domingo, 1 de febrero de 2009

Encuesta "Teniendo en cuenta la situación a la que tuvo que hacer frente... ¿Que nota le pondrías al reinado de Felipe II?"

No deja de ser indicativo el que más de un tercio de todos vosotros – dejando aparte lo muy poco significativo del muestreo de la presente encuesta – piense que el reinado de Felipe II en España merezca, al menos, una nota media de notable. Ni entre los historiadores españoles, ni mucho menos entre los extranjeros abundan los que se atrevan a calificarle de esta manera y, no digamos ya, los que serían capaces de ponerle un sobresaliente en su reválida; y es que, curiosamente, Felipe es mucho mejor tratado entre los no profesionales de la historia... ¿El porqué? Quien sabe... sin la poderosa personalidad de su padre, sin ser excesivamente simpático ni especialmente virtuoso, con una manera de entender la vida contraria a la de la mayoría de los hispanos correligionarios de su época, sin embargo, los que le vemos a través del crisol de las decenas de generaciones pasadas nos sentimos inclinados a perdonar sus errores, que fueron muchos, quizá compadecidos porque atendiendo al otro platillo de la balanza, los marrones que se tuvo que comer, fueron igualmente desproporcionados.

En tiempos de Felipe II, España era una potencia, algo así como el Estados Unidos de Norteamérica de la época, y tenía problemas similares al del moderno gigante financiero e industrial. En una posición privilegiada pero expuesta, rodeado de una potencia católica que le era hostil, de corsarios berberiscos, de la protestante Inglaterra, con multitud de pequeñas pero importantes posesiones diseminadas por toda Europa, los frentes a atender eran variados y ciertamente urgentes; Y todo ello representaba un desafío descomunal para una nación ciertamente atrasada en algunos aspectos, a la que la salida de los musulmanes y judíos había hipotecado económica y financieramente, despoblada a causa de una demografía baja y de las enfermedades y sin más recursos reales que aquellos derivados del comercio mediterráneo o de las Indias. ¿Cómo había sido posible entonces la supervivencia? Pues, sencillo; España apeló a esa unidad, construida alrededor de cualquier cosa, a la que apelan aquellos que con razón o sin ella, se sienten amenazados por todas partes, y que consigue unir y dinamizar sus propios recursos; y en aquel momento, los recursos españoles eran, primero, la seguridad de sentirse, como lo fueron en su momento los judíos, una especie de pueblo elegido por Dios, por el altísimo, como depositario de los valores del catolicismo y, segundo, un capital humano decidido y dispuesto a creérselo a pies juntillas... aquella suerte de españoles que vivía, como decía Calderón, “con la hostia en la boca y la espada en las manos”.

El problema de sentirse elegido para un destino casi bíblico, que era en el fondo como se sentía la España de Felipe II es, de verdad, que te obliga a una tremenda inflexibilidad; La Francia no menos católica de Enrique II o de Francisco II se supieron manejar lidiando permanentemente con lo políticamente correcto, fomentando alianzas duraderas cuando fueron necesarias, maximizando las propias virtudes y disimulando los defectos y limitaciones y a la larga, encararon el siglo XVII mucho menos castigados de lo que lo hicimos nosotros. Al otro lado, Felipe, seguía lanzando pelotas contra una pared que lo devolvía absolutamente todo... y cada vez de forma más fuerte.

Pero ¿hasta qué punto fue Felipe II responsable directo de la situación con la que le tocó convivir?; La pregunta es hasta cierto punto capciosa pues España retroalimentaba con su actuación muchos de los entuertos a los que se veía abocada pero, por otro lado, su posición de supremacía que ¿disfrutábamos? hacía imposible comportarse de otro modo. La magnitud de la empresa solo puede atisbarse si reparamos en la cantidad de recursos consumidos y, a la larga, malgastados; España dispuso de la mejor infantería de su tiempo y la más móvil, los Tercios, una verdadera revolución en el campo de batalla; al mando de éstos, los mejores generales, españoles o no, que Europa podía ofrecer, comprados con los, en principio, inagotables recursos financieros que ofrecían los metales preciosos traídos del otro lado del mar; espías, consejeros, embajadores completaban una administración que, puesta al servicio del ideal felipista, parecía funcionar como una máquina perfecta... Pero que en su actuación se empeñaba en rememorar el mito de la hidra pues, cuando España conseguía cortar de raíz uno de los problemas a los que se enfrentaba, uno o más de ellos, se levantaban contra ella en algún punto lejano, obligando a empezar de nuevo una labor casi hercúlea que nunca llegaba a acabar.

Cierto que la inflexibilidad religiosa de Felipe coartaba hasta cierto punto las opciones políticas disponibles y que el Rey no supo o no quiso aceptar, que navegaba en una dirección contraria a la que lo hacían la mayoría de sus enemigos e incluso algunos de sus aliados o sus posesiones, como Flandes. Está probado, gracias a la correspondencia recuperada entre Felipe y, por ejemplo, su hermanastro Juan de Austria, el Duque de Parma o incluso Margarita de Austria, que las recomendaciones que éstos le hacían para “levantar la mano” eran secuencialmente rechazadas. Y no precisamente por laxitud en su análisis, pues Felipe analizaba cada cuestión de modo absolutamente enfermizo... sino porque, además de ser muchísimo más lento a la hora de la decisión – son legendarias sus cartas de respuesta, en la que, además de demorarse extraordinariamente, apenas aclaraba nada de nada... – su enconsertada personalidad apenas le permitía salirse del camino trazado... Felipe II acabó, yo creo, convirtiéndose en un esclavo de una personalidad atornillada que no le dejó resquicio alguno de maniobra, pues él no se veía a sí mismo como un político sino como un enviado, un evangelizador con una misión que rebasaba lo terrenal y entraba ya a formar parte de lo místico... Y así nos fué.

Sirva el ejemplo felipino para caer en la cuenta de la imposibilidad de ciertas empresas, o mejor dicho, en la dificultad que presenta cualquier objetivo si éste se enfoca desde la falsa, falsísima seguridad de tener a un Dios, cual sea, de nuestra parte. El verdadero motivo de la existencia de Felipe II, aquel que se esforzaba en cumplir cada día, era el de ser ejecutor de la voluntad divina, verdadero fín de sus acciones más que la resolución de tal o tal problema.

...Lo que no sabemos es hasta qué punto tuvo claro ésto durante toda su vida o cuántas noches o durante cuántos rezos, si que es hubo alguna, dudaba de Dios, de su misión o de sí mismo visto como le iba a su Imperio... Asumir que éste momento no se produjo nunca nos obligaría, digo yo, casi a considerarle loco ¿O no?



2 comentarios:

Edem dijo...

Hace tiempo, oí un resumen del reinado de los Austrias que, soez y todo, me impactó, porque lo definia perfectamente:

"España en tiempos de los Austrias: dicese de cuando los españoles dominaban medio mundo, agarraban por... a un cuarto, y aterraban al otro cuarto".

Curioso, no se si te habras dado cuenta, que cuando España marchó mejor, fue cuando la gobernaban extranjeros. Fijate en Carlos I, o Felipe V. Aleman y Frances. O el reinado de Carlos III. Y esto se puede aplicar a Felipe II. Curioso, porque fue criado en Austria, pero le nombraron rey de España, y a su hermano, criado en España, le nombraron Emperador de Austria.

No se, debe ser que necesitamos otros puntos de vista que los nuestros para que esto funcione.

Aparte del atraso cultural, en el cual la expulsion de los Judios en 1492, y luego la de los Moriscos en el siglo XVI-XVII, lo cual nos atrasó tambien en los campos, yo creo que el problema Español es el atraso. Me explico... para los Europeos, las cruzadas habian acabado, mas o menos, por el año 1300, y aun antes para algunos paises. Nosotros no... teniamos a Granada. La idea de cruzada, la de seguir peleando, la teniamos ya. Y gracias a que algunos de los planes de los Reyes no se hicieron que si no... por ejemplo, conquistar Africa del Norte, hasta Jerusalen. Abortado, pero no olvidado por la conquista de America. O, el proyecto de, via Filipinas, Conquistar Japón, y a través de Japón, China y asi hasta el Este. Abortado porque a los Portugueses no les hacia gracia.
Ves?... la idea de cruzada que los Europeos ya habian abandonado.
Luego está el factor suerte.
España estaba libre en el mejor momento. El Sacro Imperio, se las estaba viendo con los Otomanos. Los Ingleses acababan de salir de la Guerra de las dos Rosas. Y los Franceses se estaban recuperando de la de los 100 años. Italia era un proyecto, y el norte de Africa estaba desunido. Sumale el anterior punto, mas las guerras de religion (y no entiendo como Carlos V, o bien se hizo protestante, o bien no acabó de cuajo el cisma), y tenemos a España. Sumale que, con la fe y la pelea, teniamos minas en America y...
Lo que hubiera sido interesante, es que se hubiera realizado la boda entre Felipe II e Isabel I de Inglaterra (Que se intentó). La unión de los dos reinos hubiera eliminado a Francia, o al menos la hubiera neutralizado mucho mas.
En fin... buen articulo.

Que me voy por las ramas.
Un saludo de Edem.

Anónimo dijo...

Felipe II declaro tres veces la bancarrota durante su reinado. Las guerras pueden ser cuestión de suerte, pero la economía es de ser competentes. Alguien que no sabe cuidar de sus dineros nunca puede hacerlo bien más que en el corto plazo y con tres banacarrotas vas de culo a 100 años vista. Por eso, para mi fue de los peores reyes de España.

Felipe II pudo haber sido un buen principe alemán o duque italiano, pero como gobernante de un imperio tan amplio lo hizo muy mal por no saber delegar incluso los asuntos más triviales.