Del mismo modo que Diocleciano acabo siendo más ilustre que la mayoría de sus predecesores, su nacimiento fue de lo más oscuro y miserable. Sus padres fueron esclavos en la casa de Anulio, un senador romano bastante bonachón y sandunguero y es probable que, a su abrigo, la habilidad de su padre como escriba le facilitara la obtención de la libertad y la posibilidad de ganarse la vida con este oficio, por otra parte muy común entre los libertos. Y ya que desde esta humilde posición fue capaz de impulsar a su vástago desde los cargos más humildes del ejército hasta la responsabilidad más alta del imperio, se hace imprescindible honrar al padre antes que al hijo.
Pero centrémonos: Diocleciano era dálmata, esto es, nacido en Dalmacia, un territorio que se correspondía poco más o menos con la antigua Yugoslavia y que se caracterizaba por otorgar a sus hijos personalidades recias, frugales y belicosas, pero nuestro protagonista atesoraba, además de estas, otras virtudes más relacionadas con la calma y el raciocinio. Semejante dualidad ha motivado que la mayoría de los historiadores relacionen al personaje con actitudes dubitativas o faltas de “punch”; nada más lejos de la realidad… El valor de Diocleciano siempre estuvo a la altura de su responsabilidad y el deber pero, al parecer, ni poseyó el espíritu osado del héroe que va al encuentro del peligro y de la fama, ni cultivó el gusto por las ejecuciones ni el derramamiento de sangre. Simplemente, se distinguió más como hombre de estado que como guerrero y no empleó la fuerza cuando sospechó que el objetivo era alcanzable por otro fines… virtud que en la actualidad parece más necesaria que nunca y que denota firmeza de carácter más que cualquier otra.
Más, como digo, tampoco le temblaba la mano; pasó la mayor parte de sus primeros años en interminables campañas a lo largo del Danubio, guerreando con una infinidad de pueblos poco dados a la conversación y sí al guantazo… y se le daba de maravilla. Desarrolló una extraordinaria carrera con los emperadores Aureliano y Probo y llegó a ser el jefe de la guardia personal de Numeriano, cargo para el que se adivinan necesarias grandes dosis de confiabilidad además de mando. A la muerte de éste por orden del Prefecto del Pretorio, Diocleciano desenmascaró al usurpador y le ejecutó, más para escarmentarle que como vía para conseguir sus fines personales pero ¡Ay…! cuando se quiso dar cuenta, el ejército le aclamaba emperador en plan torero en Nicomedia el 20 de noviembre del 284, seguramente porque detectó en él las condiciones para acabar con la anarquía que, de hecho, asolaba el Imperio desde hacía ya muchos años.
Diocleciano se retiró a una coqueta villa en Spalatum, muy cerca de la actual Split y, quien sabe, de su presunto lugar de nacimiento, y ni siquiera la abandonó cuando Maximiano le solicitó su ayuda para intervenir en la grave crisis que su sistema de sucesión “patentado” estaba a punto de crear. Allí, en medio de un huerto bien trabajado y cuidado, fue donde Diocleciano espetó a su contrariado visitante... "¿Has visto que hermosas crecen mis coles?”
2 comentarios:
Curioso. El poder de la educación. Todo lo que sabía de él, me lo enseñaron los jesuitas.
Un asesino injusto y sanguinario.
Que tengas unas felices fiestas, Caboblanco.
Un abrazo
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