Elio entró en la sala del brazo de Saustio, algo acobardado por la situación y con un paso inseguro que dejaba traslucir claramente su estado de ánimo. Jamás había visto una sala tan grande y jamás le habían pedido que fuera a una cena. En realidad, cualquier cosa que fuera salir del campamento legionario, no dejaba de ser una pequeña aventura para él. Un sirviente les recibió y les indicó su sitio en los triclinios de la parte más alejada de la sala, ya que no formaban parte del núcleo principal de invitados. Una vez llegados a su lugar, otro sirviente les trajo una vasija con agua, para que se lavaran las manos y la cara, y les dejó en el suelo un cuenco con esencia de pétalos de rosa.
Mientras su compañero terminaba su enjuague, Elio se detuvo a observar el aspecto del gigantesco salón en el que, Aulo Grecio, el Gobernador de la Germania Superior, celebraba su victoria. La habitación era sencillamente descomunal. Hubiera podido acoger sin dificultad al doble de invitados de los que en ese momento, disfrutaban de la hospitalidad de Grecio. Como era habitual, la estancia no tenía ventanas pero se habían practicado unas pequeñas aberturas en la pared, aptas para ventilarla sin problemas, y las grietas quedaban disimuladas con unas celosías de madera de citro. Habría por lo menos 30 triclinios, de todos los tamaños y colores, donde al parecer del Gobernador, se acomodaba lo mejor de la sociedad romana de las provincias del Rhin. Ni uno solo de ellos sobreviviría una semana en el campamento de la X, pensó Elio.
De pronto, el mayordomo dio una palmada y unos esclavos cubrieron con unas pantallas las lámparas de aceite que, sobre pedestales, dominaban el ágape, de manera que la penumbra invadió la habitación. A Elio le pareció que Saustio aprovechaba para intentar introducir la mano en la entrepierna de una Dama Romana que se acomodaba en el diván contiguo. En todo caso, parecía que la matrona no ponía muchos reparos. Elio frunció el ceño con una mueca de disgusto. Sabía que aquello empezaba a ser normal en Roma, pero aquí, a 50 millas de los bárbaros…
Súbitamente, la música empezó a sonar. Elio se extrañó; había oído que no era normal que la música abriera los banquetes. Generalmente se esperaba hasta que los comensales hubiesen consumido una generosa cantidad de vino. Encontrar buenos músicos era un trabajo difícil fuera de Roma, así que, bajo los efectos del caldo todo parecía mejor de lo que realmente era. Elio intentó identificar los instrumentos pero apenas conocía alguno. Saustio, hábil estudioso de todos los placeres de la vida, le inquirió:
- No tienes de idea de lo que es cada cosa ¿verdad?...
- En Maguncia no solemos entretenernos como vosotros…- dijo Elio, con una clara muestra de disgusto. – Tenemos cosas más importantes en que pensar – espetó, intentando cortar la conversación. Pero Saustio no se dio por aludido y se acercó aún más al Optio, con lo que se hizo perceptible por su aliento, que había abusado del vino aguado.
- ¡Tienes razón! A veces los romanos de a pie olvidamos quienes son los grandes héroes que nos permiten dormir tranquilos – dijo con indisimulada sorna – No te preocupes muchacho, ¡Aquí esta el viejo Saustio para enseñarte! – y pronunciando un sonoro eructo, dio una clamorosa palmada en el trasero a su compañera de cena.
Elio contemplaba a su acompañante con cierta dosis de vergüenza ajena pero a los comensales no parecía irritarles la conducta del viejo mercader de paños. Saustio se acercó aún más a Elio, y sin sacar la mano de debajo de la túnica de la mujer, empezó a detallarle los nombres de los instrumentos de los músicos. Uno de ellos, un negro enorme, llevaba un tubo de hueso con unos agujeros por los que pasaba los dedos y que emitía un sonido extraordinariamente grave. Al parecer su nombre era Oboe. Su compañero de la derecha portaba un instrumento parecido, aún más grande, y hecho enteramente de metal, que atendía al nombre de tuba. Un joven alfeñique, que no tendría más de doce años, tocaba algo que a Elio le pareció una flauta, pero que Saustio le definió como Fidula, atendiendo a que se componía de dos tubos en vez de uno. Dos hombres con aspecto claramente afeminado tocaban una citara y un arpa, instrumentos estos que el mercader estimó imprescindibles en cualquier celebración que quisiera codearse con las de la capital del Imperio. Aparte, a Elio le llamó la atención un joven que tocaba un instrumento de madera, una especie de flauta pero más larga y achatada. El muchacho tenía un aspecto fantasmal; no había ni un halo de emoción, ni de expresividad en su cara, ni en su mirada. Pero no parecía que sufriera, tan solo parecía un muerto…un muerto con los ojos abiertos. De pronto, los músicos dejaron de tocar, el joven cerró los ojos y la flauta empezó a emitir un sonido, agudo pero tenue y apagado, que a Elio le pareció precioso…
- Eso es un Aulo… y no lo toca cualquiera, hijo. En Roma le pagarían 10 denarios al menos por una noche… ¡Y hasta 20 si luego fuera complaciente con la dueña de la casa! El chico parece de Galia, y no esta nada mal...lástima que solo sea un esclavo ¡Quizás mañana ya no esté vivo para tocar! - Y se dejo caer en el triclinio con la sonrisa estúpida del que está convencido de que acaba de decir algo muy gracioso.
Mientras su compañero terminaba su enjuague, Elio se detuvo a observar el aspecto del gigantesco salón en el que, Aulo Grecio, el Gobernador de la Germania Superior, celebraba su victoria. La habitación era sencillamente descomunal. Hubiera podido acoger sin dificultad al doble de invitados de los que en ese momento, disfrutaban de la hospitalidad de Grecio. Como era habitual, la estancia no tenía ventanas pero se habían practicado unas pequeñas aberturas en la pared, aptas para ventilarla sin problemas, y las grietas quedaban disimuladas con unas celosías de madera de citro. Habría por lo menos 30 triclinios, de todos los tamaños y colores, donde al parecer del Gobernador, se acomodaba lo mejor de la sociedad romana de las provincias del Rhin. Ni uno solo de ellos sobreviviría una semana en el campamento de la X, pensó Elio.
De pronto, el mayordomo dio una palmada y unos esclavos cubrieron con unas pantallas las lámparas de aceite que, sobre pedestales, dominaban el ágape, de manera que la penumbra invadió la habitación. A Elio le pareció que Saustio aprovechaba para intentar introducir la mano en la entrepierna de una Dama Romana que se acomodaba en el diván contiguo. En todo caso, parecía que la matrona no ponía muchos reparos. Elio frunció el ceño con una mueca de disgusto. Sabía que aquello empezaba a ser normal en Roma, pero aquí, a 50 millas de los bárbaros…
Súbitamente, la música empezó a sonar. Elio se extrañó; había oído que no era normal que la música abriera los banquetes. Generalmente se esperaba hasta que los comensales hubiesen consumido una generosa cantidad de vino. Encontrar buenos músicos era un trabajo difícil fuera de Roma, así que, bajo los efectos del caldo todo parecía mejor de lo que realmente era. Elio intentó identificar los instrumentos pero apenas conocía alguno. Saustio, hábil estudioso de todos los placeres de la vida, le inquirió:
- No tienes de idea de lo que es cada cosa ¿verdad?...
- En Maguncia no solemos entretenernos como vosotros…- dijo Elio, con una clara muestra de disgusto. – Tenemos cosas más importantes en que pensar – espetó, intentando cortar la conversación. Pero Saustio no se dio por aludido y se acercó aún más al Optio, con lo que se hizo perceptible por su aliento, que había abusado del vino aguado.
- ¡Tienes razón! A veces los romanos de a pie olvidamos quienes son los grandes héroes que nos permiten dormir tranquilos – dijo con indisimulada sorna – No te preocupes muchacho, ¡Aquí esta el viejo Saustio para enseñarte! – y pronunciando un sonoro eructo, dio una clamorosa palmada en el trasero a su compañera de cena.
Elio contemplaba a su acompañante con cierta dosis de vergüenza ajena pero a los comensales no parecía irritarles la conducta del viejo mercader de paños. Saustio se acercó aún más a Elio, y sin sacar la mano de debajo de la túnica de la mujer, empezó a detallarle los nombres de los instrumentos de los músicos. Uno de ellos, un negro enorme, llevaba un tubo de hueso con unos agujeros por los que pasaba los dedos y que emitía un sonido extraordinariamente grave. Al parecer su nombre era Oboe. Su compañero de la derecha portaba un instrumento parecido, aún más grande, y hecho enteramente de metal, que atendía al nombre de tuba. Un joven alfeñique, que no tendría más de doce años, tocaba algo que a Elio le pareció una flauta, pero que Saustio le definió como Fidula, atendiendo a que se componía de dos tubos en vez de uno. Dos hombres con aspecto claramente afeminado tocaban una citara y un arpa, instrumentos estos que el mercader estimó imprescindibles en cualquier celebración que quisiera codearse con las de la capital del Imperio. Aparte, a Elio le llamó la atención un joven que tocaba un instrumento de madera, una especie de flauta pero más larga y achatada. El muchacho tenía un aspecto fantasmal; no había ni un halo de emoción, ni de expresividad en su cara, ni en su mirada. Pero no parecía que sufriera, tan solo parecía un muerto…un muerto con los ojos abiertos. De pronto, los músicos dejaron de tocar, el joven cerró los ojos y la flauta empezó a emitir un sonido, agudo pero tenue y apagado, que a Elio le pareció precioso…
- Eso es un Aulo… y no lo toca cualquiera, hijo. En Roma le pagarían 10 denarios al menos por una noche… ¡Y hasta 20 si luego fuera complaciente con la dueña de la casa! El chico parece de Galia, y no esta nada mal...lástima que solo sea un esclavo ¡Quizás mañana ya no esté vivo para tocar! - Y se dejo caer en el triclinio con la sonrisa estúpida del que está convencido de que acaba de decir algo muy gracioso.
El legionario fijó su mirada en el esclavo, que seguía con la cabeza baja, entonando la música más maravillosa que había oído nunca y probablemente fue el único que se dio cuenta, de que las lagrimas empezaban a cubrir la cara del muchacho.
Fragmento del libro “La hija del árbol” – Terence Sallderd
---------------------------------------------------------------
En la Roma Antigua se utilizaban instrumentos prácticamente iguales a los griegos. Además también heredaron de ellos su teoría musical y sus escalas. Además, se sabe que, en las celebraciones y festejos, la música era muy importante. Incluso un mal Emperador, como Nerón, era un músico aceptable. Sin embargo, de toda la música romana, solo nos quedan cuatro compases mutilados de un drama llamado "Hecyra" y que fue compuesto en el 165 AC. Dura 24 segundos...y puedes oirlo en:
http://polaris.ccu.umich.mx/univ/publica/contacto/ene98/musan1-2.ram
Hasta el lunes. Feliz semana.
Fragmento del libro “La hija del árbol” – Terence Sallderd
---------------------------------------------------------------
En la Roma Antigua se utilizaban instrumentos prácticamente iguales a los griegos. Además también heredaron de ellos su teoría musical y sus escalas. Además, se sabe que, en las celebraciones y festejos, la música era muy importante. Incluso un mal Emperador, como Nerón, era un músico aceptable. Sin embargo, de toda la música romana, solo nos quedan cuatro compases mutilados de un drama llamado "Hecyra" y que fue compuesto en el 165 AC. Dura 24 segundos...y puedes oirlo en:
http://polaris.ccu.umich.mx/univ/publica/contacto/ene98/musan1-2.ram
Hasta el lunes. Feliz semana.
6 comentarios:
¿Pero al final matan al esclavo o no?
¿tu qué crees?...
Pues no tengo ni puta idea, porque de costumbres romanas la verdad es que no controlo nada. No sé, lo mismo luego se hizo emperador o semidios.
A ver...no te digo lo que pasa en el libro porque no me parece bien. Si quieres leer más, pídemelo; por mi no hay problema.
En la Roma antigüa, un esclavo que fuera un buen interprete musical sería una costosa inversión y, por tanto, nada susceptible de ser asesinado por las buenas. Sería como tirar una cartilla del banco a la basura..
A propósito ¿quien coño eres?
Soy TU PADRE
Publicar un comentario