jueves, 30 de octubre de 2008

La cólera de Dios


No creo que haya fenómeno en la historia del humanidad comparable siquiera al de los conquistadores españoles. No hablo de méritos... ¡ojo! ni tampoco estoy emitiendo un juicio de valor, entre otras cosas, porque no quiero polemizar a estas horas. Pero es indiscutible que, para una nación como la hispana, con una población estimada entonces en unos 9,5 millones de almas y un atraso considerable en según que ámbitos, generar el capital humano suficiente para plantar los reales, desde la tierra de fuego a los desiertos del centro de Norteamérica, es un hecho notable. Lógicamente, los hechos notables generan personas notables... y otras no tanto.

Lope de Aguirre, guipuzcoano, pequeño, de expresión taimada, desagradable y algo ceniza, se puede catalogar dentro de estos últimos porque, por la información que nos han dejado, era tan mala gente que llego a convertirse en un personaje de sí mismo. De familia poco acomodada pero con algún abolengo en forma de pequeña hidalguía, marchó pronto a Sevilla donde parece ser que encontró trabajo gracias a la habilidad que demostraba con los caballos. Posiblemente fue en Sevilla, que en aquellos entonces era la principal vía de salida hacia el nuevo Mundo, donde debió caer víctima de aquellas fantasiosas historias en las que se pintaba al nuevo continente como si estuviera forrado en oro macizo y, claro, el pobre Lope se obsesionó...

Logró partir en dirección a América en 1534 y a su llegada, debió de pasar francamente desapercibido porque son escasísimos los testimonios que tenemos de sus andanzas. Apenas sabemos que tenía cierta facilidad para mecerse en líos (su presencia más o menos confirmada en naufragios y rebeliones parecen dar fe de ellos...) y que su carácter pendenciero y algo matonesco le habilitó para, al servicio de Almagro o Diego Pizarro, convertirse en medio soldado – medio guardaespaldas / asesino a sueldo de ambos. Así pasó muchos años, enredado con terratenientes y jueces – uno de ellos llegó a hacerle andar descalzo más de tres años para purgar sus culpas... – hasta que, ya en 1554, recibe la amnistía a todos sus crímenes a cambio de sofocar el levantamiento de un tal Francisco Hernández Girón. Debió de hacerlo tan a conciencia que, amén de acabar en un santiamén, se hizo acreedor del apelativo que lo acompañaría durante toda su vida... “Aguirre el loco”.

Pero... como en esta vida nada es gratis, Aguirre, formalmente rehabilitado, debió de echarse un vistazo a sí mismo... y lo que vio no le gustó: pobre de solemnidad, cojo de una de sus piernas, con múltiples quemaduras debido a las deflagraciones de los arcabuces al disparar, es posible que sintiera lo que solo sienten aquellos que se ven a sí mismos como perdedores... En estas circunstancias, 1559, harto de todo y de todos, se enrola, bajo el mando de Pedro de Ursúa, en la expedición que va en busca del país de Omagua... el mítico El Dorado.

La expedición, bien coordinada para los estándares de la época, y con casi 300 soldados pertrechados con abundantes armas de fuego, fue un desastre desde el principio. A los nervios por lo infructuoso de la búsqueda – que, dicho sea de paso, se manifestaron bien pronto... – se unieron la pérdida de algunas embarcaciones por la climatología y algunos errores en su mantenimiento, y la escasez de provisiones. En medio de fuertes tensiones, muchos de los soldados pidieron volver a Perú pero Ursúa, que ya anda medio ciego por los rumores acerca de ciudades doradas que nublan el horizonte, hace caso omiso y ordena continuar. Curiosamente, la principal ocupación de este hombre, aparte de acostarse con su amante mestiza, era sentarse durante los descansos como un alma en pena y hablar consigo mismo... lo que evidentemente no ayuda a calmar a la tropa que pasa de catalogar a Ursúa como un melancólico – término con el que se designaba a la depresión en la época – a tacharlo pura y llanamente de loco. La conjura, que se monta enseguida, busca el apoyo de Aguirre y todos deciden firmar una carta conjunta para enviar a Felipe II exponiendo las razones del levantamiento; Aguirre, en el momento de firmarla, rubrica “Lope de Aguirre, traidor” en medio de la escandalera general... se habían ido de Málaga para caer en Malagón...

... porque Aguirre está aún peor. Se hace nombrar Maestre de Campo – un cargo en principio reservado a los generales de los Tercios – y convierte el campamento en un hervidero de espías. En semejante escenario, que apareciera una conspiración – real, o figurada... – era cuestión de tiempo, y Aguirre respondió a ella separando la cabeza del cuerpo a dos docenas de traidores, a la amante de Ursúa (que él se andaba beneficiando) e incluso al cura de la expedición. Mientras tanto y aunque parezca mentira, consiguen avanzar por el Amazonas y tomar la isla Margarita desde donde manda una carta al rey acusándole de todos los males del universo, en esta ocasión firmada como “Aguirre, el peregrino”. Lope, se acababa de cavar su propio tumba, definitivamente.

Ya en Venezuela, a donde llegó por mar, es acorralado por algunos de su, antes, incondicionales (a los que se había prometido el perdón, dicho sea de paso...) y Lope, viendo cercano el final, mató a su hija Elvira “... para que no se convirtiera en la puta de todos ellos” e, inmediatamente, recibe dos arcabuzazos en el pecho que lo mandan al otro barrio. Era el 27 de octubre de 1561.

Aguirre, el personaje, parece fruto de perversas maquinaciones o, al menos, una mala borrachera. Es tal la cantidad de negatividades que se asocian, aún, a su persona que su impronta nunca abandonará el Nuevo Mundo: En Venezuela, se le relaciona con los fuegos fatuos, en Tocuyo se celebra una procesión anual el aniversario de su muerte, en la selva peruana está el salto de Aguirre, ante donde es necesario rezar un padrenuestro... Para los indios, Aguirre, intrigante, torpe, temerario, incrédulo, individualista, resuelto, matón, grosero y vengativo representa el paradigma de lo español. Yo, que he leído la carta que mandó a su soberano Felipe II, os puedo asegurar que, sin contradecir todo lo anteriormente dicho, parece estar leyendo más a un desencantado que a un asesino. Aún con las 72 muertes que oficialmente se le atribuyen, en la dichosa carta explica su decisión de dar igualdad de derechos a negros e indios, y se justifica diciendo a Felipe... “Aquí el que hace lo justo y verdadero es tachado de loco...” y algo de eso debía haber cuando Simón Bolívar considera dicha misiva... “la primera declaración de independencia de Ibero América".

Este fue Aguirre, la justicia por su mano... “La cólera de Dios”

4 comentarios:

Maribel Molina Rey dijo...

Me gusta la fotografía con la que ilustras la historia de Aguirre, Klaus Kinski lo vistió mejor que nadie, y es que fué tan controvertido como él.

Salud,

Juan Antonio del Pino dijo...

Para mi también Aguirre no pudo tener otro rostro ni otro cuerpo que el que le prestó Klaus Kinski
(ni otro carácter como el que aparece en la novela de Ramón J. Sender)

Chispita dijo...

A mi pelicula en la que se recrea todo esto me gusta enormemente.
Muy bueno el blog.
Lo visitaré amenudo.

padawan dijo...

Vaya, lo que comentas de la cojera de Aguirre explica ese andar tan extraño de Klaus Kinski en la película, que, desde luego, hace que parezca aún más inquietante