lunes, 3 de noviembre de 2008

La caballería romana

Pretoriano a caballo

Un romano era, básicamente, un peatón que a veces realizaba con destreza determinadas obras públicas o un ingeniero que ocasionalmente se desplazaba andando de un sitio a otro... y esto fue así desde que aquellos dos tiernos gemelos se pusieron a mamar como descosidos de las tetas de una loba, hasta que el último de los ¿grandes? emperadores fue finiquitado a su pesar por aquellos exuberantes bárbaros que querían poseer Roma a toda costa, eso sí, sin saber muy bien lo que significaba. Los descendientes de Julio Cesar conquistaron media Europa a pie, el oriente próximo a pie, el norte de África mayoritariamente a pie... y excepcionalmente se embarcaron de forma momentánea para plantar sus reales en la más británica de las islas, por más que solo fuera durante unas millas y más bien de mala gana. Su fobia al barco como medio de transporte se extendió, en cierto modo, al uso del caballo, para el que los romanos mostraban una curiosa dualidad; veamos por qué...

En esta vida, todo tiene una explicación y, en este caso, el componente psicológico y de prestigio es el principal culpable de la “peatonalización” del Imperio Romano... y de su ejército. Desde el comienzo de los tiempos, el caballo nunca fue abundante en la península italiana con lo que jamás llegó a tener la importancia y el significado casi religioso que le otorgaban otros pueblos como los celtas o algunas etnias hispanas. Un equino es un animal caro que exige atención y más cuidados que un hijo tonto... con perdón... y aunque en los inicios de la República el estado romano pagaba el caballo con dinero de sus arcas a unos mil ochocientos ciudadanos – que llegaron a constituir un orden social propio, los equites o jinetes - como quiera que a los principales enemigos de los romanos de entonces – de nuevo, los celtas... – se les paraba mejor con grandes cuadros de infantería que con masas de jinetes, desarrollar esta nueva habilidad militar, como que no corría prisa.

Sin embargo, todo cambió algo a partir de los enfrentamientos con los cartagineses y, sobre todo, desde que Roma se convenció de que las enormes fronteras que tenía que defender le obligaban a comportarse como un imperio; los sucesivos descalabros de sus legiones frente a los tropas de Aníbal, primero, y después los sucesivos y ocasionales disgustos frente a los germanos, les convencieron de que había llegado la hora de cambiar las cosas. Y, al igual que las grandes empresas cuando tienen un problema de personal, buscaron la solución a base de formación interna y de externalización de tareas... me explico:

Para darle un empujón al asunto, se creó en todas las legiones una unidad de caballería de élite. Dicha unidad agrupaba a unos 120 jinetes o caballeros ordenados en cuatro escuadrones o turmas, formada cada una de ellas por unos 30 legionarios... porque no dejaban de ser legionarios, oiga... Gracias a esta nueva arma, además de vencer la inquina de la sociedad romana hacia todo soldado que no peleara con los pies en el suelo, se dispuso de una nueva y poderosa herramienta que, bien entrenada, funcionaba de miedo para perseguir, rastrear, explorar, etc... El entrenamiento era durísimo: se perseguía un manejo sin fallos de la cabalgadura, con la dificultad añadida de que por entonces aún no se conocía el estribo; además, se exigía montar y desmontar al paso, lanzar con soltura la jabalina al galope, soportar interminables patrullas y tener conocimiento sobre la salud y el “mantenimiento” de estos hermosos animales, que por entonces eran un poco más pequeños que los actuales. ¿La contraprestación? Pues un poco más de sueldo – no mucho más – y la posibilidad de jubilarse algo antes.

Las mencionadas unidades se complementaban con otras, en esta ocasión foráneas. Mediante el reclutamiento en aquellos pueblos con más tradición ecuestre – celtíberos, númidas, tracios... –, se formaban alas de caballería que podían llegar a englobar más de ochocientos jinetes y que se utilizaban para descargar a los propios de la tareas más engorrosas. Con la promesa de una futura ciudadanía romana al acabar el servicio para sí y sus descendientes, estos jinetes “de segunda clase” se comían los marrones verdaderamente duros y se condujeron en la mayoría de las ocasiones con una solvencia que hubiera hecho enmudecer a sus compañeros de armas. Comandados por oficiales romanos, acabaron por alzarse como la alternativa para mantener seguras las fronteras, reprender el bandidaje y otra multitud de tareas para la que enviar a legionarios se convertía, pura y llanamente, en antieconómico.

Con el tiempo, estas unidades se mostrarían imprescindibles: en las guerras bátavas del 69 d.C. la situación se salvó gracias a la aparición de dos cohortes de hispanos a caballo que aguantaron lo peor de la carga de los abuelos de los holandeses; a comienzos del siglo II d.C fue una unidad montada la que motivó el suicidio del rey dacio Decébalo y otras unidades a caballo, en este caso de sármatas, pasaron a la historia patrullando el lado septentrional del Muro de Adriano. Y, otro buen puñado de años más tarde, se incorporó a las monturas el estribo, extraordinario utensilio que no aporta casi nada a la hora de gobernar al animal pero que propició que fuera posible lanzarse a tumba abierta, lanza en ristre, a separar la cabeza del cuerpo a quien se pusiera por delante: Estaba a punto de nacer el concepto medieval de caballero... pero eso ya es otra historia....

LAS CLAVES

  • El impacto económico de una unidad de caballería era tremendo ya que, en el magníficamente bien organizado ejército romano, cada jinete solía tener un caballo de respuesto y además, había otros para entrenamiento y labores de tiro. Además, los cuárteles eran especiales, debiendo disponer de caballerizas, almacenes de grano, campo de maniobras e incluso hospital equino... No es de extrañar que se lo pensaran muy mucho antes de alistar una nueva unidad.
  • Especial preferencia tenían los romanos por los caballos tracios (la parte norte de la actual Grecia) y por los caballos salvajes hispanos... los asturcones. De hecho, el término "asturconarius" fue adoptado por los romanos para designar al tratante de caballos.
  • A los jinetes romanos se les debe, probablemente, la difusión de los pantalones en el Imperio. Ésta prenda, tachada de bárbara por los romanos, fue poniéndose de moda entre los jinetes romanos (quizá por comodidad) y acabaron adoptándola hasta los legionarios... eso sí... a la altura de la media pantorrila, algo así como los modernos "pantalones piratas"

Saludos

1 comentario:

Edem dijo...

Bueno si... pero realmente, el ejercito Romano siguió siendo un ejercito de Infanteria hasta... Adrianapolis, mas o menos. Y se llegó a la mayor efectividad con Constantino y sus caballeros.

El Problema, es que en Europa, los caballos, eran mas bien pequeños, sobre todo los italianos. Eso, iba bien para los enanos romanos, pero daba mas ventaja a los Germanos, o a los Eslavos, por ejemplo.

Anibal decia, que la caballeria romana tenia el defecto de ser pequeña. Y es verdad. Era demasiado pequeña como para intervenir correctamente, y además, tenia otro fallo. Los oficiales, solian ser los hijos de senadores, cumpliendo los años de guerra, o similares. Es decir, que se arriesgaban demasiado. O dicho de otra forma... eran pocos y se arriesgaban demasiado.

Solo cuando nuestros colegas los Visigodos demostraron que una caballeria bien llevada, podia con los legionarios del Imperio Tardio, los romanos se lo volvieron a pensar. Si bien, en Europa luchaban mas con Lanzas y con Espadas largas (Espata), en Oriente hubo verdaderas revoluciones, como los.. a ver si lo pongo bien.. "climbatari", cuya forma de lucha no seria muy distinta de los caballeros del siglo XIV, o la caballeria con arco, a imitacion de la Persa. Pero claro, los griegos tenian (y esto solemos olvidarlo, dado el exito de sus falanges, etc), una gran caballeria, la Tesalia, y Alejandro se aprovechó de ello tambien.

Buen articulo... sigue asi.

Un saludo de Edem.