jueves, 4 de septiembre de 2008

Segundones


Reivindico el papel de los segundos. Tengo que hacerlo, pues en estos últimos meses he tenido la ayuda franca de una persona que ha propiciado que este humilde Director Financiero no acabara completamente loco. En todo caso, no debemos confundir segundo con segundón; el primero de ellos es un valioso apoyo, un as en la manga, un activo que hay que cuidar y valorar... el segundo es un tunante, un resentido, una especie de mosca cojonera que se aprovecha de la sombra ajena para cobijarse, huye de las responsabilidades, toma diez cafes al dia – o, al menos, baja a tomárselos... – y lucha sin descanso contra su archienemigo más peligroso... el trabajo.

Como contribución, paso a homenajear desde aquí a uno de los más importantes “segundos” de la historia, un soldado valiente y noble que se convirtió en el principal – y por momentos, único – apoyo de Hernán Cortés durante la conquista de Méjico, Gonzalo de Sandoval.

Nuestro amigo Gonzalo llego a Nueva España, de la mano de Cortés, en 1519, como uno de sus tenientes más jóvenes y con fama de muchacho sincero y en el que se podía confiar. Había nacido en Medellín (como su jefe...) y hasta donde se sabe, que es prácticamente nada, era de origen más que humilde – su madre era conocida por el cariñoso apelativo de “la Fulana...” -, habiendo tenido que desempeñar los trabajos más despreciables en su Extremadura natal (porquero) y escapando de allí a la carrera, mitad por un asunto legal, mitad – suponemos – guiado por el ansia de riquezas y de una nueva vida. De la mano de Cortés la encontró, al que sirvió lealmente durante los primeros envites de la conquista de Méjico, jugándose la vida día sí, día también, al mando de un escuadrón de caballería. En todas estas acciones, tras su desenlace, permanecía a la sombra de Pedro de Alvarado, el lugarteniente “nominal” de Hernán y persona con mucho más porte y empaque... pero también más pendenciero y voluble. Después de la matanza que este último desencadenó entre los aztecas mientras su jefe no se encontraba en Tenochitlán, perdió totalmente la confianza de Cortés y Gonzalo pasó a ser el segundo al mando... y no pudo hacerlo mejor.

A raiz de la mencionada matanza, los ánimos de los aztecas estaban... calentitos; una vez que Cortés hubo regresado y era evidente que cualquier intento de salida negociada era imposible, el capitán le encomendó a Gonzalo que guiara la columna de españoles que iba a tratar de ganar las salidas de la ciudad en la llamada "Noche triste" y lo consiguió, si entendemos por ello no perder más de la mitad de los españoles en el intento. Después de la batalla de Otumba, donde las conquistadores volvieron a tomar la iniciativa, tomó al asalto algunos de los principales pueblos que rodeaban y daban soporte y protección a la capital, y dirigió la construcción de la mayoría de los bergantines con lo que se iba a intentar bloquear sus accesos. Su hoja de servicios crecía y crecía... los hombres que formaban su compañía capturaron a Cuhatemoc y en sus correrías pacificó – o exterminó, según se mire... – a la mayoría de los pueblos y ciudades en los que aún quedaba algo de resistencia indígena, por cierto, con una violencia que hasta ese momento apenas se había hecho presente.... ¡Y aún le quedaba tiempo por el camino para ejercer de padrino de aquellos indios más notables en el momento de su bautizo!... Todo un personaje este Gonzalo...

Después de conquistar el actual estado de Colima, Gonzalo acompañó a su “jefe” en la desastrosa expedición que tenía por objetivo escarmentar a Cristóbal de Olidotro de los lugartenientes de Cortés, que se había autoproclamado “reinona” de todo el territorio hondureño – y parece que fue el responsable de que volvieran ambos de una pieza, teniendo en cuenta la cantidad de penalidades que sufrieron. Finalmente, a mediados de abril de 1527, Gonzalo decidió que ya había tenido bastante y, probablemente, que tenía que volver a ver a su padre, a quien idolatraba y al que mandaba todo el dinero que “ganaba” en las Américas.... Partió junto a Hernán Cortés a España pero en el camino cayó mortalmente enfermo, puede que de disentería. Lamentablemente, el final que Gonzalo sufrió no le hizo justicia a su vida... ni a su alma... Un tabernero que le hospedaba, aprovechándose de su situación, le robó las trece barras de oro que constituían su única fortuna. Acabó muriendo el 22 agosto Palos, desde donde fue llevado por sus amigos al convento de la Rábida, en donde descansan sus restos.

Su más íntimo amigo, el también soldado y cronista de la conquista, Bernal Diaz del Castillo, le recriminaba constantemente su maliciosa tendencia a maldecir, a “cagarse en todos los santos...” y a manifestar públicamente que no creía en Dios. Gonzalo, se destornillaba, y aconsejaba a su amigo... “No te fies, Bernal, del español que no maldiga... Además, le estoy convirtiendo a tantos indios que no me lo tendrá en cuenta”

¿O sí...?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuanta razón. Lo malo es que hay más segundones que segundos...