lunes, 3 de marzo de 2008

Las enfermedades del mar

Algo que leer nunca viene mal...

Mi médico – al que afortunadamente veo de pascuas a ramos... – suele decir que nos preocupamos demasiado por las enfermedades, teniendo en cuenta que son parte de nuestra condición humana y nos acompañaran siempre... que, al igual que el destino último de todo buque es hundirse y el de un avión terminar acercándose contra el suelo a una velocidad absolutamente insana, el de todo hombre es enfermar, constituyendo lo contrario, prácticamente, una anatema sanitario. Claro, pienso yo... eso se puede decir si, como él, tienes casi cincuenta años, la apariencia de diez o doce menos y estás, casi a las ocho de la tarde, fresco como una lechuga; estoy seguro que a la legión de ancianitas que le vistan por la mañana, el tema les preocupa algo más y, seguro, de manera bien diferente...

Cierto es que las enfermedades se han constituido como nuestras muy fieles compañeras de viaje desde que el hombre es tal, y que, al igual que la ropa, han ido apareciendo casi por modas y ligadas a épocas concretas y problemáticas humanas bien diferenciadas. Por ejemplo... con el desarrollo de la navegación ultramarina, a mediados del siglo XVI, se generalizaron entre los pasajeros y, más aún, entre los marineros, dos curiosas dolencias que han dado para un sinfín de literatura: el escorbuto y el tifus.

La primera de ellas, el escorbuto, aún causaba verdaderas sangrías entre las tripulaciones de largas travesías en una época, en principio, tan desarrollada como los años finales del siglo XVIII. Después de meses, o a veces incluso unas pocas semanas en la mar, los marineros empezaban a desarrollar unos curiosos y muy específicos síntomas que hacían la enfermedad absolutamente reconocible; al principio, se quejaban de debilidad y falta de energía y de malestar general, trastornos que eran seguidos de violentas hemorragias alrededor de los folículos capilares, sangrados de encías, afloramiento de los dientes y una halitosis como no os imagináis. A medida que el mal avanzaba, se hacían presentes unas manchas en la piel y, en las tripulaciones de los buques de guerra, hombres generalmente víctimas de numerosas y violentas heridas, éstas acababan por no cicatrizar, volviéndose a abrir e incluso quebrándose fracturas óseas que, en apariencia, estaban perfectamente soldadas. Sin un adecuado tratamiento, el afectado moría sin remedio y, hasta pocos años antes de Trafalgar, dicho tratamiento sencillamente no existía. El escorbuto estaba tan generalizado que incluso Nelsonel vencedor de españoles y franceses – lo padeció y evitaba a toda costa reírse porque la enfermedad le había destrozado todos los dientes.

Hoy se sabe que el escorbuto solo afecta a seres humanos, primates y ¡cobayas! puesto que todas estas especies carecen de una enzima que convierte un tipo de azúcar llamado gluconato en una sustancia esencial llamadas ascorbato. En tierra, el hombre goza de una dieta que le permite complementar este déficit a base de, sobre todo, vitamina C pero en alta mar, con una dieta construida a base de insípidas galletas, trigo, avena, y apenas carne o fruta, el marinero tipo desarrollaba la enfermedad sin remedio. En el largo tiempo que los médicos estudiaron de cerca la enfermedad, notaron que los tripulantes que regularmente ingerían manzanas o cítricos eran muy poco propensos a contraer y mal y, poco a poco, se generalizó el consumo de limones y naranjas hasta que, una ración media de tres piezas de fruta o un vaso de zumo se estableció como obligatoria, figurando en las ordenanzas de las armadas de los principales países europeos. Más chocante y mucho menos apetecible era la forma alternativa de evitar el escorbuto... simplemente... complementar la dieta con las ratas que, a cientos, vivían en las bodegas de los grandes navíos de línea... ¿el porqué?... fácil: las ratas son, literalmente, una máquinas de sintetizar ácido ascórbico y constituían la mejor, aunque más desagradable manera de evitar el escorbuto.

En cuanto a la segunda de las dolencias del marinero, dependiendo de la nacionalidad de la tripulación la llamaban fiebre del calabozo, del hospital, de los barcos... y en general, hacía alusión a los escenarios donde era más probable contraerla: donde quiera que hubiese grandes grupos de gente conviviendo sin demasiado higiene, allí habría, seguro, multitud de piojos y pulgas capaces de transmitir el tifus. Quienes se infectaban padecían unas fiebres absolutamente malsanas, el pulso se les aceleraba hasta rozar la taquicardia, sufrían delirios terribles y, normalmente, morían al cabo de tres días. Por eso en los barcos españoles se conocía a esta enfermedad como “la fiebre del tercer día”...

Los galenos de los buques sospechaban que las ropas sucias provocaban el tifus aunque, curiosamente, no porque estuviesen llenas de piojos y chinches sino por el hediondo olor que desprendía el marinero medio. Una limpieza obsesiva del buque y el lavado o destrucción de la ropa de cama y las vestimentas contaminadas demostraba ser una solución efectiva contra la diseminación del tifus pero sólo si al mismo tiempo se aniquilaban las ratas de a bordo; de lo contrario éstas – que seguían portando a las pulgas y piojos infectados – volvían a contagiar a la tripulación. Además, por muy pulcro que fuese el capitán del buque, la costumbre de completar las tripulaciones con conscriptos procedentes de las prisiones no colaboraba a erradicar el mal para siempre del barco. Sin embargo, el tifus también hizo que el ser humano se devanara un poco los sesos para contrarrestarlo y los médicos se las ingeniaron para combatir el mal de una forma un poco excéntrica: como el jabón apenas enjabonaba – valga la redundancia... – mezclado con el agua salina, se empezó a lavar la ropa con una mezcla de jabón, agua del mar y orines, lo que se reveló como un poderoso aliado contra la enfermedad.

Bendito siglo XXI...

4 comentarios:

Unknown dijo...

¡Esto si que es hablar de las entrañas y los entresijos de la Historia! Las cosas más corrientes, las enfermedades, la alimentación, los remedios… son Historia de la de verdad. Historia humana.

Haces una narración tan viva que podemos imaginar esos barcos llenos de malolientes marineros y ratas cochambrosas que les hacían enfermar, pero, paradojas, algunas veces hasta les sirven de medicina para evitar enfermedades. ¡Qué cosas!

Saludos

Juan Antonio del Pino dijo...

Muy interesante.
Lo mejor, que por un momento, sólo por leer tus líneas, me siento en la piel de cualquier hediondo marinero de la época, casi sin dientes, afiebrado, surcando la mar océana en un navío de los de antes.
No sé como lo consigues.
enhorabuena

Anónimo dijo...

Una historia muy interesalte, recuerdo que la leí en forma de historieta en mi adolescencia y me impresiono vivamente. La has contado maravillosamente. ¡Gracias!

Anónimo dijo...

Conocía el escorbuto y el tifus, pero desconocía totalmente algo que de una u otra manera afectó a la solución provisional del primero, en los buques las ratas, aunque en el segundo caso me ha chocado lo de lavar con orines.
Saludos