran los Tribunales o "Dikasteria", para los que era necesario acreditar la edad más alta entre todos los funcionarios, ya que los griegos asociaban edad con sabiduría. Sin embargo, curiosamente, fue el instrumento de poder que peor funcionó ya que, al no haber juez, al no poder durar los juicios más de un día y al ser inmunes sus miembros a cualquier tipo de castigo... se vivían con cierta asiduidad todo tipo de excesos o castigos, que solo fueron mitigados en parte con la posibilidad de anular el juicio en caso de demostrarse la doblez de los testigos.

En resumen, qué diferente y que semejante forma de entender lo mismo... El deseo de autogobernarse con justicia y una cierta equidad desemboca en la invención de un sistema que, honestamente, creo que no hemos sido capaces de mejorar demasiado. ¿Limitaciones nuestras o de la propia democracia? Quien sabe... En cualquier caso, me quedo con el texto que se leyó durante los funerales de Pericles, uno de los hombres que más amó la democracia y que más la utilizó...

"Tenemos un régimen político que no se propone como modelo las leyes de los vecinos, sino que más bien es él modelo para otros. Y su nombre, como las cosas dependen no de unos pocos, sino de la mayoría, es Democracia. A todo el mundo asiste, de acuerdo con nuestras leyes, la igualdad de derechos en los conflictos privados, mientras que para los honores, si se hace distinción en algún campo, no es la pertenencia a una categoría, sino el mérito lo que hace acceder a ellos; a la inversa, la pobreza no tiene como efecto que un hombre, siendo capaz de rendir servicio al Estado, se vea impedido de hacerlo por la oscuridad de su condición."

¿Es así?

martes, 3 de marzo de 2009

La crisis económica en el Imperio Romano

Se lo que significa consolarse con el “mal de muchos” pero... ¿qué queréis?... la periodicidad y repetición de ciertos acontecimientos históricos le dan a uno la seguridad de que, al menos otros caían en los mismos errores que un servidor y, además, que de todo se acaba saliendo... y que no hay mal que cien años dure.

El imperio romano, allá por el siglo II después de Cristo era, al parecer, una máquina de generar prosperidad perfectamente engrasada; con las fronteras más o menos estables, sin demasiadas guerras de importancia, con un florecimiento importante del comercio y con los emperadores muriendo de viejos y no atravesados precisamente por objetos punzantes, daba la impresión de que se había alcanzado un estado de felicidad generalizada. Sin embargo, la Teoría del caos, la de Gaia y alguna más, vienen a decir que dicha sensación nunca presagia nada bueno, confirmándose los peores temores un siglo más tarde, en el III d.C.... y con intereses.

A partir de comienzo del tercer siglo, los emperadores “fuertes” fueron sustituidos, por pura casualidad, por un nutrido grupo de nulidades – con algunas excepciones – cuya única preocupación al levantarse por la mañana era asegurarse de que al rival, real o imaginario, no le diera por intentar apoderarse de la poltrona. Esta desconfianza generaba todo tipo de eventos militares, desde expediciones punitivas a guerras interminables, cuyas consecuencias afectaban de manera principal a los propios habitantes del Imperio. Por el mismo carácter “civil” de estos enfrentamientos, apenas se generaban esclavos con lo que la pieza fundamental de la economía romana, el latifundio esclavista, se empezó a tambalear por una endémica falta de mano de obra... Aquí habría que añadir que el ascenso del cristianismo, que como idea puede estar bastante bien, le hizo un flaco favor a la Roma Imperial ya que, con sus manías de que todos los hombres somos iguales – que más quisiéramos... – la figura del esclavo empezó a ser cuestionada en sí misma... Por tanto, primera causa del apagón... la crisis del modelo esclavista romano.

Muy relacionado con lo anterior, encontramos otro cambio que también hará tambalearse el modelo productivo de los primeros italianos... veréis... A los legionarios romanos, al licenciarse después de la pila de años de servicio cotizados, se les otorgaba como regalo último un pedazo de tierra cultivable o una cantidad en dinero, en la mayoría de los casos a elegir entre una u otra. El afortunado poseedor de la tierra empleaba mano de obra gratuita para su aprovechamiento, generándose así, a lo tonto, excedentes de productos agrícolas que acaban sujetando los precios como indica el abc de cualquier teoría económica... “a gran cantidad de oferta, los precios tienden a bajar” Pero, a medida que al estado se le fue acabando la tierra cultivable de cierta calidad, empezó a otorgar títulos de propiedad de tierras pantanosas, áridas o totalmente inhábiles para plantar nada que no fuera una señal de trafico con lo que primero, los legionarios dijeron “nones” y segundo, empezaron a reclamar su pensión en metálico... ¿Resultado? Pues menor abastecimiento de productos básicos, menor oferta y, por ende, la palabra maldita de la economía moderna... la Inflación... segunda causa.

Ya tenemos menos tierra trabajada y productos más caros; para completar el triángulo de las bermudas de la economía nos hace falta una tercera pata, derivada de las anteriores. La subida de los precios de productos básicos que aconteció, acabo motivando que al poco, hubiera que ir a comprar el pan con una carretilla llena de monedas; para paliarlo, a alguna mente preclara se le ocurrió emitir numerario con menor cantidad de metal con lo que lo único que había sujetado algo la inflación, esto es, la falta de liquidez en el mercado, se diluyó al instante. Pero a ese “licenciado” se le olvidó que los impuestos del estado estaban medidos en la misma cantidad de monedas con lo que los ingresos se redujeron hasta un punto casi cómico y, para cuando se actualizaron los importes a hacer efectivos en el primitivo IRPF, nadie tenía un condenado duro, todo el metálico estaba en manos de cuatro especuladores y las minas – como las españolas de Las Médulas – eran incapaces de aportar metal precioso con la suficiente rapidez y algunas estaban agotadas. Aquí tenemos la tercera causa, casi consecuencia, de la crisis: la devaluación de la moneda.

Como todo lo que va mal puede ir aún peor, al los economistas romanos la tostada se les cayó por el lado de la mantequilla; Visto que pedir dinero a la gente era solicitarle peras al olmo, se fomentó la vuelta a un primitivo sistema de trueque e incluso el estado empezó a cobrar sus impuestos en especie, fundamentalmente en grano. Pero conviene recordar que la explosión demográfica romana y la falta de mano de obra esclava habían degenerado en una tremenda restricción de la oferta cerealista... restricción que fue a peor ya que los pobres agricultores retenían las cantidades para pagar sus impuestos y apenas quedaban excedentes para los mercados de abastos... Al estado, de nuevo, el tiro le sale por la culata y empieza a recaudar aún menos... tiene menos ingresos. Además, visto que ser agricultor no compensa ni de lejos, una legión, en este caso de desheredados y descontentos de la azada, inunda las ciudades dispuesta a buscarse la vida trabajando de lo que sea... trabajos que antes realizaban los esclavos... y que muy pocos pueden pagar... apareciendo la palabra con la que más sueña ZP últimamente... Paro.



Y ahora os digo... ¿Cómo se solucionó semejante entuerto?

Encuesta "¿Cúal de las siguientes reliquias tiene alguna posibilidad de relevarse cierta?"

Hola majetes, como diría Esperanza Aguirre

A la pregunta "¿Cuál de las siguientes reliquias tiene alguna posibilidad de relevarse cierta?" habéis dejado claro dos cosas: Primero, que dais por cancelada la posibilidad de que alguna de ellas resulte veraz y, segundo, que os da bastante igual si eso se produce en el futuro.

Podría preguntar si semejante resultado es bueno o malo pero ya me parece abusar... :-)

miércoles, 25 de febrero de 2009

Negacionismo

Caricatura de David Irving, principal historiador negacionista

Yo pensaba que los curas negacionistas eran, básicamente, los profesores que un servidor tuvo de pequeño... A cualquier respuesta que a mí se me ocurría ante una de sus preguntas, de Sociales, Naturales o Matemáticas... ellos respondían maquinalmente... ¡No!... ¡No!...¡No!... Claro, todo ello se tradujo en un expediente bastante poco lucido y en una apabullante falta de confianza en uno mismo que no degeneró en un trauma juvenil de puro milagro. Menos mal que otras circunstancias vitales me hicieron reconsiderar mi propia imagen, recuperar la autoestima – a veces, demasiado alta... – y recordar todo aquello con una sonrisa en los labios.

Ahora, me entero sin embargo de que el negacionismo es toda una teoría histórico científica que viene a reinterpretar todo lo ocurrido en Europa entre los años 1941 y 1945 y que, como es sabido, desembocó en el genocidio de judíos, gitanos, eslavos y otros variados grupos étnicos o de pensamiento. El eje de semejante dislate lo conforman variadas afirmaciones quizá fruto de una mala borrachera, como la negación de que el régimen nacionalsocialista tuviera un plan predeterminado para exterminar a nadie, recalcular muy a la baja la cifra de fallecidos en los campos de exterminio o concentración o incluso cuestionar que herramientas de asesinato masivo como las cámaras de gas estuvieran siquiera inventadas en aquellos días... La mayoría de los negacionistas, además de justificar sus teorías como válidas, vinculan la idea del holocausto con la de una propaganda masiva inventada por los aliados y que, a la larga, ha venido requetebién a la conspiración sionista que al parecer domina nuestro planeta...

Pues bien, este asunto ha cogido más enjuague últimamente porque Richard Williamson, obispo británico para más señas, ha tenido que salir por piernas de Argentina al afirmar, al parecer sobrio, que no más de trescientos mil judíos murieron en Alemania y Polonia durante la Segunda Guerra Mundial y que Hitler, el pobre, apenas estaba al corriente de nada, tan ocupado como estaba atendiendo los mapas de operaciones que reflejaban que su proyecto de dominación mundial estaba empezando a hacer aguas... Con anterioridad a estas declaraciones, Williamson ya la montó en un programa sueco de televisión al afirmar que lo de las cámaras de gas era un camelo... obligando al Vaticano a excomulgarlo... para luego volver a expedirle el carné de cristiano aludiendo a la supuesta conveniencia de buscar el entendimiento entre todas las corrientes de la iglesia.

¡Cómo lo oís... !

Ni siquiera me detendré en la postura oficial de la iglesia sobre este tema; han pretendido vestir la mona en tantas ocaisones que no merece la pena. Además, en este asunto como en tantos otros, va con retraso y no refleja el sentir de la sociedad: mientras que la mayoría de los países incluso se han tomado la molestia de legislar para castigar conductas relacionadas con el negacionismo y cualquier expresión de odio, va el Vaticano y lo soluciona todo con tres avemarías... Sin embargo, si me apetece perder unos minutos para hacerme una pregunta...

¿Quién mentiría sobre algo así?

¿Qué ideología hay que tener atornillada a la mente, y al alma, para levantarse por la mañana y negar el sufrimiento de miles y miles y miles de personas?

¿Qué absurdos prejuicios deben poseerte para negar evidencias históricas, científicas, testimonios de víctimas, cartas, copias de órdenes de superiores hacía sus subordinados... y sobre todo, que cuajo hay que tener para negar esas miradas de los que estuvieron allí... que no se pueden comparar con nada?

¿Avanzamos? Y de ser así... ¿hacia dónde?

Para saber algo más sobre negacionismo, aquí.

martes, 24 de febrero de 2009

Alcánzame esa copa


Parece que un historiador italiano ha llegado a la conclusióncada vez se utiliza con mayor ligereza esta palabra... – de que el cáliz que se guarda como oro en paño en la Catedral de Valencia, es el mismo con el que Jesús ejerció de Cándido junto a sus discípulos. En el fondo, nada nuevo bajo sol, pues periódicamente surgen noticias de esta guisa que afectan al mencionado cáliz, a la Sábana Santa, a la Lanza más santa aún y a una pléyade de falanges, metacarpios y muñones que mejor estarían enterrados. A mí, incrédulo por naturaleza y escéptico por convición, todo esto me es igual... Cómo mucho, me da cierta desazón ver a mujeres de sesenta y muchos años – lo siento, pero el relicario es mucho más aceptado por damas... – desollándose las rodillas ante una muestra de adn pero, mientras que el engaño no genere lucro... ¿Quién soy yo para decir a nadie ante quien o qué se puede o no rezar un padrenuestro?

Sin embargo, estoy mucho más interesado en la historia que rodea la noticia, por razones obvias; parece ser que Alfredo Barbagallo que, dicho sea de paso, no es la primera vez que asegura encontrar el origen irrefutable de algo, acaba de publicar un vasto estudio de más de quinientas páginas sobre el mencionado vaso. El estudioso lleva, como digo, la tira de años con la misma cantinela pero ahora asegura que dispone de pruebas "que lo convertirían en una realidad y en el mayor descubrimiento de la religión católica".

Naturalmente, no es tan sencillo; la reliquia se encontró en la tumba de San Lorenzo, en el Vaticano, un joven diácono al que le tocó el marrón de guardarla en un momento en el que en Roma no se podía uno ni asomar a una ventana si sabía dibujar un pez en la arena. Lorenzo la llevó a las lejanas montañas oscenses y de ahí, la copa empezó un peregrinar que abarcó iglesias, conventos e incluso capillas de reyes como Recaredo (primer monarca visigodo que abrazó la fe católica) o Alfonso el Magnánimo, para acabar finalmente en la Catedral Valenciana de donde no se ha movido desde 1437, salvo para esquivar los efectos de las Guerras Napoleónicas o la guerra entre nosotros mismos de 1936...

¿Qué es lo que hace especial a este cáliz? Pues, ni más ni menos, que es el único que ha resistido un examen científico como dios manda... La reliquia valenciana ha sido datada por especialistas alrededor del siglo I de nuestra era lo que, lógicamente, ha llenado de alegría a sus custodios y ha motivado que historiadores como Barbagallo den por hecho que estamos ante el Santo Grial. Partiendo de la base de que ni siquiera sabemos de verdad, que co... es el Santo grial – para algunos un objeto, para muchos una idea y para mí, casi un motivo de reflexión... – identificarlo con la pieza que nos ocupa es cuanto menos arriesgado, por no hablar de que no me explico como semejantes “evidencias” da para un estudio de medio millar de folios; no creo que el galileo tuviera especial gusto por hacer que su vajilla quedara perpetuada en el tiempo y tampoco creo que se molestara en grabarla con su nombre como hacen los enamorados con su regalo de bodas. Si me preocupa o, al menos, me resulta curioso, que nos cueste mucho menos quedarnos prendados de una pieza de loza que de la obra del presunto propietario... que me parece mucho más interesante.
-------------------------
Para saber algo más del cáliz valenciano, aquí
Para valorar opiniones particulares sobre las reliquias del cristianismo, aquí o aquí

lunes, 23 de febrero de 2009

El cazador cazado


Cuando en un país, aquel que ejerce la responsabilidad de gobierno la ejerce en su propia persona, es cuando realmente se puede hablar de sociedad avanzada. Y ante lo que hoy ha pasado no queda más remedio que congratularse. Entiéndaseme... no hablo ahora en términos partidistas, ni de derechas ni de izquierdas; hoy es un gran día porque alguien ha comprendido que tanto su persona como sus meninges no tienen la entidad necesaria para desempeñar el cargo de primer notario del reino – aunque, ciertamente, le ha costado... – y se va voluntariamente – es un decir... – para dejar que otro lidie con los problemas y entuertos varios a los que él no supo ofrecer la muleta. Lástima que nos quede en la retina la imagen del susodicho cazando ciervos, cuando realmente, los cuatro tiros que pegó es lo menos importante en este caso: Bermejo se va por múltiples razones, ninguna de ella cinegética. Bien por su decisión. Es lo natural y lo justo; e igual de justo es reconocer la labor de aquellos que en su propio partido, se lo han llevado a una esquina y le han dicho... “Mariano... mirátelo, que sería lo mejor para todos”. Tan solo me queda un pequeño resquemor, motivado por la influencia que la cercanía de dos convocatorias electorales pueda haber tenido en la resolución de este caso... pero hoy no me apetece demasiado ser malpensado.

Insisto... cada vez que esto ocurre, España avanza que es una barbaridad. A ver si los del lado contrario del hemiciclo no hacen excesiva leña del árbol caído, recomponen toda la ristra de pactos y acuerdos varios que preferían dejar en suspenso escudándose en la presencia bermejil y hacen por buscar la viga más que la paja... ya que en breve, los que estén dimitiendo pueden ir de azul marino. Y aquí me viene a la cabeza otro elemento, también Ministro de Justicia y forense a tiempo parcial, que eligió Turquia para dar su espectáculo particular... ¿Será capaz de estarse callado hoy?

Y a todo esto... Maleni... ¿Cómo lo ves?

domingo, 22 de febrero de 2009

Guerra psicológica en Granada

Combate en Granada por Agnus McBride

Alguien dijo una vez que no es tan importante que yo pueda imponerme al adversario, como que él sea consciente de ello. Semejante regla se ha cumplido sin interrupción en nuestra conflictiva historia... y episodios sobran; uno de ellos, ocurrido durante el asedio a la musulmana ciudad de Granada, es especialmente curioso...

Una tarde, un ocioso pero aguerrido capitán cristiano, Hernán Pérez del Pulgar, tuvo noticia de que una de las puertas de Granada, por la que apenas podía pasar un hombre erguido, estaba sin vigilar. Fernando se encaminó hacia ella, ya de noche, acompañado de una docena larga de acólitos y, tras recorrer unas cuantas callejuelas, llegó a una mezquita; se acercó a la puerta y poniendo gran cuidado en no ser visto, clavó en la puerta de la misma un pergamino con la leyenda "Ave María". En ese momento gritó "¡Tomo posesión de este lugar en nombre de los Reyes de España y de la Santa Madre de Dios...!" y salió inmediatamente a la carrera, pues una horda de hijos de Alá se aprestaba a lanzarse tras ellos, echando espumarajos por la boca.

A los pocos días, con los Reyes observando la ciudad desde una empalizada y, sin duda, sintiéndola ya como suya, los presentes repararon en que un enorme jinete musulmán se acercaba, al trote, a las posiciones cristianas. El retador cabalgaba con cierta parsimonia y de su boca, aparte de un buen puñado de lindezas, salían constantes provocaciones hacia los valientes - según él, todo lo contrario... - responsables de la profanación de la mezquita. En ese momento se giró, y se pudo ver claramente como el de Alá había atado el mencionado pergamino a la base de la cola de su cabalgadura, de modo que la inscripción en honor a la Virgen quedaba, más o menos, justo enfrente del lugar por el que todo mamífero expulsa lo que le sobra...

Aquello fue demasiado; a pesar de que Fernando había prohibido los duelos singulares, un tal García de la Vega emergió de la trinchera, montó en su caballo y se distanció unos cientos de metros de su adversario, solo para chocar con él violentamente, segundos después. La fuerza del musulmán descabalgó al cristiano que era bastante más bajo que él, pero también debía de ser más ágil y rápido porque aún estando desmontado, logró igualar la contienda. Ambos guerreros rodaron por el suelo y el musulmán - un caudillo muy famoso entre los suyos que atendía al nombre de Tariq - intentó ensartar a García con su espada, sin éxito. El cristiano, abrazado a su enemigo como si fuera el más "sonado" de los boxeadores, maniobró rápido, sacó un pequeño puñal de su cinturón y lo introdujó por la abertura de la armadura del musulmán, hasta que alcanzó el corazón.

Tariq, con los ojos en blanco y sabiéndose muerto, empezó a recitar algo, quien sabe si una sura del Corán, más no le dio tiempo a acabarla; García agarró la espada que había estado a punto de matarle poco antes y decapitó limpiamente al muribundo... agarró por el pelo su cabeza y la exhibió ante los suyos, henchido de orgullo. Del lado español, un torrente de invocaciones marianas y de agradecimientos a Santiago y a Cristo resonó en el ambiente; del musulmán, se apoderó el silencio y salvo los centinelas, el resto de asediados se retiró, cabizbajo, cada vez más convencidos de que Dios les estaba abandonando.

Fernando, con poco gusto por semejantes costumbres medievales, frunció el ceño ante la desobediencia sufrida pero al ver a sus tropas como locas de alegría, recompensó al retador responsable del disgustazo musulmán; desde ese día, en el escudo de armas de la más vieja de las ramas de Garcías de la Vega de la heráldica española, figura un pergamino con la inscripción "Ave María".

Para saber más sobre los Reyes Católicos y su época, aquí

Para leer una historia sobre la Guerra de Granada, aquí

Y si os gustaría adquirir la mejor monografía sobre la contienda, aquí

miércoles, 18 de febrero de 2009

Ahora sí... antes no


Los jueces se han puesto en huelga...

....aludiendo un supuesto derecho constitucional del que carecen, cosa que deberían conocer ya que se supone que han sacado una oposición.

Al parecer, están preocupados con la lentitud de la justicia, con el retraso en la tramitación de expedientes, con la cantidad de papeles que se acumulan en sus juzgados... Vamos, que quieren acabar con esta imagen de cachondeo que adorna la justicia patria....

A ver...

Respeto al que se lo crea... pero es que yo no soy gilipollas; estos señores se han puesto en huelga única y exclusivamente en el momento que han visto su culete peligrar si casos como el de la niña Mariluz se vuelven a producir y al Consejo Superior del Poder Judicial, jaleado por el gobierno, se le ocurre intentar depurar responsabilidades llevándose a algún juez por delante. Ante semejante envite, hay que tomar la calle... claro... no sea que al siguiente en vez de una multa le caigan algunos años e incluso un par de hostias de algún familiar del damnificado. Hasta ese momento, que yo sepa, cuando la figura del Juez era sacrosanta y la posibilidad de exigirle una cierta profesionalidad en su comportamiento era una quimera, el retraso en los juzgados les preocupaba poco o nada y la huelga, ni siquiera se contemplaba.

Pero claro...

¡Como me molesta que me tomen por tonto!

Un día en las carreras


Los juegos romanos por excelencia eran los circenses. Aunque los libros y las películas nos bombardeen con escenas pobladas de adonis a pecho descubierto y el tridente en la mano, el disfrute de la plebe solo alcanzaba el grado orgiástico con las carreras de cuadrigas. Posiblemente, es mucho más fácil para Hollywood simular una pelea de gladiadores que un gran premio de la antigüedad pero el auge de este entretenimiento era tal, que aparte de dos circos de considerables dimensiones levantados en tiempos del Cónsul Flaminio y del emperador Calígula, fue necesario un tercero: El Circo Máximo... una gigantesca construcción que ocupaba la práctica totalidad del valle del Murtia. Curiosamente, el lugar no fue escogido a causa de su disponibilidad, ni tampoco porque a algún concejal listillo se le ocurriera recalificarlo a la carrera... No... Fue elegido porque la naturaleza del terrero, algo esponjosa, colaboraba a hacer menos dramáticas las caídas... que, no lo dudéis, debían ser de órdago..
.
En todo caso, la inteligencia y practicidad romana estaban absolutamente presentes en el edificio; provisto de caballerizas (carceres) y vestuarios y con un graderio donde, se supone, debían de caber casi cien mil personas, estaba jalonado además por diversos puntos entre los que debían de pasar los carros (metae) y un sinfín de divinidades esculpidas en mármol que, se supone, representaban a aquellos Dioses que más y mejor se habían interesado por el asunto de las carreras. El conjunto, del que no se puede decir que fuera minimalista, estaba rematado por los Septem Ova, que eran las figuras que se volteaban cuando se iban cumpliendo las siete vueltas que componían las carreras reglamentarias... y que muy pocos llegaban a terminar.

Naturalmente y como bien sabe nuestra Ministra de Fomento, las grandes obras dan una barbaridad de problemas y necesitan actualizaciones constantes. Al principio, los caballos salían disparados al tratar de negociar las curvas y muchos espectadores quedaron literalmente empotrados debajo de estos pobres animales, también patas arriba. Para remediarlo, primero se instaló una valla de hierro y más tarde, un foso, que evitaba impactos no deseados. Más tarde Agripa, aquel yerno de Augusto que era aún más viejo que él, contribuyó a embellecer la obra sustituyendo los huevos... perdón... los ova, por los delfines dorados que incaban la cabeza al paso de los corredores... Y así año tras año, la obra más mastodóntica del Imperio, al menos al menos si consideramos solo las no militares, se iba actualizando como si de un moderno estadio de fútbol se tratara.

Y al igual que en la actualidad, cuando tocaba evento deportivo, los aledaños del recinto cobraban vida propia y se convertían en una pequeña ciudad donde se celebraban espectáculos menores, se cerraban contratos e intercambios mercantiles de todo tipo, se intercambiaban esclavos y concubinas y se delinquía y robaba a discreción... Sí... a pesar del esfuerzo de las cohortes urbanas y de los vígiles, especie de cuerpo de policia con labores relacionadas con el orden público, la aglomeración de personas, el frenesí desencadenado y el alto grado de ingesta de vino que adornaba a la mayoría del personal, motivaban continuos tumultos y conatos de peleas que hacían que fuera tremendamente fácil hacerse con la cartera – en este caso, bolsa – ajena.

Si el pobre incauto – también llamado espectador – decidía aventurarse hacia el Circo y conseguía eludir a prostitutas y rateros varios, ya solo debía ocupar su localidad y disponerse a enloquecer ante un espectáculo en el que todo estaba diseñado para atraer su atención y suscitar su arrebato: el hormigueo del publico, la grandeza del decorado, la belleza de las matronas romanas especialmente emperifolladas y el entusiasmo de niños y ancianos concentrados en los 569 metros – dos rectas de 214 y las consecuentes curvas – que tenía cada vuelta.

La carrera, como ya he dicho, constaba de siete vueltas que puede parecer un número escaso pero que, os aseguro, bastaba para que gran parte de los participantes si no la mayoría, se quedaran por el camino con el cuerpo lleno de magulladuras y más cardenales que un concilio vaticano... El plato fuerte del día, la Carrera de Aúrigas, iba precedida por desfiles de músicos y artistas, exhibiciones de animales exóticos y números de habilidad en los que avezados jinetes desafiaban a la suerte saltando entre cabalgaduras al galope, simulando cargas de caballería o simplemente, intentando coger objetos o pañuelos del cuerpo de voluntarios... que no dejaban de mirar de reojo a las cabalgaduras...

...Pero por lo que se pagaba la entrada era por la carrera; en ella, bigas, trigas, cuádrigas o incluso decumiuges (una extraña perpervisión de un tiro pero compuesto por diez caballos y, por ello, prácticamente ingobernable) luchaban por imponerse en un escenario irrespirable a causa de la multitud, el polvo, la presión... y la posibilidad de una caida que en la mayoría de los casos... era fatal. Cada valiente pertenecía a una cuadra concreta, que se identificaban con un color representativo y por la que los espectadores tomaban partido inmediatamente, ondeando pañuelos y chales del correspondiente color y coreando, a gritos, tanto el nombre del conductor como el de la cabalgadura.

Porque unos y otros llegaban a ser considerados poco menos que Dios reencarnados: la gente pagaba por ver a Víctor, un hermoso alazán que triunfó en 429 carreras y apenas se hizo un rasguño en ninguna de ellas... o Escorpus, un belleza para que se retiró tras más de mil carreras invicto. Naturalmente, las jóvenes romanas se fijaban más en los aúrigas quienes, como modernos Ronaldos, copaban los temas de conversación de los carrillos y las tabernas y quienes, conscientes de ello, se dejaban ver paseando con la bolsa llena, esperando a que alguna hermosa joven decidiera fugarse con él... aunque solo fuera por un noche.

De ellos es imposible destacar a nadie; son tantos y de tantas épocas que incluso tumbas y mausoleos suyos nos han llegado, prácticamente intactos. Pero fue curioso el caso de Diocles... Veréis... Diocles era un bien parecido muchacho que, entre bigas y cuádrigas, ganó casi mil quinientas carreras. Joven y bien parecido, amasó una fortuna de 35 millones de sextercios de la época - una auténtica barbaridad - y eso, además de tener que poner un "espere su turno" electrónico a la puerta de su alcoba... Incluso, como un moderno Figo, se pasó varias veces al enemigo, corriendo para las más importantes cuadras, todas ellas enemigos irreconciliables. Un día, tras 24 años de éxitos, dejó de correr y se retiró al campo. Sus fans, desconsolados, le erigieron una gigantesca lápida en el circo, que detalla, carrera a carrera, todos sus logros... y que tras su muerte seguía recibiendo flores casi todas las semanas...

Fue, seguramente, el primer "galáctico" de la historia.

Si se entera Florentino...

lunes, 16 de febrero de 2009

Las compresas de Victor Belenko



El 6 de septiembre de 1976, un extraño aparato apareció sobre los cielos del aeropuerto japonés de Hakodate y en medio del estupor general, acertó a efectuar un aterrizaje de emergencia que casi le llevó a impactar con la torre de comunicaciones. Victor Belenko, que así se llamaba el piloto, tuvo suerte de sobrevivir... En su desenfrenada toma había reventado uno de los neumáticos del tren de aterrizaje y además, apenas le quedaba combustible en sus depósitos para tres minutos más de vuelo. Pero a Belenko no le importaba nada; más bien al contrario, estaba contentísimo y con los ojos abiertos como platos.

Acababa de desertar.

Belenko, además, era portador de un maravilloso regalo... Nada menos que un Mikoyan Gurevich Mig-25, el arma más secreta de la Unión Soviética en aquellos días y un enorme quebradero de cabeza para los generales occidentales que sospechaban – luego veremos que con poco fundamento... – que la nueva nave era la ficha que iba a permitir recuperar a los malísimos rojos la iniciativa en el campo aeroespacial.

Del mencionado Mig, se sabía bien poco... Algunas fotos mal enfocadas no permitían hacerse una verdadera idea de sus dimensiones pero los informes de inteligencia hablaban maravillas de una máquina que, al primer intento, había mandado a freir espárragos una docena de plusmarcas de altitud, velocidad y ascensión. Poco a poco, el avión fue adquiriendo un aura casi mitológica que el desconocimiento no pudo sino acrecentar y Occidente, al borde de un ataque de nervios, puso a toda su red de “colaboradores” a intentar pescar a alguien a quien le apeteciera ceder uno a cambio de un talón al portador.

Sin embargo, los motivos de Belenko no fueron éstos. Decidido a salir de la Unión Soviética desde años atrás por el medio que fuera, ni siquiera fue contactado por la inteligencia estadounidense; Victor diseñó un plan de vuelo viable y esperó meses a que sus propios mandos le ofrecieran una misión lo suficientemente al este como para alcanzar sin problemas la costa del Japón. Una vez en el aire, se retrasó de sus compañeros y aceleró a fondo sus postquemadores rumbo al sol naciente... y con una sonrisa de oreja a oreja.

Sólo pretendía ser libre.

Los japoneses llamaron a los americanos que, alborozados, procedieron a estudiar al Mig, sometiéndolo a un despiece contundente, devolviéndolo al cabo de 67 días – en medio de un cabreo monumental de la URSS... – y llegando a la conclusión de que, afortunadamente, no era para tanto; aunque construido en titanio y capaz de enormes velocidades, sus sensores y sistemas de radar seguían estando un escalón por debajo de los occidentales y su maniobrabilidad era escasa. América respiró...

Belenko, mientras tanto, fue enviado a Estados Unidos donde se le acogió como refugiado político y se contrató a una maestra que durante unas semanas le explicó como funcionaban las cosas en el “mundo libre”. Su primera salida, acompañado de dos agentes de la CIA, fue a un supermercado, donde aparte de sorprenderse por la ausencia de colas y de vales de comida se quedó alucinado ante el aluvión de productos que poblaban las estanterías. Sin saber que comprar, cogió una caja que tenía escrita la palabra “libertad”...

Era una caja de compresas con alas.

Muy apropiadas para un piloto.

---------------------------

Para saber más del Mig-25, aquí.
Para saber algo de Victor Belenko, aquí.

jueves, 12 de febrero de 2009

Tengas hijos...


...y te salgan como Carlos.

Así debería rezar alguna maldición de gitana malpgada a tenor de la mezcolanza de debilidades físicas y taras variadas que tenía Carlos de Austria y Avis, enfermizo hijo de Felipe II de España y María de Portugal. Y en este caso, avisados iban..., porque ambos consortes eran primos... ¡por partida doble! Así planteado el asunto, no debe sorprendernos que en el momento de su nacimiento, se mirara al pobre crío con el ceño fruncido, como quien busca el ticket de un extraño regalo con la intención de devolverlo.

Carlos, en ausencia total de su padre, funcionario a tiempo completo y estadista solo a ratos, se crió en la más absoluta de las desmesuras en compañía de sus tías, y fue consentido de tal manera, que cuando su padre volvió de uno de sus viajes se horrorizó al ver que el cabr... perdón, que el heredero disfrutaba cociendo a libres vivas o dejando ciegas a cabalgaduras ayudado de un hierro candente. Viendo el percal, Felipe le intentó arrimar a Juan de Austria, hermanastro suyo pero de edad más cercana a la de sobrino, pero ni siquiera la influencia de aquel gentil hombre pudo disipar las dudas que se cernían en una persona que, por encima de todo, estaba enferma.

Porque, quede claro que ni su brazo más largo que otro, ni su pierna más corta que otra, ni su joroba ni su labio caído eran el principal problema del muchacho... El problema es que estaba como un cencerro y, para complicarlo todo, una caída por las escaleras de palacio le dejó más tocado aún... Con el chico se probó de todo, menos la acupuntura: Se le llevó ante varios curanderos, se le hizo dormir con la momia de un santo – lo cual, pensándolo un poco, no creo que le haga bien a nadie – e incluso se le trepanó el cráneo con la esperanza de aliviar sus humores, nombre con el que se conocía entonces a la hidropesía. Pero nada se consiguió, salvo empeorarle de modo que los estados de mediana lucidez de que disfrutaba eran cada vez menos frecuentes... y empezó la teoría de la conspiración...

Sí... Carlos empezó a notar, primero, que casarle iba a ser como acertar la ruleta de fortuna con un disléxico y dos, que su padre le mantenía al margen de cualquier asunto que afectara al interés de la corona... y Carlos empezó a calentarse; culpa de ello tuvo el Conde de Egmont, líder crítico – o algo así... – de las Países Bajos, con quien Carlos llegó a pensar en escapar gracias a vanas promesas y la esperanza de eludir el dominio paterno pero el príncipe que era aún más bocas que tonto, le cascaba sus planes a cualquiera con el que se encontraba con lo que, prácticamente, forzó a su padre a confinarle en sus aposentos... eso sí, sin cuchillos ni tenedores, no fuera cosa de le diera por suicidarse...

El 28 de Julio de 1568, tras un tiempo de confinamiento, una huelga de hambre, otra huelga de hambre a la japonesa – comiendo como un tordo – y cientos y cientos de desvaríos, Carlos murió, muy posiblemente ni envenenado, ni decapitado, ni nada por el estilo... ya que Felipe podría haberlo mantenido vivo, a coste cero, en cualquier monasterio o palacio de su elección.

Empezaba la leyenda negra.

martes, 10 de febrero de 2009

Encuesta "¿Cúal de estos conquistadores españoles desarrolló la empresa más impresionante?"


De entre todas las gestas – entendido el mencionado término como conjunto de acciones buenas y malas, que consiguen un resultado duradero y extraordinario – realizadas por españoles en el Nuevo Mundo, la Conquista de México se alza, de forma indiscutible, como la más impresionante. Los motivos son variados: la riqueza y fastuosidad del reino conquistado, el toma y daca constante entre españoles y aztecas, episodios como el del barrenado de los barcos o “La noche triste”, la atractiva personalidad de Cortés... Todo configura un devenir casi novelesco en el que aparecen la emoción, el odio o la intriga sin solución de continuidad, entrelazando personajes extremos e irrepetibles como Doña Marina o Pedro de Alvarado que contribuyen a mitificar la historia, al menos, a los ojos hispanos; sin embargo ¿podría haber sucedido de modo diferente?

Me explico... Los más de nosotros, lectores aficionados, e incluso venerables gurús de la historiografía moderna han relacionado, sin rubor, el resultado de la gesta mejicana con hitos como la superioridad táctica en el campo de batalla de los conquistadores españoles, el uso por éstos de las armas de fuego o la propagación de enfermedades y, lo cierto, es que a mi modo de ver, darlo por bueno en éste caso concreto es un error; Quiero decir que todos sabemos que los españoles tenían la experiencia militar derivada de campañas contra los moros o las desarrolladas en tierras italianas pero no hay táctica que valga cuando la relación es de cien contra uno... Por otro lado, las armas de fuego eran escasas, la pólvora tenía tendencia a mojarse continuamente y en cargarlas se tardaba una verdadera eternidad y las enfermedades... bueno... no cabe duda que tuvieron un impacto brutal pero no en el momento de la conquista sino tiempo después, en el momento, si queréis, de la colonización...

Por tanto, nada de lo anteriormente dicho nos aclara el panorama y es preciso recurrir a otra explicación, más relacionada con las psicologías de ambos bandos y de sus cabecillas... de sus temores y de sus miedos, y para ello es necesario reparar en las dos civilizaciones que se iban a encontrar, y en el momento tan diferente que atravesaban una y otra. Empiezo...

La España pre-imperialcomo a mí me gusta llamarla – era, sin ninguna duda, el producto demográfico e ideológico de aquellos que llevaban luchando más de setecientos años, primero en casa contra el musulmán durante la mal denominada reconquista y después, víctimas de ínfulas universalizadoras, en el norte de África, Italia y, muy pronto, centroeuropa. Esta permanente actividad guerrera generó una enorme cantidad de oportunidades para una clase social que únicamente surgiría en la península, el Hidalgo, entendido éste como aquel con nobleza de sangre pero no de bolsillo. Para el hidalgo, totalmente obsesionado con la idea del triunfo, del éxito sobre los de su propia clase, vetada la posibilidad de enriquecerse vía comercio a causa de prejuicios ligados con la condición de español y de cristiano viejo, solo quedaba la iglesia o la milicia. Y la milicia se practicaba en los tercios que se empezaban a acuartelar en Nápoles o Sicilia pero, y esto es importante, se rentabilizaba en el Nuevo Mundo, de donde llegaban historias casi mitológicas, en labios de infanzones que un día no muy lejano apenas habían tenido que comer y ahora portaban – o eso decían ellos – cubiertos y servicios de oro puro.

Estos navegantes y oportunistas de fortuna, sin nada que perder y sin verdaderos motivos que les impulsaran a volver a España si no era cubiertos de riquezas, acabarían dando lugar a los Conquistadores, verdadero motor ideológico y militar de la conquista en tanto en cuanto el Estado Español no intervenía directamente en ella – tan solo concedía adelantamientos para conquistar – ni con dinero público ni con tropas regulares. Para aquellos, el ideal de victoria o muerte, tan presente en extremismos como el de los espartanos de Leonidas no podía estar más presente aunque éstos últimos pelearan por el ideal que otorgaba sentido a sus vidas y los conquistadores por otro bien distinto, fundamentalmente, la idea de triunfo, tanto social como económico.

Enfrente suyo, el Imperio Azteca, un conglomerado de pueblos de ascendencia méxica que empezó a prevalecer a mediados del siglo XIV y que, en tiempos de Cortés, ocupaba un área de influencia que equivaldría a la mitad del moderno estado de Méjico. Los aztecas eran el pueblo predominante en un suerte de triunvirato de tribus que respondía al nombre de "Triple Alianza" y que, a base de diplomacia en algunos casos y de empuje militar en las más de ellas, controlaban a más de una cincuentena de tribus. Su poder, que solo encontraba resistencia en étnias igual de guerreras que las suyas como la de los Txacaltecas o los Tarascos, les habilitaba para obtener cuantiosos tributos así como para disponer de una ingente cantidad de mano de obra “no voluntaria” que configuraba así una sociedad de corte militar – esclavista... en la que la religión lo controlaba absolutamente todo... constituyendo a la vez, su mayor debilidad.

Veréis... en 1502, casi veinte años antes de la llegada de Cortés, subió al trono Moctezuma, un nuevo emperador, altivo y grave a la vez, gran guerrero, pero aún más obsesionado con la religión que el azteca medio... lo que ya era mucho decir... Y es que, fatalistas en grado sumo, adoradores casi compulsivos de la muerte y con un panteón formado por más de dos mil dioses, cualquier cosa podría ser interpretada como un negro presagio a los ojos de los sacerdotes aztecas; y así, en el periodo inmediatamente anterior a la llegada de los españoles, un cúmulo de sucesos turbaron la imaginación de Moctezuma, desde cometas y cuerpos astrales a extraños pájaros en cuyas pupilas se veían a pálidos hombres barbados. El emperador, aterrorizado, dio por hecho que Quetzalcóatl, el Dios supremo y Señor de los aztecas volvía a reclamar su reino, impresión que quedó aún más confirmada cuando al ofrecer sus emisarios tres vestiduras distintas a Cortés, el hispano, probablemente por casualidad, eligió el atavío de éste último Dios. En ese momento Moctezuma ya no dudó... Cortés era el mismo Quetzalcóatl e intentó complacerlo a base de oro y riquezas... y a partir de ese momento, Cortés y sus hombres ya no dudaron... Quetzalcóatl estaba más que dispuesto a hacerse cargo de ellas.

Después vendrían un cúmulo de sucesos, muchos de ellos un despropósito, como la “Matanza del Templo Mayor”... otros inevitables, como la muerte de los primeros caballos y de los primeros españoles, que acabaron por cuestionar y negar en último término su condición divina... pero nada de ello sacó a Moctezuma de su fatalismo, de aquella seguridad, puede que estúpida, pero contra la que su modo de pensar de azteca nada podría hacer, de que el orden sobre el que se asentaba toda la civilización azteca, la relación dominador – dominado, había llegado a su fin y de que, aquellos españoles, aunque mortales, habían llegado para poner el punto final a su reino. Y Cortés, hombre de inteligencia y astucia legendarias, así lo entendió, aguantando situaciones extremas y durísimas, presenciando el sacrificio de otros españoles en la balconada del templo donde tuvieron que esconderse, esperando... una nueva oportunidad... que estaba seguro se acabaría produciendo.

Y aunque en Otumba quedaron al margen los Dioses y solo lucharon hombres contra hombres, unos, los españoles, se trataban entre ellos de señores y la más absoluta de las disciplinas coexistía con la seguridad y la confianza que les otorgaba el que entre ellos se consideraban así mismos como iguales; en el otro lado, dos, tres, diez jefes a los sumo, manejaban una miriada de guerreros fuertes y valerosos... pero esclavos si no de condición, sí al menos de pensamiento. Por eso, cuando un escuadrón de jinetes, utilizando la docena larga de caballos que quedaban se lanzó contra su jefe, aquel que portaba el penacho más largo y florido, y lo cortaron, se cortó también el cordón umbilical que sostenía a una sociedad que en muchos aspectos estaba ya acabada y amortizada.

Es por ello que la historia de la conquista de México no fue, en mi opinión, más que la triunfo de una pisqué, de una sociedad en ascenso frente a otra, extenuada social, moral y psicológicamente...¿Cómo lo véis vosotros?

viernes, 6 de febrero de 2009

La muerte del Doctor Muerte

Foto "El País"

El doctor muerte... ha muerto.

O al menos eso parece; me hago eco de la noticia publicada en la edición digital de “El país” que, aludiendo a los testimonios de varios testigos entre ellos su hijo y a una investigación de campo efectuada por la “National Geographic”, da por segura la muerte de Aribet Heim en El Cairo, en Agosto de 1992.

Aribet era un medico nazi de ascendencia austriaca que trabajó como oficial médico de las SS en el campo de concentración de Mauthausen y que, entre otras habilidades poco deontológicas, inyectaba determinados compuestos directamente al corazón de sus víctimas, como petróleo o ácido sulfúrico, al parecer con la intención de “examinar el comportamiento de la víctima ante esos estímulos...” El “Doctor muerte” que es como se le conocía en la comidilla del nazismo, consiguió escapar de Austria en 1962 una vez acabada la guerra, puede que a través de España, y después de dar variados tumbos por una docena larga de países, la verdad es que las variadas asociaciones “cazanazis” no tuvieron más remedio que reconocer que no tenían la más mínima idea de donde se escondía... hasta hace poco.

En 2005 la brigada de la Policía Nacional dedicada a delitos monetarios detectó varios reintegros de dinero procedentes de una cuenta en Suiza y otra en Austria, reintegros bastante importantes, siempre en efectivo y efectuados en sucursales bancarias de Palafrugell y otras localidades catalanas. Pensando en un posible ilícito de blanqueo de dinero, fueron tirando del hilo hasta identificar a las tres personas que efectuaban los reintegros como hijos del mencionado Heim; curiosamente, todos los reintegros se hicieron como autorizados y no como titulares de las cuentas con lo que se llegó a dos conclusiones... una, que los hijos utilizaban la autorización porque no eran titulares de las cuentas bancarias... ergo, dos, que si los hijos no iniciaban el proceso testamentario era porque resultaba imposible probar que su padre estaba muerto... o porque Heim aún estaba vivo.

La policía española se movió rápido y contactó con la policía judicial israelí, confirmando ésta al momento, que el Doctor Muerte tenía causas pendientes con la justicia hebrea – como no... – pero sin embargo, cuando se tiró abajo la puerta de una vivienda unifamiliar donde sus hijos solían reunirse de cuando en cuando – pero que no estaba a nombre de ninguno de ellos – no se encontró a nadie dentro... aunque había indicios que sugerían que alguien la había estado utilizando como vivienda habitual.

Desde entonces, las versiones sobre su final ¿o no? darían para varias películas: desde antiguos miembros de los comandos israelíes que aseguran haberle dado muerte en Canadá hasta ex compañeros suyos de las SS que se regocijan de haber colaborado en una nueva fuga, pasando por sus hijos, quienes aseguran ahora que murió en tierras egipcias... quizá porque ya están un poco hartos de no poder pasar por el notario a retirar los tres o cuatro millones de Euros que al parecer Aribet tiene todavía en tierras suizas...

El caso es que este médico infernal tendría, si estuviera vivo, noventa y cinco años y la contribución que pueda suponer al ideal de justicia ¿o venganza? enchironar a un anciano, es opinable desde variados puntos de vista, por muy hijo de puta que sea o haya sido el anciano anteriormente mencionado... No soy quien para opinar sobre esto o, más bien, mi opinión carece de peso específico pues ni soy judío, ni descendiente de judíos ni afectado por holocausto o genocidio alguno pero quizá... solo quizá... los miles y miles y miles de dólares que el Centro Simon Wiesenthal dedica anualmente a mantener una legión de detectives e informadores para delatar a vejestorios que honran a la cruz gamada, serían mejor empleados si estuviesen dirigidos a educar a los hijos y a los vecinos de dichos vejestorios para que no se les ocurra honrar a ese puñetero símbolo... y lo que representa.

Pero solo es una opinión...

jueves, 5 de febrero de 2009

"Masa y Poder" de Elias Canetti



Título: Masa y Poder
Editorial: Circulo de Lectores y DeBolsillo
ISBN: 8497936779 y 9788497936774 (bolsillo)
Tamaño: 23 x 16
Páginas: 664
Precio: 32 € y 9,95 € (Bolsillo)

Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que era imprescindible, antes de leer una obra, degustar el prólogo, la reseña sobre el autor, la bibliografía y un sin fín de comentarios y pies de página. En esa época pretérita, había que leer el libro despacio, saboreando determinadas frases para asimilarlas tratando de encontrar el sentido verdadero que quiso atribuirles el escritor... y al contrario que ahora, ideas y personajes estaban bien construidos, aparecían cuando tenían que aparecer y morían o se reteraban en el momento justo... Naturalmente, en escribir algo así se tarda tiempo, lo que entra en controversia con el fín último del mortal moderno... que es ganar dinero.
Elias Canetti, autor con todas las letras, Premio Nobel, descendiente de sefardíes y persona inteligente a más no poder, escribió su obra cumbre, "Masa y Poder" ¡durante más de veinte años! respetando todo lo anteriormente dicho ¿El resultado? bien... un libro cuyo placer no reside en su lectura, sino en los cinco o diez minutos que, una vez entornadas las páginas, es imposible no dedicar a pensar sobre lo que has leído... sobre la lucidez extrema de las ideas que acabas de disfrutar. Así es la obra, nada más y nada menos: un estudio fundamental para quien quiera hacerse una idea clara, completa y reposada de como el hombre altera o varía su comportamiento, sus empatías e inclusos sus filias y fobias en función de si otros hombres, constituidos en masa, le rodean, le apoyan, le cuestionan o simplemente, le ignoran. Y todo ello desde la perspectiva de un tiempo, la primera mitad del siglo XX que no debe parecernos demasiado alejado y con el que nos identificaremos gracias a los ojos de Canetti.
Mario, inconformista y observador, desgrana con gran habilidad la evolución del pensamiento filosófico sobre el individuo y lo aplica a las acontecimientos vividos o contemplados en primerísima persona, por un hombre como él que ha residido en media docena de países, que ha sido premiado en más del doble y que ha sido testigo necesario e inevitable de fenómenos como el totalitarismo fascista, las crisis económicas europeas de mitad de siglo o la definitiva instauración del sindicalismo democrático.
Un libro difícil de leer... pero una maravilla, de verdad.

miércoles, 4 de febrero de 2009

El Edicto de Granada


El 31 de marzo de 1492 se firmó en la Alhambra Granadina el llamado “Edicto de Granada” que desembocaría, unos tres meses más tarde, en la expulsión de los Reinos pertenecientes a la Corona Española de todos los judíos que hubieran elegido no abrazar la fe cristiana, esto es, adquirir la condición de converso. El planfleto expulsatorio era obra del inefable Torquemada, inquisidor general del reino y acumulación de odio revestida de piel y huesos que, hay que reconocerlo, realizó un trabajo jurídico magnífico. En el edicto se ordenaba abandonar la muy católica España el treinta y uno de Julio, a más tardar, ofrecía ciertas compensaciones económicas para los judíos, pues no podían sacar del país dinero, armas, caballos o cualquier otro objeto o bien susceptible de tener valor alguno y sobre todo, establecía de manera muy clarita que aquel que decidiera hacer caso omiso de la “recomendación” sería convenientemente escabechado...

... Y lo cierto es que no toda la culpa de ese momento infame, ya que sirvió para separar a unos hombres de otros, fue el odio... ¡Qué va!... En el fondo, podemos pensar sin temor a equivocarnos que las principales motivaciones fueron económicas y políticas; y es que, a pesar del antisemitismo de la mayor parte de la jerarquía católica de entonces, de la actuación de la inquisición y de la corriente en contra de los judíos que aquella se ocupó muy mucho de extender por las Españas – la mayoría de las veces a voces desde el púlpito... – lo cierto es que la nobleza y el clero andaban a palos con la burguesía de las ciudades, compuesta en su mayoría por hijos de Israel... Me explico: la actividad económica del reino empezaba a experimentar un cierto movimiento de trasvase desde el campo a las grandes urbes, debido a que la economía de subsistencia en la que quedó sumida la península durante la reconquista iba cambiando hacía una productiva, apoyada en el comercio de materias primas – fundamentalmente lana merina, trigo y armas – a los países centroeuropeos a través de Flandes. Los “terratenientes tradicionales” empezaron a sufrir para conservar los privilegios derivados de su negocio y, necesitados de financiación, recurrieron a los prestamistas judíos que, dicho sea de paso, se forraron a su costa; y como los problemas de los ricos se acaban traspasando a los pobres, al poco fueron los pequeños artesanos y propietarios lo que tuvieron “que renegociar la hipoteca” y en un momento dado, los judíos se convirtieron en todo, menos simpáticos...

A los Reyes Católicos este tema les vino casi bien; con su idea de la unidad de pensamiento y obra en todos sus reinos, los judíos no dejaban de ser el último obstáculo hacia su ideal unificador y, desde el principio, asumieron la puesta en escena de la “ideaca”. Lamentablemente, todo lo negativo se cumplió a rajatabla y todo lo positivo... apenas se cumplió nunca... Las disposiciones reales para la protección de las caravanas de judíos que iban a formarse, aunque bien pensadas, no se pusieron en práctica y excepto en aquellos municipios donde el noble de turno mostró algo de buen sentido... los expulsados fueron vilipendiados, mancillados y agredidos sin compasión por la turba... Sus bienes, fueron confiscados en su mayoría o comprados a un justiprecio abusivo que superaba con creces el interés obtenido con anterioridad por sus propietarios... e incluso se les negaba la venta de burros para el viaje – les estaba prohibida la posesión de caballerizas – o se les suministraban a precios exorbitantes... Y no olvidemos que no todos los judíos eran ricos...

La cifra final de damnificados por el “Edicto de Granada” es discutible y discutida; Afectó mucho más a Castilla que a Aragón y puede estimarse que unas 150.000 almas tuvieron que salir por piernas hacia Portugal, Navarra o el Mediterráneo y la verdad es que, socialmente, tampoco contribuyó a arreglar nada de nada. La conversión masiva e instantánea de muchos judíos aumentó los recelos y la inquina contra ellos de los llamados “cristianos viejos” lo que acabó reflejándose en esa maravilla de la tolerancia conocida por los “Estatutos de limpieza de sangre” que acabó, de hecho, creando una suerte de ciudadanía de segunda categoría... Por último y analizando el asunto de una manera puramente “técnica” se perdieron buenos labradores, artesanos, escritores y médicos, eso sí, con la nariz excesivamente aguileña... ¡Hay que joderse!

En conclusión, la nobleza feudal ganó y la incipiente burguesía de las ciudades perdió, atrasando así a España unos ¿cien años?...Casi mejor, olvidemos la condición de expulsores y expulsados, no tratemos de extrapolar este caso a eventos de rabiosa actualidad y quedémonos con las caras, que no dejan de ser el espejo del alma. Un ser humano niega a otro lo que él mismo tiene y no está dispuesto a renunciar... por su propio interés.
Que asco.

martes, 3 de febrero de 2009

El elefante Pizarro


Vaya por delante que estoy en contra de la existencia misma de los zoológicos. Desde su más antigua razón de ser, como jardín cuasi privado y exótico de reyes y emperadores, hasta la más moderna, revestida de un aura de conservacionismo y labor social, las cárceles de animales, como diría una amiga mía argentina, "me chupan un huevo". Además, me da igual si el gobierno chino nos alquila un panda, dos o media docena, si a los orangutanes les han puesto un columpio nuevo y si la foca que antes sabía contar hasta dos, ahora sabe contar hasta tres... No dejan de ser un negocio, un buen negocio que se basa en tener puteados a unos centenares de bichos y argumentar, de cuando en cuando, que ha nacido una valiosa cria de tal o cual especie... valiosa no por ella misma... sino porque sera una estupenda moneda de cambio a la hora de adquirir un nuevo especimen de algún otro zoológico... ¡Y que no me calienten con lo de salvar las especies que ya las salvamos todos, si es que se puede, con los impuestos que sufragan centros de recuperación!

...Es que me enervo... El otro día, sin ir más lejos, me convencieron - mentira, es más justo decir, me obligaron - para pasar el día en Faunia, sí, esa máquina de corromper ecológicamente a niños y padres disfrazada de centro de estudio de la naturaleza. Bien, una vez allí, pasándolo desde el principio realmente mal y esquivando a miles de niños persiguiendo a perritos de las praderas, conseguí escabullirme hacía un pabellón en el que se distribuían varias celdas - llamemos a las cosas por su nombre... - que albergaban determinados animales acostumbrados a la vida nocturna... y no, no hablo de Dinio ni de Pocholo. Sigo; al pasar por la tercera o la cuarta de aquellas, se muestra ante mí un cartel explicativo que pone... "Lince Boreal" y digo... "¡leche! ¡Un lince! con lo que a mí me gustan los felinos...."

Al lince, amigos, había que verlo; Aparte de que estaba literalmente ciego gracias a el empleo de decenas de flashes - prohibidos, claro... - y no le quedó más remedio que darse la vuelta de cara a la pared, el pobre empezó a hacer un movimiento de vaivén, al estilo de ese con el que Brad Pitt adornaba su personaje en "Doce Monos" y luego empezó a repetirlo, esta vez de frente al cristal, gopeándose maquinalmente la cara. Daban ganas de llorar.

Al menos, el trato a los animales en los primeros de nuestros zoos mejoraba porque estos estaban menos masificados y porque no había cámaras reflex. Y en aquellos días, aquellos animales eran actores principales de historias, cuanto menos, más simpáticas... Una de ellas es la protagonizada por un elefante índio, de nombre "Pizarro" que después de recorrer el continente americano con su alter ego, de nombre "Cortés", desembarcó en la península a mediados del siglo pasado. Pizarro era la principal estrella de un espectáculo en el que luchaba contra toros y otros animales salvajes en las plazas monumentales de los pueblos, saliendo, para recogijo de nuestros abuelos, casi siempre victorioso. Su momento de gloria le llegó en la Plaza de las Ventas de Madrid, donde una tarde, caneó el solito a seis ejemplares de variadas ganaderias, y no consiguiendo abrir la puerta grande... más que nada porque no podría salir por ella...

Pizarro, ya retirada - pues acabó por verificarse que en realidad era hembra.. - y disfrutando de una especie de jubilación en la antigua Casa de Fieras del Retiro, consumó su más simpática actuación una mañana de mayo... Sintiéndose algo más hambrienta de lo habitual, a pesar de haber consumido su ración diaria, se las arregló para escapar en dirección a la Calle Alcalá, terminando su odisea en una panaderia donde, en medio del estupor de la dueña, dio buena cuenta de varios quintales de pan. Acto seguido, ya más amansada, no puso reparos en acompañar a su cuidador de vuelta a la jaula... :-)

Sería alrededor de 1864...

lunes, 2 de febrero de 2009

La amante de Amadeo


Si algo han tenido en común todos los reyes hispanos, ya lo hayan sido de cuna, adopción o imposición, es que les “han ido” las mujeres más que a un tonto una tiza del cinco... Cierto que resulta algo soberbio atribuirles este ¿vicio? ¿virtud? a ellos en exclusiva, cuando la mayoría de los mortales pecamos de pensamiento y obra de igual manera, pero es que.... ¡lo de los monarcas hispanos es de traca! ¡Si es que se puede construir una Historia Universal de España, de éstas de más de veinte volúmenes, a fuerza de unir amantes, concubinas, mancebas y asimiladas...!

De todos estos casos, uno de los menos conocidos y, curiosamente, de los más fragantes, fue el de Doña Teresa Pombo; Teresa, que debía de estar más prieta que los tornillos de un submarino, cantante de cuplé y de fado y muy hermosa ella en general, casi vuelve loco a Amadeo de Saboya, efímero rey nuestro al que, por lo poco que reinó y lo mucho que ligó, no se le puede acusar precisamente de perder el tiempo... En una de éstas en las que ambos estaban recuperándose de “el último” – no necesariamente el cuplé – va doña Tere y me le pregunta a Don Amadeo aquello de... “Bueno ¿y de lo nuestro qué?” El italogalán, con lo ojos fuera de las órbitas, la responde que bastante tiene con lo que tiene y que como mucho, quedarán algún día a tomar algo, confiado en que el tema estaba, definitivamente, finiquitado.

...Pues finiquitar el tema costó dos millones de reales de los de antes, que ya está bien; Doña Teresa, que aparte de buena debía ser además muy poco tonta, agarró el dinero y salió zumbando a París de la Francia con la sana intención de ingresar en las élites de la ciudad de la luz, a fuerza de talonario; no lo consiguió: al poco de llegar, murió atropellada por un coche de caballos... al parecer, de forma fortuita.

Por cierto, el marrón monetario se lo comió Sagasta que, preguntado en el congreso acerca del dinero faltante – se sacó, con bastante poco tino, del Ministerio de la Gobernación, con cargo a los gastos de aprovisionamiento de las fuerzas militares en Cuba – tuvo que aguantar, estoicamente, que se le acusara de habérselo quedado para financiar su carrera política. Sagasta, aguantó como pudo con cara de circunstancias... pues estaba al corriente de todo.

domingo, 1 de febrero de 2009

Encuesta "Teniendo en cuenta la situación a la que tuvo que hacer frente... ¿Que nota le pondrías al reinado de Felipe II?"

No deja de ser indicativo el que más de un tercio de todos vosotros – dejando aparte lo muy poco significativo del muestreo de la presente encuesta – piense que el reinado de Felipe II en España merezca, al menos, una nota media de notable. Ni entre los historiadores españoles, ni mucho menos entre los extranjeros abundan los que se atrevan a calificarle de esta manera y, no digamos ya, los que serían capaces de ponerle un sobresaliente en su reválida; y es que, curiosamente, Felipe es mucho mejor tratado entre los no profesionales de la historia... ¿El porqué? Quien sabe... sin la poderosa personalidad de su padre, sin ser excesivamente simpático ni especialmente virtuoso, con una manera de entender la vida contraria a la de la mayoría de los hispanos correligionarios de su época, sin embargo, los que le vemos a través del crisol de las decenas de generaciones pasadas nos sentimos inclinados a perdonar sus errores, que fueron muchos, quizá compadecidos porque atendiendo al otro platillo de la balanza, los marrones que se tuvo que comer, fueron igualmente desproporcionados.

En tiempos de Felipe II, España era una potencia, algo así como el Estados Unidos de Norteamérica de la época, y tenía problemas similares al del moderno gigante financiero e industrial. En una posición privilegiada pero expuesta, rodeado de una potencia católica que le era hostil, de corsarios berberiscos, de la protestante Inglaterra, con multitud de pequeñas pero importantes posesiones diseminadas por toda Europa, los frentes a atender eran variados y ciertamente urgentes; Y todo ello representaba un desafío descomunal para una nación ciertamente atrasada en algunos aspectos, a la que la salida de los musulmanes y judíos había hipotecado económica y financieramente, despoblada a causa de una demografía baja y de las enfermedades y sin más recursos reales que aquellos derivados del comercio mediterráneo o de las Indias. ¿Cómo había sido posible entonces la supervivencia? Pues, sencillo; España apeló a esa unidad, construida alrededor de cualquier cosa, a la que apelan aquellos que con razón o sin ella, se sienten amenazados por todas partes, y que consigue unir y dinamizar sus propios recursos; y en aquel momento, los recursos españoles eran, primero, la seguridad de sentirse, como lo fueron en su momento los judíos, una especie de pueblo elegido por Dios, por el altísimo, como depositario de los valores del catolicismo y, segundo, un capital humano decidido y dispuesto a creérselo a pies juntillas... aquella suerte de españoles que vivía, como decía Calderón, “con la hostia en la boca y la espada en las manos”.

El problema de sentirse elegido para un destino casi bíblico, que era en el fondo como se sentía la España de Felipe II es, de verdad, que te obliga a una tremenda inflexibilidad; La Francia no menos católica de Enrique II o de Francisco II se supieron manejar lidiando permanentemente con lo políticamente correcto, fomentando alianzas duraderas cuando fueron necesarias, maximizando las propias virtudes y disimulando los defectos y limitaciones y a la larga, encararon el siglo XVII mucho menos castigados de lo que lo hicimos nosotros. Al otro lado, Felipe, seguía lanzando pelotas contra una pared que lo devolvía absolutamente todo... y cada vez de forma más fuerte.

Pero ¿hasta qué punto fue Felipe II responsable directo de la situación con la que le tocó convivir?; La pregunta es hasta cierto punto capciosa pues España retroalimentaba con su actuación muchos de los entuertos a los que se veía abocada pero, por otro lado, su posición de supremacía que ¿disfrutábamos? hacía imposible comportarse de otro modo. La magnitud de la empresa solo puede atisbarse si reparamos en la cantidad de recursos consumidos y, a la larga, malgastados; España dispuso de la mejor infantería de su tiempo y la más móvil, los Tercios, una verdadera revolución en el campo de batalla; al mando de éstos, los mejores generales, españoles o no, que Europa podía ofrecer, comprados con los, en principio, inagotables recursos financieros que ofrecían los metales preciosos traídos del otro lado del mar; espías, consejeros, embajadores completaban una administración que, puesta al servicio del ideal felipista, parecía funcionar como una máquina perfecta... Pero que en su actuación se empeñaba en rememorar el mito de la hidra pues, cuando España conseguía cortar de raíz uno de los problemas a los que se enfrentaba, uno o más de ellos, se levantaban contra ella en algún punto lejano, obligando a empezar de nuevo una labor casi hercúlea que nunca llegaba a acabar.

Cierto que la inflexibilidad religiosa de Felipe coartaba hasta cierto punto las opciones políticas disponibles y que el Rey no supo o no quiso aceptar, que navegaba en una dirección contraria a la que lo hacían la mayoría de sus enemigos e incluso algunos de sus aliados o sus posesiones, como Flandes. Está probado, gracias a la correspondencia recuperada entre Felipe y, por ejemplo, su hermanastro Juan de Austria, el Duque de Parma o incluso Margarita de Austria, que las recomendaciones que éstos le hacían para “levantar la mano” eran secuencialmente rechazadas. Y no precisamente por laxitud en su análisis, pues Felipe analizaba cada cuestión de modo absolutamente enfermizo... sino porque, además de ser muchísimo más lento a la hora de la decisión – son legendarias sus cartas de respuesta, en la que, además de demorarse extraordinariamente, apenas aclaraba nada de nada... – su enconsertada personalidad apenas le permitía salirse del camino trazado... Felipe II acabó, yo creo, convirtiéndose en un esclavo de una personalidad atornillada que no le dejó resquicio alguno de maniobra, pues él no se veía a sí mismo como un político sino como un enviado, un evangelizador con una misión que rebasaba lo terrenal y entraba ya a formar parte de lo místico... Y así nos fué.

Sirva el ejemplo felipino para caer en la cuenta de la imposibilidad de ciertas empresas, o mejor dicho, en la dificultad que presenta cualquier objetivo si éste se enfoca desde la falsa, falsísima seguridad de tener a un Dios, cual sea, de nuestra parte. El verdadero motivo de la existencia de Felipe II, aquel que se esforzaba en cumplir cada día, era el de ser ejecutor de la voluntad divina, verdadero fín de sus acciones más que la resolución de tal o tal problema.

...Lo que no sabemos es hasta qué punto tuvo claro ésto durante toda su vida o cuántas noches o durante cuántos rezos, si que es hubo alguna, dudaba de Dios, de su misión o de sí mismo visto como le iba a su Imperio... Asumir que éste momento no se produjo nunca nos obligaría, digo yo, casi a considerarle loco ¿O no?



miércoles, 28 de enero de 2009

La ingenuidad

¿Ser ingenuo es un defecto? Me lo pregunto porque, una persona con la que tengo la suerte de trabajar es tachada permanentemente de tal y, la verdad... es que tiene una cara de felicidad inmensa; Quizá, deberíamos empezar a replantearnos su uso, siempre despectivo, y aprender de los académicos de la RAE que más bien le dan un matiz virtuoso... e incluso empezar a ejercer de tales si, como a mi compañero, eso nos hace llevar atornillada una sonrisa de oreja a oreja; al menos unos minutos al día no estaría mal ¿verdad?

Etimológicamente, ingenuo es una derivación del latizano "Ingenuus" que viene a significar algo así como "perteneciente o incluido en el origen". En la Roma Republicana y en parte del período clásico, se conocía a los "ingenuos" como aquellos que podían probar que sus padres eran hombres libres y que, por tanto, ellos habían nacido como tales. Esa cualidad, que en su momento tuvo ciertas implicaciones morales e incluso jurídicas, operaba como antagonista del "liberto" o aquella persona nacida de esclavos y por tanto esclava ella misma, que conseguía la libertad gracias a una liberalidad de su dueño.

No tengo tan claro a que obedece el uso que al término damos en la actualidad pero quizás traiga causa de este señor, Ingenuo de nombre y de condición, que pensó que alzarse emperador era pelín más sencillo de lo que resultaba en realidad, durándole la alegría ná y menos...

Quien sabe...

lunes, 26 de enero de 2009

La ropera

Ropera con guarnición de lazo
Propietario: Rorro González

Ahora que parece que los deportistas españoles campan a sus anchas por un montón de disciplinas, ganando torneos a cholón y acumulando trofeos y titulares periodísticos, justo es reconocer sin embargo que, de los principales deportes que uno puede disfrutar cualquier domingo por la tarde en la televisión, prácticamente ninguno ha sido inventado por españoles. Si acaso, haciendo un ejercicio de identificación algo forzado, quizá podamos razonar la españolidad de la moderna esgrima en cualquiera de sus disciplinas, a pesar de que la primera medalla española no ha “caído” hasta hace bien poco... extrañamente, por cierto.

... y es que, si algo se nos ha dado bien a los españoles de ayer y hoy ha sido reñir, disputar y pelearnos, fundamentalmente entre nosotros mismos; y, no siendo la espada un invento español ni mucho menos, si es posible reclamar la paternidad de su uso, entendido éste no como la habilidad de dar un espadazo a otro y salir corriendo, sino de la invención y perfeccionamiento de un determinado modo de usarla, muy ligado al estilo de vida de nuestros abuelos de los siglos XVI y XVII, y que exigió, nada menos, que el desarrollo de un tipo especial de arma... la verdadera espada española... la espada ropera.

A ver... en aquellos días, era posible, como ya he dicho, identificar dos habilidades presentes en el español medio: jugar a los naipes y batirse a espada... y lo normal era, qué le vamos a hacer, usar ambas el mismo día; para ello se utilizaban, además de la baraja, las mencionadas espadas roperas, llamadas así porque eran tan habituales que se cargaban como un aditamento de la vestimenta. Como arma, era virguería pura... Bien estabilizadas y realizadas con los mejores aceros toledanos, eran tremendamente manejables a pesar de su peso, y su estilizado pero contundente filo era ideal tanto para usarlo de punta (estoquear) como de filo (tajar). Para completar el diseño, se solían dejar sin afilar los primeros cuatro o cinco centímetros del filo, debido a la costumbre española de apoyar allí el dedo índice en el momento de la pelea dejando, además, la mano diestra protegida por floridas y trabajadas guarniciones.

En cuanto a su técnica, si bien es cierto que algunos comentaristas de la época escribieron complicados tratados, el español medio aprendía lo necesario en la calle, o en Flandes... si le daba tiempo, claro. A pesar de su peso, una buena espada, de aquellas que costaban un jornal, tenía un equilibrio perfecto que hacía que al apuntarla a la cara de tirador contrario, funcionase como una prolongación del propio cuerpo, obligando además a su dueño a colocarse de lado y así presentar menor blanco al adversario. Muy pronto, en Europa intentaron copiar las armas españolas pero, vaya usted a saber por qué, la ropera no triunfó de igual modo, quizá porque más allá de los pirineos la posibilidad de batirse por dos cervezas no fuera tan acusada...

En España si lo era, llegando al extremo de que escritores como Quevedo fueran auténticos virtuosos de su empleo u otros, como Calderón o Góngora, escribieran acerca de su uso “que aquel varón que por la calle sin ella, seguro que fraile sería...” o que “se acabaron de pronto los fríos...” aludiendo a la costumbre patria de enrollar la capa en el brazo izquierdo al empezar una pelea, a modo de protección. Semejante pasión por atravesar al vecino, a los monarcas españoles les venía de perlas; podría decirse que, acostumbrado el hispano a su uso de tal modo, la primera parte del entrenamiento militar sobraba y, revisando escritos, he podido comprobar de primera mano cartas de los mejores generales europeos, como Gustavo Adolfo de Suecia, quejándose amargamente de la pericia española en el uso de la ropera.

De hecho, los reyes españoles debían de confiar en sus portadores de tal manera que la escolta más cercana e íntima del monarca, la que custodiaba sus aposentos durante la noche, estaba compuesta únicamente por espadachines; se trata de los Monteros de Espinosa, ancestral cuerpo de guardaespaldas – puede que su origen se pueda calibrar alrededor del año 1.000 d.C. – que dominaba de tal manera la espada que acabó renunciando al uso de la armadura, el escudo o cualquier protección adicional. Estos “valientes” se agrupaban en una compañía de medio centenar de hombres, solo se relacionaban entre ellos y estaban obligados a, mientras no estaban de servicio, vivir recluidos en la villa, claro, de Espinosa de los Monteros.

Así se puede dormir a pierna suelta.