miércoles, 23 de agosto de 2006

Mil pesetas

Ese oscuro objeto de deseo...

Hace poco, en el transcurso de una cena que discurrió por su camino más amable hasta el momento en que solicitamos la cuenta – cuidado con los menús degustación, en los que apenas nada está incluido… - una de las conversaciones versó sobre la cantidad de locuras en que nos vemos envueltos los humanos y las diferentes motivaciones que tenemos para hacerlas, y en un determinado momento uno de los comensales espetó: “… es que, hay que ver, ¡la gente por dinero haría prácticamente cualquier cosa!”; lo primero que me suscitó dicha afirmación, dejando aparte la desafortunada costumbre del ser humano para meter a todos sus congéneres en el mismo saco, atarlo y dejarse fuera a sí mismo, fue la sensación de que aquello no era así exactamente… me explico: una cosa es que en la actualidad, un grupo de jóvenes con más o menos meninges esté dispuesto a cohabitar delante de siete cámaras de televisión en un sucedáneo de experimento sociológico, y otra muy distinta la situación a la que cualquiera de nosotros se puede ver abocado por mor de las circunstancias, de un mal dado, o de la intervención de otro de nosotros. En esencia: Una persona sería capaz de hacer muchas cosas por dinero, pero “solo” se vería abligado a tener que decir que sí prácticamente a todo, en la medida en que dicho dinero, acabara con una necesidad… su necesidad.

Y otra cosa no habría pero necesidades, en la Guerra Civil española, sobraban. Como podréis suponer, ni la comida, ni el calzado, ni el vestido, ni siquiera mantener la más mínima higiene personal, eran cosas fáciles de conseguir. Y daba igual que formaras parte de las columnas que se mataban mutuamente en cualquiera de los frentes, o que deambularas como ciudadano no combatiente – pero sí sufriente… - por cualquiera de los pueblos o ciudades españolas… En ningún sitio había prácticamente de nada. De ahí que el dinero, por mínimo que fuese, solucionara fácilmente la mayoría de los estragos que se cebaban con las familias, los ancianos, los niños… y de ahí también que, en aquellos días, hubiese cientos, miles, millones de personas dispuestas a todo por ver a su hijo irse a la cama, por una vez, con el estómago lleno. Pues bien, este “estado de necesidad” extrema, unida al carácter sandunguero, despreocupado e inconsciente de la mayoría de nosotros mismos, degeneraba a veces en situaciones caóticas que, con el paso de los años, bien se pueden contemplar con una media sonrisa… de lástima.

España fue, durante aquellos funestos años, un inmenso campo de batalla experimental en el que las potencias europeas probaron una barbaridad de nuevos ingenios y modernas técnicas guerreriles que sirvieron, tan solo seis años más tarde, para matar mucho más y mejor durante la II Guerra Mundial. Por los campos patrios nuestros abuelos se maravillaron observando una variada suerte de aviones, cañones, armas ligeras, submarinos… y por supuesto, carros de combate. Como se trataba de un ingenio costoso y caro, y como fallaban más que nuestro ministro de Asuntos Exteriores, la Alemania nazi y la Unión soviética de Stalin mandaron para acá sus más modernos modelos, para irlos fogueando en condiciones reales, sacarles fallos y dejarlos a punto para lo que se avecinaba en el horizonte. Los nazis nos obsequiaron con su Panzerkampfwagen I, un ingenio pequeño, no mucho más blindado que una lata de gasolina, armado tan solo con dos ametralladoras, pero manejable y veloz. La URSS despachó con destino a las brigadas del ejército republicano su mejor carro de combate, el T – 26, un macizo vehículo que atesoraba entre otras muchas virtudes, una de valor incalculable… un cañón. ¿Cómo… qué cuál es la diferencia? Pues como la noche y el día… para no aburriros y mandaros a la cama antes de tiempo, os diré que, básicamente, el “ruski” podía poner fuera de combate al “boche”, pero lo contrario, era simplemente imposible.

Cuando el jefe de los carristas alemanes, un tal Von Thoma, vio que, regularmente, sus vehículos regresaban a casa con dos o tres “cómodos agujeros de ventilación”, lo intentó todo: sustituir las ametralladoras por algo más consistente, desarrollar nuevas tácticas de ataque, emboscar a los vehículos soviéticos… pero sin resultados; hasta que una mañana dio con una solución más barata que arriesgar sus propios tanques… veréis… Thoma prometió nada menos que ¡mil pesetas de entonces! a aquel que fuera capaz de acercarse a uno de estos ingenios y capturarlo de manera que más tarde fuera reutilizable por las tropas nacionales. Naturalmente, decirlo y presentarse varios cientos de soldaditos españoles más que dispuestos, fue todo uno. Lamentablemente para los nuestros, pensarlo era más fácil que hacerlo: En primer lugar, para conseguir la proeza había que acercarse al “bicho”, lo que no era precisamente baladí, teniendo en cuenta el “peaso” cañón que adornaba al tanque ruso. Además, la única manera de dejarlo en condiciones de utilización posterior era, o bien meterle una mina casera entre las orugas, o bien tratar de abrir la escotilla como fuera, y ametrallar a su tripulación… y tanto una cosa como otra eran muy peligrosas.

Cierto día, alarmado ante las noticias de cientos de españoles que caían tratando de sacarse esas mil pesetas, el oficial nacional que ejercía de enlace de Von Thoma decidió presenciar, con sus propios ojos, una ofensiva de tanques, concretamente en Brunete. Lo que vio, básicamente, fue a un remolino de soldados que, con manifiesto despreció por su vida y por el éxito de la operación, olvidaban las órdenes de sus superiores y se iban como locos a sacarse el sobresueldo, ¡a veces armados tan solo de una palanca para tratar de acceder al tanque! Aquel día, al parecer, murieron treinta y seis españoles tratando de convertirse en clase media – alta...

El mando español suspendió definitivamente aquella práctica, y prohibió a Thoma ofrecer premios o dineros.

Mil pesetas de entonces eran, aproximadamente, unas 275.000 pesetas de ahora.

El coronel Barrón, otro de los militares nacionales que presenciaron aquel desastre, escribió más tarde… “jamás, en el curso de la guerra, volvería a presenciar ofensiva alguna, en que superara la temeridad y la locura con la que aquellos soldados se lanzaron a una muerte segura”.

Se le olvidó nombrar a la necesidad.

17 comentarios:

Leodegundia dijo...

Tienes razón en que para juzgar algunos hechos hay que ponerse en la situación de la persona que los protagoniza , nadie sabe lo que se estaría dispuesto a hacer por un simple pedazo de pan, pongamos por ejemplo, cuando se está acostumbrado a tirar pan todos los días a la basura al estar pasando por una época de abundancia. El problema es que a muchos en casos de extrema necesidad se les olvida emplear más la cabeza y se lanzan al ataque sin planificar la ofensiva, pero ¿quién es perfecto?.
Un abrazo

C. dijo...

"What do you do for money, honey?". Ya lo dice la canción!

Joaquín dijo...

Aunque a mí siempre me ha gustado, por su dignidad, el dicho castizo: "en mi hambre mando yo".

Anónimo dijo...

No se sabe que movió a los "españolitos" para aceptar el pacto de las mil ptas,si la codicia, ambición, ignorancia o extrema necesidad el caso es que como ocurre siempre el pez grande se come al pequeño. Nina

Anónimo dijo...

...Los campos de batalla no son el lugar apropiado para hacer dinero. Por eso la industria armamentística no se complica por seis euros de nada: que lo hagan otros...
SALUDANDO: LeeTamargo.-

Anónimo dijo...

La lectura de esta historia y todo lo que se encierra detras de ella me ha resultado ¡espeluznante!

Y tambien me recuerda una famoa frase de Manuel Benitez, "El Cordobes": "Mas cornás da el hambre"

Luis Caboblanco dijo...

Que conste que el bueno de THOMA empezó ofreciendo 500 pesetas pero a la vista de los resultados le debió parecer poco y subio a 1000 pelas. A los nacionales, a pesar de todo, esta técnica les fue bien: recuperaron una buena cantidad de carros que luego las maestranzas y talleres ponía a tono para uso propio... y no solo con la técnica de "...balones a mí que los arrollo". Poco a poco se fueron haciendo más refinados y solían ofrecer mucha cancha a los tanques rusos hasta que se separaban de la infantería y caían en una especie de vado desde donde los tripulantes del carro apenas tenían visibilidad. Una técnica parecida a como los antiguos neanderthales cazaban el mamut...

Un saludo

Anónimo dijo...

No conocía la noticia y según iba leyendo me ha recordado la fábula de Esopo ¿Quién le pone el cascabel al gato?. Claro que los animales suelen ser más sensatos que la mayoría de las personas, por mucho hambre que tengan.
Saludos

Mayte dijo...

Es que la pregunta seria...que no harías por necesidad...ahí quizás toda la perspectiva cambiaria y ninguno se salva, que dicho sea de paso todos tenemos necesidades.

Y si hablamos de estrategias y necesidades en un campo de guerra...las cosas no son nada diferentes, en esos casos se hace mucho y se piensa poco.

Bikos :)

Joaquín dijo...

Por cierto, el título del post me sugiere lo aferrado que tenemos el dinero en la mente. Todavía decimos "por cuatro perras", y al futbolista abúlico le llamamos "pesetero".

Anazia dijo...

Es muy fácil olvidarse de la necesidad cuando uno se siente satisfecho. Fue un horror...

Me recuerda a lo que está pasando en Canarias sin mil pesetas de recompensa.

Anónimo dijo...

Hola, quiero felicitarte por tu blog que sigo desde hace tiempo, ya que consigues convertir la historia en algo ameno y asequible a cualquiera.

Recientemente nuestra asociación ha abierto un blog, y te agradeceríamos que lo visitases

Un saludo

Asociación Legio Septima

Anónimo dijo...

Desde luego es para apenarse, la necesidad empuja a la gente ha hacer locuras, como lo atravesar el mar en frágiles embarcaciones, llámense pateras, cayucos o balsas.

Grácias por contarnos historias tan interesantes.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Quién sabe de lo que somos capaces por desesperación, necesidad o codicia...
Un abrazo y a ver si voy poniéndome al día.

Gregorio Luri dijo...

He pasado varias veces por aquí y cada vez he vuelto a leer el post. No conocía lo que cuentas, pero me parece perfectamente verosímil. Cada vez -debe ser cosa de la edad, que se dice- veo más clara nuestra inquietante fragilidad humana y me preocupa más nuestra capacidad para la degradación. Tiendo a pesnar que no hay exceso que no estemos dispuestos a cometer para alejar de nosotros esa fragilidad.

Anónimo dijo...

"Necesidad" terrible palabra en cualquier circunstancia.
Saluditos desde la frontera del verano.

Anónimo dijo...

Y es que la necesidad tira mucho...

Un abrazo