lunes, 14 de marzo de 2005

¡Mañana es fiesta!

En la época clásica, hasta el advenimiento del cristianismo, los romanos adoraban a un gran número de Divinidades. En su honor se construían templos y en ellos se ofrecían sacrificios de animales. Menos truculentas eran las ceremonias de purificación, sea de una casa, de un ejército que parte hacia la batalla o de una ciudad entera. El procedimiento consistía en una procesión alrededor de aquello que era susceptible de ser purgado, cantando los carmina, himnos llenos de fórmulas mágicas y sortilegios para obtener el favor de los Dioses. Con el tiempo, estos actos redentores se estabilizaron en días concretos y acabaron dando lugar a un gran número de festividades.

Además, tradicionalmente, Roma fue bastante tolerante con las creencias particulares de las personas o grupos nacionales que se asentaban en su territorio. Lo que estaba prohibido era ir en contra del estado, pero practicar cualquier tipo de creencia que no fuera contra los valores tradicionales era perfectamente lícito y hasta se favorecía. En ese sentido, Roma era el paradigma de estado laico… ¡en el que nadie se declaraba ateo!

Esta hospitalidad de Roma para con los cultos extranjeros se refleja perfectamente en su calendario. Originalmente las festividades romanas eran pocas, pero con la adopción de tantos dioses extranjeros y su transformación en autóctonos, se incluyeron tantas fiestas en el almanaque, que hubo un momento en el que se podían contar más días festivos que laborables, aunque luego el tema se racionalizó. En definitiva, la religión era lo que daba a los romanos, que no conocían el domingo ni el Week-end, los días de fiesta y de descanso. En la época clásica había un centenar al año, es decir, más o menos los que existen ahora, pero los celebraban con más empeño. Entre las fiestas religiosas romanas más importantes figuraban las Saturnales, las Equiria, los Juegos Seculares y las Lupercales.

Los Saturnales se celebraban durante siete días, del 17 al 23 de diciembre, más o menos en el periodo en el que empieza el solsticio de invierno. Toda la actividad económica dejaba de funcionar e incluso los esclavos de algunas casas muy acomodadas recuperaban momentáneamente la libertad durante esos días, representando una parodia en la que se simulaba que eran servidos por sus amos. También había intercambio de regalos y un ambiente de alegría se apoderaba de las ciudades.

Las Esquiria eran un Festival en honor de Marte. Se celebraban el 27 de febrero y el 14 de marzo, tradicionalmente la época del año en la que se preparaban nuevas campañas militares. El principal elemento de celebración eran las carreras de caballos que se celebraban en el Campo de Marte y que tenían un marcado acento militar.

Los juegos seculares eran una especie de competiciones deportivas que constaban tanto de espectáculos atléticos como sacrificios. La tradición decía que se tenían que celebrar una vez cada saeculum (siglo), para señalar el comienzo de uno nuevo, pero como a la plebe le encantaban, en realidad se hacían mucho más.

Por último, las lupercales eran, salvando dos mil años de historia, lo más parecido a nuestros modernos carnavales. La fiesta se celebraba el 15 de febrero en la cueva del Lupercal en el monte palatino, donde según la tradición, una loba habría amamantado a los legendarios fundadores de Roma. Esta fiesta se celebraba para honrar al Dios Luperco, divinidad antiquísima de origen latino. La fiesta comenzaba con la inmolación de una cabra por parte de un sacerdote. Con la sangre resultante se manchaba la frente de los Lupercos o "lobitos" (personas notables de la ciudad que representaban este papel) y a continuación se les limpiaba con un mechón de lana del animal muerto. En este momento se formaba una procesión que abrían los lupercos desnudos, los cuales llevaban unas correas trenzadas con tiras de cuero de la cabra recién inmolada y, con ellas, azotaban a las mujeres que se encontraban en el camino, como ritual para favorecer la fertilidad, mientras recitaban este miserere:

¿Qué esperas matrona? No serás madre merced a hierbas poderosas ni a mágicos encantamientos. ¡Recibe los azotes de la diestra fecunda, y pronto tu suegro vera al deseado nieto con su nombre!

Esta era la idea, pero con el paso de los años la fiesta fue adquiriendo una marcada connotación sexual, de manera que la fertilidad no sólo se buscaba sino que se practicaba. Si hacemos caso a Plutarco, la celebración debía acabar como el rosario de la aurora, porque no se respetaba prácticamente a nadie, empezando con los lupercos que eran materialmente forzados por jovenes fuera de sí. ¡Cómo sería la gravedad del asunto que Julio Cesar, que era cualquier cosa menos un mojigato, las prohibió!.

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Mañana, atendiendo a una petición de mi único lector baturro, un artículo un poco más extenso de lo normal sobre una cultura fascinante: Los Etruscos.

Saludos.

1 comentario:

Turulato dijo...

¡Gracias maño!. Los etruscos lo merecen. Este "blog" es un regalo de los dioses...
Pero has caido en la trampa... Crear el espacio "peticiones del lector" ha sido una temeridad.
¿Te animas a contarnos algo sobre el Derecho Romano?.
Y tiembla, que ya sé lo que "pediré" luego..(Lo puedes adivinar con facilidad).
Buenas noches amigo