martes, 16 de septiembre de 2008

Juan Martín Díez


Este país atesora muchos dones, no necesariamente todos positivos. Hay quien decía – inglés, creo recordar que era.... – que España tiene infinitas virtudes pero dos o tres defectos de los que no conseguirá escapar nunca. Uno de ellos, al parecer, es la capacidad de castigar de la forma más dura a aquellos que, precisamente, más se han dejado la piel por todos nosotros, intentando moldear una determinada ilusión o la idea o el deseo de conseguir un futuro mejor para los suyos, entendiendo los suyos como "todos". Las muestras son de no creer; cientos y cientos de referencias responderían a la búsqueda en Google de “...españoles maltratados por los suyos sin causa alguna”, pero, curiosamente, de entre todas ellas he elegido a Juan Martín Díez, “El Empecinado”.

El 5 de septiembre de 1775 venía al mundo, en el vallisoletano pueblo de Castrillo de Duero, el hijo de un labrador – entendido este término no como “pobre de solemnidad”, sino con algunos posibles... – que iba a desarrollar desde muy joven los dos rasgos más predominantes del carácter que le acompañaría toda su vida: el gusto por la vida militar y una confianza ciega en sí mismo. El tercero de los rasgos, y el que a la postre resultaría el más determinante, sería el odio a los franceses, que cultivó durante los dos años que duró la campaña del Rosellón, entendido éste de la siguiente manera: Juan, hombre orgulloso, no soportaba la altanería, la soberbia y el desprecio con el que trataban los abuelos de "Zarko" a los abuelos de nuestros abuelos; lo que aún no sabía, es que iba a tener que combatirlos en su propia patria y que, a la postre, acabaría formando parte de nuestra historia – o histeria... – por “culpa” suya.

Ya acabado la Guerra de la Convención, Juan se casó, colgó el sable y se dedicó a lo que, hasta entonces, mejor se le daba: sembrar... pero con la entrada de las tropas francesas en la península – y puede que algún desmán cometido por ellas: se dice que violaron y asesinaron a una muchacha de su pueblo... – se decide a combatir al gabacho y organiza una partida de combatientes formada, en su mayoría, por miembros de su propia familia. Los primeros encuentros son, en cualquier caso, decepcionantes; tanto en acciones individuales como luchando junto al ejército español, Juan no consigue salvo ser apiolado sucesivas veces a lo largo de toda la meseta castellana y, suponemos que bastante harto, decide cambiar de táctica: a partir de ahora va a golpear donde el invasor menos lo espere e inmediatamente, salir a la carrera... Juan acababa de inventar o, más bien, de perfeccionar, la mejor contribución española a la historia militar: la guerra de guerrillas. Con semejantes artes, el empecinado triunfa a lo largo de toda la “ruta” del cordero... Arévalo, Sepúlveda, Aranda y Medinacelli son escenarios de sonoros batacazos franceses. Los “fransuas” se mosquean cantidad y destinan una brigada con el exclusivo objetivo de capturarlo y, como se les daba fatal, optan por lo sencillo y prenden a la madre y a varios familiares con la intención de rendirle... A Juan le hierve la sangre pero – una constante en su vida... – prevalece la cabeza sobre el corazón... A los pocos días son capturados en una emboscada un centenar de soldados franceses que procede, ipso facto, a canjear por sus familiares en plan “aquí no ha pasado nada...”

Los éxitos se suceden ya por toda España, y Juan no para de ascender; en 1814 es Mariscal de Campo con lo que, aparte de firmar documentos oficiales con su apelativo, la práctica totalidad del ejército español se cuadra a su paso... Pero todo va a cambiar... por culpa nuestra. Cuando Fernando VIIel peor Rey de nuestra historia con diferencia – regresa a España y tiene que lidiar con el trienio liberal, lo primero que hace es demonizar a todos aquellos en los que pueda encontrar un hálito de liberalismo progre... y en Juan es fácil... ya que ocasionalmente piensa. Una vez acabado a la fuerza el régimen liberal, el empecinado se exilia a Portugal, decidido a salvar la vida y, fundamentalmente, a no crear más problemas a los suyos. Sin embargo, ante la promesa de una amnistía personal que creía concedida y con España en el corazón, regresa en 1823 con la mejor de las sonrisas... solo para ser detenido en el pueblo burgalés de Roa de Duero. Allí estuvo prisionero durante dos años, en una jaula de hierro y en ella fue exhibido, durante ese tiempo, como un animal... un hombre que se jugó la vida cientos de veces por el país en el que creía... La infamia llegó a oídos de O’donnell, el de la parada de metro, que intentó interceder pero ya era tarde; el 20 de agosto de 1825, el terror de los franceses fue llevado al cadalso, desnudo, en un serón. Allí, según cuenta Benito Pérez Galdós en sus "Episodios Nacionales", Juan, lleno de ira, acertó a zafarse de los que le retenían y, después de arrebatar la espada a un oficial consiguió, creemos, morir como un soldado... fue cosido a bayonetazos.

Sirva esta entrada para que alguien o algunos de nosotros conozcamos que hubo españoles que hace muchos años, contribuyeron a que hoy tengamos la casa como la tenemos, y a los que, si les hubieran dejado, quizá tendríamos que agradecerles una buena sarta de cosas más.

Gracias Juan, te echamos de menos...

4 comentarios:

Turulato dijo...

No, no comento. Hay ocasiones en que el silencio es una decidida muestra de respeto.

Unknown dijo...

Al general francés Leopold Hugo, padre del escritor Victor Hugo, lo tenía amargaíto...

(Un poco de spam para alegrarnos la vida...)
http://elojodeltuerto.com/?p=82

Saludos.

Nacho dijo...

Qué país, tenemos mala suerte incluso cuando ganamos guerras 

Y aunque sólo sea por jugar a la historia ficción, ¿qué hubiese pasado de haber ganado los franceses? Al hilo de tu artículo recomiendo un libro, a mi juicio, muy interesante "José Bonaparte. Un rey republicano" de Manuel Moreno Alonso, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla.

A la vista está que el hijo de Carlos IV (otro que también…) era un dechado de virtudes, la cara de cab...con la que lo sacó en sus cuadros Goya asusta, y para colmo lo que aguantó en poder, todo un ejemplo al siglo siguiente para “Paca la culona” (Queipo de Llano dixit).

Volviendo al libro, al parecer Pepe Botella (que era abstemio) era más Jacobino que otra cosa y su hermano, del que podemos decir muchas cosas pero tonto no era, lo trataba con un gran respeto así como los grandes políticos (que no buenas personas) de su época Sieyès, Fouché y Talleyrand. Emprendió reformas más que interesantes, estaba apoyado por la vanguardia intelectual de la época y bueno y algo incómodo, la Carta de Bayona era bastante mejor que la Constitución de Cádiz.

Problema, no se puede evangelizar a cristazos y entrar en España al grito de a esta cuadrilla de analfabetos meapilas los liberamos por coj... pues no funcionó.

Con esto no quiere decir que con José I nos habría ido mejor, pero al menos los mimbres parece que eran algo mejores.

Por cierto, y lo se no soy nada original, pero en West-Point ya no deben de estudiar las campaña de Napoleón en España (léase Irak)

Felicidades por tu post.

Luis Caboblanco dijo...

Hola a todos.

Turu, así es.

Hispa, Leopold Hugo era, efectivamente, jefe de la brigada que perseguía al Empecinado... unos 2.000 hombres, muchos de ellos coraceros de élite a los que se disparo con saña desde setos, matorrales y barrancos.

Nacho, quien sabe. Tanto Jose I como Amadeo de Saboya tenían buena pinta, puede que no en cuanto a los resultados pero sí porque tanto uno como otro estaban decididos a mantener el orden constitucional. Esto significa aceptar cierto tipo de límites, incluso para ellos mismos. Lamentablemente, España estaba poco preparada y la cosa no cuajó. De hecho, un tema interesante de debate es que hubiera pasado si es España hubiera existido desde hace dos siglos, una auténtica "derecha", mitad burguesa, mitad intelectual, más despegada del latifundio y de la iglesia.

Saludos