domingo, 16 de diciembre de 2007

¡Qué harias tu sin mí!


Es curioso comprobar la cantidad de circunstancias, ideas o personas que son algo en función de tal o cual cosa; quiero decir, a veces es más sencillo explicar a alguien, determinar su contenido es función de su negativo, de aquellos contra lo que luchó y que representan todo lo contrario. Estas intensas dualidades contrapuestas justifican, por sí solas, siglos enteros de historia y conocimiento: sabemos del leopardo gracias a la gacela, de los celtas por mor de los romanos, concebimos el renacimiento como una reacción violenta y natural contra la oscura edad media o al proletariado como la espada justiciera frente al capitalismo. Con las personas, estos antagonismos se acentúan: es imposible estudiar a Julio César sin reparar en Vercingetorix, A Felipe II separado de Isabel de Inglaterra o a Napoleón de Wellington. Naturalmente, hay ocasiones en que los personajes son tan irrelevantes que cuando se contraponen, más que ensalzarse mutuamente parecen aún más prescindibles e gratuitos, tal es el caso de cierto presidente de gobierno y de cierto líder de la oposición pero ¡no temáis!... me voy a ocupar de personalidades ciertamente más interesantes.

Salah Al-Din Yusuf Ibn Ayyub es el molón nombre con el que sus tropas – y la totalidad del pueblo musulmán – conocían a Saladino, espejo de todas las virtudes, caballeroso guerrero, magnífico estratega y, sobre todo, terrible quebradero para todo el occidente cristiano. Saladino, como Sadam Hussein, nació en Tikrit, en 1137 o 1138. Cuando murió – de muerte natural, no como su paisano... – se había convertido en el jefe militar más famoso que combatió contra los ejércitos cristianos en la Tercera Cruzada y, que duda cabe, en protagonista indiscutible de la misma.

En cierto sentido, Saladino nació con el pan debajo del brazo. Fue educado desde pequeño en el cultísimo ambiente de la corte oriental de la Siria árabe, donde, aparte de comer con cubiertos, fue instruido en el arte militar. Probablemente esto último se le diera de campeonato porque con solo veinte años fue promovido a jefe militar de la guarnición de Damasco, y cuatro años más tarde, volvió a Alepo como edecán de Nur al Din, el gobernante de la práctica totalidad de oriente medio. A la muerte de éste, Saladino lo vio claro: inmediatamente cubrió de tierra el cadáver del muerto, entonó aquello del “¡todos al suelo... !” y extendió su voluntad sobre Damasco, Alepo, la mayoría de Egipto y Mosul... y todo ello, teniendo sumo cuidado de no encontrarse con los ejércitos cristianos y chocando solo ocasionalmente con ellos. Lamentablemente para aquellos raciales seguidores de la cruz, este inteligente gesto de contemporización les provocó una impresión equivocada, llegando a tildar a Saladino de “cobarde mujerzuela”... Poco iban a tardar en comprobar que “Dino” avanzaba lento... pero seguro.

En 1187, una vez reunidas unas buenas decenas de miles hombres, Saladino tocó a rebato y emprendió una Yihad o guerra santa contra los estados cruzados, en particular contra la ciudad de Jerusalén, ocupada desde hacía años por los cristianos. Su campaña culminó, brillantemente, con la gran victoria de la batalla de Hattin, el 4 de julio, donde los cruzados fueron salvajemente caneados. Cinco después, caía Acre y para principios de septiembre la práctica totalidad de la costa de Palestina y oriente próximo estaba en manos de Saladino. Entonces, con los ejércitos cruzados dispersos o destrozados, dio media vuelta y exigió la capitulación de Jerusalén, que capituló el 2 de octubre.

A los países europeos, que hasta ese mismo momento solo se dedicaban al hermoso deporte de intentar partirse la crisma entre ellos, la pérdida de Jerusalén les sentó fatal así que no fue difícil posponer momentáneamente viejas rencillas y lanzar una formidable expedición militar dirigida por ¡ahí es nada! tres sandungueros reyes europeos: Ricardo corazón de león, Felipe II Augusto y Federico el Grande, alias “barbaroja”. Conviene aclarar aquí un punto que no carece de importancia; de esta terna, los dos últimos eran consolidados dirigentes e incluso veteranos cruzados. Ricardo – en ese momento Ricardo de poitou – solo asistía al espectáculo como conveniente complemento, toda vez que acudía como sustituto de su padre Enrique II que falleció sin poder cumplir su promesa de reconquistar los Santos lugares – si es que alguna vez tuvo intención de hacerlo.

Sin embargo, el papel asignado al inglés se tornó preponderante casi desde el principio. De camino hacía Tierra Santa, Federico el Grande se interno en un caudaloso rió con un curioso traje de baño... una armadura de casi 40 kilos. Naturalmente, en cuanto que un renuncio del caballo le hizo caerse de su montura, se sumergió de forma irremediable en aquellas frías aguas y fue imposible rescatarle. En cuanto a Felipe, lo mejor que se puede decir es que entre sus propias tropas tenía fama de “flojo” por lo que, como he dicho, a Ricardo le tocó el premio gordo casi por eliminación. Afortunadamente, pronto iba a demostrar que estaba a la altura de las circunstancias.

Nada más llegar, Richi the lion, que fomentaba entre sus tropas la humildad, el recogimiento y la abstinencia, quedó sobrecogido por la dejadez – por llamarla de alguna manera – en la que habían caido los cruzados que ya llevaban un tiempo en Tierra Santa. Cuando inspeccionó barracones y cuarteles vio caballos enfermos, armas sin afilar y una auténtica legión de concubinas y prostitutas que vivía cómodamente dentro de las dependencias de las propias fortalezas. En una de estas visitas animó a un escudero a que le mostrara su manejo de la espada... solo para escuchar horrorizado que no sabía manejarla; Ricardo, descorazonado, le forzó entonces a ensillar un caballo lo que el azorado joven hizo estupendamente...¡colocando la silla al reves!

Mientras Ricardo se recuperaba del pasmo, Saladino no descansaba. Su caballería, que era mucho más ligera y móvil que la cristiana – posiblemente para combatir el calor – se entrenaba a marchas forzadas para hacer frente a los conrois de caballeros con los que las tropas del Rey inglés solían empezar la batalla. Saladino no pudo hacer nada para evitar la nueva pérdida de Acre pero se dedicó a hostigar las caravanas de avituallamiento de los cruzados así como a su flota, impidiendo así una fluida llegada de provisiones. El 23 de agosto, Ricardo, tras ordenar una matanza de prisioneros musulmanes – vaya usted a saber porqué... – puso rumbo hacía el sur, guarnecido por compañías de arqueros y ballesteros, para defender y asegurar los puertos. Saladino, al acecho, se dedicaban a molestar todo lo posible a sus enemigos, con ataques nocturnos y continuos amagos que terminaron poniendo a los europeos al borde de un ataque de nervios. Una mañana, el musulmán ordenó a sus mejores arqueros acercarse lo suficiente para lanzar un masivo lanzamiento de flechas y desbaratar la caballería cristiana pero Ricardo, que era un zorro, tenía preparada una contestación a la altura de su rival; los caballeros cristianos desmontaron rápidamente y utilizaron sus caballos de parapeto hasta que las descargas moras amainaron. Cuando los musulmanes empezaron a estar faltos de saetas aparecieron escuderos a la carrera portando nuevos caballos, y los caballeros se lanzaron en una carga decidida y brutal que aunque no consiguió el embolsamiento masivo que pretendía, sorprendió a gran parte de los arqueros de Saladino desprotegidos, escabechando a gran parte de ellos.

Lamentablemente para los cristianos – y afortunadamente para Saladino – ambos ejércitos estaban cansandos, habrientos y faltos de suministros de toda especie... y este hecho motivó que ambos dirigentes se decidieran a emprender una bulliciosa correspondencia epistolar – no exitía el messenger... – en la que cada uno intentaba llevarse al otro a su terreno. Las conversaciones, que sin duda abarcaban todo tipos de asuntos geoestratégicos y políticos, empezaron a tratar de temas más personales y acabó surgiendo una cierta afinidad entre ellos, sin duda favorecida por el respeto con el que se trataban. Unas semanas más tarde se firmaba un tratado que establecía, amén de otras minucias, el libre peregrinaje de los cristianos al mismo Jerusalén. Saladino lo firmó enfermo y en medio de terribles estertores, muriendo semanas más tarde en Damasco. Eran finales de 1193.

Al igual que la relación entre estos dos magnificos personajes, la tercera cruzada acabaría en tablas. Y, ciertamente, cuando un combate acaba en tablas, puede considerarse sin lugar a dudas como una victoria para el defensor. Para acabar de complicar las cosas, en el camino de vuelta, Ricardo fue capturado por Leopoldo V, Duque de Ausburgo y entregado al emperador del Sacro Imperio. Ricardo sería liberado un año más tarde a cambio de un cuantioso rescate... solo para encontrarse de bruces con la conspiración entre Felipe – su antiguo aliado – y Juan sin Tierra – su taimado hermano, ese que hacía de león en la película de Disney. Tras más de cinco años defendiendo sus derechos moriría, en 1199, ante los muros de Chaluz, en Francia.

Ricardo era alto, apuesto y molón; tenía una tremenda fuerza física y era valiente hasta la temeridad. Por otro lado era obstentoso, con un peculiar sentido de la justicia, con escasa capacidad de abstracción y enormemente voluble. En cuanto a Saladino, a sus tremendas dotes militares unía una bien merecida fama de misericordioso y una enorme facilidad para combinar política y economía y, ciertamente, se le puede calificar de verdadero triunfador de la tercera cruzada al menos, en lo psicológico. En su relación, en sus vivencias y sufrimientos y, sobre todo, en sus cartas, se resume un siglo largo de odio e incomprensión de buena parte de la humanidad para con la otra. Ambos, cristianos y musulmanes, tentarían a la suerte cuatro veces más, con parecidos resultados.

¿Y las que quedan?

5 comentarios:

Turulato dijo...

Juan "sin tierra".. ¿Crees que fue un mal gobernante?

Luis Caboblanco dijo...

Pues... según se mire. En aquel entonces Inglaterra tenía muchos territorios en la Francia continental y la mayoría de su presupuesto - y de sus esfuerzos - se iban en su conservación. Militarmente era nulo; tenía a los barones en su contra, a su sobrino Arturo, pasó por serias dificultades económicas debido a su incapacidad para recaudar impuestos y padecía innumerables vicios - era un lujurioso consumado - y serios transtornos mentales, pues era lo que hoy podíamos calificar como "maníaco depresivo". Aún así reinó más de tres lustros y posiblemente murió de muerte natural lo que algo habla a su favor y bastante en contra de aquellos que pretendían ocupar su puesto.

En lo positivo, parece como si Juan fuera consciente de sus debilidades y determinados problemas como las relaciones con el Papado y con Órdenes religiosas - especialmente con los templarios - los sobrellevó bastante bien, arrimando el ascua a su sardina. Además, impulsó la navegación y puso los cimientos del instrumento de poder inglés durante los siglos posteriores: Su Armada.

Entonces... parece como si hubiese sido capaz de manejarse con cierta soltura a pesar de las malísimas cartas que le dió la vida. En resumen, hizo más de lo que era previsible.

Saludos

Admin dijo...

Te devuelvo la visita ;). Tus entradas sobre historia son interesantes. Ésta la he encontrado muy completa, mis felicitaciones :)

Edem dijo...

Bueno, lo de la matanza de prisioneros en Acre, ha sido siempre muy utilizado contra la figura de Ricardo. Pero, siendo justos con el, es lo unico que podia hacer en sus circunstancias. (si, lo se, parece una barbaridad).

Acre era la unica ciudad que quedaba a los Cruzados con puerto, y encima Saladino estaba sitiandola dia si, dia no. Los suministros tardaban mas de la cuenta, y los prisioneros eran muchos.
Si los mantenia con vida, se comerian sus viveres, y eso podria haber terminado con la cruzada.
Si se los dejaba ir, volverian con el ejercito de Saladino...
Lo más logico (que no mas humano, claro), era matarles a todos.

Luego esta las figuras de Ricardo y Saladino. Curioso, porque si bien los cristianos tienen a Ricardo como el "Cruzado" por excelencia, los musulmanes lo odian. Sin embargo, los cristianos de la epoca admiraban mucho a Saladino. Decian que hubiera sido digno de ser caballero cristiano, lo que dicho a la voz de esos fanaticos racistas, es mucho.

En cuanto a la guerra de los 100 años... bueno, hay una definicion de chiste que creo que la define muy bien...
"Dicese de la guerra entre Francia e Inglaterra, cuando el Rey de Francia se creyó el Rey de Inglaterra, y el de Inglaterra, el Rey de Francia". Y los Ingleses, que no sueltan nada a menos que se les escalde la mano, lo intentaron hasta muy tarde. La ultima ciudad francesa en manos inglesas cayó en... 1558. Y en el Escudo de los Reyes de Inglaterra, todavia está el escudo real francés, como símbolo de sus pretensiones.

Así que me parece que lo de Gibraltar... va para largo.

Juan Sin Tierra... bueno, se le cree actor de la muerte de su sobrino, Arturo, se cree que pagó para que su hermano Ricardo "Se extraviara por el camino" a la vuelta de las Cruzadas. Y en una decada de su reinado, perdió mas terrenos en Francia que todos sus antepasados en 200 años;
Aparte de que la nobleza inglesa le sacó los privilegios que pudo (la Carta Magna es de la epoca), y las ciudades como Londres por ejemplo, casi se gobernaban solas... Para los Ingleses fue una delicia su reinado, se avanzó casi mas con el en 10 años en derechos que en 400 con los demás.
Un saludo de Edem.

Carlos Carlos dijo...

¿Qué harías tu sin mí?.
Es verdad: Proyectamos lo negativo en los demás, como se ha hecho históricamente. Pregunto: Y sino hubiera dificultades, ¿Creceríamos como personas?.
Profundizaré en este espacio (Muy Interesante). Para mi es nuevo este interés mio por la historia. Es una buena herramienta para reconocer donde comienzan los conflictos. Gracias. Tu compañero. Carlos.