Hoy me voy a permitir la licencia de apartarme de la temática que hace que este blog tenga algún sentido, esto es, la divulgación de aspectos poco conocidos de la civilización romana; y es que la ocasión lo merece: tal día como hoy, hace treinta y dos años, nacía un gran escritor, un amante de la historia en cualquiera de sus manifestaciones, autor de decenas de artículos, un competente y sagaz investigador del pasado, en definitiva, alguien cuya única obsesión es el conocimiento de los hechos que, hace cientos de años, configuraron de una manera u otra nuestro presente. Solo hay una pequeña pega…ese hombre aún no lo sabe, bueno… ¡ni él ni nadie!
Me explico; sería estupendo que, en el momento de nuestro alumbramiento, a la vez que la comadrona corta nuestro cordón umbilical y el médico de turno nos propina nuestro primer azote, quizás para acostumbrarnos a los muchos que nos dará la vida, un funcionario del ministerio de sanidad nos cogiera con cuidado, nos colocara detrás de una pequeña pantalla negra y, por medio de una avanzada máquina, comparara nuestras aptitudes y taras contra una gigantesca base de datos hasta encontrar aquella ocupación o desempeño para el que estamos mejor dotados. Imaginaos el tiempo que se ahorrarían los pobres docentes en formar personas en disciplinas para las que ni son aptas ni muestran interés, por no hablar de los sinsabores y berrinches que se evitarían al propio interesado y a sus allegados. La humanidad conseguiría que la práctica totalidad de la población trajinara en aquello que más le gusta o aquello en lo que más rinde con lo que, teniendo en cuenta la importancia que damos a la vida profesional, el mundo estaría peligrosamente cerca de la felicidad.
Pero, como los jerifaltes del género humano están muy ocupados consiguiendo que el mundo se mate entre sí y gastan ingentes cantidades de recursos financieros para pagar las armas con las que nos peleamos, parece que la construcción de la susodicha máquina va para largo. Para compensar, nos han vendido un modelo de sociedad en el que hay que prosperar ¿Qué que es eso? Pues prosperar es, básicamente, conseguir cursar una licenciatura que asegure un puesto de trabajo, entrar en una importante compañía en proceso de expansión, convertirte en alguien “necesario” tras cinco o seis años de vagar como alma en pena por las plantas de la oficina solo para acabar ganando un euro más o menos que tu vecino de lado y practicando la poligamia ya que estás unido hasta que la muerte te separe no solo a tu pareja, sino a tu hipoteca.
Y es entonces cuando una noche, sentado solo en la terraza, saboreando tu “éxito” junto una copa de licor antes de irte a la cama, te puede venir a la cabeza una peligrosísima pregunta; convencido como estoy de todos estamos aquí con un cierto propósito, con un destino que cumplir, ¿es este el mío?. Quizás sí; quiero decir, me deje varios años de mi vida estudiando duramente, perdí algunos otros a caballo entre la cama de mi habitación y la cafetería de la Universidad, conseguí que alguien se fijara en mí en una entrevista y me ofreciera un trabajo e incluso logré dos o tres aumentos de sueldo sin tener que dejar de hablar a ninguno de mis compañeros pero asumiendo que solo tenemos una vida que gastar ¿es así como quiero hacerlo? Y suponiendo que así sea… ¿realmente estoy más cerca de mi destino?
En mi caso, afortunadamente he podido responder a algunas de esas preguntas, aunque sea por eliminación. Hace ya algún tiempo, me di cuenta de que para mí, el día empezaba realmente cuando llegaba a casa, dejaba que varios libros de historia camparan a sus anchas por mi escritorio, agarraba papel y bolígrafo, y empezaba a trabajar concentrando todos mis sentidos en la lectura de pesados manuales y espesas biografías. Cada día, sabía un poquito más, me expresaba un poquito mejor...¡estaba prosperando de verdad!. Y también me di cuenta de que así, era inmensamente feliz. Más tarde, conseguí perfeccionar aún más mi técnica, y tras pelear contra mi conciencia conseguía que la mayoría de las veces, los posibles sinsabores del trabajo, la penosa sensación de no hacer nada interesante, los malos momentos que había vivido durante la jornada, se quedaran en el rellano, como perros hambrientos, esperándome hasta la mañana siguiente. Pero llegó un momento en que alcancé la plenitud: no hacía falta luchar contra esos sentimientos; simplemente aprendí a ignorarlos con la ayuda que me ofrecía el convencimiento íntimo de que lo que hacía durante ocho horas cada día no representaba, afortunadamente, más que una fatalidad temporal. Y que mi verdadero destino, que por ahora solo se escenificaba unas pocas horas en la intimidad de mi habitación, más pronto que tarde invadiría toda mi existencia.
Cuando a Miguel Ángel le felicitaron por su magnífico David, él, humildemente, les indicó que la escultura siempre había estado allí; que el se había limitado a quitar el sobrante. Yo intento hacer lo mismo cada noche. Con suerte y un poquito de tiempo, aparecerá mi destino.
Descansa en paz Jubilado
Hace 6 meses
2 comentarios:
Querido y joven amigo: ¡Felicidades!.
He disfrutado con todos tus artículos, pero sólo al terminar de leer este me he sentido tan junto a tí que me he atrevido a calificarte como amigo.
Un gran abrazo. Dedícate a ser feliz y no te preocupes. Lo conseguirás.
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