Instrumental médico romano
¿Qué son las dos primeras cosas que suceden cuando se reúne a un gran número de hombres durante un periodo prolongado de tiempo?... (sin pensar mal ¿eh?)...pues, primero, que empiezan a desaparecer cosas y, segundo, que se empiezan a propagar determinadas enfermedades; y ¿dónde es bastante frecuente que un gran número de hombres se encuentren juntos durante un periodo prolongado de tiempo?... Una respuesta a bocajarro podía ser... en el ejército; y ¿quiénes fueron los primeros europeos en tener un ejército medianamente organizado?... los romanos.
Si exprimimos el corolario, podemos inferir que en los campamentos de las legiones romanas se robaba a discreción y todo el mundo se manejaba, al menos, con una gripe, dos o tres heridas mal curadas y la enfermedad venérea de turno pero no era así. Y no era así porque los romanos no tenían ningún escrúpulo en “tirar” del jarabe de palo para con aquellos que se mostraban demasiados amigos de lo ajeno y porque, seguramente, montaron el primer servicio de sanidad militar de la historia.
La buena salud y la forma física de los soldados son esenciales para mantener una fuerza armada con un adecuado nivel de actividad. Para ello, los “cabeza pensantes” hijos de la loba ponían buen cuidado en que sus campamentos estuvieran situados en los lugares más salubres posibles, cerca de caudales naturales de agua, alejados de pantanos y marismas y, en lo posible, retirados de los centros urbanos y comerciales. De puertas adentro, además de ser extremadamente escrupulosos a la hora de franquear la entrada a según que personas y alimentos, dotaban a sus instalaciones de termas para mantener la limpieza entre los soldados, así como drenajes y letrinas para mantener unos niveles razonables de higiene; y la verdad es que los romanos, ingenieros antes que cualquier otra cosa, eran auténticos artistas a la hora de reformar baños: En el campamento auxiliar de Housesteads existía – y está magníficamente bien conservado – un masivo evacuódromo construido a base de asientos de madera sobre un soporte de piedra; los desechos caían por un conducto por el que constantemente circulaba un flujo de agua que se llevaba lo que se tenía que llevar. Al otro lado de la habitación, otro canal permitía la limpieza de las esponjas... que los soldados utilizaban en ligar de papel higiénico.
Para luchar contra las enfermedades los romanos se esmeraban aún más. Usualmente los campamentos tenían una especie de hospital de campaña construido a base de tiendas de campaña en los que se intentaba agrupar a los hombres atendiendo a sus dolencias. En las fortalezas legionarias se iba un paso más allá, y se construía un verdadero hospital, el “valetudinarium”, que debía de andar lleno casi siempre, y no solo de cabezas o miembros sangrantes a causa de ataques celtas o germanos; un recuento que se conserva de las fuerzas de la Cohors I Tungrorum, una pequeña unidad auxiliar establecida en Vindolanda, a los pies del Muro de Adriano, identifica al menos 31 hombres incapacitados para el deber; de ellos, 15 están enfermos, 4 heridos, 2 presentan cortes causados por herramientas y 10 tienen diversas inflamaciones oculares. Es decir, el 12% de los hombres alistados en la unidad estaba incapacitado para coger el pilum... Y eso que el informe está fechado en una época relativamente tranquila.
Entre el personal al cuidado del hospital, el más importante era el “medicus”. Este profesional, con fuertes – para la época – conocimientos y normalmente muchos años de experiencia, poseía en la mayoría de ocasiones el rango – y la paga – de centurión. Estaba extraordinariamente bien considerado y en ocasiones eran habilísimos, como Antígono, médico del hospital de la Legión XII “fulminata” e inventor de un remedio infalible para el dolor de cabeza que menciona el mismo Galeno, o Axius, oculista de la flota establecida en las Islas Británicas y creador de un bálsamo ocular elaborado a partir de diversos aceites y de sulfuro de mercurio. Sin duda, estos médicos se encontraban entre los mejores del ejército pero el nivel medio no parece haber estado considerablemente más bajo. Eso sí, sus puntos fuertes derivaban del tipo de dolencias que estaban acostumbrados a tratar lo que les hacía especialistas en heridas producidas por cortes, amputaciones, luxaciones o intoxicaciones por alimentos. De lo demás, lo mínimo, aunque se esforzaban en apartaban a aquellos hombres con fiebres de los demás, conocían los efectos psicológicos de la fatiga de combate o la importancia de mantener una herida seca y limpia, si bien desconocían las infecciones como tales.
Por último, especialmente peligroso era el reabajo de “capsarri”, una especie de personal de primeros auxilios de primero línea, así llamado por el “capsa” o especie de pequeño botiquín que portaban. Parece que había al menos dos o tres ellos en cada una de las cohortes y que no se trataría propiamente de personal médico sino de legionarios especialmente adiestrados para ofrecer un tratamiento básico y rápido, sobre todo, en los momentos inmediatamente posteriores a los del choque con el enemigo. A finales del siglo I, Agrícola, tuvo que entrar en combate en una ocasión sin ellos ya que una de las legiones carecía temporalmente de ese personal. El avispado general ordenó a varios de sus servidores que, en dos días, aprendieran lo que pudieran y les entregó botiquines con la orden de acompañar a las tropas. Cuando uno de sus lugartenientes lo vio, cuestionó la utilidad de ese remiendo ante lo que Agrícola espetó... “...hay que ofrecer a todo hombre una esperanza”.
¡Que artista!
La buena salud y la forma física de los soldados son esenciales para mantener una fuerza armada con un adecuado nivel de actividad. Para ello, los “cabeza pensantes” hijos de la loba ponían buen cuidado en que sus campamentos estuvieran situados en los lugares más salubres posibles, cerca de caudales naturales de agua, alejados de pantanos y marismas y, en lo posible, retirados de los centros urbanos y comerciales. De puertas adentro, además de ser extremadamente escrupulosos a la hora de franquear la entrada a según que personas y alimentos, dotaban a sus instalaciones de termas para mantener la limpieza entre los soldados, así como drenajes y letrinas para mantener unos niveles razonables de higiene; y la verdad es que los romanos, ingenieros antes que cualquier otra cosa, eran auténticos artistas a la hora de reformar baños: En el campamento auxiliar de Housesteads existía – y está magníficamente bien conservado – un masivo evacuódromo construido a base de asientos de madera sobre un soporte de piedra; los desechos caían por un conducto por el que constantemente circulaba un flujo de agua que se llevaba lo que se tenía que llevar. Al otro lado de la habitación, otro canal permitía la limpieza de las esponjas... que los soldados utilizaban en ligar de papel higiénico.
Para luchar contra las enfermedades los romanos se esmeraban aún más. Usualmente los campamentos tenían una especie de hospital de campaña construido a base de tiendas de campaña en los que se intentaba agrupar a los hombres atendiendo a sus dolencias. En las fortalezas legionarias se iba un paso más allá, y se construía un verdadero hospital, el “valetudinarium”, que debía de andar lleno casi siempre, y no solo de cabezas o miembros sangrantes a causa de ataques celtas o germanos; un recuento que se conserva de las fuerzas de la Cohors I Tungrorum, una pequeña unidad auxiliar establecida en Vindolanda, a los pies del Muro de Adriano, identifica al menos 31 hombres incapacitados para el deber; de ellos, 15 están enfermos, 4 heridos, 2 presentan cortes causados por herramientas y 10 tienen diversas inflamaciones oculares. Es decir, el 12% de los hombres alistados en la unidad estaba incapacitado para coger el pilum... Y eso que el informe está fechado en una época relativamente tranquila.
Entre el personal al cuidado del hospital, el más importante era el “medicus”. Este profesional, con fuertes – para la época – conocimientos y normalmente muchos años de experiencia, poseía en la mayoría de ocasiones el rango – y la paga – de centurión. Estaba extraordinariamente bien considerado y en ocasiones eran habilísimos, como Antígono, médico del hospital de la Legión XII “fulminata” e inventor de un remedio infalible para el dolor de cabeza que menciona el mismo Galeno, o Axius, oculista de la flota establecida en las Islas Británicas y creador de un bálsamo ocular elaborado a partir de diversos aceites y de sulfuro de mercurio. Sin duda, estos médicos se encontraban entre los mejores del ejército pero el nivel medio no parece haber estado considerablemente más bajo. Eso sí, sus puntos fuertes derivaban del tipo de dolencias que estaban acostumbrados a tratar lo que les hacía especialistas en heridas producidas por cortes, amputaciones, luxaciones o intoxicaciones por alimentos. De lo demás, lo mínimo, aunque se esforzaban en apartaban a aquellos hombres con fiebres de los demás, conocían los efectos psicológicos de la fatiga de combate o la importancia de mantener una herida seca y limpia, si bien desconocían las infecciones como tales.
Por último, especialmente peligroso era el reabajo de “capsarri”, una especie de personal de primeros auxilios de primero línea, así llamado por el “capsa” o especie de pequeño botiquín que portaban. Parece que había al menos dos o tres ellos en cada una de las cohortes y que no se trataría propiamente de personal médico sino de legionarios especialmente adiestrados para ofrecer un tratamiento básico y rápido, sobre todo, en los momentos inmediatamente posteriores a los del choque con el enemigo. A finales del siglo I, Agrícola, tuvo que entrar en combate en una ocasión sin ellos ya que una de las legiones carecía temporalmente de ese personal. El avispado general ordenó a varios de sus servidores que, en dos días, aprendieran lo que pudieran y les entregó botiquines con la orden de acompañar a las tropas. Cuando uno de sus lugartenientes lo vio, cuestionó la utilidad de ese remiendo ante lo que Agrícola espetó... “...hay que ofrecer a todo hombre una esperanza”.
¡Que artista!
1 comentario:
Me ha encantado lo de "ligar de papel higiénico". ¡Lástima que la preposición no esté equivocada!.
Sobre la fatiga de combate, permíteme una anécdota: En la época en que estuve como piloto en la U.S. Army Aviation, uno de los síntomas que hacía presumir que se padecía aquel síndrome era sentir pasión física por la propia esposa.
Que cada cual saque las consecuencias y opine lo que desee...
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