No se puede entender el perro sin el hombre; ni el perrear... Curiosa la gracia que le hará al pobre bicho, que su nombre sirva para aludir a la acción que define el no hacer nada... Porque, teniendo en cuenta que el perro, más no puede hacer, ésto tiene tanto sentido como tachar a Zapatero de estadista... En fín, antes de que nuestros actuales canes salvaran personas que han sido víctimas de un derrumbamiento, guiaran a nuestros ciegos, cazaran conejos como posesos o, para desconsuelo de algunos, señalaran inquisitorialmente a las maletas en las que lo único blanco no son los calzoncillos, ya servían como eficaz acompañamiento de nuestros abuelos en el Nuevo Mundo. El más famoso de todo ellos fue sin duda, “Becerrillo” que llegó a las Américas de la manos de su dueño, Sancho de Aragón, en 1511. En La Española, los perros de presa tradicionales españoles, los alanos, eran criados por su notable capacidad de guardia y porque su aterrador aspecto (el que haya presenciado alguna vez una montería de jabalíes cazados a ronda sabrá de qué le hablo...) era estupendo para perseguir y atrapar a los indios prófugos que, al verse acorralados entre semejantes animales, se estregaban bien rapidito, con el loable propósito de no ver sus huevos, literalmente, “revueltos”.
Becerrillo debía de ser un figura en ésto porque bien pronto aquel perráncano rojizo, enorme, con manchas negras y unos ojos brillantes como los del mismísimo demonio, acompañó a los españoles de forma tan eficiente (para malparo de los índios...) que se juzgó justo y necesario otorgar doble ración de alimento y sueldo a su dueño, seguramente porque en semejante binomio lo verdaderamente importante era el can. Al parecer, el jodío era tan listo que distinguía a los índios rebeldes de los “aliados” o “mansos” (ya me dirán ustedes como...) y tenía tan justa medida de su fuerza, que las más de las veces era capaz de cumplir su cometido sin llegar a morder a su presa.
Lamentablemente para él, una tarde, amo y can montaban guardia en la hacienda del conquistador español Pedro Mejía (o Mexía, que para gustos...) y una partida de indios hostiles la atacó. En el enfrentamiento resultaron muertos los dueños de la finca pero, durante la retirada, los atacantes raptaron a Sancho, seguramente para darle, más tranquilamente, hasta en el cielo de la boca; Becerrillo se dió cuenta y con su feroz acometida consiguió devolver la libertad a su dueño... solo para recibir, desde la otra orilla, una flecha envenenada de los compañeros de los secuestradores que se la tenían jurada... La flecha, mala pata, atravesó el chaleco militar que protegía el cuerpo de Becerrillo y le causó la muerte ese mismo día.
La historia de Becerrillo no es exclusiva: Los romanos, los cartagineses, los francos, los españoles, así como los aliados y los rusos en la Segunda Guerra Mundial, se han valido del perro, no ya como animal de guarda o apoyo, sino como combatiente en el más puro estilo de la palabra. Bien es verdad que me ha sido imposible encontrar una “hoja de servicios” como la de este perro; si acaso, quizás la superara su hijo, Leoncillo, el molón acompañante de cuatro patas de Vasco Núñez de Balboa...
PD: El ejército norteamericano utilizó el perro con notable éxito (para desgracia del can...) durante la Batalla de Iwo Jima. Decenas de perros, pastores alemanes y Dobermans en su mayoría, fueron utilizados para desalojar a los defensores japoneses de sus escondites así como para transportar mensajes, ya que tender líneas telefónicas en aquel escenario salvaje era un suicidio. Tan bien hicieron su trabajo que, al terminar la contienda, se les juzgó demasiado peligrosos y se decretó su muerte por inyección letal, por la imposibilidad de reintegrarlos a la vida civil.
¿Ellos nunca lo harían?
Becerrillo debía de ser un figura en ésto porque bien pronto aquel perráncano rojizo, enorme, con manchas negras y unos ojos brillantes como los del mismísimo demonio, acompañó a los españoles de forma tan eficiente (para malparo de los índios...) que se juzgó justo y necesario otorgar doble ración de alimento y sueldo a su dueño, seguramente porque en semejante binomio lo verdaderamente importante era el can. Al parecer, el jodío era tan listo que distinguía a los índios rebeldes de los “aliados” o “mansos” (ya me dirán ustedes como...) y tenía tan justa medida de su fuerza, que las más de las veces era capaz de cumplir su cometido sin llegar a morder a su presa.
Lamentablemente para él, una tarde, amo y can montaban guardia en la hacienda del conquistador español Pedro Mejía (o Mexía, que para gustos...) y una partida de indios hostiles la atacó. En el enfrentamiento resultaron muertos los dueños de la finca pero, durante la retirada, los atacantes raptaron a Sancho, seguramente para darle, más tranquilamente, hasta en el cielo de la boca; Becerrillo se dió cuenta y con su feroz acometida consiguió devolver la libertad a su dueño... solo para recibir, desde la otra orilla, una flecha envenenada de los compañeros de los secuestradores que se la tenían jurada... La flecha, mala pata, atravesó el chaleco militar que protegía el cuerpo de Becerrillo y le causó la muerte ese mismo día.
La historia de Becerrillo no es exclusiva: Los romanos, los cartagineses, los francos, los españoles, así como los aliados y los rusos en la Segunda Guerra Mundial, se han valido del perro, no ya como animal de guarda o apoyo, sino como combatiente en el más puro estilo de la palabra. Bien es verdad que me ha sido imposible encontrar una “hoja de servicios” como la de este perro; si acaso, quizás la superara su hijo, Leoncillo, el molón acompañante de cuatro patas de Vasco Núñez de Balboa...
PD: El ejército norteamericano utilizó el perro con notable éxito (para desgracia del can...) durante la Batalla de Iwo Jima. Decenas de perros, pastores alemanes y Dobermans en su mayoría, fueron utilizados para desalojar a los defensores japoneses de sus escondites así como para transportar mensajes, ya que tender líneas telefónicas en aquel escenario salvaje era un suicidio. Tan bien hicieron su trabajo que, al terminar la contienda, se les juzgó demasiado peligrosos y se decretó su muerte por inyección letal, por la imposibilidad de reintegrarlos a la vida civil.
¿Ellos nunca lo harían?
3 comentarios:
[corrijo erratilla] También habría que recordar a cuantos inocentes "aperrearon" con Becerrillos, Leoncicos y demás alanos (Las Casas dejó escrito algo). Me gusta más la historia de la perra Robinson, la lebrela de Términos . Muy bueno tu blog, felicidades.
Interesante post y otrotanto para la historia de la Lebrela de Términos.
Publicar un comentario