miércoles, 14 de mayo de 2008

Rocroi, 19 de Mayo de 1643

En la mayoría de los libros de historia, Rocroi aparece como un gigantesco punto de inflexión, una imaginaria cortina que, casi meridianamente, separa la España portadora del triunfo y del orgullo de su inminente y arrollador negativo, enfrentando a aquel Imperio en el que no se ponía el sol de su tenebroso y dolorosísimo reverso... No es extraño; la gran mayoría de los humanos nos sentimos cómodos con aquello que parece sencillo de entender y tendemos a asimilar mejor soluciones cristalinas que acarreen las menores disquisiciones morales posibles... blancos y negros, buenos y malos, ricos y pobres... antes y después... Una raya en el suelo, una fecha, un límite, un mojón, es una poderosa arma que crea y deshace épocas e ideas, que nos embelesa con falsas evidencias intentando, de manera taimada y maliciosa, clasificar lo inclasificable... el sufrimiento de los hombres.

Deberíamos – es mi muy humilde opinión – protegernos a toda costa de aquellos intentos de compartimentar la humanidad, de sus pueblos e imperios, y de los hombres y mujeres que los conformaron. No existen en esencia más de una docena de acontecimientos históricos a los que debamos atribuir la suficiente fuerza creadora o destructiva como para ser causa y no resultado. Interiorizando este silogismo – o dislate, según se mire... – en el caso español, el Imperio no entró en ninguna barrena ideológica o económica porque se perdiera en Rocroi... Se perdió en Rocroi porque, desde casi ciento cincuenta años antes, un pequeño y semidespoblado país mandó a sus tropas más allá de sus fronteras para defender unos curiosos y tozudos intereses y acabó jugando a ser Dios con una espada en la mano y una cruz en la otra, contrarestando la fuerza de sus enemigos y sus propias y nunca reconocidas carencias a fuerza de inventiva – no necesariamente entendida ésta como inteligencia… – y orgullo a partes iguales y, lo más importante, de una casi enfermiza confianza en las propias posibilidades... que le llevaron a no entender que el fin comenzó prácticamente al mismo tiempo que el principio.

El 19 de mayo de 1643, en el contexto de uno de los múltiples asedios llevados a cabo por los ejércitos españoles en Flandes, las fuerzas del Duque de Melo sitiaron la plaza de Rocroi, cuyo cerco prentendía romper el Duque de Enghien. Melo posiblemente se confía, infravalorando las capacidades de su joven contrincante – 22 años – y no toma siquiera las más elementales medidas para cerrarle el paso antes de que, cruzando un desfiladero muy fácilmente defendible, veintitrés mil hombres desemboquen en una llanura y le desafien...

Los ejércitos son muy similares, decía Napoleón... “todos se componen de hombres”... Melo y Enghien disponen a sus tercios o regimientos de manera parecida: caballería en las alas e infantería en el centro y, casi sin solución de continuidad, los franceses toman la iniciativa y se lanzan contra las alas imperiales – menos de un tercio del ejército de Melo está compuesto por españoles... – para ser rechazados y puestos en desbandada al menos en uno de los dos flancos del enfrentamiento pero, estúpidamente, las órdenes cursadas por el general imperial no llegan a las formaciones con lo que éstas no cargan contra el centro francés para aprovechar ese momentáneo instante de desconcierto. Error... el general galo es hombre temperado y, a galope tendido reune a su caballería, la agrupa, y se lanza de nuevo contra la caballería española, que ha abandonado la protección de los mosqueteros, resultando desecha, separando de paso a los tercios españoles de resto de sus alidados lo que, militarmente, equivalía a separar el trigo de la paja…

Comienza entonces la sistemática destrucción de la que hablan los libros... esencialmente, una vulgar carnicería de dos horas de duración. Los franceses caen contra la tercera línea, la de los alemanes, y los masacran sin piedad; Igual sucede con la segunda, la de los valones e italianos. Melo acude para ayudarles pero, advirtiendo que es demasiado tarde, vuelve grupas y cierra filas con lo que los franceses llamaron “la espléndida y vieja infantería española”, los tercios, que luchan bajo un huracán de fuego, se agrupan, disparan, se ayudan y vuelven a agruparse, y así una y otra vez, defendiendo unas banderas que, en cierto modo, en poco o en nada les representaban ya... Los capellanes corren por la vanguardia española intentando confesar a los moribundos resultando muchos caídos en el intento, Melo es alcanzado en un brazo y pelea manejando la espada con su mano siniestra y sus hombres, desgarrados en cuerpo y alma, se resisten a morir, sin saber que el imperio que les cobija hace ya mucho tiempo que no respira... que es un muerto viviente. Enghien, poseído por la emoción, proclamaría al día siguiente que el valor de aquellos hombres le había resultado inaudito...

No es sencillo para un hombre de nuestra época, mediatizado por los sucesos que nos ha tocado vivir – o, más acertadamente, que no nos han tocado sufrir... – entender el comportamiento de aquellos soldados, o ser capaces de mostrar siquiera una cierta empatía; uno puede leer que las últimas descargas las hicieron solo con pólvora, por carecer ya de balas, puede emocionarse, quizá, con la imagen de aquellos hombres a los que se permitió rendirse con condiciones de fortaleza asediada, es decir, sin renunciar a sus banderas, y abandonar el campo de batalla con las enseñas desplegadas ondeando al viento y sus espadas en el tahalí… Es posible que nos maravillemos ante el hecho de que, tan solo unos meses más tarde, los supervivientes de Rocroi sirvieran para constituir el núcleo de un nuevo ejército que realizó una campaña tan bien dirigida que Enghien apenas pudo sacar fruto de aquella victoria...

No es eso lo que me interesa pero no se me malinterprete por favor… vaya por delante mi respeto para todo aquel a quien le toque lidiar con parecidas circunstancias, así como mi admiración. Sin embargo, no puedo dejar de hacer notar la evidencia de que una victoria en Rocroi no hubiera cambiado absolutamente nada salvo la nacionalidad de dos o tres mil muertos. El punto de inflexión, si es que lo hubo, fue sin duda el momento en el que el primero de los soldados españoles se embarcó con destino a ninguna parte… muchos años antes de Rocroi.

“Un país se convierte en imperio a medida que se alejan los intereses de cada uno de sus ciudadanos de los del conjunto de ellos” - Kant

4 comentarios:

Turulato dijo...

Se que no te gustan los elogios. Y es bueno ser así. Pero hay veces que el elogio se basa en lo que somos capaces de hacer sentir a los demás.
En mi modesta (¡y una leche!) opinión, tu mejor artículo. Siento una enorme variedad de ricas sensaciones detrás de tus palabras. Y acompañadas de muchas horas de pensamientos, quizá, rumiados en soledad durante años.
Has conseguido hacerme pensar lo que ya pensé. Has conseguido hacerme sentir emociones que creí guardadas para que no duelan.
¡Ay, amigo!. Sigamos adelante...

Anónimo dijo...

Me ha parecido un gran artículo. Así me gustan los blogs, pocas actualizaciones pero de gran calidad.

HPR dijo...

Las emociones que provoca la Historia. Contar la Historia con emoción. Otra manera de aproximarse a una sangrienta batalla. Más allá de las descripciones, de la estrategia, de las cifras...

Anónimo dijo...

¿De que pasta estaban hechos aquellos hombres que después de pasar tantísimas penurias aún tenían arrestos para mantener su honor y valía intactos aún siendo masacrados?

Con decir que el duque francés se estaba impacientando de la heroica e inútil resistencia española que tantas bajas estaba causando en sus propias filas que tenía más ganas que aquellos para firmar la rendición española.

Los dejo marchar en paz (cosa rara) ,en formación, banderas al viento armas al hombro y redoblando tambores como homenaje a la valentía demostrada.