lunes, 12 de enero de 2009

La riqueza cultural de los Taifas


La guerra civil que puso fin al Califato de Granaday que, claro, fue azuzada a la sazón por Navarros, Castellanos y Aragoneses – duró unos veinte años y, producto de ella, surgieron en la península medio centenar de reinos llamados Taifas... ¿Pero qué eran? Pues, yo diría que algo semejante a las autonomías de ahora, solo que más cabreados y con turbante: me explico... Dichos reinos no eran, en muchos casos, más grandes que un moderno latifundio y entre ellos y, en muchas ocasiones, junto a los reinos cristianos, se tejían complicadas relaciones de vasallaje que según el devenir de una batalla o la enfermedad de un gran señor, cambiaban ipso facto. Hubo, según los historiadores, primeros, segundos y terceros taifas... y fueron finiquitados, más o menos, por almorávides, almohades y nazaríes... curiosamente, también musulmanes

Los taifas se agrupaban, étnicamente, en tres grandes bloques: el árabe, que dominaba las cuencas del Ebro y el Guadalquivir; el eslavo, que se extendía por todo Levante; y el bereber que, desparramados un poco por todos partes, eran los más modestos y numerosos y, por tanto, eran expoliados a discreción. Esta curiosa ensalada de moros – discúlpeseme el término - compensaba su inferioridad militar pagando sobornos, cultivando la diplomacia e impulsando la cultura y la investigación y hay que reconocer, sin ambages, que medidos con arreglo al criterio anteriormente mencionado, sacaban a los cristianos dos o tres cuerpos... holgadamente.

En ocasiones las minorías judías o mozárabes, a veces los mismos soberanos – las más de las veces muy interesados por las ciencias y la cultura – alcanzaron progresos en infinidad de disciplinas resultando que, éste pésimo invento administrativo tuvo una gigantesca importancia para el desarrollo de la cultura en Al Andalus: muchos personajes huyeron de intrigas palaciegas y encontraron en los taifas un lugar más tranquilo en el que componer o estudiar, llevándose los libros y constituyendo curiosos grupos de trabajos como el de Toledo, en torno al cadí Said y cuyo testigo fue recogido por Alfonso X el sabio en sus curiosas escuelas multiétnicas y multidisciplinares. En otros casos, el “intercambio intelectual” fue, como decir... más forzado... gracias a prisioneros de guerra, renegados o simplemente, gente a la que se le comunicó la importancia de compartir sus conocimientos... con vistas a seguir con vida a la mañana siguiente.

El grupo toledano, destacó en astronomía y ciencia; sus resultados, excepcionales, le sirvieron al mismo Kepler y entre ellos se distinguió un tal Azarquiel que empezó de zapatero y acabó identificando estrellas y ciclos lunares con curiosos aparatos que él mismo diseñó y que, desafortunadamente, no se han conservado. El astrolabio, conocido desde mucho antes, presentaba como mínimo dos inconvenientes – aparte del precio, claro... – La escasa aproximación dado lo exiguo de sus dimensiones y el peso, poco apto para meterlo en la mochila... Pues bien, los astrónomos del reino taifa de Toledo le introdujeron tal cantidad de mejoras al aparato que realmente se transformó en otro nuevo, el ecuatorio que, además de mostrar estupendamente el movimiento de los planetas... mostraba la posición de estos con relación a los demás sin necesidad de cálculos... ¡y sirvió a Kepler – de nuevo Kepler... – para concebir que Marte y los demás astros giraban alrededor del Sol!. Otras disciplinas como la alquimia – que tiene poco que ver con el oro, como normalmente la entendemos, y mucho más con la física – también alcanzó cotas importantes, en especial los experimentos con fluidos y con metales maleables e incluso la agricultura gozó de un momento de relativo esplendor gracias a nuevos tratados de agricultura, experimentos de regadío e incluso algunos primitivos intentos de selección de semillas... que uno no acierta a entender como pudieron siquiera iniciarse...

Pero vamos... donde realmente los reinos taifas se coronaron... fue en la producción literaria. Resulta que emires y jerifaltes eran muy dados, en cualquier celebración o banquete, a declamar versos y entonar curiosos cantos de igual manera que en Valencia se hartan de tirar petardos o en Cataluña se suben unos sobre otros. Y al parecer, la moda y el hecho de que la mayoría de árabes supiera repentizarcurioso palabro que viene a significar “interpretar a primera vista una obra musical o poética” -, pronto hizo que incluso por las calles, fuera más sencillo encontrar versos que prosa. Sería imposible dar cuenta de cómo se produjo la evolución de la poesía taifeña así como intentar enumerar de forma sucinta... y comprensible... las diferentes corrientes y autores; baste decir que, para el que quiera profundizar están disponibles obras como “El libro de los huertos” de Ibn Faray de Jaén, varios romos del “Mubtabis” de Ibn Hayyan de Córdoba o la “Antología”, un precioso libro de poemas cortos de un antiguo comerciante de esclavos que luego se hizo médico y más tarde renegó de su primer “curro” plasmado en versos su sufrimiento... un tal Ibn al Kattani.

Y como la mejor muestra es un botón, ¿por qué no leemos algo de lo que fueron capaces de escribir e imaginar?

Al Mutamid, Rey del taifa sevillano y enamorado confeso de su mujer le dedicó el siguiente verso...

Imagen lejana y oculta a mi vista
Y siempre presente del pecho en mitad
Te envío un saludo con pena mezclado
Con llantos, insomnio y fiera ansiedad
Imperio alcanzaste pues nadie se opuso
Hallásteme dócil a tu voluntad
Mi anhelo y el tuyo ya fueron el mismo
Y el más codiciado se hiciera verdad
Afirma, mi amor, los lazos que unen
No ceda a mi ausencia tu firme amistad
Tu nombre más dulce estos versos esconden
Pues dicen tu nombre después de intimar...

Al buen Rey, al parecer, no se le daban nada mal los versos e incluso su mujer le permitía de cuando en cuando declamarlos en su harén, para recocijo – y, suponemos, envidia – de media docena de concubinas. Y, cuando su esposa le decía aquello de “... hoy no me apetece cariño” el pobre Al Mutamid aún tenía fuerzas para entonar...

Labra el viento en esta agua fina mallas
Si se helasen... ¡qué defensa en las batallas!

Pobre... Otro artista enamorado fue Ibn Zaydün, molón soldado y poeta que enamorado de Wallada, una princesa omeya que debía estar como un cañón, dio origen a versos de bella factura, fundamentalmente los que componen la casida en nün, esto es, que riman en n (pero en árabe, no me vuelto loco aún...) Tal fue el éxito de sus versos que muchos forman hoy parte del cuerpo principal del texto “Las Mil y una noches”.

¡Ay, que cerca estuvimos y hoy que lejos!
Al tiempo delicioso de las citas
La desunión durísima sucede
Sin tiempo para una lágrima siquiera

Sin embargo, el amor no duró mucho pues Wallada fue, como decir... sustituida en el corazón del poeta mientras la pobre aún pensaba lo contrario y sin su conocimiento... sí... bueno... la pusieron los cuernos... Ella, despechada, aprendió poesía, quizá solo para dedicarle lindezas como ésta a su antiguo amante y demostrar su pena:

Indigno... ¡Arrea tu montura!
Quedarte aquí es un error
Mi vestido suele deshilacharse por la punta
Pero tú lo has roto hasta el corazón
Ay... el amor

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