sábado, 1 de octubre de 2005

La Noche Triste y Otumba, 30 de junio a 7 de julio de 1520 d.C.

Lloviznaba. Y antes había habido una fuerte granizada. Era el treinta de junio. En cuanto que los capitanes advirtieron que ya era noche cerrada, comenzó la salida. Abrían la marcha Gonzalo de Sandoval y Antonio de Quiñones. Cortés iba en el medio, con un grupo selecto que estaba al cargo de los bagajes, la artillería y el quinto real. Cerraba la marcha un tercer grupo de españoles al mando de Pedro de Alvarado, Juan Jaramillo y Juan Velázquez de León.

En los momentos que precedieron a la salida, Cortés llamó a los oficiales reales y les hizo acreedores de la parte del emperador. De lo que no pudiera cargarse, puesto que de todas maneras se perdería, cada cual podría tomar lo que quisiese. Algunos de los soldados echaron mano a todo el oro que pudieron. El capitán les observó con desagrado, y hasta con lástima; más oro era más peso que acarrear, más lentitud en la marcha y, quizás, la imposibilidad de rebasar la línea que separara a los muertos de los que sobrevivirían, pero a la tropa le dio igual. Antes de salir, Cortés encargó a uno de sus hombres que revisase todos los rincones del palacio para asegurarse de que no dejaban a nadie. Éste encontró un soldado que se hallaba profundamente dormido, y en cuanto se despertó, dio comienzo la huida.

No había nadie en las calles. Marchaban en silencio, pero se trataba de tal cantidad de hombres, que de ninguna manera la salida podría quedar inadvertida. Enfilaron la actual calle Tacaba y giraron hasta llegar al primer cortado, cerca de lo que hoy es la Casa de Correos. Colocaron un basto puente construido a la carrera el día anterior y empezaron a pasar. La tradición sugiere que una anciana que regresaba de acarrear agua, les advirtió. Evidentemente, se trata de una conseja que no resiste el menor examen. Simplemente, los habitantes de Tenochitlan esperaron a que llegasen al sitio en que serían más vulnerables. La vanguardia avanzó hasta llegar a la siguiente cortadura (hoy la Iglesia de San Hipólito), y allí quedaron detenidos, ya que no pudieron acarrear el puente, que yacía en un lecho de fango, con las vigas profundamente enterradas. En ese justo momento, con los españoles azorados ante el problema que se les venía encima, comenzó el ataque, que se desencadenó de forma brutal. A ambos lados del camino aparecieron centenares de canoas desde donde fueron flechados y apedrearon a discreción. Lo que siguió fue el caos; un mar de gritos, horror y desesperación. Algunos de los más avezados, los que sabían nadar, consiguieron vadear la zanja que separaba los dos terraplenes, y como era poco profunda, en seguida se llenó de fardos, cañones y todo lo que pudieron arrojar dentro hasta nivelarla…incluso muertos.

Los que consiguieron cruzar, llegaron a la siguiente cortadura, que los jinetes vadearon sin demasiada dificultad, pues era de menor profundidad; en cuanto a los de a pie, lo hicieron con el agua al pecho. Cortés, su grupo y parte de la vanguardia ganaron tierra firme, pero al advertir que eran tantos los que faltaban, pidió a Juan Jaramillo que se hiciese cargo de reorganizar a los que habían conseguido salir y él, volvió grupas para auxiliar a los que quedaban atrás. En la calzada topó con Maria de Estrada que, armada de una espada y una rodela, se intentaba abrir paso a estocadas, pero ya eran pocos los que volvían. Cortés, desmontó y salió a la carrera llamando a algunos soldados españoles por su propio nombre, a voz en grito. De pronto, apareció Pedro de Alvarado, su amigo de la niñez, cubierto de heridas y lanza en mano; le agarró del brazo, frenándolo, y después de mirarle fríamente unos segundos, le dijo: - Señor, déjelo, porque no viene nadie más…

Desde el lugar en que se encontraba, alto como era, el capitán llegó a divisar a un grupo de los de la retaguardia que, al no conseguir cruzar, emprendió el regreso al templo mayor, dónde a la postre se harían fuertes y acabarían aguantando durante tres días. Eran entre ciento cincuenta y trescientos. Fue en ese momento, bajo la tenue lluvia de Méjico cuando, al darse cuenta de que no se salvaría nadie más, Cortés explotó emocionalmente, se recostó en cuclillas contra un ahuehuete y, presa de la desesperación, rompió a llorar.

Pero sus hombres le hicieron incorporarse; no se podía perder más tiempo. Una vez que el grueso de los supervivientes alcanzó Tacaba, Cortés puso orden, atendió a los rezagados, distribuyó ungüentos y vendas y, cuando el sol se alzó lo suficiente, pudo realizar una primera apreciación de lo sucedido. Habían muerto más de ochocientos cincuenta españoles, casi todas las mujeres y más de mil quinientos indios txacaltecas que figuraban en la columna española como porteadores o combatientes. Además, se habían perdido cuarenta y cinco caballos, toda la artillería y la práctica totalidad del oro. Pero Cortés ya estaba definiendo el futuro; en esos momentos en que cada cual luchaba para salvar la vida, el capitán ya estaba pensando en como aguantar el envite… para poder regresar cuanto antes. Azuzó a las tropas y las hizo volar campo atraviesa durante varios días. Por el camino comían mazorcas de maíz, e incluso la carne de un caballo que murió del esfuerzo. Llegaron a un pueblo grande. Allí, juntos, sobre un cerro, encontraron varios indios y, para ver si había fuerzas más importantes con ellos, Cortés de adelantó con cinco de a caballo y una docena de a pie. Era el amanecer del 7 de julio de 1520 y lo que vieron, les aterrorizó…

Las faldas del monte albeaban con las túnicas de la multitud de indios que descendían. Parecía estar cubierto de nieve. Eran decenas de miles, entre los que destacaban puntos de colores muy vivos, sus capitanes, que vociferaban o mostraban orgullosos las cabezas de los españoles que habían tenido peor suerte los días anteriores. Frente a esa masa abrumadora, trescientos dieciocho españoles con veintitrés caballos y una cifra cercana a los dos mil indios aliados. Luis de Escalante, también amigo del capitán, miró a Cortés y le espetó – hasta aquí, Hernán… - pero éste volvió al grupo, desmontó e hizo una arenga en la que explicó sinceramente la gravedad de la situación, pidió la intercesión divina y reclamó la ayuda del Apóstol Santiago que, seguro, no les abandonaría. Los hombres, estupefactos, se miraban desconcertados; unos se arrodillaban arrepintiéndose de sus pecados, otros lloraban; pero pasado el primer momento de pánico, la tropa se tranquilizó, asumió lo inevitable y se dispuso a vender cara su vida. Se formaron tres cuadros de hombres, con las mujeres supervivientes en el centro, con la orden de permanecer unidos a toda costa. A los jinetes se les repartió en dos grupos, con libertad absoluta para ir y venir, pero con la orden expresa de no permanecer inmóviles y atacar a los portadores de los penachos.

En el primer momento, los de a caballo recularon, buscando el abrigo de la infantería. No se hacía un solo disparo, pues la pólvora se había mojado en los canales. De la multitud vestida de blanco, destacaba por su colorido un personaje ricamente ataviado, llevado en andas, que mediante las señales de un estandarte parecía que dirigía el ataque. Cortés, seguido de Juan de Salamanca, llegó hasta él y le derribó de una lanzada. Al caer al suelo, Salamanca le remató y entregó el estandarte a su capitán que, en cuanto que lo alzó, provocó una desbandada general en las filas aztecas. Los españoles iban a sobrevivir...

Esa impresionante victoria, no solo es atribuible al valor personal de los españoles sino a la debilidad de la estructura social indígena. Caída la cabeza, la masa no sabía como reaccionar. Otumba vino a significar una batalla de unas repercusiones políticas inmensas. Allí revirtió la marea. Los españoles que hasta ese momento eran una partida de fugitivos sitiados en la ciudad de Tenochitlan, pasaron a ser los vencedores de la más grande batalla librada en suelo mejicano. Y ello se logró sin las armas de fuego y contra la pérdida de solo tres hombres. No deja de llamar la atención la extrema modestia con que Cortés cuenta este acontecimiento al Emperador Carlos: “…eran tantos, que los unos y los otros se estorbaban y no podía pelear ni huir (…) hasta que quiso Dios que muriese uno de sus capitanes, tan principal entre ellos, que con su muerte cesó de repente toda aquella guerra…”. Sobre todo, Otumba es una historia de desesperación y agonía, pero también de valor y superación personal. Por encima de muertos, españoles o indios, de razas o de lo sangrienta que fue la primera toma de contacto entre dos mundos tan diferentes, creo que debemos quedarnos con una idea: hay una fuerza suprema que permite a los hombres dar la vuelta a los acontecimientos; esa fuerza, a medio camino entre la determinación, el valor y el esfuerzo, la tenemos todos nosotros. Busquémosla, para hacer de nuestra existencia, un mundo mejor.

PD: La imaginería española no conoce límites. En madrid se conservan dos presuntas reliquias de esa batalla ¿alguien podría decirnos el qué y el dónde? un abrazo.

20 comentarios:

Anónimo dijo...

No te puedes imaginar lo que disfruté con el relato pues aunque el tema es conocido la forma que tienes de contarlo engancha y no puedes dejar de leer hasta el final, claro que allí me encontré con la consabida pregunta que en esta ocasión no se contestar, jajaja, esta vez voy a recibir un cero patatero, pero mira, me obligas a regresar para conocer la respuesta porque no quiero quedarme sin saberlo.
Un abrazo y gracias por este buen momento histórico.

Anónimo dijo...

He llegado hasta aquí a través de un comentario tuyo en mi blog.
Llevo días pasándome (rápidamente). Soy una ignorante en la historia romana.
La forma que tienes de explicar la historia me está enganchando, y con este último post más.
Es la primera vez que veo a Cortés como un ser humano sensible...
Con tu permiso, seguiré leyendo retazos de historia.

Un abrazo

Luis Caboblanco dijo...

Hola Leo, voy a demorar un poquito la solución del entuerto para que los rezagados del fín de semana puedan participar. Otumba es, posiblemente, uno de los momentos más espectaculares y emotivos de la conquista del nuevo mundo. Hay decenas de circunstancias y anécdotas que rodearon esos días que enriquecerían el texto pero creo que mi labor es daros a probar un piquito de la historia. Si quereis profundizar hay multitud de libros y webs. Pero me encanta que os agrade lo que hago. Un abrazo.

Hola Marcarlop. Eres bienvenida. Me siento en la obligación de dejar un comentario en las bitácoras que visito. En tu caso, sin duda nos "veremos" de cuando en cuando, en tu blog... o en el mío. Hasta pronto.

Turulato dijo...

Confieso...
He estudiado, buscado en las bibliotecas interneteras, leido conferencias rimbombantes del final del XIX...
Y he intentado entrar a "mi" museo, ese que están trasladando porque no importa a los que deciden ní a aquellos cuyos hechos recuerda.
Y aquí me he parado.
Creo que nos ha dado alguna pista, como las palabra imaginería y relíquia, así como la cita de Santiago.
Mi "mentalidad" pide guardar los símbolos de las combates, pero creo que los de los aztecas estaban realizados en materiales perecederos..
En fín, para una vez que "doña Leo"..
Humídemente, suyo afectísimo

Luis Caboblanco dijo...

Turulato, si has estado en el Museo que honra el ejercicio de tu profesión y nos has avanzado en la solución de este "quiz"... puede que no estuviera de más pasarte otra vez por allí ¿o es que no tienes MADERA de investigador?

Anónimo dijo...

Tengo la respuesta, profe, es un fragmento del árbol de la "Noche triste" bajo e que se cobijó Hernás Cortés.
¿Acerté?
Un saludo

Anónimo dijo...

Se me olvidó decir que está en el Museo del Ejército de Madrid.
Hasta luego

Luis Caboblanco dijo...

Pues sí Leo...¡no se te resiste ni una! Efectivamente, el Museo del Ejército (C/Méndez Núñez) guarda un trozo de la corteza del árbol bajo el que, presuntamente, Cortés lloró la pérdida de sus hombres o, quizás, su propio fracaso. Otro trozo se encuentra en el Museo de la Armada (Pº de la castellana). Y una curiosidad: los dos trozos se han han sometido a estudios que, entre otras cosas, han demostrado... que no se trata del mismo arbol.

Felicidades Leo.

almena dijo...

Caboblanco, la Historia, de la mano de usted, es atractiva en grado sumo.
Tiene usted el don de "enganchar" al tema con esa forma suya de relatar. Este trocito de historia es interesantísimo. Mucho.
Y... aunque sea alumna rezagada que siempre conoce las respuestas a través de sus otros lectores, prometo aplicarme en lo sucesivo aunque... está tan alto el listón con Leodegundia y Turulato...
Saludos cordiales

Turulato dijo...
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Turulato dijo...
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Turulato dijo...

"Ave María Purísima"...
"Profe, vengo compungido a confesar mis pecados.
He caido en el mayor de todos, el horrible de la soberbia.
Quise ganar a "doña Leo", aún siendo profano en cuestiones históricas.
Abrí, nada más leer su artículo, la "web" del Museo del Ejército.
Cabreeme, pues toda la riqueza contenida en dicha institución quedaba reducida a seis breves entradas.
Y la ira, pecado del que también me acuso, hizo que no reparase que en la correspondiente a "Escalera Real" se citaba que en la planta superior...
En mis gravísimos pecados he encontrado gran penitencia, pues he leido conferencias decimonónicas, amplísimos estudios mejicanos sobre la conquista, poesía triste bajo las arboledas...
En fín. Hasta he encontrado una horrenda página yanqui que vende muñequitos de Cortés colgados de un abeto...
Bien es cierto que la misericordia que todo lo puede, me consoló con dos estudios interesantes, uno sobre sables y otro sobre la bandera.
Con todo, me queda una duda, que puede que sea la que insinúa en un comentario; se refiere al tipo de árbol, pues he encontrado que comúnmente se refieren al Ahuehuete -el Ciprés Mejicano-, pero tambien hablan de la Ceiba, que creo diferente.
Propósito de la Enmiendia no mucho. ¡Paciencia amigos!.

Luis Caboblanco dijo...

Almena, muchas gracias. Como ya he dicho alguna vez, el mérito de un artículo son los comentarios y de quién vienen y, en ese sentido, no puedo estar más satisfecho.

Turulato, como dice algún comercial televisivo.. "la potencia sin control no sirve de nada" je je. Lamento haberte hecho, entre comillas, perder algo de tiempo. Efectivamente, la ceiba es conocida como el "ciprés mejicano" y ese es el nombre que utiliza Bernal Diaz del castillo en su "Historia verdadera de la conquista de Nueva España". Sin embargo, a la hora de describir el árbol, sus atributos concuerdan más con el ahuehuete...

Luis Caboblanco dijo...

Juro y perjuro que este blog no está patrocinado por Dianora y que no somos primos, ni siquiera segundos...

Anónimo dijo...

Hola, gracias por tu visita a mi Blog.
No sé conestar a esas preguntas; pero en el pueblo limitrofe con el mío está el palacio que El conde duque de Olivares regaló(al parecer) a Hernán Cortés. Dicen que aquí estan sus restos, pero una amiga Mexicana, para nada amiga de Cortés, dice que no, que están en Mexico, vete tú a saber...

Un abrazo

Luis Caboblanco dijo...

Los restos de Hernán Cortes reposan en Méjico, en la Iglesia del Templo de Jesús. En su exterior, en la esquina que forman dos de las calles que delimitan la construcción, se halla una placa que marca el lugar exacto donde se encontraron por primera vez, Hernán Cortés y Moctezuma.

Un abrazo...

Grial dijo...

Al leer tu post (Chapeau!!), he recordado un libro que he leído no hace mucho, "El corazón de piedra verde" de Salvador de Madariaga, que me recomendó una blogger Ember26..
Es todo un placer leerte!
Un beso :)
Pd. Anotado el libro sobre templarios ;)

Luis Caboblanco dijo...

¡Hola Grial! estoy contigo; "El corazón de piedra verde" es una maravillosa obra, una especie de valiosa reconstrucción arqueológica y novelesca del mundo azteca y español en los días de la conquista de América. Totalmente recomendable por tanto. Su autor, Salvador de Madariaga, también es conocido por ser el autor de la mejor biografía en castellano de Hernán Cortés.

Un fuerte abrazo.

ariadna dijo...

Hola Caboblanco:

Gracias por tu visita a mi blog.No he leído mucho del tuyo pero me fascinan Grecia y Roma
qué flipe, sólo he leído este post y me ha parecido maravilloso, que forma tan chula de acercarse a las conquistas, volveré con más stiempo, sólo he leído la rimera parte de la historia romana.

muy bienhallada serás.
hasta pronto

Anónimo dijo...

Bueno, lo comento pues nadie lo ha hecho hasta ahora, Tacaba es incorrecto, es Tacuba.

Una imagen de lo que queda del árbol (no encontré una de mejor tamaño)

http://redescolar.ilce.edu.mx/redescolar/efemerides/junio/3020noche.gif

Saludos