domingo, 18 de junio de 2006

...Y su no tan rápida rendición.

Tumba de Julio Verne, en Amiens

Contestando al comentario de Turulato, los descendientes de Malitzin no enganchan con Aragón, de ninguna manera; Aragonés era el sargento, no Portocarrero. Y quizás me haya explicado mal: A Portocarrero Tatarabuelo le entregaron a Doña Marina como "regalo" pero a la que Cortés se "enamoró", también entre comillas, la dádiva le fue revocada. Años más tarde sus hijos naturales habidos con una española volvieron a la península e iniciaron una especie de “dinastía” que estaría muy presente en los Tercios durante las próximas décadas.

Portocarrero tataranieto mandaba los restos, muy venidos a menos, de diez compañías distintas de tres tercios diferentes (los tres que estaban en Flandes en ese momento, a saber, los de Zúñiga, Mejía y Mendoza). Efectivamente, el encargado de tomar el rastrillo fue el sargento maño, no Portocarrero. Puede que haya mezclado inconscientemente ambos personajes.

Como desagravio y, para agradecerte tu comentario y todos los demás, os cuento lo que pasó más tarde...

Al enterarse Enrique IV de Francia de lo que había ocurrido, reaccionó rápidamente y a las pocas semanas sus fuerzas merodeaban ya por los alrededores de la ciudad. Como estaría el asunto que España no pudo mandar ninguna tropa para reforzar la defensa de la plaza; tan solo dos hombres, pero eso sí, que valían su peso en oro: El artillero Lechuga y el ingeniero Pachiotto. Portocarrero, constituido ya en gobernador de la plaza, expulsó de ella a todas las bocas no militares (mujeres, niños y ancianos) y prendió fuego a los arrabales para disponer de las ruinas como materiales para reforzar trincheras y blocados. Y empezaron las hostilidades…

Primero, los franceses intentaron cavar una galería para minar los cimientos de las defensas, pero los españoles iniciaron su propia galería o mina, intentando dar con el túnel enemigo para evitar que alcanzara la base de la muralla. Lo consiguieron, a duras penas, en una cueva de la que se había extraído la mayoría de la piedra para construir los edificios de la ciudad. La lucha por esa cueva debió de ser terrorífica: los dos bandos incendiaban paja mojada con azufre para intentar ahumar a los adversarios, con hogueras avivadas mediante gigantescos fuelles de herreros. Era tan irrespirable la atmósfera, que los hombres se revelaban cada poco, para perecer atosigados. La lucha se extendió, de todas formas, durante once interminables días.

Después, al revelarse como inútil tanto cavar y cavar, comenzó la guerra de proyectiles. Los “nuestros”, muy ingeniosos ellos, fabricaron una especie de bombas que arrojaban fuera de la ciudad con ayuda de unas hondas. Dichas bombas estaban fabricadas de cobre y estopa y lo diabólico de ellas es que algunas de ellas iluminaban y otras explotaban; los franceses, al caer una del primer tipo, iban corriendo a apagarla para no ser descubiertos por los tiradores españoles. Pero a veces, también resultaba ser de la segunda clase, volando a aquellos en pedazos en medio del alborozo de los sitiados.

Enrique IV, desesperado, mando emplazar más de cincuenta cañones frente a la plaza, que empezaron a castigar las murallas sin cesar. Aunque la moral de los sitiados aún no era mala, se tuvieron que adoptar dos medidas que reflejaban lo precaria que debía de ser ya la situación: por un lado se prohibió que la campañas repicaran cada vez que se enterraba el cadáver de un español, al parecer, porque los franceses de partían de risa… Por otra parte se desmontó a los pocos jinetes que había, para poder comerse la carne de los caballos. Para entonces había muerto la mitad de la guarnición, y seiscientos apestados – surgió un brote de peste – y heridos se apiñaban en algo parecido a un hospital.

El 4 de septiembre, noventa y tantos días después del comienzo del asedio, a Tello le desjarretaron el brazo de un tiro de arcabuz, por debajo de la axila, el sitio que peor protege una armadura. Tres días más tarde, apareció de forma sorpresiva ante las murallas un ejército imperial de más de quince mil hombres, al mando del Archiduque Alberto, en medio del alborozo de los soldados españoles que aplaudían y bailaban por el camino de ronda que circunvalaba las murallas… Pero Alberto venía al mando de un ejército que agrupaba hasta el último hombre que le quedaba a España en tierras de Flandes, y decidió no jugárselo por una ciudad en la que ya no quedaba nadie y estaba medio en llamas; y en medio de la incredulidad de los sitiados, volvieron grupas hacia el norte.

Aquello fue la puntilla a la moral española. Los franceses, hartos de penar, se avinieron a intentar concertar una tregua, que los españoles, medio muertos de hambre, aceptaron rápidamente. Tan solo, una condición: soportar siete días más de bombardeo para que nadie pudiera acusarles de haber rendido Amiens sin causa justa. Los franceses, estupefactos, aceptaron, y durante la siguiente semana castigaron a la ciudad con más de siete mil tiros de artillería. Por fin, llegó el momento de la rendición. Los españoles, presumidos en las duras y las maduras, portaban los mejores vestidos que les quedaban intactos, aunque un poco roídos y completamente llenos de arena y barro. De los ochocientos y pocos que entraron, murieron más de seiscientos.

Y todo ello para mantener una ciudad, que estaba en ruinas, durante poco más de tres meses…


11 comentarios:

Luis Caboblanco dijo...

No es fácil de entender, es cierto. Para ello, como para discernir cualquier asunto, hay que afinar el punto de partida; en este caso, es el concepto de "honra" el quid de la cuestión...

Para un español del XVI, el concepto de honra era importantísimo e irrenunciable, y no es posible comprender al Tercio ni a sus comportamientos, sin echar mano de él. La honra, que atesoraba de igual modo el gran señor que mandaba la coronelía o el más bajo de los piqueros de la última compañía, era el derecho a ser tratados como gentilhombres, como señores, con el respeto que lleva aparejado esa condición, y la obligación de ser exigidos por ello, como solo se puede exigir a un hidalgo... en otras palabras, eran esclavos de su condición, estaban dispuestos a dar lo que su Rey esperaba de ello y tenían una fe cuasi religiosa en sus propias fuerzas.

Sería demasiado largo glosar su epopeya, en lo bueno y en lo malo, pero te aseguro que episodios como Amiens son la regla, y no la excepción. Como muestra, un botón: en el Tercio, el peor castigo posible era ser destinado a los últimas filas, aquellas en las que el peligro era menor... porque era considerado una deshonra; Y aunque la disciplina era tremenda y durísima, las peores desbandadas sucedían cuando, como consecuencia de esa "obligación" por ser el primero, se rompía la formación.

Para evitarlo, los sargentos, al igual que en las legiones republicanas, obligaban a los hombres de las últimas filas a esperar sentados su momento de intervenir, para calmarlos.

Turulato dijo...

Pues yo lo entiendo. Y me enorgullece.
Espero no saber nunca sí sería capaz de comportarme como ellos, pues sólo cuando se vive se sabe.
Pero, aunque nadie me entendiese, aunque nadie aprobase mi conducta, sí cumpliese como digno heredero de su espíritu, me sentiría orgulloso de mantenerme fiel, a mi mismo y a lo que intentaron enseñarme.

Luis Caboblanco dijo...

Creo que avanzaremos si extrapolamos el concepto de honra a nuestro comportar civil. Afortunadamente es igualmente aplicable, y extraña las mismas recompensas y los mismos sinsabores, eso sí. Aunque, bien pensado, echar mano de la honra solo cuando vienen de frente es casi mezquino.

Cuando digo que no es fácil de entender, no me refiero al concepto mismo, sino a los arrestos que hay que tener cuando sabes que elegir ese camino te va a llevar derechito a una caja de pino. En este caso, no entender engloba diversas sensaciones, desde al admiración a la perplejidad.

Efectivamente, honra merece quien es capaz de mantenerse fiel a sí mismo...

Luis Caboblanco dijo...

Por cierto, encontré el nombre del sargento que consiguió ganar la entrada... Francisco de Alarcón.

Edem dijo...

El concepto de honor puede parecer un poco anticuado, pero hasta no hace mucho era muy importante. Asi que imaginaros en esa epoca. Por honor una familia era capaz de todo. Creerme, lo se porque por Honor la mia mantuvo un "asunto personal" con la Corona durante casi mil años. Y eso que solo eran hidalgos. Y por ese asunto se hicieron fuertes en un valle de asturias, se hicieron ilustrados, se fueron a las colonias y ayudaron a su independencia... etc.
Imaginaros eso a escala militar. Que las banderas cayeran en poder enemigo, o que les acusaran mas tarde de no... "haber tenido lo que tenian que tener" era algo inaceptable para ellos. Prefieran morir a que la honra fuera perdida. Y mas en la España del siglo XVI, con limpieza de sangre, cristianos nuevos, hidalguia y demas incluido en el "menu".
Como bien dices, era al mismo tiempo una forma de vida y una forma de exclavitud. El noble o el hidalgo, no solo nacia con esas responsabilidades, sino que tenia que demostrarlo constantemente. Dicho de una forma vulgar, tenia que ser "el mas macho de todos los machos del barrio". Y en España, además, las formas eran muy respetadas. Por eso lo de los cañonazos. Por Honor (con mayusculas) y tambien por respetar las formas "si, vamos, nos rendimos, pero es que eran mas y ademas nos machacaron durante dias...".
El concepto no deja de tener su gracia y su aplicacion.
Por lo menos eso le decia mi abuelo a mi padre (y estoy hablando de hace 70 años),asi que no está tan diluido como pensamos.
Un saludo de Edem.

Chus dijo...

Hoy en día el concepto de honra es difícil de asimilar, porque no se concibe como antiguamente... Tengamos en cuenta que tan sólo el hecho de que te tiraran un guante suponía un duelo... y nadie no se atrevía a no aceptarlo. Qué no iba a pasar si en acciones militares va a suponer volver a casa como un héroe, con la cabeza bien alta, o volver con "el rabo entre las piernas".
Hoy, vuelvo a repetirlo, dificil de concebir, nadie se deja la vida en nada.
Besos

Leodegundia dijo...

Para la gente de esa época el honor, la honra y la patria significaban mucho por eso eran capaces de llegar a extremos que hoy en día pueden parecer exagerados.
Desgraciadamente hoy todas esas cosas no se valoran y la patria sólo arrastra a la gente cuando se habla de la selección de fútbol, entonces una buena parte se siente español hasta la médula, pero acabados los partidos la patria significa muy poco, ahora es políticamente correcto decir que somos ciudadanos del mundo.
Puede que no esté de acuerdo con algunas decisiones que se tomaban, o algunas estrategias, pero siempre admiré su valor.
Un abrazo

Anónimo dijo...

...Negociar siete días de bombardeo no deja de ser un pacto curioso. Insólita esta historia, Caboblanco... SALUDANDO:
LeeTamargo.-

Anónimo dijo...

He tratado de seguir la pista de Francisco de Alarcón, pero hay varios y me pierdo:
Uno fué obispo, otro sargento 1º fallecido en el accidente aéreo en Turquía, otro natural de Guadalajara (aproximadamente 1626), otro mas, natural de Taxco (Mexico) 1581-1639.
Lo siento pero pese a que me he leido con atención tus dos post, no he sido capaz de aportar nada.
En España la honra la tenemos muy clavada en nuestro espíritu, al igual que todos somos, unos más otros algo menos unos quijotes.
Un saludo

Anónimo dijo...

Que acusado orgullo, yo más bien diría que fueron algo brutos. Iba a decir que sería cosa de la época, pero vamos, lo de la brutalidad es atemporal tratandose de guerras, invaciones y asaltos...

Un abrazo
PD:Estoy de acuerdo contigo "venerar" es una palabra demasiado fuerte, por lo que significa; pero a ver, en un poema queda perfecta. Lo que os pasa es que me leéis y pensáis que yo subro mal de amores o de desamores y, lo que escribo es pura literatura. Ya me gustaria a mi vivir algunas de las cosas que escribo:):):):)Curiosamente, ahora lo que me toca vivir es ser abuela, y de eso no sé escribir...

Anónimo dijo...

Aunque resulte hoy en dia impensable sacrificarse por un grupo o ideal,antes era algo comun.Me imagino que en una guerra,todavia mas.
Lo que no ha cambiado nada en este pais es que el sacrificio de muchos no significa nada para unos pocos y se puede convertir en algo inutil.
Es triste pero se repite una y otra vez en nuestra historia;Amiens,Filipinas(..)