jueves, 30 de marzo de 2006

Romper una lanza

Otro impresionante dibujo de Angus McBride

Los primeros datos escritos sobre el desarrollo de un torneo medieval se encuentran en una descripción de Nithard, un historiador aficionado, nieto del gran Carlomagno, que en su crónica “De dissensionibus filorum Ludovico piiad annumusque” – os juro que no me lo he inventado… - relata con todo lujo de detalles el desarrollo de una justa, que no torneo, celebrada en las afueras de Estrasburgo en el año 842 d.C. Y es que una “justa” y un “torneo” no son exactamente lo mismo…

Las justas nacieron a principios del siglo IX d.C, un poco con la finalidad de entretener a la masas honrando a Dios, por un lado, y ofrecer a la nobleza la posibilidad de mostrar su habilidad en una variada suerte de lances de carácter guerrero… algo normal, ya que apenas sabían hacer otra cosa. El caso es que una variada suerte de duques, barones y señores de las más variopintas alcurnias acudían a una explanada, generalmente fuera de la ciudad, vestidos con sus mejores galas y henchidos de orgullo y valor guerrero, con la sana intención de machacarle la sesera al noble de tres acres más allá, por lo general conocido suyo, primo lejano o incluso hermano de padre y madre. ¿El problema? Pues eso… que se conocían… y que, al conocerse de antiguo, tenían un montón de rencillas y rencores personales pendientes de solución definitiva; ¡y qué mejor que una justa!, con sus “accidentes” y sus “caídas fortuitas” para arreglar definitivamente la disputa sobre ese castillo tan hermoso o ese rosario de mi madre que nunca me devolviste.

Y claro, paralelamente empezaron a proliferar las armas defectuosas, los escuderos poco dispuestos a auxiliar a sus señores, ¡Ah! Y los “arriesgados”, caballeros poco duchos en el manejo de las armas pero que acababan subidos a un caballo porque “nobleza obliga”… En fin, que la gente se moría con más facilidad de lo normal, y estos enfrentamientos dejaron de hacer honor a su nombre, resultando a la postre bastante “in - justos”. Pero… ¿A que no sabéis quien se dedicó a solucionar el asunto? Pues claro, el que tenía más tiempo libre para pensar… El Papa.

Aunque hay que decir que, por una vez, le cundió: en primer lugar estableció unas normas de comportamiento que, entre otras cosas, imponían una figura casi desconocida por aquel entonces: el árbitro... y para evitar mancillar los enormes egos de esos grandes señores, dispuso la obligatoriedad de que fuera un hombre noble. Además separó a los contendientes con una empalizada de madera, al estilo de un partido de tenis, de manera que cada jinete evolucionaba libremente, pero en su propio lado. Y lo más importante: se definieron claramente las condiciones de victoria; acababa de nacer el Torneo. El objetivo del nuevo juego pasó a ser romper la propia lanza – en aquella época hecha de madera de álamo – contra la armadura del adversario. Para ser declarado vencedor era preciso destrozar el arma tres veces seguidas, y para ello era necesario acometer con una fuerza brutal, amén de ser más habilidoso que un relojero suizo. Probad a coger una escoba bajo el brazo y, corriendo hacía una puerta, tratad de acertarle al tirador… no es fácil ¿verdad?... pues imaginad eso mismo encima de un caballo forrado, al igual que el jinete, con planchas de hierro y a una velocidad combinada de unos 100 kilómetros por hora. Me atrevo a decir que lo extraño no es que se acertaran… es que se vieran siquiera.

En principio, el torneo estaba exento de peligro, pero realmente seguía consistiendo en un deporte de alto riesgo. El problema principal, y la causa de casi todos los accidentes, era que la lanza tendía a resbalar por las acanaladuras del peto de la armadura y acababa atravesando las zonas menos protegidas, como el cuello o las axilas. La solución, como todas las que de verdad funcionan, fue bastante simple: se practicaron diversas incisiones a lo largo de todo el arma para rebajar su peso y hacer la lanza más quebradiza y, además, se dotó a la punta con varios roquetes, una especie de “tacos” como los de las botas de los futbolistas que no dejaban penetrar a la lanza y evitaban casi completamente su deslizamiento.

Pero los roquetes a veces se afilaban… y las lanzas en ocasiones no se aligeraban… y la gente se seguía muriendo... por accidente... como Enrique II de Francia, último Rey europeo muerto JUSTAmente. ¡Por cierto!... a veces las disputas alcanzaban también a las damas pero ellas, tan etéreas, no se bajaban al barro porque solían tener una buena bolsa de currículums de nobles más que dispuestos a romper una lanza por ellas... De ahí el dicho.

Un saludo


10 comentarios:

Raúl dijo...

Cada vez que vengo por acá aprendo de la historia de España, que es la misma de latinoamérica en muy buena medida...

Es como conocer las historias de los abuelos. Sumamente divertido y emocionante, por más que se relaten peligros y dificultades.

Como siempre es un placer pasar por acá...

Saludos,

Anónimo dijo...

No todo el mundo podía participar en estos “juegos”, era necesario en un principio tener una educación especial desde la infancia, se nacía ya con una espada en la mano, aunque fuera de madera y por otro lado, se necesitaban “posibles” ya que resultaba caro pues cada caballero necesitaba por lo menos tres caballos y unos cuatro servidores. La fuerza y la habilidad que debían de poseer era enorme, cargar con esa pesada armadura, las armas, mantenerse en el caballo y aguantar las embestidas del contrario no debía de ser para enclenques.
En su origen los torneos se parecían mucho a los combates reales, se libraban en lugares abiertos y llanos entre dos grupos de jinetes y los caballos, armas y arneses de los derrotados eran botín para los ganadores y los prisioneros debían de pagar rescate por su libertad.
Un abrazo

Anónimo dijo...

...Se ha comprobado por los restos de aquellos lanceadores que solían tener deformado el brazo o costado con el que sujetaban la enorme y pesada arma. Habilidad y fuerza para este deporte de romperla contra el otro que enseguida cundió entre los caballeros con aspiraciones...
SALUDANDO: LeeTamargo.-

Anónimo dijo...

Curioso origen y literal el de "romper una lanza", me ha encantado.

Turulato dijo...

Con tu permiso, añado un pequeño apunte.
Una manera de distinguir el peto de una armadura de placas de un caballero, y en general de todas las usadas en la caballería pesada, es que llevan una pieza en "u", ligeramente girada hacia el exterior, a la altura de la tetilla, llamada "Ristre".
Esta pieza se añadía al "Peto" y servía como soporte donde apoyar la lanza en el momento de la acometida; el caballero llevaba la lanza apoyada en la "cuja" -cilindro de cuero de la silla o, en este caso, aro metálico sólidamente unido al estribo- y sólo la colocaba en el ristre en el momento de cruzarse con el rival.
¿Adivinan el origen de la expresión "lanza en ristre"?.

Sol.. dijo...

Hace un tiempo vi un documental en el que recreaban una de estas luchas.. bastante entretenido verlo, por cierto, tanto como peligrosa era la práctica.

Allí mismo dieron a conocer fósiles de antiguos guerreros en los que se les distinguía como luchadores debido a las deformaciones que tenían en sus extremidades y por el avanzado desgaste de sus articulaciones.

Interesante dato el del origen de la frase.. muy literal aquello de "romper la lanza".

Te dejo un beso!

aldara san lorenzo dijo...

...y unos excelentes a la par que prácticos anillos en los que guardar veneno que.... aplicar conveniente y JUSTAmente... porque las damas siempre hemos sido de hacer menos ruido y métodos más eficaces.

Fantástico post, como siempre.
Un beso,

ia

Anazia dijo...

A mí es algo que siempre me ha emocionado bastante... aunque entre justas y torneos, prefiero estos últimos...

Verso dijo...

Siempre salgo de tu casa sabiendo algo más.
Gracias.

almena dijo...

hola Caboblanco!
Vuelvo a la lectura de tus siempre interesantes y amenos posts.

Un abrazo