A principios del siglo I A.C. dos hombres se enfrentaban en una lucha despiadada para controlar los resortes políticos de la República Romana. Por un lado, Cayo Mario, que a la postre sería tío abuelo de Julio César; por el otro Lucio Cornelio Sila, el más inteligente de los representantes de la rancia aristocracia romana. Durante varios años, dirimieron sus diferencias en la metrópoli, pero también en los confines del Imperio, hasta que al fin, en el 83 A.C, Sila desembarcaba en Italia, inaugurando la dictadura más sangrienta de la historia republicana de Roma. Entretanto, nuestra península se convirtió en el refugio de los proscritos, que encuentran en los pueblos hispánicos elementos propicios para la rebelión contra la tiranía. Pero a estos fugitivos les persigue una conciencia de superioridad que impide toda verdadera compenetración con los intereses peninsulares. Solo uno, Quinto Sertorio, estuvo a punto de solidarizarse con el pueblo Hispánico, y erigirse en su caudillo más leal y entrañable. Su aventura es una de las páginas más apasionantes de la historia de la Hispania Romana.
Y es que, la vida de este hombre, es digna de la mejor novela de Emilio Salgari. De modesta condición ecuestre, al morir su padre, quedó al cuidado de Rea, su madre, que le formó en el marco de la férrea educación Sabina. Pero a nuestro amigo no le gustaba estudiar y se escapó de casa a los 16 años para alistarse en el ejército, falsificando una carta de su familia para poder mentir sobre su edad. Tomó parte en las guerras más duras de su tiempo y ganó, al precio de terribles heridas, la corona murallis, preciada condecoración que se otorgaba al soldado que era el primero en escalar la muralla del campamento enemigo, ¡si es que sobrevivía claro!. Quedó tan maltrecho de su hazaña, que hubo que tenderlo en una tienda y el centurión de su unidad fue a buscar a los escribas para que pudiera redactar testamento. Cuando volvieron con tablilla y estilete, un rugido atroz les hizo volver la cabeza: Quinto volvía a lanzarse sobre la muralla que no había sido posible tomar por completo en la primera intentona, y la coronaba al mando de varios compañeros. Como quiera que no estaba contemplado que un legionario pudiera ganar dos coronas el mismo día, se produjo una reunión del estado mayor en la que, todavía perplejos, tuvieron que inventarse la corona Vallaris, que era algo así como el premio por escalar el primero una muralla…pasando por encima de la puerta.
En otra ocasión, se ofreció voluntario para ir a recabar información al campamento enemigo, concretamente una fortaleza celtíbera en la meseta castellana. Deslizándose entre las sombras, Quinto, consiguió llegar al lado de la tienda donde los jefes hispanos conferenciaban sobre las diversas alternativas para el combate que se avecinaba. El problema era que, evidentemente, nuestro hombre no entendía ni jota de lo que allí se decía. Pero Quinto no desesperó; aguardó a que uno de los caudillos saliera de la tienda a “aliviarse” y en ese momento, propinó un certero golpe al desdichado y se lo cargó a hombros para después empezar a correr, campamento abajo. Los centinelas dieron la voz de alarma y Quinto tuvo que recorrer el último tramo en medio de una lluvia de dardos, piedras y lanzas, pero consiguió llegar a sus lineas con su preciada carga. El mismo se ocupó de hacerle hablar…todavía con dos saetas clavadas en sus piernas.
Pero la historía más apasionante tiene que ver con un venado albino que estuvo a punto de cambiar la historia de las guerras hispánicas. Cuentan que, con Sertorio ya firmemente instalado en el bando “español”, el caudillo se interesó tanto por las costumbres indígenas, que intentó profundizar en sus costumbres, celebraciones e incluso ritos religiosos. En uno de ellos, aprendió que los hispanos adoraban a divinidades relacionadas con el sol, las estrellas, la naturaleza y, sobre todo, los animales. De entre estos últimos, tenían especial predilección por el ciervo que, entre otros valores, representaba la fecundidad y la buena suerte. Al cabo de unos días, una cierva domesticada que tenía un pastor del campamento de Sertorio, alumbró varios cervatillos, uno de los cuales era completamente blanco. Quinto, maravillado, entendió el nacimiento como un signo de buena suerte y adoptó al animal, que empezó a seguirle a todas partes. Los indígenas tambien entendieron la blancura del animal como un buen augurio y pelearon más y mejor que nunca contra las romanos. Dentro de los acontecimientos que determinaban el devenir de la guerra, la posesión del animal se convirtió en un asunto capital.
Una mañana, la cierva se escapó. Parece que Sertorio, supersticioso como buen romano que era, tuvo tal ataque de ansiedad, que hubo que calmarlo con friegas e infusiones hasta que, ya más tranquilo, designó partidas de hombres para que buscaran al animal. Pero el bando romano también estaba al tanto de la huida, con lo que mandó a los bosques a sus propias partidas de caza. El momento que debió seguir no puedo imaginármelo sin sonreírme; Suetonio nos cuenta que los ejércitos enfrentados se olvidaron mutuamente de darse cera porque lo único que les obsesionaba era el maldito bicho. Salustio nos dice, además, que las partidas de hombres se cruzaban virtualmente entre los árboles en cuanto oían un ruido o un crujir de ramas, en una especie de cómico “corre que te pillo”. Más el animal no apareció.
Meses después, en el marco de una batalla decisiva, Sertorio avanzaba a la cabeza de sus hombres con indisimulado pesimismo. No le preocupaba la calidad de sus fuerzas, ni la disposición del adversario sino el hecho de que no estaba su cierva blanca para alumbrar su suerte. En algún momento del choque, el animal perdido irrumpió en las primeras filas, produciendo un golpe psicológico tremendo y provocando una desbandada en las filas romanas. A partir de este momento las fuentes difieren. Suetonio dice que la cierva murió aplastada por las patas de un caballo, mientras deambulaba, asustada, por el campo de batalla. Pero Salustio defiende que, corriendo, se metió en medio de un enorme charco que había en la explanada y al salir, mostró su esbelto lomo…¡de un precioso color marrón!; alguien había encalado otro animal.
Escoged la que más os guste.
Si alguien quiere saber más algo más sobre Quinto Sertorio sin tener que comulgar con pesados manuales de historia, le remito al libro de Jose Javier Muñoz, "El descanso de Sertorio". Se trata de una novela histórico - erótica que a mí, me a parecido preciosa.
5 comentarios:
Quinto Sertorio... en su tiempo (y estoy hablando del tiempo de Escipion Emiliano, Cayo Mario, Sila, Cesar y Pompeyo), se le consideraba uno de los mejores generales de Roma.
Para empezar, era primo de Cayo Mario, por la parte de Arpinum. Y debio de aprender algo de el, porque demostró ser un excelente soldado.
La corona qeu dices que ganó, fue la corona de hierba. Para que nos entendamos, esa corona solo la ganaron unos 10 hombres en toda la historia de roma. Se daba a aquel que conseguia salvar el solo a una legion. Gente de la talla de Escipion, Mario y Cesar no la consiguieron, asi que imaginaros lo dificil que seria.
Pues el fue el hombre mas joven que lo hizo.
Cuando el problema de Carbon y Sila, Sertorio tomo partido por los populares, pero, asqueado por loas excesos de Carbon y Cinna, se marchó a Hispania.
Por lo visto pasó un tiempo como pirata en Mauritania, y después, fue llamado (si, llamado) por las tribus hispanas para luchar contra Roma. De paso se convirtió en el paladin de la causa popular.
Supo convertir a los hispanos en una fuerza de combate. Entrenamiento romano y aprovechamiento de los recursos hispanos hicieron que generales como Metelo y Pompeyo sufrieran la gota gorda para vencerle.
Por ejemplo, en la batalla de Lauro, Sertorio con 4000 hombres derrotó en campo abierto a ¡4 legiones completas¡. Y eso mientras parte de sus tropas sitiaban la ciudad.
La leyenda dice que la corza de llamaba Diana. Es de comun sabido que los Celtas veian en la naturaleza la llamada de los Dioses. Y Parece ser que Sertorio tenia lo que llamamos "magia animal". Asi que los hispanos lo interpretaron como un "esta bendecido por los dioses".
yo he oido otro fin. Se dice que Perpenna, un popular que habia tenido que exiliarse de Roma, celoso de Sertorio y movido por la ambicion (recompensa ofrecida por Pompeyo), mató a Sertorio tras una borrachera (de Sertorio). De paso mató a Diana en la reyerta.
De aqui viene la irónica frase de Pompeyo "Roma no paga a Traidores".
Este personaje fué fundamental para la historia de Hispania. Educó a los hispanos en la educacion romana (Osca). Les hizo parte de los problemas de las ciudades, y les dio un objetivo (que era jorobar a los romanos, pero también fue convertido en vivir al estilo romano).
Lamentablemente, perdió la guerra. Si no, hubiera sido tan conocido como Pompeyo, Craso o Cesar..
Edem
Hola, Caboblanco. Muy interesante tu blog. Si me permites una corrección constructiva, "Cayo", al igual que "Cneo", es una forma incorrecta. Deberíamos escribir y decir "Gayo" y "Gneo". Tal vez ya sepas la razón. Si no es así, te la envío un día de éstos. Saludos.
La historia de sertorio es de película es una pena que no la conozca la gente de Holliwood a mi me parece que debió ser el "Conan" de su tiempo.
otra correccion, edem, lo de "roma no paga a traidores" no lo dijo pompeyo... se les dijo a los asesinos de viriato... saludos.
Estoy completamente de acuerdo contigo en cuento a la vida de Sertorio, es digna de una novela de aventuras. Por ello es el personaje histórico prinicipal de mi primera novela ambientada en la Roma republicana, "VALENTIA, Las Memorias de Caivs Antonivs Nasvs"
Caio Antonio acaba siendo el último lugarteniente de Sertorio cuando su sueño revolucionario se difumina y sus colaboradore más directos conspiran contra él...
No te la pierdas, Plutarco estaría orgulloso de ella ;-)
Muy buen artículo.
Un abrazo,
Gabriel
http://gabrielcastello.blogspot.com/
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