Tengo un amigo, muy amigo, que posee un negocio dedicado a la venta de plantas, abonos y achiperres varios… un vivero, vamos. Entre nosotros siempre tuvo fama de despreocupado, pasotilla y algo ocurrente, en parte porque lo era (es) y en parte porque, al ser el más joven de todos nosotros, tampoco le resultaba muy difícil erigirse en el más dicharachero de toda la pandilla; ya sabeís… en el país de los ciegos…
El caso es que una mañana me aventuré a dar una vuelta por su negocio. Y mientras un servidor se entretenía entre arizónicas y geranios e intentaba algo parecido a la cuadratura del círculo vegetal – es decir, distinguir una planta de interior de otra de exterior… - se presentó por la zona de caja una buena mujer, bastante peripuesta y completamente embutida en un abrigo de aquellos que resultan imposibles de pagar al contado. La “Pitita” de marras – dicho con todo el respeto que me merecen las pititas – llevaba en su regazo una coqueta planta de flores diminutas, de varios colores y, mientras decidía con cúal de todas sus tarjetas iba a hacer efectiva su compra – jamás ví semejante cantidad de plástico, ni siquiera en un contenedor de los amarillos… - le preguntó a mi amigo: “Caballero… ¿Esta planta es de regarla mucho o de regarla poco… y mejor por la mañana o por la tarde… y debo dejarla al sol… y … y…?”. Mi amiguete, que bastante tenía con no estamparse con el saco de mantillo que estaba a punto de hacerle perder el equilibrio, le miró con escasa empatía y respondió… “Pues, lo que le vaya pidiendo la planta señora…”
La empresa no era en absoluto baladí; A pesar de que el Rey Marroquí Muhammad Al-Mutaxakkil acababa de ser licenciado – contra su voluntad – y se había dirigido a nuestro protagonista reclamando su ayuda, los consejos y advertencias recibidos en sentido desfavorable para con su causa eran legión. Ni siquiera Felipe II, por lo general bastante accesible para cualquiera que le solicitara ayuda esgrimiendo la causa cruzada, mostró demasiado interés en el proyecto así que cuando el de Portugal le demandó su ayuda, Felipe autorizó que reclutara mercenarios españoles y le proveyó de numerosos carruajes y animales de tiro pero no consintió en cederle ni uno solo de los soldados de los Tercios que, en aquellos días, valían su peso en oro.
Pero Sebastián seguía a lo suyo; a pesar de su naturaleza enfermiza, de su bipolaridad manifiesta, de su nula capacidad de abstracción y de su poca preparación militar, desembarcó en Arcilla con diecisiete mil hombres y, tras descansar y contarlos a todos – supongo… - se dirigió a la plaza de Alcazarquivir. Allí, la víspera del 4 de agosto de 1578, manifestó ante sus generales las líneas básicas de su “programa”: uno, que nada más alzarse con la victoria iba a escabechar a cualquier judío que se encontrara de frente y dos, que no había que temer… “puesto que era la cruz la que sin duda iba a dar buena cuenta de la media luna”… Todo muy profesional ¿verdad?
Esperemos que si vuelve, le apunten a otro colegio...
CLAVES PARA ENTENDER LA BATALLA DE ALCAZARQUIVIR.
1) Sebastián de Portugal tenía tan sólo 24 años y nula esperiencia militar.
2) La quinta parte de la expedición era personal no combatiente: esposas, hijos, mercaderes... y meretrices.
3) Felipe II no consintió retirar ningún Tercio de Flandes y tampoco accedió a movilizar el que, en aquellos momentos, se reorganizaba en Napoles. En parte, los recelos de Felipe obedecían a un cierto mosqueo con la política equidistante de Sebastián con respecto a las Islas Británicas: mientras que ofrecía asilo a católicos irlandeses y escoceses, firmaba tratados comerciales con la Reina Isabel a discrección, para asegurarse un trato "preferente" ante los ataques piratas de los hijos de la Gran... Bretaña.
4) El monarca portugués no hizo caso de un máxima principal que, aún hoy, (corrígeme si me equivoco "Turu") todos los ejércitos del mundo tienen presente: no separarse del agua. La práctica totalidad de los que cayeros prisioneros estaban, al parecer, deshidratados.