miércoles, 26 de diciembre de 2007

La batalla de los tres Reyes, 4 de agosto de 1578

Sebastian, de primera comunión

Tengo un amigo, muy amigo, que posee un negocio dedicado a la venta de plantas, abonos y achiperres varios… un vivero, vamos. Entre nosotros siempre tuvo fama de despreocupado, pasotilla y algo ocurrente, en parte porque lo era (es) y en parte porque, al ser el más joven de todos nosotros, tampoco le resultaba muy difícil erigirse en el más dicharachero de toda la pandilla; ya sabeís… en el país de los ciegos…

El caso es que una mañana me aventuré a dar una vuelta por su negocio. Y mientras un servidor se entretenía entre arizónicas y geranios e intentaba algo parecido a la cuadratura del círculo vegetal – es decir, distinguir una planta de interior de otra de exterior… - se presentó por la zona de caja una buena mujer, bastante peripuesta y completamente embutida en un abrigo de aquellos que resultan imposibles de pagar al contado. La “Pitita” de marras – dicho con todo el respeto que me merecen las pititas – llevaba en su regazo una coqueta planta de flores diminutas, de varios colores y, mientras decidía con cúal de todas sus tarjetas iba a hacer efectiva su compra – jamás ví semejante cantidad de plástico, ni siquiera en un contenedor de los amarillos… - le preguntó a mi amigo: “Caballero… ¿Esta planta es de regarla mucho o de regarla poco… y mejor por la mañana o por la tarde… y debo dejarla al sol… y … y…?”. Mi amiguete, que bastante tenía con no estamparse con el saco de mantillo que estaba a punto de hacerle perder el equilibrio, le miró con escasa empatía y respondió… “Pues, lo que le vaya pidiendo la planta señora…”

El caso es que, bien mirado, lo que parecería un vano intento de zanjar una conversación no deseada es también una verdad como un templo; no hay dos seres humanos iguales, ni tampoco dos personas que reaccionen igual ante un trato semejante. Cada cual exige un entrenamiento, una atención y incluso un cariño diferentes y lo que, para Pepe puede resultar la mejor de las soluciones, a Juan puede condenarle de manera irremediable. Para contrarestar esto, el creador nos otorgó a los humanos el, quizás, más preciado de nuestros dones, la facultad de quejarnos… ¡Que sí, que sí! El ser humano se queja, resopla, frunce el ceño, se enrabieta… esto es, emite señales que, bien interpretadas por el educador – bizarro vocablo, algo caído en el olvido – atisban nuestros límites y favorecen el aprendizaje. Igual que el dolor es un mecanismo de autodefensa, la queja suele ser un banderín que muestra aquello sobre lo que hace falta incidir… o dejar de presionar.

Lamentablemente, o Sebastián de Portugal no se quejó la suficiente, o si lo hizo, sus educadores no vieron que se encendía una luz de alarma en su panel de aviso. Claro que, teniendo en cuenta que este pobre chico se las tuvo que ver con media docena de Jesuitas de la peor especie – tambien los hay de la buena, lo aseguro… - poco pudo hacer. El caso es que, su aprendizaje se redujo a una sola asignatura, “cruzada, cruzada y cruzada” y nulo cariño y, para cuando este hijo de Juan de Portugal y Juana de Austria alcanzó la madurez, estaba absolutamente logotomizado y lo único que tenía en su cabeza eran muchos pájaros y una obsesión: conquistar para el país de las toallas todo el norte Africa.

La empresa no era en absoluto baladí; A pesar de que el Rey Marroquí Muhammad Al-Mutaxakkil acababa de ser licenciado – contra su voluntad – y se había dirigido a nuestro protagonista reclamando su ayuda, los consejos y advertencias recibidos en sentido desfavorable para con su causa eran legión. Ni siquiera Felipe II, por lo general bastante accesible para cualquiera que le solicitara ayuda esgrimiendo la causa cruzada, mostró demasiado interés en el proyecto así que cuando el de Portugal le demandó su ayuda, Felipe autorizó que reclutara mercenarios españoles y le proveyó de numerosos carruajes y animales de tiro pero no consintió en cederle ni uno solo de los soldados de los Tercios que, en aquellos días, valían su peso en oro.

Pero Sebastián seguía a lo suyo; a pesar de su naturaleza enfermiza, de su bipolaridad manifiesta, de su nula capacidad de abstracción y de su poca preparación militar, desembarcó en Arcilla con diecisiete mil hombres y, tras descansar y contarlos a todos – supongo… - se dirigió a la plaza de Alcazarquivir. Allí, la víspera del 4 de agosto de 1578, manifestó ante sus generales las líneas básicas de su “programa”: uno, que nada más alzarse con la victoria iba a escabechar a cualquier judío que se encontrara de frente y dos, que no había que temer… “puesto que era la cruz la que sin duda iba a dar buena cuenta de la media luna”… Todo muy profesional ¿verdad?

Finalmente y a pesar de las advertencias de los españoles – veteranos de aquellas tierras y buenos conocedores de aquellos con los que se iban a enfrentar – los dos ejércitos se encontraban a orillas del río Makhazín o de la “podredumbre”. La batalla fue extremadamente dura y por momentos caótica; se dice que durante gran parte del enfrentamiento se levantó una tormenta de arena que impedía a los ejércitos acometerse. Además, los informes portugueses – si es que los había… - pasaron por alto la presencia de un fuerte contingente de caballería mora, especialmente entrenada para disparar arcabuces a caballo. El resultado final fue una completa derrota de las fuerzas cristianas, con 8.000 muertos y la práctica totalidad del resto prisioneros. Aquel día murieron, no solo Sebastián sino también los dos sultanes que se disputaban el trono de Marruecos, el buen poeta español Francisco de Aldana y lo más florido de la nobleza portuguesa. A resultas, el enfrentamiento empezaría a ser conocido en toda Europa como la Batalla de los tres Reyes.

Cuando nuestros vecinos conocieron la derrota, el país entero se vistió de luto porque no había familia que no hubiera tenido que lamentar alguna pérdida, pero también porque, a pesar del carácter ciertamente iluminado e irreal de su soberano, era adorado por la mayoría de su pueblo que lo tenía por un romántico caballero víctima de las intrigas de la Corte. Su cuerpo nunca apareció, por más que varios escuadrones de caballería lo buscasen a conciencia, quizá porque robaron sus ropas y quedó desfigurado por las altas temperaturas y las alimañas. Esto originó uno de los más grandes mitos del país vecino, el Sebastianismo, o esperanza que aún mantienen algunos de que el soberano vuelva a mostrarse carne y reclame su trono…¡Ay mi madre!

Quizás el mayor beneficiado de todo este embrollo fuera el taciturno Felipe II que, aprovechando la bancarrota y el desgobierno en que quedo sumido el mayor consumidor de bacalao del mundo, anexionó Portugal en 1580.

Esperemos que si vuelve, le apunten a otro colegio...

CLAVES PARA ENTENDER LA BATALLA DE ALCAZARQUIVIR.

1) Sebastián de Portugal tenía tan sólo 24 años y nula esperiencia militar.

2) La quinta parte de la expedición era personal no combatiente: esposas, hijos, mercaderes... y meretrices.

3) Felipe II no consintió retirar ningún Tercio de Flandes y tampoco accedió a movilizar el que, en aquellos momentos, se reorganizaba en Napoles. En parte, los recelos de Felipe obedecían a un cierto mosqueo con la política equidistante de Sebastián con respecto a las Islas Británicas: mientras que ofrecía asilo a católicos irlandeses y escoceses, firmaba tratados comerciales con la Reina Isabel a discrección, para asegurarse un trato "preferente" ante los ataques piratas de los hijos de la Gran... Bretaña.

4) El monarca portugués no hizo caso de un máxima principal que, aún hoy, (corrígeme si me equivoco "Turu") todos los ejércitos del mundo tienen presente: no separarse del agua. La práctica totalidad de los que cayeros prisioneros estaban, al parecer, deshidratados.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Pensaba que Felipe II era la genuina y auténtica "espada de Dios", pero veo que los portugueses tuvieron a su propio iluminado; y bastante más cerril que el nuestro, por lo que dices.

Muy interesante la entrada, como todas.

Turulato dijo...

No se quien dijo algo así: "es la economía, idiota".
Pues bien, Don Miguel de Cervantes, que había sido soldado, dijo: "Para el buen gobierno de las tropas, es preciso el mejor gobierno de las tripas".
La guerra la gana la Logística. Y beber es cuestión logística.
¿Lo dudan?. ¿Qué es más difícil: maniobrar con un Cuerpo de Ejército en Oriente Medio o transportarlo y mantenerlo "vivo" desde 15.000 NM?

Luis Caboblanco dijo...

No quisiera dar una imagen equivocada de Sebastián ni tampoco hablar de lo que no conozco ¡Al fin y al cabo hablamos de hace casi 500 años! El Portugués fue sobre todo un iluminado romántico; de hecho, no imagino mejor personaje para un Larra o un Espronceda, con su dramático final. Felipe tenía un punto nada reservado de oscuridad y pesimismo y a Sebastian parece que le pasaba todo lo contrario.

Turu, creo que fue Napoleón el que indicó "para ganar las guerras hacen falta tres cosas: dinero, dinero, dinero" Tienes razón en que, de siempre, la economía ha sido siempre la madre de todas las batallas... ¿o que es acaso la pérdida de la guerra fría por parte de la antigua URSS no fue, sobre todo, una cuestión económica?

Saludos.

Lunarroja dijo...

Me ha gustado mucho cómo has comenzado el post y hasta dónde lo has llevado luego.
¡Y tengo que volver a quitarme el sombrero por todo lo que aprendo contigo!

Feliz Año, Caboblanco.
Beso.

Historiadora dijo...

Estoy haciendo un trabajillo sobre la batalla de AlcazarQuivir, y por lo que he podido investigar, es la única batalla de la que no existen esquemas de ámbos ejércitos en la batalla. Necesitaría el de las tropas musulmanas. Sé que tenían forma de media luna, que la vanguardia estaba compuesta por bereberes y andaluces y que había 12 pendones de caciques de tribus africanas en el centro de la formación, pero aún así me cuesta hacerme con la idea... Podrías ayudarme?

La Maga Mariana dijo...

Muy buena entrada. Estupendo blog.
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Diego dijo...

!!Viva o Rei don Sebastiao!!
Cierto, he visto a alguien en veranio con una camiseta con una estampa del rey a caballo, y la espada desenvainada en alto, y esa leyenda.

Diego dijo...

No se dice nada aquí de las conversaciones de Felipe con su sobrino Sebastiao, en el monasterio de Guadalupe.
La anexión en 1580, y hasta 1640, tuvo lugar, al mandar al Duque de Alba (con más de 70 años, que le tenía arrestado) con un ejército por tierra, y a Don Alvaro de Bazán(ese si que sabía de mar, y había advertido sobre las desembocaduras de los ríos ingleses), y tomar Lisboa.

Anónimo dijo...

nosotros los marroquies hemos aplastado a los portugueses invasores que querian acabar con el islam en el magreb y tambien al traidor muley al mutwakil que murio en un chumbera y se llevo su cuerpo por todo marraquech como ejemplo de traicion, lo mas alucinante de la historia que en este blo no se menciona es que las tropas musulmanas fueron solo 4000 fente a un ejercito de 12000 portugueses y tb alucino con la emboscada que el sultan prearo en el puente de wed almakhazin. viva el sultan abd almalik y vivan los saadies y alauitas descendientes directos del profeta muhammad.