jueves, 28 de febrero de 2008

Hermanos de sangre

Fotograma de "Enrique V"

Enrique V fue un hombre seguro de sí mismo, con una capacidad de liderazgo fuera de lo común y una habilidad diplomática que, en una Europa en la que la mayoría de los reinos estaban divididos o en vísperas de estarlo, no tenía precio. No lo tuvo fácil; Su juventud estuvo marcada por la inestabilidad del reinado de su padre, Enrique de Bolingbroke, que casi perdió la razón a fuerza de intentar contentar a los estamentos eclesiásticos de Inglaterra, a los que debía en buena medida su acceso al trono. Durante su infancia y su juventud se produjeron tal cantidad de usurpaciones e intentos de asesinato que el pobre Enrique tuvo que aprender el arte militar y el uso de la espada, más como necesidad de autodefensa que como obligación derivada de su rango. Pero, afortunadamente, tal estado de permanente necesidad, de desconfianza, de desapego... esa tremenda de falta de cariño, de un asidero emocional en el que apoyarse... no produjo en él ningún mal irremediable ni le convirtió en un monstruo... en absoluto; Enrique emergió apoyado en su increíble valor y en su apabullante ingenio y, por encima del juicio que se pueda hacer sobre sus acciones y la época que le tocó vivir y lidiar – tremendamente diferente a la nuestra - queda fuera de toda duda que se trataba de un ser humano excepcional.

Su vida es de sobra conocida, así como sus méritos: aseguró su reino, formó un gobierno fuerte, sofocó las rebeliones de los galeses y los escoceses, conquistó Normandía y amenazó el mismo corazón de Francia, todo ello con unos recursos limitadísimos, un ejército exiguo y por momentos enfermo y desnutrido pero ejerciendo su liderazgo con grandes dosis de pasión y una firme voluntad de sacar adelante todo aquello con lo que se enfrentaba.

Afortunadamente nos han llegado testimonios de algunos de los que combatieron con él, pasaron la noche en la misma tienda o trinchera, o le siguieron a través de llanuras y pantanos... En las cartas y escritos, de muy diferentes estilos, algunas muy concienzudas y con gusto por el detalle... otras mucho más emotivas, se aprecia una visión del personaje casi idílica que costaría mucho creer... de no ser porque todas ellas coinciden en ello sin, prácticamente, ningun matiz de discrepancia. Sus compañeros, sus generales, sus amigos – que los tuvo, aún siendo Rey... – hablan de las sensaciones que sentían a su lado, de la seguridad que transmitía, y de su mirada, al parecer, absolutamente clarividente. Su jefe de suministros y materiales, Nicolás Merbury, que le acompañó en la batalla de Agincourt, en 1415, nos dice “... hablaba del amor por Inglaterra, de sus ilusiones, del calor que sentía cuando se acordaba de los que había dejado en la patria... En palabras de otro casi parecían estupideces pero... en su boca... uno se sentía obligado a creerlas”

En vísperas de la batalla, Enrique se subió a un carro y se dirigió a sus hombres en un discurso cordial y cercano pero muy firme y decidido; les habló de lo que se jugaban, de las responsabilidad para con los suyos y con Inglaterra y al parecer, les pidió – no exigió… - lo mejor de ellos mismos. Por desgracia, no nos han llegado las palabras exactas que se pronunciaron aquel día; sin embargo, nada impide leer las que Shakespeare puso en su boca un siglo más tarde en el tercer acto de “La vida de Enrique V”… porque resultan igualmente emocionantes:

Esta historia la enseñará el buen hombre a su hijo, y desde este día hasta el fin del mundo la fiesta de San Crispín y Crispiniano nunca llegará sin que a ella vaya asociado nuestro recuerdo, el recuerdo de nuestro pequeño ejército, de nuestro feliz pequeño ejército, de nuestra banda de hermanos; porque el que vierta hoy su sangre conmigo será mi hermano; por muy vil que sea, esta jornada ennoblecerá su condición y los caballeros que permanecen ahora en su lecho en Inglaterra se sabrán malditos por no haberse hallado aquí entre nosotros, y tendrán su nobleza en bajo precio cuando escuchen hablar a uno de los que han combatido el día de San Crispín

Eran otros tiempos.

3 comentarios:

Danielo dijo...

Hay una novela que leí hace tiempo sobre esa época tan diferente que me encanto " El bosque de la larga espera" de Hella Haasse...centrada tal vez más en el lado francés, relata la derrota de Agincourt desde ese punto de vista y las consencuencias para la nobleza.
Felicidades por la entrada Caboblanco.

Leodegundia dijo...

Después de la victoria de Azincourt todavía siguieron las conquistas y por el tratado de Troyes se casó con Catalina, hija de Carlos VI, opteniendo así la regencia de Francia y la posible sucesión, pero la resistencia francesa desbarató sus esperanzas y cansado y enfermo dejó la regencia en manos de Bedford.
Un personaje con una vida y una personalidad muy interesantes.
Un saludo

Turulato dijo...

Quizá.., más que ambición tuvo conciencia de su tiempo personal dentro del gran espacio colectivo que a todos nos envuelve.
Y sintió, con claridad, que solo existe, en realidad, quien es fiel a si mismo.