miércoles, 6 de febrero de 2008

Animales en el nuevo mundo

Uno de los factores de éxito en la conquista española del Nuevo Mundo, y también uno de los menos conocidos, fueron los animales que acompañaron a los españoles en aquella indiscutible gesta de discutidos resultados. Francisco I, Rey de Francia, solía decir que los españoles no iban ni a orinar sin su caballo y su perro; puede que exagerara, o que los cuartos de baño de entonces fueran más grandes que los actuales... – se me antoja complicado meter un equino en un piso de los de ahora, cuanto más en el excusado... – pero, ciertamente, sobre el polinomio conquistador – caballo – perro se ha escrito buena parte de nuestra historia, y claro, Hernán Cortés, Francisco Pizarro o Diego de Almagro no iban a ser una excepción.

Los caballos fueron, desde el principio, un elemento clave. De los dieciséis llevados por Cortés a Méjico en un primer momento, había 11 sementales y cinco yeguas. Depués de aclarar que si fuera caballo, un servidor, con semejante ratio no cruza el charco, os informo que nos han llegado algunos de sus nombres: “Rolandillo”, “Rey”, “Rabona”, “Cabeza de moro”... y por el color del pelo, la mayoría eran tordos o bayos, pero dos de ellos eran píos, esto es, moteados con grandes manchas blancas y negras, como si se estuvieran preparando para la Feria de Abril. Este pelaje era muy normal entre lo caballos españoles del siglo XV y lo popularizaron, definitivamente, sus más famosos descendientes, los que cabalgaron los indios de las grandes praderas de estados Unidos.

Pero, insisto, para comprender la rotundidad de su impacto en el primer momento, no debemos quedarnos en su velocidad, su capacidad para cargar o la posibilidad de acudir con ellos a lugares remotos del campo de batalla... Lo que de verdad partía la pana, era el carácter casi mitológico que, gracias a su desconocimiento, les otorgaron los aztecas, a quienes les parecían monstruos terribles ante los que no se podía hacer otra cosa que salir huyendo. Cortés, que era un águila, al ser consciente de efecto que causaba su caballería, supo aprovechar esta ventaja haciendo que sus hombres colocasen cascabeles a su monturas para aumentar el “infernal ruido” que hacían a los oídos indígenas.


Al principio, los hijos de Moctezuma pensaban que los jinetes eran centauros y en los primeros encuentros con españoles, a la que uno de nuestros abuelos descendía del caballo, a más de uno de los otros les daba un vahído y caía al suelo horrorizado, pensando que el monstruo había decidido depararse por su propia cuenta. Naturalmente, a la que los observaron de cerca, no tardaron en darse cuenta de que jinete y montura eran seres diferentes; sin embargo, tampoco avanzaron demasiado en la resolución del enigma pues, como oían a los castellanos hablar con ellos, pensaban que los equinos tenían el don de la palabra, tomándolos inmediatamente por dioses. Lógicamente, cada vez que encontraban uno de estos animales muerto o cuando conseguían derribar a uno de ellos en un lance fortuito, intentaban aprovecharse de su divinidad usándo sus cabezas cortadas para ahuyentar a los malos espíritus, colocandolas en los lugares mas malditos de todos según la extraña religiosidad azteca: los cruces de caminos. Con el tiempo, los aztecas comprendieron lo que de verdad eran los caballos e intentaron toda suerte de tácticas con las que detener sus mortíferas cargas; lamentablemente para ellos, cualquier avezado lector de temas militares sabe que la única manera de detener a un caballo a la carrera – excepción hecha de una pareja de la guardia civil... – es un bosque de picas o lanzas largas, armas ambas que no formaban parte de la tradición militar del nuevo mundo.

En cuanto a los perros, los aztecas solo conocían razas pequeñas que usaban, cuando estaban de buenas, como animal de compañía y, en las otras ocasiones, como vianda susceptible de venderse en el mercado, una vez cebada. Estos pequeños canes no tenían nada que ver con los grandes perros de guerra que llevaban los conquistadores y que, en muchos casos, como en el de aquella lebrela que llevaba la expedición de Hernando de Soto, les proveyeron de carne en los momentos más difíciles. Estos lebreles y, sobre todo, los alanos, causaban no poco pánico entre los americanos... y no es de extrañar: hoy en día, el alano es el perro más válido – y casi único – para la caza del jabalí y quien los ha visto lanzarse a por su presa, zarza de por medio, no lo olvida...

Otro día hablamos de un tercer aliado de los españoles que deberíamos tener en cuenta: la viruela...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha gustado el relato de hoy.Son pequeños detalles que conoces pero no les prestas mucha atención y sin embargo "hacen" historia. Yo solo conozco a Molinero de Hernán Cortés y por pura casualidad.
Abrazos JTH (Nina)

Leodegundia dijo...

Cierto, yo había leido ya sobre el pavor que los indígenas tenían a los caballos hasta que se dieron cuenta de que se morían como todo hijo de vecino.
Como bien dices los españoles, como todos los demás conquistadores, se llevaron con ellos otra cosa tremenda que mató a muchos lugareños, las enfermedades.
¡Hasta la próxima entrega!

hernan dijo...

Hola soy nuevo por estos lugares y quisiera contar un poco sobre los conquistadores en chile, bueno en la araucania (que es lugar en donde vivo) los mapuche supieron contrarestar la caballería con largas lanzas y escuadrones especiales de piqueros y acompañdos por otros indígenas que los laceaban al cuello derribandolos. Tambien probaron con grupos cuya mision era golpear al caballo con una maza en el hocico. En realidad, fueron muy imaginativos para enfrentar los conquistadores. Includo tenian escuadras con una especie de pavéz para protegerse de los tiradores con armas de fuego. Y por ultimo estaba el arrastrarlos hasta lugares pantanosos o donde no pudieran maniobrar, y atacarlos en oleadas sucesivas sin dejarlos descansar hasta caer rendidos. Así fue como murio Don Pedro de Valdivia.