Joviano fue una de esas personas que parecen espectadores de su propia vida más que protagonistas, dando la impresión de llegar a todos sitios por accidente. Vino al mundo en el 330 d.C. en Sindigunum, actual Servia y Montenegro, pero pudo ser en cualquier otro sitio, porque su padre era en aquel momento comandante de la Guardia Imperial (comes domesticorum) del Emperador Constancio II, y estaba ocupadísimo yendo Danubio arriba, Danubio abajo, calentado el lomo de todas las tribus bárbaras que se asentaban al otro lado y que ya empezaban a dar problemas serios. De pequeño, no se distinguió especialmente por nada; ni sabía montar a caballo, ni nadar, ni mucho menos manejar una espada…pero tampoco mostró interés por la política, ni por las artes, ni por la ciencia. Según sus biógrafos, prácticamente solo se dedicaba a comer y dormir. Hasta que semejante ritmo de vida llegó a la oídos de su padre, que tenía los hue… negros de zurrarse con los abuelos de los modernos alemanes y al grito de ¡te voy a hacer un hombre!, y ya que el hijo no mostraba interés por nada, se aseguró al menos de que siguiese la profesión familiar.
Y el chaval cumplió a rajatabla la orden de su padre; eso sí, sin mostrar el menor entusiasmo y sin hacer absolutamente nada de especial renombre. Pero, inesperadamente, en junio del 363 d.C. el Emperador Juliano, el sucesor de Constancio, murió sin haber nombrado oficialmente sucesor y el trono fue ofrecido al Prefecto del Pretorio, un tal Saturnino que, oliéndose la lamentable situación por la que pasaba el Imperio, rechazó “educadamente” la dádiva, escudándose en que su avanzada edad y su naturaleza enfermiza le incapacitaban para tan elevadas responsabilidades. Cómo aquel pastel no se lo quería comer nadie, los pretorianos decidieron hacerse cargo de la situación, esta vez parece que con buenas intenciones, y aclamaron a Joviano que había sucedido a su padre al mando de los comes y que, según cuentan, se quedó de piedra. Y como tenía tan poca sangre…ni siquiera supo decir que no.
Cuando el pobre Joviano abrió el Outlook – tareas pendientes y los asesores imperiales le detallaron la delicada situación de las fronteras o el lamentable estado de las arcas imperiales, a nuestro protagonista casí le dio un síncope; Para terminar de arreglarlo, cuando iba a ponerse manos a la obra para intentar solucionar semejante desaguisado, el Rey persa Sapor II, que conocía la maltrecha situación del Imperio, lanzó un tremendo ataque contra la provincia oriental de Mesopotamia. El emperador, mal aconsejado, firmó una paz deshonrosa en la que solo le faltó pagar las cañas de después, y lo que consiguió fue envalentonar todavía más al persa, que atacó y tomó varias fortalezas romanas y un sinfín de ciudades desde Arabia hasta Armenia.
En estas Joviano, que también era de naturaleza enfermiza, se contagió de unas fuertes fiebres, momento que aprovechó uno de sus consejeros que al parecer era cristiano, para condenar las variadas creencias paganas que circulaban por el Imperio y relajar la persecución contra los seguidores de Cristo, que se había multiplicado desde la muerte de Constantino el grande. Cuando el joven Emperador se recuperó, algunos dicen que milagrosamente, apenas tuvo tiempo de cambiarse cuando ya andaba galopando al frente de las otrora poderosas legiones para contener a los huestes persas, que ya amenazaban con alcanzar el centro de la actual Turquía. Era invierno cerrado y una mañana, cuando fueron a despertarle, le encontraron sin vida, con la cara sospechosamente azulada y una expresión de espanto en sus ojos. Y cuando lo lógico hubiera sido hacerle un autopsia decente y perseguir a los culpables del magnicidio, el “think tank” de palacio optó por declarar la muerte natural del emperador, prepararle unos funerales de órdago y dar gracias a aquel que se atrevió a hacer lo que todos ellos pensaron alguna vez pero ninguno osó jamás. Era el año 364 d.C.
Bienvenidos todos, de nuevo.
3 comentarios:
¡Qué placer leerte otra vez!, aunque confieso que no "cazo" porqué has elegido al personaje de este artículo...
En cuanto al "anónimo" que me precede, a mí también me ha visitado, con la diferencia de que sí a tí te recomienda un seguro baratito para el cohe, conmigo demuestra su "ojo clínico" ofreciéndome un programa de adelgazamiento.
En resumen; "spam" puro y duro.
Hola Turulato. Simplemente estaba ojeando literatura acerca de "los grandes personajes del Imperio Romano" y he caido en que a veces nos fijamos únicamente en los grandes generales o en los príncipes perversos; simplemente, hoy me apetecía retratar a un mediocre. A este pobre le tocó una "mala mano", pero quizás hubiera podido firmar un empate si al menos lo hubiera intentado. Todos tenemos la obligación al menos de intentarlo; nos lo debemos, sobre todo, a nosotros mismos.
Decía, creo que Tomás Moro, que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen. En aquel momento, la clase media que constituyó el pilar sobre el que se asentó la civilización romana, estaba moribunda, y quién tuvo la oportunidad de arrimar el hombro, la despreció y se dedicó a protegerse a sí mismo. Joviano fue un incapaz, pero probablemente no mucho más que los que le rodeaban...
Y hoy ¿nos merecemos a los que nos gobiernan?.
Vamos Turulato, ¡recoge el guante!
¡Semejante desafío, caballero, y más viniendo de vuestra mano, merece todo un artículo!
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