lunes, 18 de julio de 2005

Apologia del silencio

Decía Manuel Azaña que, si los españoles hablásemos solo de lo que sabemos, se generaría un inmenso silencio, que podríamos aprovechar para el estudio. Esta afirmación, con la que estoy plenamente de acuerdo, cobra hoy en día una mayor importancia ya que la tendencia actual es, precisamente, la contraria: lo único que puntúa es la capacidad de decir la mayor cantidad de cosas posible, cuanto más alto mejor, sin reparar demasiado en la veracidad u oportunidad de los enunciados; de manera que el sosiego o la reserva aparecen como resquicios antediluvianos de una manera de actuar que ya no es “in”.

Esta falta de reposo en las actitudes, que yo creo que es consecuencia directa de una falta de respeto hacía lo ajeno, empeora los procesos y afea los resultados porque, como decía el poeta, cuando el corazón está en silencio la inspiración aparece y la visión se aclara. Los romanos, que a pesar de ir por ahí sin pantalones eran muy listos y las cazaban al vuelo, en seguida se dieron cuenta de las virtudes que conlleva el tener la boquita cerrada y los ojos bien abiertos, y fomentaron la actitud del buho (que no habla pero se fija...) en la educación de los jóvenes y lo establecieron como obligatorio en la instrucción militar hasta un extremo, como ahora veremos, inaudito. Sobre la eficacia de esta práctica, a las pruebas me remito.

Cuando un probatio o recluta ingresaba en una unidad militar romana, ya sea legión o cuerpo auxiliar, lo primerito que aprendía era a callarse y a escuchar; o mejor a praebere aures o lo que es lo mismo, a estar en actitud diligente de atender y obrar en consecuencia según el sentido de las órdenes o acciones de los jefes o sus compañeros veteranos, que eran los que sabían de que iba el asunto. Esta actitud, a medio camino entre el respeto y la consideración por lo que el otro te pueda enseñar, era básica en el funcionamiento del ejército de Roma y ahora, con el pasar del tiempo, se muestra como uno de los pilares de su éxito. Porque ¡ojo! para un mando es muy fácil decirle al subordinado que se calle o incluso, que salte a la pata coja ya que a este no le queda más remedio que obedecer, de mejor o peor gana; a lo que me refiero es a que se educaba a los niños desde pequeños en ese convencimiento. De esta manera, lo que de jóvenes les ayudaba a aprender, de adultos les mantenía vivos…

Quiero decir…imaginaos una legión haciendo frente a un nutrido grupo de bárbaros, los cuales les superan en número; los bárbaros se muestran vociferantes, amenazadores, enarbolan sus espadas o incluso enseñan sus genitales, intentando amedrentar a los latinos. Enfrente, los legionarios están en absoluto silencio, casi sepulcral; y más les vale ya que el optio se coloca al final de cada cuadro, atento al que contravenga la obligación de no pronunciar palabra para castigar su espalda con su vara. Mientras tanto, el griterío sube de tono y ya es ensordecedor. Los bárbaros están a punto de cargar pero en los romanos no se atisba ni un solo movimiento, todo lo más, un escudo que se alza para parar alguna flecha que desciende del cielo. Los legionarios tienen ya solo dos preocupaciones: estar muy pendientes de las trompas y cornus del sus compañeros músicos, que ahora definen el ritmo de la batalla que va a comenzar y trasmiten las órdenes de los mandos, y tener bien localizado el penacho rojo de su centurión para que la unidad permanezca unida y cumpla con su cometido…siguiendo en completo silencio.

El primipilus o centurión más antiguo grita ¡signa statuere! o ¡aguantad!, ordenando a sus hombres que permanenzcan quietos, que aguanten sus miedos y controlen sus excesos…(continuará)

3 comentarios:

Ana María dijo...

¡Cuánta razón llevaba Azaña!
Hoy no sólo nos gusta hablar mucho y muy fuerte sino que además nos creemos en posesión de la verdad absoluta y de lo que tratamos es de convencer a todos. Sabiendo que verdades hay tantas como personas.

Un abrazo.

Turulato dijo...

He estado tentado de comentar el artículo cuando estuviese completo, pero al ver el "acorazado" del siguiente y leer a "Maruja", me he decidido a opinar.
De tu artículo me quedo con el último párrafo: " Quiero decir…imaginaos..";¡cuanto hay que aprender de lo que escribes!. Siento que hoy importan más los gestos y el vocerío que la enjundía de las cosas.. Me desagrada.
Y, además, ¡los voceras no tienen más importancia que la que les "regala" quien les oye!; vamos, que, en realidad, nos asustamos ante ellos, que tenemos poca entereza..
Y luego, Maruja. Esta mujer es espectacular. No discursea, como necesito hacer yo para decir poca cosa, sino que con cuatro palabras dice "verdades como puños".
Hoy, todos, creemos muy poco. Por eso andamos a todas horas catequizando.. Necesitamos oir a otro diciendo lo que pregonamos para creer que lo hemos dicho y sentir que estamos vivos.
Así que a convencer a los demás de lo que pienso; yo no creo en ello, pero sí "conquisto" a cuatro o cinco.. ¡Qué bien!.

Luis Caboblanco dijo...

Desgraciadamente es cierto Turulato; Hoy en dia, únicamente decimos aquello que sentimos va a gustar a la mayoría, porque buscamos el aplauso fácil y el éxito inmediato. De esta manera traicionamos a nuestros semejantes y, sobre todo, a nosotros mismos porque cada uno ha de ser fiel, por encima de todo, a su propia persona.

Hoy he estado leyendo sobre nuestro penoso siglo XIX y el falsamente esperanzador comienzo del XX; Maura, Dato, Ortega, Silvela, Cambó, Sagasta, Cánovas... Inmediatamente los he cruzado con nuestros actuales Acebes, Blanco, Zaplana, Rubalcaba, Anasagasti...casi me dan ganas de llorar. Nuestra democracia no es parlamentaria sino Parloteo-mentaria.

Buenas noches