Me he hecho socio del Holmes place.
Lo admito.
A partir de ahora (me gustaría dejarlo claro desde el principio) voy a pagar religiosamente más de 90 euros al mes por tener un sitio en el que hacer algo de ejercicio. Bien es cierto que la piscina es de acero inoxidable, que no está saneada con cloro sino con ozono, que hay disponible una enorme cantidad de máquinas y aparatos con los que muscularse... y podría seguir así hasta el final del post... pero no deja de ser un gimnasio... un gimnasio al que vas, unos días sí y otros no... al que, de camino, te encuentras con ese amigo que trabaja cerca tan cerca de tí y te dice “venga.. vamos a comer... ¡Ya harás fuerza otro día!”... vamos, simplemente, un gimnasio.
Yo, que no soy más que un hombre sencillo – plano, dirían algunas... -, me he quedado maravillado después del primer día... porque ejercicio, lo que se dice ejercicio, allí no lo hace casi nadie; me explico: Holmes Place dispone de una variada suerte de entrenadores profesionales – todos estupendísimos, al menos de cuerpo - que se interesan por tu estado físico más que tu propia madre... Te corrigen, te animan en los ejercicios, te dan palique como si no costase, te dicen que estás mejorando muchísimo no se sabe que... y, esto es lo más importante, van vestidos de negro.
¿Qué porqué? Porque son de pago; quiero decir, más de pago aún... A lo simples mortales que hacemos el esfuerzo de los 90 y pico nos atienden otros monitores, bastante menos estupendos, menos visibles, incluso menos simpáticos... que van vestidos de rojo. Y a mí me entra la duda... ¿los chistes buenos solo los cuentan los que van de negro? ¿Por qué las que visten de oscuro están, perdóneseme la expresión “mucho más frescas” y sobre todo, si me caigo al suelo, víctima de un súbito ictus, con tal mala fortuna de hacerlo al lado de uno de esos hombres de negro... ¿Me socorrerá o me pedirá mi tarjeta de crédito?
Y ahí han empezado las dudas; y, cuando de camino al vestuario me he cruzado con Ana Obregón mis dudas se han convertido en certezas: No volveré a ir jamás de los jamases... Total, si las legiones romanas han sido, probablemente, el ejército con mejor forma física de la historia entrenando entre campos de cebada y olivares, no me costará a mí mucho bajar tres o cuatro kilos de tripa curtiéndome en un simple campo de deportes de barrio. Porque lo de los legionarios, era sencillamente de no creer; “Mulas de Mario” se les llamaba, aludiendo a la reforma del famoso general, pariente de Julio César, que decidió eliminar la mayoría del tren de bagajes que acompañaba a las legiones, en su mayoría compuesto por mulas, para repartirlo a partes iguales entre los distintos contubernium – grupo de ocho hombres que dormía bajo la misma tienda – y así favorecer la movilidad de sus fuerzas. Dos mil años después, no acierto a comprender como es posible que cargar a una persona con 32 kilos a la espalda contribuya a mejorar su movilidad pero lo cierto es esta decisión, junto con un entrenamiento durísimo que incluía marchas tres veces a la semana, dio lugar al el ejército más móvil de la antigüedad y, seguro, al menos dependientes de ayudas externas.
Mirad, cada miles – en sentido estricto, soldado raso – cargaba con espada, pilum, puñal, escudo, casco y armadura como equipo básico. Además portaba un largo palo apoyado al hombro izquierdo en el que llevaba sujetas cuatro estacas para levantar la empalizada del campamento, un pico militar, una especie de azadón y un cortador de hierba. Todavía hay que sumar los utensilios de higiene personal, cacharros para la comida, su parte proporcional del horno en que se elaboraba el pan y se cocinaba, un juego de repuesto de sandalias, alguna muda, un capote impermeabilizado, una capa de abrigo y grano para alimentarse durante cinco días. No es de extrañar que a la hora de pelear fueran tan contundentes... ¡La alegría que debía suponer dejar la mochila en el suelo sería de no creer!. Incluso Mitrídates, soberano del Ponto que estuvo durante una parte de su vida educándose en Roma y que luego sería uno de sus más fieros enemigos, bromeaba sobre los enjutos cuerpos legionarios, que contrastaban con sus lozanos muslos y pantorrillas, sugiriendo que, en las marchas, al menos el camino de vuelta lo hicieran cabeza abajo... ¡Qué salao!
Naturalmente, este entrenamiento otorgaba habilidades increíbles en un ejército de la edad antigua. César, fue capaz de aguantar los años más duros de su campaña en la Galia apoyándose en la extrema movilidad de sus legiones que le permitía atacar una fortaleza un lunes y, el viernes siguiente, golpear en otra a más de 100 kilómetros de distancia, algo impensable para la mentalidad bárbara. Con el tiempo, el método se perfeccionó aún más: el soldado sabía exactamente donde debía colocarse al inicio de una marcha con lo que la legión se ponía en marcha casi automática; por otro lado, durante la caminata estaba terminantemente prohibido hablar – como en los traslados de los Tercios españoles – así como detenerse sin permiso e ingerir alimentos. De la importancia que los legionarios daban a la forma física baste decir que eran extremadamente raros los casos de exención de estas tremendas marchas para los más mayores, que continuaban haciéndolas durante la totalidad de los 25 años de servicio – el que llegaba – y que en ningún caso podía un recluta pasar al entrenamiento con armas si no se demostraba que estaba maduro físicamente.
Por último, una curiosidad: entre los romanos no eran demasiados los que sabían nadar; malos navegantes y muy temerosos del mar desde tiempos inmemoriales, esta habilidad, necesaria en los ambientes centroeuropeos fluviales y pantanosos donde las legiones se batieron el cobre durante siglos, costaba tanto que normalmente era más sencillo enseñar a un recluta a montar a caballo – ojo, sin estribo – que hacer que se mantuviese con los dos ojos fuera del agua...
4 comentarios:
¡Y qué razón tenían!. Porque, además, así se fortalece el carácter, que en gente de armas no está de más.
Y curiosamente, tambien demostraron que, un ejercito que se alimentaba con pan, cereales, y algunas frutas desidratadas, podian conquistar el mundo.
No... mas bien, creo que temian mas a los castigos que se les daria si fallaban en su deber, que en las batallas. Y estaban tan bien entrenados que "Cesar nos da como recompensa algunas batallas entre entrenamiento y entrenamiento".
Por cierto, a ver si puedes hacer una historia con este ser:
John Singleton Mosby
Creeme, tiene para mas de una novela su vida y obras. En eso se parecia a Bierce. :-)
Un saludo de Edem.
Joder, que yo no he aprendido a nadar por más ganas que le he hechado, y vaya que me he esforzado. ¿Será que soy una Reencarnación de algún Romano?.
Ya en serio, ¿por qué les costaba aprender a nadar?... curioso.
Saludos,
Greeneyes
Sin lugar a dudas, eran gente echa de otra pasta. ¡Sólo de leerlo, ya resulta cansado!
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