¡Que alias tan sonoros e inofensivos tenían estas armas!… teniendo en cuenta para lo que servían. Los primeros cañones atendían a los simpáticos nombres de esmirel, espingarda, cañón real, culebrina, media culebrina u octavo de culebrina, y todos ellos con una desconcertante variedad de modelos, calibres, pesos y cargas. Como quiera que estas armas se artillaban mezcladas en las mismas cubiertas, llegado el momento de combatir se producían ciertas confusiones, que acababan con el capitán de los nervios, y la tripulación jurando en arameo…
Para solucionarlo, en el siglo XVIII se redujo drásticamente la variedad del catálogo, y se procedió a clasificar los cañones por el peso de la bala que proyectaban. Por ejemplo, un navío español de primera clase como el SANTÍSIMA TRINIDAD, artillaba 30 piezas de 32 libras en la cubierta inferior, 28 cañones de 24 libras en la segunda batería, 30 cañones de 18 en la batería alta y 10 cañones de 12 en el alcázar (…el del barco quiero decir, no el de Toledo). Con una buena calculadora llegaremos a la conclusión de que el peso total por andanada era de 1.158 libras, procedente de 98 cañones. No sabemos si semejante despliegue de bocas de fuego dejaba espacio en la nave para la tripulación pero, para lo que seguro que no había lugar, era para la confusión: cada cubierta disponía de balas, cartuchos y atacadores de un mismo tamaño. En resumen, desde los pañoles – forrados de plomo para evitar las chispas - se suministraba munición a los cañones con toda la rapidez de que eran capaces los pajes de la pólvora que la transportaban, y lo único que quedaba era disparar las armas con tanta rapidez y precisión como fuera posible.
Esto resultaba mucho más fácil decirlo que hacerlo. Los cañones eran piezas enormes y bastas forjadas en hierro fundido, lo que los hacía pesadísimos. Además, había que efectuar los disparos desde una cubierta que, con toda probabilidad, estaba sometida a fuertes vaivenes. Por ejemplo, un cañón de calibre medio, media casi tres metros de largo, pesaba más de 800 kilos y necesitaba de una brigada de 10 marineros para servirlo, ya que no solo había que recuperarlo y trincarlo en batería, sino que había que vigilarlo con mucha atención: una tonelada de metal dando tumbos por cubierta con un mar encrespado se bastan y sobran para matar a la dotación y atravesar el costado de un barco.
La brigada del cañón constaba de un cabo, un cargador, un segundo de cargador, un paje de la pólvora y una serie de sirvientes que realizaban tareas diversas, como unirse al trozo de abordaje una vez que la cercanía de los buques invitaba al combate cuerpo a cuerpo. Solían trabajar juntos y, en el mejor de los casos, podían gobernar esos monstruos con una habilidad asombrosa. Fue la artillería inglesa, y no sus barcos, la responsable de que fueramos regularmente caneados por los hijos de la Gran Bretaña a partir del siglo XVIII. Además, cada hombre tenía sus responsabilidades tan determinadas, que en el fragor del combate no era necesario dar ni recibir órdenes.
El proceso de disparo era simple; primero se abría la porta y se aliviaban las trincas que los mantenían inmovilizados contra los costados, y se quitaba el tapabocas, una especie de tapón que mantenía estanca el ánima del cañón. Los hombres trincaban en batería la pieza, tiraban de los aparejos, uno a cada lado, para que el cañón asomara por la porta y, una vez disparado, recobrarlo y cargarlo de nuevo. Asomado el cañón y contenido por los bragueros, uno de los cargadores tomaba el cartucho (una bolsa de lanilla con kilo y medio de pólvora dentro) de manos del paje de la pólvora, y lo atacaba ánima adentro hasta que el cabo daba la voz de “dentro”. Luego metían la bala, seguida por un taco y atacado luego todo con fuerza. El cabo agujereaba el cartucho con el punzón y cebaba el fogón con la pólvora del cuerno, momento en que el cañón estaba listo para disparar, cosa que sucedía cuando se aplicaba en el fogón una mecha de acción lenta o botafuego.
Lamentablemente, estas piezas no resultaban muy precisas y, si bien eran capaces de proyectar una bala a más de un kilómetro, por lo general se utilizaban a menos de 300 metros o, como decían los españoles “a fondo de quemarropa” o “a toca penoles”, distancias a las que resultaba imposible no acertar, y donde los cañones podían atravesar de lado a lado el casco de un barco enemigo. Tras el fuego, la bala salía disparada a unos 300 metros por segundo, casi la velocidad del sonido, el cañón saltaba hacia atrás hasta que era contenido por los bragueros y el aire se llenaba de una especie de humo acre, como si de una actuación de Malena Gracia se tratase…
Se trataba de un trabajo duro y peligroso, que no admitía becarios, sobre todo en pleno combate, cuando abría fuego toda la batería de un costado. El humo y el estruendo hacía que se oyera poco y se viera aún menos, con lo que cualquier movimiento en falso suponía perder una pierna o un brazo debido al retroceso del cañón; eso por no hablar del peligro de explosión o el riesgo debido al fuego enemigo. A pesar de todo una dotación bien adiestrada podía ejecutar toda la operación en 1 minuto y medio, y efectuar cinco andanadas en menos de 10 minutos.
Sin embargo, en 1779 se inventó la carronada... que era una cabron... ejem. Era un cañón más ligero y de corto alcance, muy barato de producir, y que iba montado en un soporte móvil articulado sobre unas guías y diseñado para la lucha en combate cerrado. Teniendo en cuenta su reducido peso, era capaz de lanzar una bala descomunal. La carronada suponía en pocas palabras, la posibilidad de disparar al coste de una duodécima parte de pólvora que un cañón normal. En 1803, el navio británico "Speedy" entablo combate con la fragata española “Gamo”. El almirante de la Gamo, sabiendo que los cañones de mayor porte estan situados en la cubierta más baja de un buque, observó con desconcierto el calibre de las balas que, procedente de carronadas, le caían del alcázar del navío inglés y, suponiendo que lo que le esperaba era aún peor, se rindió.
Para solucionarlo, en el siglo XVIII se redujo drásticamente la variedad del catálogo, y se procedió a clasificar los cañones por el peso de la bala que proyectaban. Por ejemplo, un navío español de primera clase como el SANTÍSIMA TRINIDAD, artillaba 30 piezas de 32 libras en la cubierta inferior, 28 cañones de 24 libras en la segunda batería, 30 cañones de 18 en la batería alta y 10 cañones de 12 en el alcázar (…el del barco quiero decir, no el de Toledo). Con una buena calculadora llegaremos a la conclusión de que el peso total por andanada era de 1.158 libras, procedente de 98 cañones. No sabemos si semejante despliegue de bocas de fuego dejaba espacio en la nave para la tripulación pero, para lo que seguro que no había lugar, era para la confusión: cada cubierta disponía de balas, cartuchos y atacadores de un mismo tamaño. En resumen, desde los pañoles – forrados de plomo para evitar las chispas - se suministraba munición a los cañones con toda la rapidez de que eran capaces los pajes de la pólvora que la transportaban, y lo único que quedaba era disparar las armas con tanta rapidez y precisión como fuera posible.
Esto resultaba mucho más fácil decirlo que hacerlo. Los cañones eran piezas enormes y bastas forjadas en hierro fundido, lo que los hacía pesadísimos. Además, había que efectuar los disparos desde una cubierta que, con toda probabilidad, estaba sometida a fuertes vaivenes. Por ejemplo, un cañón de calibre medio, media casi tres metros de largo, pesaba más de 800 kilos y necesitaba de una brigada de 10 marineros para servirlo, ya que no solo había que recuperarlo y trincarlo en batería, sino que había que vigilarlo con mucha atención: una tonelada de metal dando tumbos por cubierta con un mar encrespado se bastan y sobran para matar a la dotación y atravesar el costado de un barco.
La brigada del cañón constaba de un cabo, un cargador, un segundo de cargador, un paje de la pólvora y una serie de sirvientes que realizaban tareas diversas, como unirse al trozo de abordaje una vez que la cercanía de los buques invitaba al combate cuerpo a cuerpo. Solían trabajar juntos y, en el mejor de los casos, podían gobernar esos monstruos con una habilidad asombrosa. Fue la artillería inglesa, y no sus barcos, la responsable de que fueramos regularmente caneados por los hijos de la Gran Bretaña a partir del siglo XVIII. Además, cada hombre tenía sus responsabilidades tan determinadas, que en el fragor del combate no era necesario dar ni recibir órdenes.
El proceso de disparo era simple; primero se abría la porta y se aliviaban las trincas que los mantenían inmovilizados contra los costados, y se quitaba el tapabocas, una especie de tapón que mantenía estanca el ánima del cañón. Los hombres trincaban en batería la pieza, tiraban de los aparejos, uno a cada lado, para que el cañón asomara por la porta y, una vez disparado, recobrarlo y cargarlo de nuevo. Asomado el cañón y contenido por los bragueros, uno de los cargadores tomaba el cartucho (una bolsa de lanilla con kilo y medio de pólvora dentro) de manos del paje de la pólvora, y lo atacaba ánima adentro hasta que el cabo daba la voz de “dentro”. Luego metían la bala, seguida por un taco y atacado luego todo con fuerza. El cabo agujereaba el cartucho con el punzón y cebaba el fogón con la pólvora del cuerno, momento en que el cañón estaba listo para disparar, cosa que sucedía cuando se aplicaba en el fogón una mecha de acción lenta o botafuego.
Lamentablemente, estas piezas no resultaban muy precisas y, si bien eran capaces de proyectar una bala a más de un kilómetro, por lo general se utilizaban a menos de 300 metros o, como decían los españoles “a fondo de quemarropa” o “a toca penoles”, distancias a las que resultaba imposible no acertar, y donde los cañones podían atravesar de lado a lado el casco de un barco enemigo. Tras el fuego, la bala salía disparada a unos 300 metros por segundo, casi la velocidad del sonido, el cañón saltaba hacia atrás hasta que era contenido por los bragueros y el aire se llenaba de una especie de humo acre, como si de una actuación de Malena Gracia se tratase…
Se trataba de un trabajo duro y peligroso, que no admitía becarios, sobre todo en pleno combate, cuando abría fuego toda la batería de un costado. El humo y el estruendo hacía que se oyera poco y se viera aún menos, con lo que cualquier movimiento en falso suponía perder una pierna o un brazo debido al retroceso del cañón; eso por no hablar del peligro de explosión o el riesgo debido al fuego enemigo. A pesar de todo una dotación bien adiestrada podía ejecutar toda la operación en 1 minuto y medio, y efectuar cinco andanadas en menos de 10 minutos.
Sin embargo, en 1779 se inventó la carronada... que era una cabron... ejem. Era un cañón más ligero y de corto alcance, muy barato de producir, y que iba montado en un soporte móvil articulado sobre unas guías y diseñado para la lucha en combate cerrado. Teniendo en cuenta su reducido peso, era capaz de lanzar una bala descomunal. La carronada suponía en pocas palabras, la posibilidad de disparar al coste de una duodécima parte de pólvora que un cañón normal. En 1803, el navio británico "Speedy" entablo combate con la fragata española “Gamo”. El almirante de la Gamo, sabiendo que los cañones de mayor porte estan situados en la cubierta más baja de un buque, observó con desconcierto el calibre de las balas que, procedente de carronadas, le caían del alcázar del navío inglés y, suponiendo que lo que le esperaba era aún peor, se rindió.
Más vale lo malo conocido, debió pensar...
29 comentarios:
Brillante exposición (me han sorprendido tantos datos).
Un saludo
Gracias por tu visita este blog esta muy bueno.
Tb estoy en Momentos & Documentos
Sin duda uno de los temas que más me apasiona, respecto a historia son los barcos, sus espacios, su funcionamiento, y claro sus cañones! Y bajo tus letras siempre llena de tantos detalles, es como si pudieramos acercarnos y disfrutar del sonido del mar ...de una batalla...de otra vida.
Buen fin de semana Cabo.
Bikos.
¡Qué cantidad de información más interesante! Todo un placer aprender desde tus letras. Saluditos
Me gusta todo menos el final: No, no y no al "Más vale lo malo conocido..."
Excelente. Un placer leerte y aprender con tus textos.
Un abrazo cálido.
Hannah
A pesar de que no me apasiona el tema de las estrategias navales ni el armamento en general. Me lo he leido sin rechistar. Estupendo planteamiento.
Un saludo
Disfruto con tu estilo narrativo. Creo que escribes tan bien que te voy a pasar mis artículos para que seas mi corrector de estilo.
Y ahora, ¡al tajo!....
La distribución por cubiertas (que se llaman así porque cubren el nivel sobre el que se hallan) de las "piezas" se realiza en función del grado de estabilidad en flotación de la nave y del máximo par de fuerzas producido por el "fuego".
Cuanto más bajo esté el centro de gravedad del barco más estable será, de modo que no sólo llevaban las piezas descritas, sino que en los fondos de la bodega se estibaba un lastre de cañones viejos rellenos de piedra y lingotes de hierro y piedras, con un peso que podía llegar hasta las 552 toneladas en un "navío".
Encima iban las pipas de vino, la aguada, 35 toneladas de pólvora en barricas y 120 toneladas de balas de cañón -siempre que pensemos en un "navío" tipo-, depositadas en una caja de grandes dimensiones instalada inmediatamente a proa del palo mayor.
Estabilidad: Centro de gravedad bajo -cuanto más mejor- y lo más cercano posible al punto de mayor fuerza de empuje: La base del "mayor".
Sí las posiciones de las "bocas de fuego" de mayor calibre estuviesen en la parte superior de la "obra muerta", su disparo originaría una fuerza en sentido contrario -par de vuelco- que terminaría dejando la nave con la quilla al aire.
Así, los grandes acorazados del siglo XX desarrollaban "mangas" espectaculares para contrarrestar dicho efecto; y tampoco disparaban a la vez, una hacia babor y otra hacia estribor, las "torres" de proa y popa, porque el par de fuerzas resultante hacía girar 180º al navío -caso de nuestro "Canarias"-.
Aparte de las citadas, llevaban portas de "guarda timones" en la 1ª cubierta -la inferior- para cubrir la retirada y de "caza o mira" en el castillo para las persecuciones.
En cuanto a los pañoles de pólvora y munición -santabárbara-, además del forro de plomo, solían tener cerca cierta cantidad de arena, para que, sí se incendiaba el lugar, un animoso muchachote (uno cualquiera, tú, voluntario) la echase sobre las llamas y las apagase, evitando que se fuese todo a la mismísima órdiga.
(Para animarse, se le dejaba cantar los ritmos de moda).
Una de los sitios más "diver" era el sollado, rodeado por completo por los llamados callejones de combate, espacios de libre circulación utilizados por los calafates y carpinteros para mantener la estanqueneidad del casco, en caso de vías de agua producidas por accidente o proyectiles del enemigo.
En cuanto a los "hijos de la bella Albión".. (curiosos muchachos; sí un oficial desayuna con la cabeza cubierta es que está irritado y no quiere que nadie le dirija la "word"). Decía que "nos dieron p'al pelo" porque todos sus mandos navales se elegían según sus méritos y sufrían juicios severísimos sí perdían su/s barco/s.
Un comandante italiano me comentaba hace años que para ascender tenía que acertar con el "partido" al que "declarase su amor".. Aquí ya hemos alcanzado tan maravilloso privilegio, y no sólo entre los capitanes de navío...
Pues los "joios" británicos no. Siempre tan chulos. Les gusta la profesionalidad.
Esto se me está yendo.. Para terminar, le comentaré que se disparaban, en ocasiones, "balas calientes" -no, cachondas no-.
Cuando se intentaba provocar incendios en la nave contraria o en una posición de tierra, se calentaba el proyectil hasta.. donde el ojo del experto suponía que se podía..
Porque a continuación se ejecutaba la maniobra de disparo que describes..
Imagínate que al "trénico" se le "había ido el ojo".. Lo que pasaba cuando la bolita al rojo descendía por el ánima y se "ennoviaba" con la pólvora.., antes del disparo.
Un abrazo
P.S.- Es el mismo que he borrado, pero con una corrección
buenisimo... con lo mucho que me gusta la historia... está interesantísimo el blog... ya vendré a darte lata más seguido...jejej... me encanta como contás las cosas...
Un abrazo..
Durante algunos años, estuve "enganchada" a la novela romantica(ya sabes de donde me viene tanto "amor") y en estas novelas, abundaban los piratas y los barcos, y leía sobre cañones y combates en medio del mar, pero claro, jamás con tanto detalle como acabo de hacer en tu página.
PD:Lo de un poema para tu página? no sé como podría hacerlo, necesito una base. En fin que si algo medianamente coherente se me ocurre cuenta con ello, independientemente que lo publiques o no aquí, ya que seguro que tus lectores quedarían extrañado ante cambio tan brusco de estilo:):):)
Abrazos
Y yo que digo que mi trabajo es pesado. No me imagino ayudando a trasladar y disparar un cañón en un barco. Que suerte tengo de no haber vivido en esos tiempos.
Pero lo que escribes es una muestra más del ingenio y la efectividad de los humanos. Para lo bueno y para lo malo.
Saludos,
Si yo me lo curro bien, no sé yo tu cómo lo haces. Trabajando y con estos posts...no es cosa fácil. Se necesita tener cierto bagaje, que creo, que a tí te sobra. Hasta de cañones! Cuando quiero documentarme aquí vengo. Abrazos y besos crack!
Creo que uno de los grandes problemas de nuestro país está en la improvisación tanto en la elección de dirigentes como en el de material a emplear, todo lo basamos en el arrojo y el ser muy “echaos pa lante”, pero esto sólo funciona en ocasiones extremas. No se valora la profesionalidad en la media que debería de hacerse ni se hacen planes serios con visión de futuro, se van poniendo parches según van apareciendo los problemas y tarde o temprano esta forma de operar pasa factura. En el tema que expones hoy se puede decir que la flota española se fue quedando obsoleta mientras que la inglesa se preocupaba de investigar y buscar nuevas armas y nuevos buques más ligeros y eficaces y eso los convirtió en los dueños del mar.
Aunque no me gusta la violencia, creo que haber podido observar una batalla naval de esa época tendría que ser impresionante.
Te felicito por tu forma de narrar la historia, la haces tan amena y entretenida que una no es capaz de levantar la vista del escrito hasta que llega al final. Ahora esperaré con impaciencia la segunda parte.
Un abrazo
Ay Caboblanco yo siento mucha pena por esos marineros que tenían que hacer las mil y unas para preparar el cañon.
Acabarían la jornada los pobrecillos fulminantes.
Un besito.
Interesante artículo al que se me ocurre que se podrían añadir, los tipos de balas de cañón. Las unidas por cadenas para destruir arboladuras, proyectiles de piedra para fragmentación del casco enemigo, las incendiarias… Por cierto ¿no fue Carlos V (y I de aquí) quien puso un cierto orden en los calibres balísticos navales?
Es un placer leerte. Un saludo.
¡Hola a todos! Las balas de cañón eran un mundo aparte. Las normales se hacían de piedra o de hierro fundido y, como a dicho Turulato, a veces se calentaban al rojo antes de lanzarlas al enemigo. Las balas unidas por cadenas se utilizaban, efectivamente, para destrozar la arboladura del buque. También las había debilmente ensambladas pero llenas de metralla, de manera que al primer impacto una oleado de tornillería y clavos destrozasen a la tripulación enemiga... en fín, raras veces piensa un hombre con tanta fijación como cuando se quiere cargar a un semejante.
Las batallas eran un auténtico infierno en la tierra. Junto a un buen número de muertos, los enfrentamientos arrojaban otra buena cifra de mutilados y ciegos, así como otros hombres con los nervios absolutamente destrozados. Os aseguro que a mi tampoco me gusta la guerra (aún sin saber a ciencia cierta que es en realidad... por suerte) pero me interesa el fenómeno militar como aquel que modifica nuestra cultura y es capaz de llevar a los hombres al límite, para lo bueno... y para lo malo.
Si, carlos V fue el responsable de la homogenización de la artillería española, pero sólo de la terrestre. Su hijo Felipe fue el hacedor de la reforma del "tiro" naval, por desgracia, despues de la derrota de la Armada.
Celebro que mis textos os lleven por unos minutos a mundos lejanos, no necesariamente mejores que este.
Un fuerte abrazo a todos.
Hola Leo, te he dejado para el final, como a los buenos licores :-)...
Yo pienso lo siguiente. El quid de la cuestión que planteas es la PROFESIONALIDAD. ¿por qué los arbitros son malos?... porque no son profesionales... ¿por qué mueren voluntarios?... porque no son profesionales... y así hasta donde quieras. La civilización que ja llevado la voz cantante a los largo de la historia, ha sido casi siempre porque disponía de una fuerza de combate profesional y proyectable (aquí Turulato debería terminar de descorrer la cortina). Roma tuvo sus legiones, Carlomagno sus soldados Francos, España sus Tercios... ¿Sabes que los barcos que derrotaron a la alianza Hispano - Francesa en Trafalgar estaban construidos con planos españoles y siguiendo estándares españoles? La diferencia era la pericia que da al soldado la tranquilidad del estómago lleno y unos hijos a cubierto de la lluvía, todo ello derivado de un buena paga; las tripulaciones Inglesas eran profesionales... las españolas se rellenaban de convictos e indeseables.
Quizás la única salvedad a la regla anteriormente expuesta sería el triunfo de los Tercios. Un Post especial intentará bucear en la causa de que un soldado sin paga sea capaz de lanzarse a cuchillo sobre las murallas de Amberes...
¿Un adelanto?..umm... Un sentimiento español del siglo XVI muy difícil de explicar y que hacía que un pordiosero encontrara en su alma y su corazón lo mejor de sí: LA HONRA
Pues el tuyo me ha sorprendido gratamente.
Es de agradecer que alguien se dedique a recopilar pasajes historicos del modo que tu lo haces.
Mañana o pasado te leeré con más detenimiento.
Saludos
Brillante exposición, amigo. Me lo llevo a casa para saborearlo como debe ser, pues entro desde un ciber. Ya volvere para comentar...esto...¿te importa si te enlazo?
Cordiales saludos¡
Jaja, aquí el licor reportándose de nuevo. Diste en el clavo, los ejércitos españoles consiguieron grandes éxitos y llegaron a ser muy famosos, sobre todo los Tercios, eso es de todos conocido y a nadie se le ocurriría tener la más mínima duda, pero como tú apuntas, atinando de lleno como siempre, su principal motor era “LA HONRA”, si además de ella hubieran estado bien pertrechados y la dirección hubiera sido mas sensata ¿crees que hubiésemos perdido tanto como habíamos ganado?, no basta con ganar, hay que saber planificar para luego mantener lo ganado.
Un dato que das en este comentario deja bien claro que los españoles no sabemos apreciar ni lo que nosotros mismos planeamos, dices” ¿Sabes que los barcos que derrotaron a la alianza Hispano - Francesa en Trafalgar estaban construidos con planos españoles y siguiendo estándares españoles? Y yo te pregunto ¿por qué ese material lo emplearon los ingleses y nos los españoles? Y la respuesta vuelve a ser la misma que para todo lo demás.
Y para terminar mi nueva intervención decir algo que me parece triste, muy triste, antes no había profesionalidad pero les empujaba “LA HONRA” esa que nace de sentirse españoles hasta la médula y hoy en día me temo que no ganamos nada en lo primero y perdimos totalmente lo segundo.
Un abrazo
¡Amigos, el "turuta" comparece ante la llamada del director de orquesta y en presencia de doña "licor"..!
Peliaguda encomienda me hacéis señor. Cuestión muy analizada en Geopolítica.. ¿Por qué se expansionan unos y se desintegran otros?.
No, hablar sólo de honras es quedarnos en la superficie de las cosas.
Las razones que han impulsado el devenir de los pueblos y Estados son complejas y diversas.
Resumiendo, ¡y de qué manera!, vemos que en ciertos momentos históricos, en un lugar y con una población concretos, se produce la expansión de un Estado.
Asirios, Egipcios, periodos Quin y Han de lo que hoy conocemos como China, Macedonio-Helenos, Persas, Romanos, el Islám, Incas, Mogoles, España, Francia, Inglaterra, USA... (por citar sólo los más conocidos).
¿Riqueza?, ¿predominio cultural?, ¿motivos religiosos?, ¿necesidades territoriales?,... ¡Hay tantas razones y todas interactuando!.
En este comentario, suspiro diminuto, me decantaría por una: La expansión es el resultado de una sociedad que gestiona con brillantez los recursos de que dispone.
No se trata de que sean muchos o muy ricos, de que tengan una gran carga ideológica, .. No.
Ocurre que "manejan" con tal acierto lo que tienen que adquieren potencial para disponer de más, de otras cosas de las que carecen, sean necesarias o no para su existencia.
Y son humanos; y como tales, ambiciosos.
(Vivimos con lo que cada uno tenemos, pero entre nosotros hay individuos que son capaces de multiplicar su riqueza. El resultado es siempre el mismo: Adquieren..). (Y no entremos en moralidades. La Historia y las sociedades -y un chimpancé- carecen de ella. Por definición: Es una cualidad exclusiva del individuo humano).
Hasta que un día dejan de gestionar con eficacia, por la razón o razones que queráis.
En ese momento el movimiento geopolítico se invierte y lo que fue expansivo se torna contractivo....
La ley del péndulo..
En cuanto a los Tercios.. Toda la honra que queráis, pero el profesor Carande demostró que sin "los dineros" americanos no hubiese sido posible la proyección europea de la Corona española.
Sólo un apunte más. Creo que junto a la gestión tiene que darse otra característica: Fe en si mismo.
Pero quizás esta faceta sea consustancial a los estómagos bien nutridos... Ya decía aquel que fue soldado de la Infantería Española, don Miguel de Cervantes y Saavedra, que "no hay buen gobierno de las tropas sin el mejor gobierno de las tripas".
A largo plazo, la pobreza, la desorganización, los orgullos solos,.. demuestran una frase que oí en Sarajevo:...
"Los pobres p'a jodelos".
Efectivamente, sin dinero, pocas posibilidades hay, pero Francia era potencia de primer orden en el concierto Europeo, la nación más poblada del continente, con una economía bastante saneada según criterios de la Edad Media... y ni por esas.
Si estoy de acuerdo en lo de la Fe en sí mismo. El soldado español se tenía por lo mejor de mala infantería europea y lo demostraba a cada instante.. ¡Cuántas batallas habrán ganado sólo por el nombre que los acompañaba!... y en cierto sentido, que mal uso hizo la España del siglo XVI de ellos.
Un abrazo
Sr. Turuta, usted lo dice bien claro: “La expansión es el resultado de una sociedad que gestiona con brillantez los recursos de que dispone”. Aquí no se habló sólo de honras, se habló más bien de ineficacias y por lo tanto de no saber gestionar bien los recursos y esto enlaza con que sean cuales sean las razones si no se planifica bien y si no se hace una buena estrategia cualquier operación termina en un sonoro fracaso.
Otra razón que se debe de tener en cuenta es que cuando un país se vuelve poderoso llega un momento en que se apoltrona y empiezan a surgir unos gobernantes cada vez menos idóneos y eso logra que su desplome esté asegurado y con esto volvemos otra vez a lo mismo de siempre, la ineficacia.
En cuanto a los Tercios, nadie va a discutir que “los dineros” americanos sirvieran para la proyección europea, pero teniendo en cuenta que “esos dineros” llegaban tarde, mal y nunca a manos de los componentes de los Tercios, no me negará que “la honra” de la que se habló no tuvo mucho que ver en sus victorias.
Para caboblanco: Bueno, aquí estoy de vuelta. Puff...la verdad es que la mar era un trabajo de hombres duros, curtidos en mil batallas, que dejaban poco o nulo espacio a la sensibleria, desde luego. Hombres aguerridos que luchaban con todo el coraje de que disponian. En cuanto al almirante de la “Gamo”, le compadezco...Por lo demás, apasionante relato el tuyo. Con tu permiso, te enlazo,¿vale?
La gestión de recursos la hacen también y a la vez nuestros competidores.
Al igual que en la actual negociación de los futuros presupuestos de la Uníón ampliada, entran en juego alianzas e intereses compartidos, a mayor o menor plazo.
El resultado es que no basta ser rico y gestionar bien, como hizo Francia en aquel tiempo, sino lograr algo importantísimo: La superioridad operativa.
¿Y qué es eso?. Pues que en cada momento y punto de aplicación de la fuerza necesaria para el logro de nuestros intereses, la nuestra sea superior a cualquier otra que se nos oponga, bien en solitario o combinada con otras.
Así los ejercitos napoleónicos, como habituálmente le ocurrió a Francisco I, proyectan un vector-fuerza mayor, hasta que se le opone un vector resultante de una alianza de fuerzas contarias, en un momento, lugar y ambiente concretos, que adquiere superioridad operativa y le derrota.
En cuanto a los Tercios, desterremos de una vez por todas la falsísima idea de que combaten unidades militares y que la guerra es solo cuestión de que las tropas se "partan los morros".
La palabra es DEFENSA. Defensa de nuestros intereses; de los que sean, aunque sean auténtica mierda.
Pues los empleos de mucha gente nacen de esa mierda, y la sanidad, y muchas otras satisfacciones de necesidades básicas, que se solucionan con dinero.
Se enfrentan y combaten sociedades, pueblos, organizaciones, ideas,..
Se pelea con tropas, con sobornos, corrompiendo, comprando inactividaes, hundiendo negocios, alterando conciencias, quebrando vías de transporte,...
En una guerra se mata alma, corazón y vida. Y, como ya dije, nadie es inocente.
La inversión económica en DEFENSA del emperador Carlos y de su hijo Felipe fue gigantesca. Sin ella, los Tercios, la honra y la furia española hubiesen durado lo que un "canuto" a la puerta de un colegio.
Como decía un viejo piloto, "los aeropuertos se hacen con hormigón y no con celo humano".
¿Dudáis?.
Bien; que el futuro me quite la razón.
Estaré encantado
Amigo caboblanco:
Como siempre nos ofreces un buen documentado artículo, erudito, pero no pedante y de fácil entendimiento.
Mis más sinceras felicitaciones, las cuales nunca dejo de darte.
Al empezar a leer lo de los cañones, lo primero que me vino a la mente es aquello de: Con diez cañones por banda, viento en popa...
Saludos
José
Muy ameno Caboblanco. Por cierto sería porque no había nada más que becarios que perdimos la batalla de Gibraltar? (Arturo Pérez Reverte lo exponen de manera precisa y cachonda) y lo de Malena Gracia tiene su gracia. Por cierto en el primer párrafo, será que acabó con los nervios del capitán y no el capitán de los nervios (anoser que no hayas puesto a propósito). Un abrazo.
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